Las mentiras del turismo rural


Hace semanas, en este mismo blog, veíamos como las políticas de los últimos 30 años han sido nefastas para el Norte y Noroeste de España. Intentaron acabar con la ganadería, con la agricultura, con la poca industria que había… Consiguieron cerrar las minas…

Lo curioso es que, después de todas estas fechorías, la gente se sorprenda que los pueblos queden sin gente.

Es curioso también que esos mismos ‘listos’ que han venido avalando y aplicando estas ‘antipolíticas’ crean tener la SOLUCIÓN a todos los males, y no es otra que, tatachán, tatachán… el turismo rural.

Políticos de uno y otro signo repiten como el ‘ora pro nobis’ (como un ‘mantra’, que dirían los modernos) que el turismo puede ser motor de desarrollo. Que si avistar lobos en la Sierra de la Culebra… que si las Reservas de la Biosfera… que si el Museo del Botijo Español (que, por cierto, en León siempre se llamó ‘barrila’)… que si una estación de esquí de fondo en Babia… que si una Cátedra de Turismo Rural y Desarrollo Sostenible…

Nada. Afirmar que el turismo es una ‘apuesta de futuro’ es una falacia. Parece más bien un discurso improvisado y dirigido a ingenuos o incautos votantes.

Cuando un político habla de la potencialidad del turismo para crear riqueza o como motor de desarrollo de una comarca, provincia o región, en realidad está disimulando su falta de ideas y demostrando que no sabe ni de economía, ni de desarrollo. Sí, sí. Suena bien aquello de ‘necesitamos desarrollar el potencial turístico de la provincia’, ‘tenemos que poner en valor el patrimonio’… Pero son generalidades. No deja de ser más que un discurso sin contenido. 

El turismo no es la panacea, y no porque lo diga yo. Lo dice también un economista llamado Miquel Puig que ha escrito varios libros y numerosos artículos criticando los modelos económicos basados en el desarrollo turístico. Además, sus teorías están sólidamente avaladas por datos; así por ejemplo Baleares que ha apostado por el turismo tiene una renta per cápita más baja y más paro que Lérida, y hace 30 años era al contrario. 

El turismo no crea apenas riqueza, porque es una actividad de bajo valor añadido y que paga salarios basura. A ello se añade que la demanda turística es elástica en relación al ingreso y los precios. Respecto al ingreso, pongamos por caso que alguien se queda sin trabajo, pues de lo que primero prescinde es de los gastos suntuarios (p.e., una escapada a una casa rural). Respecto a los precios, si un dueño de una casa rural decide subir los precios, la gente se va a otro lugar. En realidad para atraer a algo de turismo hay que ‘reventar’ los precios a la baja. Y cuanto menor poder adquisitivo tenga el turista, peor. Seamos sinceros, la mayoría de los turistas por lo general gastan poco, y muchos de los que van a las casas rurales llevan del supermercado de la capital hasta el pan. 

Por otro lado, también hay tener en cuenta las ‘externalidades’ que generan las actividades turísticas; así por ejemplo, dedicar el Parque Nacional de Picos de Europa a usos recreativos, como la caza o el turismo, tiene un coste muy alto para los ‘usuarios’ tradicionales de estos espacios que, en este caso, son los ganaderos. Sin embargo, nadie contabiliza esos costes, excepto quienes los sufren. No todo lo que trae el turismo es el maná; por ejemplo, proteger los lobos tiene un coste que va más allá del precio con el que la Administración indemniza al ganadero en caso de que pierda alguna res.

