Emigrante


Mientras preparo una entrada sobre la emigración, leo estas palabras del Diario de Miguel Torga:

«S. Martinho de Anta, 5 de Março de 1934 – Como a gente se perde! A linguagem que o meu sangue entende – é esta. A comida que o meu estômago deseja – é esta. O chão que os meus pés sabem pisar – é este. E, contudo, eu não sou já daqui. Pareço uma destas árvores que se transplantam, que têm má saúde no país novo, mas que morre se voltam à terra natal.»

 

En fin…

Unas notas sobre la historia del lúpulo en León (3/3)


La entrada en 1986 en la Comunidad Económica Europea supuso una debacle para la provincia de León y los productores de lúpulo, al ser una producción excedentaria, fueron otro de los colectivos damnificados. Se dieron ayudas para el arranque de plantas, el barbecho temporal y la reconversión varietal. El resultado de todas esas medidas fue que de 1.950 hectáreas cultivadas en 1985 se pasó a menos de 500 en 2010. No vale la pena entrar en detalles. Se dice bien: la superficie cultivada de lúpulo en León se redujo en más de un 75%. Precisamente, en 2010 cuando la superficie alcanzaba mínimos, la Unión Europea comenzó de nuevo a subvencionar nuevas plantaciones de lúpulo. 

Con todos esos avatares el lúpulo dejó de ser el cultivo seguro de antaño. El broche llegó en 2015 cuando la multinacional Hopsteiner adquirió el 80 por ciento del capital de la SAE de Fomento del Lúpulo abriéndose una nueva etapa para el sector…

Hasta aquí llega la historia del lúpulo en León, aunque hay detrás hay otras historias más personales que también merecerían ser contadas. Podríamos escribir la historia de miles de familias, como la mía, que éramos cultivadores. Seguramente que cada una de estas historias tienen su amargor, como el propio sabor del lúpulo, pero también su dulzura como el aroma de las flores de esta planta.

Les podría contar de cuando en primavera salíamos de la escuela y al llegar a casa, encima de la mesa de la cocina, encontrábamos una nota de mi madre que decía “Estamos en el lúpulo”. Ya sabíamos lo que había que hacer: salir raudos hacia la tierra a ararlo, cavarlo, abonarlo, repelarlo, ponerlo a trepar… Les podría detallar los mil y un cuidados que requería. Prácticamente cada día requería una labor nueva. Les podría contar de la dureza de aquellos trabajos, especialmente el riego, pero también de aquellas hermosas y estrelladas noches de verano durmiendo al lado de la tierra vigilando para que las balsas no reventasen.

Recuerdo también con nostalgia los días de la ‘pela el’uplo’ (recolección del lúpulo), a primeros de septiembre. Niños y mujeres pasaban el día en la tierra depositando los conos (flores maduras), en cestos y ‘sacas’ que, al final de la jornada, eran pesadas y anotadas en una libreta. Eran días alegres. No puedo evitar emocionarme recordando a muchas personas que ya no están y que se volcaban a ayudarnos en los momentos críticos, y particularmente en esos días intensos de la cosecha.

Me vienen a la cabeza aquellas noches frías cuidando del secadero, durmiendo al lado de la caldera vigilando que se mantuviese la temperatura. Uno no se olvida nunca del dulce aroma de aquellas noches.

¿Cómo no acordarse también de la celebración del ramo? ¿Qué les podría contar? Ese día se pagaba a los peladores y se hacía una cena con todos los que, de alguna manera, habían ayudado. Por supuesto que también recuerdo el día en el que se entregaba el lúpulo en la factoría. El pesaje, la medición de la humedad, los montones de lúpulo, las tolvas… Y me reconozco en mi hijo, observando todo con unos ojos abiertos como platos y tratando de entender cómo funcionaba aquello.

Y, ¿cómo, no? También me identifico con mi padre y con mi madre. Les podría contar la historia de mi padre, pionero en el cultivo del lúpulo, que lo entendía mejor que nadie y que, año tras año, podía presumir de tener la mejor cosecha. O la historia de mi madre que en la época de la recogida se multiplicaba por diez y además de ir a la tierra se encargaba de prepararlo todo: la comida, la ropa, atender los animales…

Y es que detrás de los números y estadísticas, en toda HISTORIA hay personas detrás…
La foto que acompaña el texto es de Susana Cámara, creo…

Unas notas sobre la historia del lúpulo en León (2/3)


En una anterior entrada detallábamos que, a partir de 1937, a pesar de los intentos del primer franquismo por limitar las compras al exterior y obligar a las fábricas cerveceras a comprar lúpulo nacional, se siguió importando lúpulo de Alemania. Ahora bien, en 1945, a causa de la II Guerra Mundial el mercado nacional quedó desabastecido. Las principales cerveceras se encontraron sin una importante materia prima como era el lúpulo.

