El fin de la siega se denominaba «coger la raposa» que era cuando se segaba el último «quiñón» o tierra, dando por finalizada la faena, pasando entonces a «acarriar el pan» (acarrear el cereal) para la era.
Con anterioridad al comienzo de las faenas se asignaba a cada vecino una parcela para la trilla en la era comunal, «se echaba a suertes», en Riofrío por rotación anual y en dos lugares comunales, La Brea, en las afueras del pueblo y Las Eras que están casi en el centro urbano, ahora utilizado como espacio recreativo, rodeada de árboles y parques infantiles, lugar de encuentro y reunión de los vecinos. Era una ventaja trillar en Las Seras por la cercanía, pero con el inconveniente de que las viviendas cercanas y las escuelas hacían «brigada» y el viento no soplaba con suficiente fuerza para la limpia.
Antes de llevar allí el cereal había que «agadañar» (pasar el gadaño o guadaña para segar la hierba de la pradera) la parcela que estaba demarcada con estacas de madera y piedras. Algunos lo hacían en prados propios cercanos al pueblo.
Lo mismo que la siega, el acarreo tenía unos preparativos previos. La vispera había que dejar todo preparado, comenzando con el carro, que lo mismo que un vehículo debía estar perfectamente engrasado – quien no recuerda la lata con la grasa y una pluma de gallina dentro para untar el eje, colocada siempre en un «machinal» de la portalada.
Los «picones» (ganchos de madera que se incrustaban en las «pernillas» o aros de las «costanas» o laterales del carro) en número de seis, tres a cada lado «espetos» también llamados en algunos pueblos.
Las «sogas» o maromas, gordas y resistentes para atar los manojos, cruzándolas de lado a lado; se les ponían unas poléas de madera para poder sujetar y apretar con menos esfuerzo las sogas. Las «guinchas de acarriar» o «forcón» (horca con dos «guinchos» o puntas de hierro y largo mango de madera) para dar los manojos a lo alto del carro.
Se alimentaba bien a las vacas para aguantar la dura tarea del día siguiente. La noche anterior tenía que quedar todo preparado y pronto a descansar que había que madrugar ya que el día iba a se largo y duro.Los días del acarreo cambiaban el ritmo de los pueblos con aquellos carros cargados hasta arriba de manojos de los que parecían emerger la pareja de vacas alistanas, burros o mulas transitando por caminos y calles invadidos por los gemidos de estos carros chillones al presionar la pesada carga sobre su eje.
Había que levantarse todavía de noche para «espachar» (echar de comer a los animales) a las vacas para darles tiempo a que comieran, ya que les esperaba un día duro de trabajo. Lo normal era salir con el carro de casa antes que amaneciera y tener en la era el primer carro descargado con los primeros rayos de sol. Se continuaba hasta la hora de comer, tomándose un tiempo de descanso evitando las horas más calurosas del día y el sufrimiento de los animales a los que, tábanos y moscas, acribillaban aún más en esas horas. Para mitigar en lo posible las molestias de estos insectos, que rondaban los ojos de las vacas, se le colocaban «las mosqueras o cerras» que consistían en unas tiras de hilos colgantes cosidas a las «melenas» (mullidas o almohadillas puestas en la testa de las vacas sobre las que descansaba el yugo) a modo de protección de los ojos ante las moscas, que llevarán de contínuo durante la trilla y resto del verano. Aún así estos impertinentes insectos seguían molestando a las vacas por lo que se encomendaba a una persona, generalmente rapaces, espantarlos de sus cabezas con ramas de roble o escobas para que “no chamuciaran” (inclinaran la cabeza) y no pusiese en peligro a la persona que se hallaba en lo alto del carro.
El acarreo continuaba por la tarde hasta la puesta del sol, a veces se descargaba el último viaje de noche ya que el trayecto de la tierra a la era podía ser muy largo.
Cargar un carro tenía su técnica, porque había que aprovecharlo al máximo para no tener que hacer muchos viajes.Se necesitaban al menos dos personas para esta tarea, una para «dar los manojos» desde abajo con las guinchas o forcón, la otra arriba del carro para ir colocándolos y clavándolos en los picones que aguantaban la presión y hacían la forma panzuda de la carga. Se decía que la carga de pan de trigo de un carro era de unos sesenta manojos, la de centeno de unos cien, más o menos.
Una vez colmado el carro que debía estar proporcionalmente repartido, ni delantero ni trasero, se procedía a atar la carga con las «sogas carreteras» cruzadas de lado a lado, que la sujetaban evitando que se deshiciese el carro «parir el carro» (caída de los manojos por el vaivén durante el trayecto). Por lo que había que ir pendiente de que no «pariese el carro», sería el hazmerreír de la gente. Este momento embarazoso ha sido perfectamente captado por la canción popular:
«Dijon que parió el tu carro
junto a la era;
ya lo sabié la tu novia,
la zalamera»
Colgado en la trasera del carro sobre las guinchas o forcón, iba el saco de «Nitramón» (un tipo de guano o mineral para enriquecer la tierra pobre) lleno con las espigas sueltas recogidas tras acabar de cargar «el mornal o la morena» (pirámides de manojos en la tierra). Ya lo dice el refrán alistano:»Un grano no hace muelo (montón), pero ayuda al compañero»
Llegados a la era con los viajes de pan, se procedía a descargar los manojos uno a uno colocándolos en redondo en lo que se denominaba «las medas» (almiares) que alcanzaban una considerable altura, terminando en forma de tejado picudo, con las espigas hacia dentro, buscando y consiguiendo así dos objetivos: que si llovía no se mojarán y que los numerosos «pardales» (gorriones) no acabarán con los grano y sirviendo de agradable sombra hasta que se desmontaban para comenzar la trilla.
Copiado del muro de Riofrío de Aliste (reproducido con permiso del autor)
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