Además el tipo de modelo de turismo rural propuesto pretende convertir al campo en un ‘parque temático’ para consumo de la gente estresada de la ciudad. Todo idílico: naturaleza ‘salvaje’, ‘pajaritos’, prados verdes, sol… Los problemas se presentan cuando llueve en verano, te encuentras con ‘peligrosos’ perros ‘sin bozal’ al salir a pasear por el monte, en las calles hay ‘moñicas’ y ‘cagayas’, bañeras y somieres te ‘fastidian’ la foto del prado, los perros ladran por la noche y los gallos cantando al ser de día no te dejan dormir, etc, etc. Porque quizás ese turista desconoce que a veces llueve en verano lo cual, todo sea dicho, es una bendición para el campo, los mastines están para proteger los rebaños, las vacas beben mucha agua y no son como los gatos que las puedes enseñar a que vayan a cagar al arenero, los perros ladran y los gallos cantan así empieza a amanecer e incluso antes… etc, etc.   

Por último, hay que subrayar que la mayoría de inversiones públicas que se hacen para fomentar el turismo rural, y el caso de León es un muy buen ejemplo, son un despropósito y un despilfarro de dinero. La promoción turística ha sido una de las excusa de los políticos de turno para viajar por el mundo a costa de los contribuyentes. Para muestra, los viajes de Isabel Carrasco cuando estaba al frente de la Diputación; o del alcalde de León, Francisco Fernández, que gastándose un dineral fue a Nueva York, ni más ni menos, a promocionar los productos agroalimentarios de la provincia. ¡Qué Dios nos asista! ¡Nueva York! ¿Alguien sabe cuántos neoyorkinos nos han visitado desde entonces? ¿Alguien sabe cuántos kilos de chorizos leoneses o alubias se han exportado a Nueva York? Pregunto más que nada para saber cuántos siglos faltan para acabar de amortizar la ‘inversión’ realizada. Por favor, que dejen de tomarnos por idiotas… 

Para ir cerrando el artículo, y resumir de alguna manera lo dicho hasta ahora, les diría que el turismo es ‘pan para hoy y hambre para mañana’. Desengáñense de una vez: el turismo no es un motor de desarrollo. El turismo es un complemento, una ‘limosna’. De limosnas no se vive. En provincias como León hacen falta inversiones y que las instituciones públicas gasten el dinero en iniciativas para crear verdadera riqueza. Faltan personas comprometidas con la provincia, y sobran especuladores y vendedores de humo.

En fin… queda dicho: no crean a los charlatanes, y menos a aquellos que les presentan el turismo rural como la panacea y la solución a los graves problemas que padecen provincias como la de León.

¿Estás de acuerdo con estas opiniones? Pues, déjate de comentar en Facebook y deja aquí, más abajo, tus comentarios. Puedes comentar de forma anónima, no es necesario registrarse, ni dejar el correo, ni nombre, ni dato alguno.

 

Buscando culpables de la despoblación…


Últimamente leo muchas cosas sobre la pérdida de población en la provincia de León y la falta de dinamismo económico. La gente opina y no da un sólo dato. Yo también tengo una opinión que comparto con ustedes, pero les voy a mostrar algunos datos.

Antes de entrar en materia, dos precisiones. Una, la pérdida de población es el síntoma, no la enfermedad. Dos, es fácil encontrar culpables y ver la paja en el ojo del vecino que no la viga en el propio; en nuestro caso lo más sencillo es culpar a la Junta de Castilla y León de todos los males, y alguna culpa tiene, pero… vayamos por partes.

En primer lugar hay un factor demográfico que explica la pérdida de población en la provincia. Acabada la Guerra Civil, en los años 1942-43 se disparó la natalidad. Cuando esa generación llegó a la edad de tener hijos (entre 1968 y 1970) se produjo un auténtico «baby boom» en España y en León. Sin embargo, unos años antes, en provincias como León había empezado la emigración masiva de gente joven hacia Madrid, Barcelona, Bilbao, Gijón y otros centros urbanos e industriales. Como era de prever, en los años siguientes, la natalidad empezó decaer fuertemente. En 1976 en la provincia de León hubo 7.349 nacimientos, en 2015 la cifra se había reducido a más de la mitad (3.026 nacimientos) y eso que ya se contaba con un porcentaje mínimo de población extranjera, con tasas más altas de natalidad que los autóctonos.

