Arrancamos este rimadal de citas con “El libro de la Montería”, del siglo XIV, que describe Las Derroñadas de Vega, un escarpado barranco, un paisaje ferroso y un enigma indescifrable que ha quedado entre nosotros, como buen monte de puerco en ivierno et en verano, et a las veces hay oso. Al arrimo de robles, encinas, urzales y estepas, aquellos contornos no eran una terra incognita para creyentes (Camino de Santiago), sino también un buen cazadero. ¿Quiénes más supieron de aquellos páramos salpicados de manchas boscosas? Valdecastrillo, Valdequintana, Valderas… y la presencia reiterada de cerámica en pueblos del Porma y Curueño, testimonian que los romanos merodearon por estos andurriales. Pero muchas cosas escritas en el pasado, el tiempo se ha encargado de borrarlas, dejándonos de contar una historia ahora desconocida. Como no sabemos nada concreto, vamos a compartir y enhebrar algunas conjeturas acerca de esa arrebañadura, la Quebrantada, una quebradura, donde a veces, en verano, se halagan tormentas innecesarias.
Documentos medievales hablan del Molino de la Griega y de su arrogancia, quiera Dios o no quiera, ha de moler el molino de la griega donde, y aunque traído quizás por los pelos, aprovechamos para entretenernos y anclar el origen mítico de la cárcava. Un cuenco descarnado y áspero, un enigma pesado, donde el sentido común pudiera ver un corrimiento de tierras, un argayo. Como preferimos participar de la Historia con mayúscula, nos da por pensar en una ruina montium. La imaginación no para aquí y algunos vecinos, según Eutimio M. (1995), sospechan es obra del diablo.
Se trata en cualquier caso de una atalaya soberbia, cuando la nieve o la lluvia vacían el aire y mejoran la calidad de la luz, se muestran dibujadas al completo, en profundidad, las siluetas de una geografía provincial e íntima: Ubiña, Teleno, Trevinca… Durante el verano, con el hastío que incorporan los cielos veraniegos, tales horizontes no aparecen, o si lo hacen, son más apagados, diluidos, imprecisos.
Desde el borde de la quebrada y al lado unos fríos esqueletos metálicos, contemplamos deslizarse el Porma, después de ver desaparecer su galería refrescante de paleras, salgueras, alisos, guindales y fresnos, que antaño contribuyeron a dibujar aquel bocage, un tejido de caminos, prados, panes, sebes y presas llenas de vida, ahora enjauladas. La concentración, su cuadriculada geometría, la especialización de las producciones y los cultivos forestales muestran ahora una reducida paleta de verdes o pajizos colores, mientras esperamos que nunca se concrete el temor de Rufino J., de ver convertido este mosaico presente en una Mesopotamia seca y raposa.
Las obras de construcción de la minicentral de Los Molinos, remataron la agresión más brutal y desconcertante sufrida por el entorno, dando al traste —dijo Luis Jesús V. alguien que sabe—, con el mejor coto de truchas del mundo, puedes preguntárselo a Fraga o a Zapatero. Un paisaje que se nos antojaba perfecto. Fue fácil entender lo escrito por Olga T., había que añadir a los elementos hacedores, al aire, la tierra, el mar y las aguas, uno más, la quintaesencia, la tristeza era una palabra importante en la definición del mundo, estaba en la base de todo. Aquel cosmos trabado y esquivo que considerábamos nuestro, fue el que se encontró Andrés T. cuando se acercó a aquel ecosistema de supervivencia —hay quienes hablan del estraperlo como la cara amable del racionamiento— y resumía: fue un trayecto corto. De León a Vegas del Condado, precioso pueblo entonces con nombre que suena, aún hoy, a legendaria tierra del Norte, galesa o inglesa.
Entre la ignorancia de unos, la pasividad de los más y el desconcierto de todos, todo se trastornó, mudó. Hubo reuniones, papeleos, cansancio, connivencia, otras prioridades a las que prestar atención. Faltó la colaboración y firmeza exigida por la agresión que suponía la minicentral.
Habíamos olvidado haber abortado la instalación de una cantera en aquellos derrubios. Las obras de la concentración habían sacado miles de metros cúbicos de zahorra de la zona y el pueblo no había visto nada a cambio, aunque en un pasado cercano, nos dicen, se cobraron algunas pesetas acarreando tierra y cantos para remendar caminos y carreteras provinciales. Pero esto no tenía nada que ver, además, el pueblo tenía claro que no era su sitio. La Crónica de León de 28 de febrero de 1993, recogía la resolución de aquel conflicto, el empresario no quería perder el tiempo y se había echado atrás, el alcalde me ha engañado, después de darme su conformidad, dijo para rematar. Problemas recientes, el pasado próximo, escrito y documentado…, pero lo que sucedió allá atrás, continúa sin desentrañarse.
