Hace días escribí una entrada sobre E.P. Thompson y, aunque no tiene mucho que ver con la temática del blog, no me resisto a reproducir aquí unas frases de Bernard de Mandeville a las que el autor alude en el libro «Costumbres en común» .
Decía Mandeville:
“Para que la sociedad sea feliz y la gente se sienta cómoda bajo las peores circunstancias, es preciso que gran número de personas sean ignorantes además de pobres. El conocimiento aumenta y a la vez multiplica nuestros deseos (…).
Por tanto, el bienestar y la felicidad de todo Estado o reino exige que los conocimientos de la clase pobre trabajadora se limiten a la esfera de sus ocupaciones y que nunca se extiendan, respecto a las cosas visibles, más allá de lo que se relaciona con su profesión. Cuando más sepa del mundo y de las cosas ajenas a su trabajo o empleo un pastor, un labrador o cualquiera otro campesino, más difícil le será soportar las fatigas y penalidades de su oficio con alegría y satisfacción (…)
Así como combatiendo la pobreza con artificio y constancia podréis instar al pobre al trabajo sin violencia, también, criándolo en la ignorancia, podréis acostumbrarlo a los trabajos realmente penosos, sin que se percate de que lo son (…) su conocimiento debe confinarse dentro de la esfera de sus ocupaciones».
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Escrito a finales del siglo XVII, en una época en la que se estaban poniendo las bases del liberalismo clásico, es muy sugerente ¿no?
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Foto de la película «Los santos inocentes» dirigida por Mario Camus y basada en la novela de Miguel Delibes
Muy sugerente la verdad. Qué bueno el comentario, que malo el contenido que subyace en esa filosofía que interesaba tanto, un pueblo ignorante, es más manejable, no reclamará derechos y serán un montón de esclavos al servicio del poder de turno, la ignorancia parece ser el sello de los pobres, pero no están faltos de sentido común, les faltaban los cauces, esos que brinda la cultura y la formación.
Ha pasado en la sociedad, como con el mundo de las mujeres, esta cuestión me indigna, ellas pobres ignorantes, cosificadas y utilizadas han pasado por la historia sin hacer demasiado ruido, apenas sabían expresarse, pero es que nadie quería escucharlas, en todos los estamentos sociales se les hacía callar, no tenía la palabra, y actualmente todavía quedan reductos muy importantes en los que se les niega su dignidad y tampoco se les permite ser ciudadanas con entidad propia en ellas. Apenas hemos avanzado en derechos para este colectivo que intenta emerger de una situación de desigualdad que clama al cielo.
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