Para paliar esa escasez, el Ministro de Agricultura, Miguel Primo de Rivera, el 23 de mayo de 1945 promulgó un decreto en el que se dictaban normas para el fomento del cultivo del lúpulo. En este decreto se autorizaba «al Ministerio de Agricultura para concertar, por zonas y con arreglo a las normas que se establecen en el presente Decreto, las funciones de fomento de cultivo del lúpulo con las Entidades que con tal finalidad expresa se constituyan por industriales cerveceros encuadrados en el Sindicato Nacional de la Vid, cerveza y Bebidas Alcohólicas«.

Fueron creadas tres zonas: Galicia con sede en Betanzos (La Coruña), León con sede en Villanueva de Carrizo, y Asturias con sede en Nava.

En ese mismo decreto se establecían las obligaciones de las Entidades concesionarias, entre las que se incluían:

  • Fomentar el cultivo del lúpulo en la zona concedida, con las características y modalidades técnicas y con el ritmo anual de producción que por el Ministerio de Agricultura se señale.
  • Organizar la recogida y distribución de renuevos o esquejes de lúpulo.
  • Construir las instalaciones adecuadas, tanto agrícolas como industriales, sobre la base de disponer de secaderos colectivos para recoger la cosecha en verde al objeto de someterla a preparación ulterior racional y uniforme.
  • Adquirir la cosecha de lúpulo al precio mínimo que fijado por el Ministerio de Agricultura, sin perjuicio de estimular a los cultivadores con la concesión de primas por calidad o por rendimiento en aquellas zonas que se estimen interesantes.
  • Conceder anticipos y créditos en metálico, con el fin de facilitar las nuevas instalaciones y cultivos
  • Contribuir económicamente a los gastos que origine el fomento de cultivo de esta planta, con la aportación de una cuota anual en proporción con los beneficios de la Entidad.

A cambio el Estado se comprometía a ayudar a las empresas concesionarias en aspectos como preferencias en la distribución de fertilizantes, y la importación de elementos de trabajo que no se encontrasen en España. Se establecía también que «las importaciones de lúpulo serían entregadas, con carácter preferente, a las Entidades concesionarias para su distribución y consumo«, y se facilitaba «a las Entidades concesionarias los asesoramientos agronómicos indispensables para el cumplimiento de su misión«.

De igual manera, como resultado de ese Decreto, en noviembre de 1945 se constituyó la Sociedad Anónima Española (S.A.E.) de Fomento del Lúpulo, con domicilio en Avd. José Antonio de Madrid siendo fundamentales Alfredo Mahou de la Fuente, Francisco Gervás y Cabrero y Angel Suardíaz Martínez. Esta sociedad se constituyó por 15 años prorrogables, y entre el objeto de la sociedad aparecen:

  • Fomentar el cultivo del lúpulo en la zonas concedidas con las modalidades, características y ritmo que se determine por el Ministerio de Agricultura.
  • Construir las instalaciones agrícolas e industriales para el mejor desarrollo del cultivo.
  • Adquirir la cosecha nacional al precio mínimo fijado por el Ministerio de Agricultura.
  • Conceder a los cultivadores primas por calidad y rendimiento, y crédito en metálico para facilitar y ampliar los cultivos, organizando la recogida y distribución de renuevos.
  • Pagar una cuota anual de los beneficios al Ministerio de Agricultura.
  • Distribuir el lúpulo entre los asociados.

Aparecían diversos otros artículos en los que por ejemplo se mandaba «integrar en la sociedad a todas las entidades y particulares propietarios en España de Fábricas de Cerveza, en proporción a los cupos de fabricación con un fin de cooperación y mutua ayuda» (art. 3), se establecía el capital social (art. 4) o el accionariado el cual estaba compuesto por las fábricas de cerveza del momento, entre ellas El Aguila, Damm, La Cruz del Campo, Cervezas de Santander, Hijos de Celestino Mahou, La Huertana, Moritz, La Cruz Azul, Juan y Teodoro Ruiz, o La Salud.

Posteriormente se fueron otorgando poderes para comprar fincas y diversas personas en Betanzos, León, Oviedo y San Sebastián fueron autorizadas para que en nombre de la sociedad procediesen a abrir cuentas corrientes. En León el encargado fue Valeriano Campesino Puertas y ahí empezó una interesante historia para la provincia de León.