Llegados a día de hoy, el resultado es que muere más gente de la que nace y la provincia pierde población. Así que si alguien quiere buscar culpables, que mire a la emigración de los años 60-70 y posteriores. En 2016, según datos oficiales,186.328 personas nacidas en León residían en otra comunidad autónoma, principalmente Cataluña, Madrid y País Vasco. Faltaría computar las personas nacidas en León que viven en otros países.

Un segundo factor que explica la decadencia de la provincia, fue la entrada en la llamada Comunidad Económica Europea, hecho que ocurrió en 1986. Aunque a veces se olvida, León salió seriamente perjudicada por este proceso. Al igual que otras provincias septentrionales de España, León tuvo la mala suerte de que sus principales producciones agrarias (carne, leche, remolacha o lúpulo) fuesen excedentarias en países del norte de Europa, como Francia, Holanda o Alemania. A partir ese momento, con la famosa PAC (Política Agraria Comunitaria) el campo leonés quedó en manos de los burócratas de Bruselas. Se pagó por dejar de producir leche, por arrancar plantaciones de lúpulo, por arrancar viñedos, etc.

Como pueden ver en el siguiente cuadro los datos hablan por sí solos.

En muy pocos años la provincia de León perdió 1/3 de la cabaña de bovino, quedando 1/4 parte de las vacas lecheras que había en 1985. ¿Se acuerdan de las famosas ‘campañas de saneamiento ganadero’? Un día escribiré sobre ello…

Con el lúpulo, la remolacha, o las patatas, o el viñedo pasó lo mismo, y acá la prueba:

Tanto la superficie cultivada de lúpulo como la de patatas se redujo en un 75%. El cultivo de remolacha se redujo en un 65%, sumándose a ello el cierre de la azucarera Santa Elvira en León en 1992 y la de Veguellina en 1998. Esas fábricas eran empleos, riqueza… 

Otro tanto ocurre con el número de explotaciones agrarias. De 62.685 explotaciones en 1985 se pasó a 15.171 en 2009. Echen cuentas: quedan una cuarta parte de las explotaciones. No hacen falta estadísticas, ya que la realidad salta a la vista. Basta dar una vuelta por cualquier pueblo de la provincia: en pueblos donde antes había 30-40 familias que vivían de la agricultura, hoy quedan 2 ó 3. Miles de fincas están de fuelga, criando escobas y maleza…

La guinda al pastel de las políticas comunitarias, fue el reciente cierre de las minas de carbón. Cabe recordar, no obstante que ya hace muchos años que se intenta acabar con la minería. Seguramente que buena parte de los lectores recordará que en los años 80 se cerraron numerosas minas y la gente se tuvo de ir a buscar trabajo en otros sitios.

Poco a poco, empujada por esas ‘antipolíticas’ europeas, las bases tradicionales de la economía leonesa se fueron yendo al carajo. Para compensar, la Unión Europea puso en marcha diversos programas de inversiones como los FEDER, LEADER I, LEADER II, FEADER, PRODER, MINER, y su p…ta madre. Paliativos, que han ido prolongando la agonía de las zonas rurales. ¿Qué se sacó en limpio de todos estos programas? Nada, o casi nada. Todo fueron proyectos, proyectos y proyectos. Mucho humo y mucho papel mojado. Se hizo alguna que otra residencia para la tercera edad, algún museo que no visita nadie, centros de interpretación, y muchas, muchas carreteras; como dijo un paisanín de por ahí arriba: «Ahora que no queda nadie y nosotros somos viejos nos pusieron carreteras nuevas«. Pues eso…

En tercer lugar, sí, es el momento de hablar de Valladolid y de la Junta de Castilla y León. Se constata que León ha perdido en favor de Valladolid la ‘centralidad’ que antaño tenía. Geográficamente, León limita con 6 provincias (Zamora, Orense, Lugo, Asturias, Cantabria, Palencia y Valladolid) e históricamente ha sido el principal nudo de comunicación del Noroeste; de esta manera empresas como Telefónica o Correos tenían aquí la sede para el norte y noroeste de España. Hoy no, hoy todo pasa por Valladolid, capital de ese engendro de comunidad autónoma que es Castilla y León; por tanto, más que perder la centralidad, habría que decir que se la quitaron.

