El mejor amigo del viajero es la navaja multiusos. En esto de navajas, el puto jefe es un ingeniero americano que se llama Timoteo Leatherman. Este paisano estaba de viaje con la mujer por Europa y se le estropeó el coche. Lo único que tenía a mano era una navajina y necesitaba unos alicates. Cuando volvió a casa creó un prototipo de navaja con alicates y los mandó a fabricantes. Como es lógico, nadie le dio bola. El caso es que se juntó con un socio y empezó a fabricarlas por su cuenta. Hoy vende millones de navajas.
Bueno, volviendo a lo que iba. En un viaje esas navajas son indispensables, hasta para defenderse, pero el principal servicio lo ofrecen pelando la fruta que uno compra en la calle.
El principal enemigo de esas navajas son los controles en los aeropuertos. Todavía, muy de vez en cuando, lloro por una que hace años me quitaron en el Aeropuerto de Quito y que dejé accidentalmente en la mochila de mano. Pero no soy el único al que le pasan esas cosas. La gente intenta subirse a los aviones con las cosas más raras que uno se pueda imaginar.
Una vez en el Aeropuerto de San Pedro Sula una australiana, que iba delante mío en la fila, intentaba pasar los controles de seguridad con cuatro o cinco botellas de ron. Además eran rones caros. Los guardias de seguridad no la dejaban pasar y la rapaza me miraba a mi. ¿Qué le podía hacer yo? Encogerme de hombros. Otra cosa no se me ocurría. Bueno, podía hacer como Lalo el de mi pueblo que, unas Navidades cuando volvía de Suiza, en Kloten querían quitarle un güisqui caro que llevaba en el bolso de mano y les dijo: «Ah, sí ¿lo queréis? Pos esperai un momentín». La mitad de la botella la bebió delante de los guardias y la otra mitad la vertió en la papelera. Una vez vacía se acercó al control y les dijo: «Ahí tenéis la botella». Pero aquella moza australiana lo tenía más complicado, meterse media docena de botellas de ron entre pecho y espalda ya es otra cosa… Como es lógico, a los vigilantes les brillaban los ojines mirando aquellas botellas.
Es una pena que te quiten unas botellas de licor, pero que te quiten una navaja es doloroso, y les confieso que he vivido situaciones desgarradoras. Con gente que prefiere perder la mujer antes que la navaja. Hace años en el aeropuerto de León hacía cola para pasar el control y delante de mi iba una pareja de jubilados. Por lo que comentaban eran paisanos míos, de La Cepeda, y se dirigían a algún destino de playa en uno de esos viajes financiados por el IMSERSO. Cuando el hombre pasó por debajo, el arco detector de metales empezó a pitar. Entre las muchas cosas que llevaba en los bolsillos estaba una navajina con cachas de madera, de estas que llevan siempre encima los paisanos de los pueblos.
– Señor, no puede subir al avión con la navaja – le dijo el vigilante.
– Y ¿qué hago con ella? – retrucó el paisano, haciéndose el tonto.
– Haga lo que quiera, pero al avión no puede subir con objetos cortantes. Está prohibido – le explicaba el de seguridad.
El paisanín meneaba la cabeza lamentándose. Yo creo que dudaba entre entregar la navaja o renunciar al viaje. Yo hubiese tenido las mismas dudas.
Su acompañante lo empujaba para que pasase de nuevo por el detector y él se resistía.
– ¡Me cagüenredios! con lo que quería yo la navajina esa… no la doy por nada del mundo- decía el hombre apesadumbrado.
– Pues hala, haberla dejao en casa, que para nada la querías. Que en Benidorm no te hacía falta pa’ nada – le decía la mujer tirándole del brazo en dirección a la puerta de embarque.
– Calla, calla, que ya me jodistéis las vacaciones tú y el vigilante ese.
Totalmente de acuerdo con el paisanuco. Que así, de buenas a primeras, te tengas que despedir para siempre de tu navajina, compañera inseparable de viajes y fatigas, no es la mejor manera de empezar un viaje.
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Photo by egmboeingpilot on Foter.com / CC BY
Imprescindible para los hombres que vivían en los pueblos: Con ella se cortaba una vara, una zarza, se forgaba, se cortaba el pan y el chorizo de las diez o la merienda, se cortaban a carón los mantigones… Y para usos más insospechados. Yo conservo en casa las navajinas de mi padre y a veces las meto en el bolsillo… Lejos de los aeropuertos, por supuesto.
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