Cabe recordar que ya a raíz de la creación de la Sociedad de Fomento del Lúpulo se habían iniciado experimentos con el fin de aclimatar las variedades lupulares norteeuropeas a las características geográficas españolas. En la provincia de León, habían sido elegidas las riberas del Órbigo, Bernesga y Torío puesto que se conocía de la existencia de variedades autóctonas de crecimiento espontáneo al lado de los ríos. En 1946 en el Boletín Divulgador de la Cámara Oficial Agraria de la provincia y en 1948 en Economía Leonesa aparecieron los primeros artículos animando a los agricultores leoneses a introducir este cultivo.

No fueron fáciles los inicios, aunque hubo varias personas clave en la difusión del cultivo, como A. Mantero, Fco. J. Arcenegui y Valeriano Campesino, especialmente este último. De origen zamorano y representante de unos laboratorios de farmacia en esa provincia, V. Campesino 1935 se trasladó a vivir a León al considerar la flora de esta provincia como una de las más ricas del país. Conocía el lúpulo silvestre y en 1950 se puso en contacto con la S.A.E. de Fomento del Lúpulo, exhortándolos al cultivo del lúpulo en la provincia de León.

Como ya señalamos, la S.A.E. de Fomento del Lúpulo nombró apoderado al mentado V. Campesino quien llevó a cabo una importante labor divulgadora entre los agricultores leoneses. Iniciadas las primeras pruebas, en las comarcas del Torío y Bernesga apenas se le prestó importancia, ya que a diferencia por ejemplo del trigo o las patatas era un cultivo de dudosa utilidad y exigía una instalación que era muy costosa. Sin embargo, el lúpulo tuvo muy buena acogida en la ribera del Órbigo; ya en 1949 se firmaron 34 contratos y año a año aumentó exponencialmente la superficie cultivada, A ello ayudó la labor de Valeriano, trabajador incansable, y con un carácter muy afable que trataba directamente con los agricultores y a quienes trasmitía confianza y entusiasmo hacia el ‘nuevo’ cultivo’; también ayudó el hecho que la S.A.E. de Fomento del Lúpulo empezase a conceder primas por planta cultivada, y facilitase utillaje, fertilizantes, químicos y otros elementos necesarios para el cultivo. En 1952, considerando el tirón que estaba teniendo el cultivo en la comarca del Órbigo, fue construida la factoría de Villanueva de Carrizo.

En el mapa pueden ver cómo se fue expandiendo el cultivo del lúpulo y cómo en muy pocos años ocupó las principales vegas de la provincia. No obstante, en el mapa no aparecen todas las áreas de cultivo, ya que por ejemplo en localidades como Ferreras de Cepeda, en la ribera del Barbadiel / Valeo llegó a haber 8-10 familias productoras de lúpulo.

El caso es que en muy pocos años, León pasó a dominar el mercado nacional; de 7 Has. cultivadas en 1950, se pasó a 1.1950 Has. en 1983 ,copando la provincia de León prácticamente el 100% de la producción nacional de lúpulo. No en vano se le llamó el ‘oro verde’.  Era un cultivo que, a pesar de la alta inversión inicial exigida y que era muy intensivo en mano de obra, era enormemente rentable. Los precios de cada año eran publicados en el BOE y la compra de las producciones estaba garantizada por contrato; para que se hagan una idea, en 1983 una hectárea de lúpulo ofrecía un rendimiento de 654.642 pesetas frente a las 197.274 ptas. de una de remolacha azucarera o de 223.770 ptas. de una sembrada de patatas.

Con todo esto llegamos a 1986, año de entrada en la Comunidad Económica Europea…

Para saber más:

  • Breuer, T. (1985): «El cultivo del lúpulo en España: desarrollo espontáneo y regulación orientada hacia la demanda». Paralelo 37, Nº 8-9, págs. 117-136 (lo pueden descargar acá)
  • Río Lozano, V.A. del (1972): «Contribución al estudio del Humulus lupulus (L.) I. El cultivo del lúpulo en España». Anales de la Facultad de Veterinaria de León, vol. 18, 1; págs. 353-375.

LNT te recomienda: Manuel Ferrol


Cada vez que miro la foto que ilustra esta entrada me cuesta contener las lágrimas. Al verla, en mi  la cabeza se agolpan muchas imágenes familiares: mi padre diciéndole adiós a mi tía Margarita cada vez que ella se iba a Argentina; mi tío Gonzalo camino a Holanda; o nosotros en Ezeiza despidiéndonos de la familia.