En cuarto lugar, conviene recordar que los problemas de despoblación y de falta de dinamismo económico de León no son algo exclusivo de esta provincia. Zamora, Orense, Lugo o Asturias enfrentan problemáticas similares. Desgraciadamente, no estamos cerca de centros de producción y consumo, como Barcelona, Madrid o Bilbao y somos una provincia periférica de Castilla y León, de España y de Europa, con todo lo que ello implica.

Es una obviedad señalar que las políticas centralistas de la Junta han perjudicado a León, a Zamora, a Salamanca. Pero de ahí a culpabilizar exclusivamente a Valladolid y a la Junta de todos los males de León, hay un buen trecho. Hablar de colonialismo o neocolonialismo en relación al centralismo de Valladolid es un delirio. Lo peor de ese discurso es ignorar que los propios leoneses (y el sistema político clientelar / caciquil imperante que sostiene a los políticos leoneses) son / somos responsables de la situación. Cada uno hace lo que puede para cuidar su pesebre…

Culpar a los demás de los males de uno es fácil, ya que así se elude toda la responsabilidad propia. Pero la realidad es mucho más prosaica y dolorosa: somos un país de caciques. Así de triste. Así de sencillo.


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La forto que acompaña esta entrada es de ✈︎ armandogalonso.com on Foter.com / CC BY-NC

Lecturas recomendadas: La casa de mi padre


Debo reconocer que empecé a leer este libro con ciertos prejuicios. No sabría ahora explicar convincentemente a qué respondían. Quizás había un recelo hacia el optimismo del autor.

Como ya saben, esto es una reseña, una opinión particular, no un resumen del libro. Y si lo reseñamos acá, es que es un libro que vale la pena. Antes de entrar en materia cabe notar que el título completo es: “La casa de mi padre: manual para la reinserción de los territorios campesinos en la sociedad contemporánea”; es decir, conviene precisar que este libro es también un manual de ‘desarrollo rural / local’.

Me gustó el libro porque, por un lado y desde lo personal, me reconozco en el padre del protagonista, con esa añoranza permanente de la tierra materna. Por otro lado, considero que este libro hace aportes muy interesantes y esa es la razón de que aparezca recomendado acá.

Para mi, uno de los principales aportes es la crítica que hace a los ecologistas y sus propuestas de conservación incompatibles / enfrentadas con las actividades tradicionales. Acertadamente, señala el autor que en muchos casos, los ecologistas, surgidos de un movimiento urbano, están fascinados por la idea del regreso de una naturaleza salvaje ajena al hombre. Sin embargo, como indica Jaime Izquierdo, “Conservar no es permanecer impasibles al desconcierto, la extinción de la cultura local y la deriva ecológica del territorio. Es hora de decir bien alto que ningún paisaje campesino, espacio, territorio protegido, parque natural o nacional se conservará si un activo sistema económico local agroecológico y pertinente que lo gestione. Es hora de decirlo con toda claridad: el proceso de deriva ecológica en el que han entrado los espacios protegidos de montaña está poniendo en peligro la propia conservación de la naturaleza y de la biodiversidad para la que, paradójicamente, fueron creados”. Y es el autor tiene claro que incluso los paisajes naturales son creación humana.

Para Jaime es necesario «contrarrestar y poner freno a la potente maquinaria de propaganda institucional nacida del pensamiento industrial y alimentada desde las Administraciones públicas, desde buena parte del movimiento ecologista y desde algunos reductos de la ciencia, impulsores en España de una política de conservación de la naturaleza ajena y separada de la historia agraria, la gente de las aldeas y de las miles de pequeñas culturas campesinas locales que construyeron los paisajes que, y injustificada incomprensiblemente también, llamamos naturales. Porque, en el fondo, y esta es otra de las paradojas, cuando se habla de espacios protegidos, de lo que se está hablando al fin y al cabo es de convertir en parques temáticos para consumo turístico alguno de territorios surgidos de la intervención humana y que siempre tuvieron un uso agroganadero«.

