Ahí está. Esperando la muerte.
Es un campesino. Un líder campesino.
No es Zapata, ni Sandino, ni Farabundo Martí, ni Chico Mendes…
Es José Feliciano Ama, un humilde campesino indígena salvadoreño, uno de los líderes de la insurrección campesina de enero de 1932. Reclamaban la devolución de las tierras comunales que el gobierno y la oligarquía habían arrebatado a los indígenas.
Nada nuevo bajo el sol. Este levantamiento fue sofocado con una violencia extrema por parte de los militares. Hubo más de 25.000 muertos, todos ellos campesinos pobres de la etnia pipil / náhuat.
Fue un genocidio. Las autoridades convocaron a los campesinos a las plazas con una promesa de diálogo. Una vez reunidos eran apresados y fusilados.
A partir de ese momento, los campesinos indígenas empezaron a dejar de hablar el idioma náhuat o vestir con el traje típico pipil por miedo a ser discriminados, represaliados o asesinados.
A día de hoy, en El Salvador casi nadie habla náhuat.
A día de hoy, en El Salvador quedan muy pocos campesinos.
A día de hoy, en El Salvador los campesinos pobres siguen siendo víctimas de la violencia.
A día de hoy, en El Salvador millones de pobres sobreviven en las ‘villas miseria’ de las grandes ciudades. Son los herederos de José Feliciano Ama y de los miles de campesinos represaliados y expulsados violentamente de sus tierras.