Aunque sea temporal, despedirse de un familiar es doloroso. Dejar tu tierra y tu gente e irte a otro país (es decir, emigrar) es aún más doloroso. En este sentido esta foto de Manuel Ferrol es icónica como lo es «Muerte de un miliciano» de R. Capa, o «Mujer migrante» de Dorothea Lange.

Precisamente, Manuel tiene un lugar en la historia de la fotografía por su reportaje sobre los emigrantes gallegos. En internet en páginas web como ésta o en Wikipedia encontrarán cumplida información sobre este fotógrafo, razón por la que no me extenderé sobre su vida y obra.

El caso es que en 1957 a Manuel el Instituto Español de Emigración le encargó que hiciese un retrato amable del fenómeno de la emigración. Como habitualmente pasaba en el franquismo, y el NO-DO es un ejemplo, ciertas noticias se ‘edulcoraban’ para no mostrar la dura realidad. El problema es que Manuel retrató lo que vio: desesperación, llanto, dolor…

Como ya dijimos esa foto es todo un símbolo y en ella están Xan Calo, y su hijo Xurxo que habían acudido al puerto a despedir a la madre y los dos hermanos de Xan. Todos ellos iban a América en busca de un mejor futuro, y en la foto se refleja la terrible tristeza de despedirse de un familiar. Hay un detalle en esa foto que me llama poderosamente la atención, es la mano del padre, una mano de campesino, consolando a su hijo manteniéndolo a su lado, en el regazo. Es un gesto que le da seguridad al hijo, pero también al padre: es la certeza de que no queda solo.

Espino de ñegral


Dice mi tío que se helaron todas la peras menos las que habían salido en un injerto que hizo en un espino de ñegral.

Me pregunto: ¿quién fue el primero al que se le ocurrió injertar un peral en un espino?

LNT te recomienda: Dorothea Lange


Una de las entradas más populares de este blog «La madre de Suso» está acompañada por una foto icónica de una madre, con dos hijas de corta edad a su lado, con la mirada perdida en el horizonte.

Esa foto se titula ‘Madre migrante’ y fue realizada en 1936 por la fotógrafa americana Dorothea Lange, la cual había sido enviada por la State Emergency Relief Administration (SERA) para documentar y mostrar visualmente las pobres condiciones de trabajo y alojamiento de los trabajadores agrícolas migrantes desplazados a California.

Durante la Gran Depresión de los años 30, las grandes llanuras del centro de los EEUU se vieron azotadas por una severa sequía y terribles tormentas de polvo. Años y años de cultivo intensivo, combinado con los efectos de la sequía hizo desaparecer la cubierta vegetal de los suelos; la sequía y las tormentas de polvo destruyeron las cosechas lo cual arruinó a miles de granjeros. La situación era especialmente grave para propietarios de pequeñas granjas los cuales, al fallar las cosechas, no pudieron hacer frente a las deudas contraídas y terminaron perdiendo sus propiedades a mano de los bancos y acreedores.

Sin trabajo y sin posesiones, cientos de miles de granjeros (más de 375.000, según algunas fuentes) “Oakis” y “Arkies” como eran llamados despectivamente los habitantes de los estados de Oklahoma y Arkansas, empezaron a desplazarse hacia el Este, hacia California (de donde llegaban rumores que había la posibilidad de encontrar un trabajo temporal en la agricultura). La foto es un ejemplo de la dureza del desplazamiento y de la desesperación de quienes emigraban, los cuales además se encontraban con unas duras condiciones, muy bien descritas en “Las uvas de la ira” de John Steinbeck que tal vez alguno de ustedes haya tenido ocasión de leer (también hay una película basada en la novela).

Las fotos de Dorothea Lange, además de poseer un gran valor estético, son un documental de Gran Depresión. Gracias a estas fotos, la opinión pública conoció la situación de los granjeros lo cual facilitó la movilización de fondos para paliar la su situación; las fotos sirvieron para publicitar las actividades de la Farm Security Administration (organización impulsada por el presidente Roosevelt, en el marco del New Deal, para ayudar a los trabajadores agrícolas afectados por la crisis económica) y que los ciudadanos de estados no agrícolas comprasen sus bonos. Se podría decir, en cierta manera, sus fotos además de reportaje fueron también un instrumento de publicidad.

Las fotos de D. Lange expresan también su compromiso con la época y con las personas que no tienen voz. Aunque menos conocidas, destacan también sus fotografías de los americanos de origen japonés (especialmente niños) que, a partir del ataque a Pearl Harbour, fueron enviados a campos de concentración en America. Sus fotos, en este caso, son una denuncia de la detención de personas inocentes sin ningún cargo criminal y sin la posibilidad defenderse; alguna de estas fotos pueden verse en este enlace.

 

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