Como afirma vehementemente, no es que algunas actividades tradicionales sean compatibles con los objetivos de conservación de la naturaleza, como se ha venido sosteniendo. No es una cuestión de compatibilidad entre los objetivos de conservación y los de desarrollo, es una cuestión de necesidad. Afirma el autor del libro, y coincido plenamente con él, «la actividad agroecológica local bien regulada e integrada es necesaria para conservar ecosistema y la diversidad tanto silvestre como doméstica. Dicho de otra manera, la conservación de la naturaleza depende del acierto, pertinencia y la excelencia con que se aplique una renovada gestión campesina. La conservación de la naturaleza está subordinada y es tributaria de la forma y la intensidad con la que se desarrolla la actividad agraria”.

Otro de los aportes, es la crítica a las políticas desarrollistas de los años 60-70 del siglo pasado. No sólo se pusieron en marcha políticas marcadas “por una visión simple, dogmática, paternalista, autárquica y radicalmente tecnocrática” sino que “el conocimiento campesino fue primero denostado por las élites políticas y técnicas del franquismo y después -salvo excepciones- obviado por el ejército de licenciados salidos de las universidades y escuelas técnicas españolas entre los años sesenta y setenta del pasado siglo XX que nutrieron los dos principales, poderosos e influyentes cuerpos de burócratas al servicio de la Administración pública que se repartieron el mundo, partiéndolo por la mitad: unos se encargaron intensamente del desarrollo, y se hicieron desarrollistas, otros hicieron lo mismo con la conservación de la naturaleza, y se hicieron conservacionistas”.

Un tercer aspecto interesante del libro es el análisis y caracterización del conocimiento campesino. Nota el autor, muy acertadamente, que el conocimiento campesino forma en técnicas y en VALORES; en relación a ello, los cuentos, fábulas, leyendas, etc, son un ‘mecanismo de transmisión’ de una generación a otra. También otorga una gran importancia a las formas de cooperación campesina y al derecho consuetudinario, recogido las ordenanzas.

En cuarto lugar, y no es un aporte menor, Jaime construye todo un modelo, una propuesta metodológica para el diseño y gestión de los territorios campesinos que ‘abre la puerta a la esperanza’ para evitar la desaparición del mundo rural. De ese modelo, yo rescataría algunos aspectos interesantes, aunque se trata de capítulos que parecen dirigidos a gestores públicos, o una herramienta para los gestores / agentes de desarrollo rural.

Por último, este libro ‘ofrece’ pequeños descubrimientos. Cosas que estaban ahí, pero que uno desconocía, o no se había parado a pensar, como por ejemplo lo de ‘educar a los ganados’ los cuales son casi de la familia; el rol de las abuelas en la transmisión del conocimiento; etc.

El libro vale mucho la pena, aunque también hay aspectos criticables. Desde mi punto de vista ofrece una visión ‘antropológica’ (y no histórica) de los territorios campesinos y, quizás por ello, se le escapan cosas o el análisis es errado. Desde mi punto de vista hay varias ‘imprecisiones’, por decirlo de alguna manera.

Una de ellas es considerar que el origen de la desarticulación de la agricultura preindustrial está en la industrialización y se aceleró con el modelo de ‘modernización agraria industrial’ impulsado por el Plan de Estabilización de 1959 y las reformas estructurales de la economía española impulsadas por éste. Cabe precisar por un lado que este proceso de desarticulación empezó en la segunda mitad del siglo XIX con el liberalismo y medidas como las desamortizaciones (que incluye la puesta en venta de los comunales), la retirada de atribuciones de gobierno a los concejos y la creación de los municipios (eje del caciquismo) y con la intervención del Estado en el monte a través del Cuerpo de Ingenieros de Montes (creado, si no recuerdo mal, en 1853). Por otra parte, los procesos de modernización no siempre son malos y la mecanización de las labores del campo o la introducción de cultivos industriales no siempre fue negativa (ejemplo de ello serían la difusión de la electricidad y la introducción de los tanques de frío en la montaña para la conservación de la leche, o la difusión del cultivo del lúpulo en la ribera del Órbigo en León). Lo que sí es criticable es que estos procesos de modernización en muchos casos rompan con la lógica de funcionamiento precedente, creando una excesiva dependencia de insumos exteriores o del mercado.