Recogía el amillaramiento de 1944, los montes existentes carecen de maderas y (son) muy reducidos en leñas, su mayoría solo producen brezos y plantas de reducido valor. Aunque la fisonomía del monte pudiera haber cambiado, los romanos siempre anduvieron bien de mercenarios y esclavos y cualquier obra, por impensable que nos parezca, para ellos sería un empeño más, como abrir canales para la conducción de agua. Podría ser cierto entonces lo comentado por Francisco V. (1902-2004) ví correr el agua desde Resmilán hasta la Quebrantada. Eutimio M., trashumando en su Suzuki por aquellos vericuetos, también lo creyó posible un día de broncos aguaceros, pero hoy resulta difícil desenmascarar los trazos de aquella realidad por la urbanización forestal —de cuarteles y pistas hablan los entendidos— que el monte ha padecido. Como solo contamos con pobres informaciones o datos superficiales, sólo una investigación exhaustiva o la aparición de restos determinantes, revelará lo fiable de algunas imaginaciones o lo que permanece enterrado, si hubo o no un molino de bellotas, una explotación minera o un fortuito corrimiento de tierras. Preguntas que nos hacemos sin tener respuesta.
Si huroneamos algo, es fácil tropezar con notas que nada aclaran; una de ellas, recogida por Juan A., escribe que le había comentado un vecino de Villasabariego la existencia de una ruta mágica, o canal misterioso, que llevaba el agua desde la Quebrantada de Vegas al molino del Alto de la Griega de su pueblo, también maldito, nunca echó andar.
César M. (1950) en sus “Excursiones arqueológicas por la provincia de León” escribe: No he conseguido ver el canal, que he buscado sin fruto. Lo que sí se notan alrededor de la Quebrantada, son vestigios de edificación, es decir, que se ven guijarros aprisionados con fuerte argamasa.
Claude D. (1987), no se había acercado al lugar, pero tomó prestado lo escrito y ampliaba, en la margen izquierda del río Porma, frente por frente a Vegas del Condado y situada entre los 900 y 1050 m de altitud, una áspera quebrada, surcada por un artificial barranco ancho y profundo, arrancó una parte de la ladera del monte. Ningún sistema hidráulico es detectable alrededor, lo que pudiera documentar una explotación minera a cielo abierto abandonada por poco rentable, improductiva.
Había profesionales que continuaban interesados en el secreto que ahí aguarda y al hilo de unas investigaciones, el Ministerio de Cultura, (1993), edita la Tabula Imperii Romani, donde en la Hoja K-30: Madrid, sitúa una mina de oro al aire libre sobre yacimientos aluvionares. Situada en la Hispania Citerior, en el Conventus Asturum, viene acompañada de un gráfico donde aparece designada como XLc, señalando sus coordenadas geográficas: 42º 41’N – 5º 22’W y la la describe: las explotaciones sobre el yacimiento de la Quebrantada por los romanos, conducían el agua por un canal de tierra, a través de diversas lagunas que realizaban los mismos, tal como principal en este caso la de Remilán (sic) en término de Cerezales del Condado (sic), que a la vez aprovechaban la molienda de bellotas para harina medicinal, elaborando estos trabajos en el entorno de la Quebrantada. Interpretaciones y detalles que nada resuelven, todos los interrogantes siguen abiertos, como escuchamos en la TV. Seguimos sin saber lo que ocurrió. Queremos entender un pasado pero nos encontramos con un trampantojo. ¿Qué habrá ahí camuflado, si es que hay algo?
фром ваика де порма, Marta Nubenegra.
Feria del Libro en Julio de 1988 en Gijón: Julio Llamazares firma en su «La lluvia amarilla»: Para R..J… en recuerdo de La Quebrantada. Sabía, sin duda, de la nostalgia, de la señardá de los que nos fuimos de la nuestra tierra ‘en busca de la cagada del lagarto’ , a la diáspora, o peor aún: cincuenta años antes, al exilio. Y no pocos se quedaron en las cunetas y hoyos de su negra andadura, cuando todos deseaban que, llegado el momento, lo fuera por el Camino de la Costana…
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