Otra pequeña imprecisión es señalar que el modo de organización campesino se remonta al Neolítico lo cual no es exacto. Los concejos, la división en hojas del terrazgo, o las rotaciones de cultivos, por ejemplo, son ‘creaciones’ originadas en la Edad Media que se fueron perfeccionando a lo largo de la Edad Moderna. Por otra parte, se debe notar que las instituciones (y las regulaciones locales) también son ‘innovaciones’. En relación a ello, el análisis de Jaime de la parroquia como una célula es demasiado estático y no registra que el propio ordenamiento consuetudinario era algo dinámico. Las costumbres no eran inamovibles y las ordenanzas se iban redactando para acomodarlas a los tiempos; es más, siempre hubo tensiones entre las prácticas diarias, los usos consuetudinarios y las leyes impulsadas por el Estado.

Por último, es discutible considerar que las economías de montaña preindustriales fuesen de subsistencia. Es cierto que estaban orientadas a la reproducción de la unidad familiar, pero no eran de subsistencia ya que había intercambios (vendían ganados, maderas y leñas y compraban cereales y vino), e incluso en algunos casos eran economías muy dinámicas, capaces de sostener a un mayor número de población. Justamente en relación al crecimiento demográfico, tradicionalmente funcionaban frenos maltusianos o soluciones boserupianas lo cual se ignora y encaja mal en la visión estática de la parroquia como una célula.

En fin. Ya para acabar, coincido con Jaime cuando defiende la rehabilitación y actualización de la cultura campesina porque su experiencia histórica y su extenso currículo como gestora, la acredita como idónea para la gestión de los territorios rurales. También estoy de acuerdo cuando señala que ‘tenemos la obligación de crear un futuro y que ese futuro puede ser una oportunidad para los jóvenes’. Lo que nos diferencia es que yo soy tremendamente pesimista respecto al futuro de los espacios rurales y la gente del campo.

La vieya’l monte, la invención de la tradición y el ‘efecto pizza’


Hace unos días, a finales del 2018 en las redes sociales hubo una interesante polémica en relación a la llamada ‘Vieja del Monte’ (sic). Todo venía a raíz de la organización el 22 de diciembre por parte de la Asociación Cultural La Parva de la II Cabalgata de la Vieya’l Monte.

Unos días más tarde empezó a circular por las redes un texto de Leoncio Álvarez que pueden encontrar en este enlace, en el que se criticaba a quienes «quieren manipular ignorando la realidad y falsificando los hechos impunemente y de manera masiva» convirtiendo a la Vieja el monte «en algo más del consumo, deformando lo que fue». A su vez, se denunciaba «la falta de respeto a las tradiciones y a las personas que vivieron con ese mito». Vaya por delante y quede dicho que suscribo línea por línea lo dicho por Leoncio.

Unos días más tarde, el periodista Javier Callado publicaba un artículo titulado «El nuevo sentido de la tradición» y en algunas redes sociales se montaban espolines a cuenta de la supuesta recuperación de la Vieya’l Monte. Defensores y detractores de esta tradición se engancharon en calurosas discusiones. No faltaron también popes como que dieron su opinión. Así por ejemplo, Trapiello dictó cátedra desde su columna en Diario de León. También A. Vlamaseda, reconocida agitadora cultural del mundo leonesista, parte interesada en el tema, publicó un panfleto donde señalaba: «Hemos recuperado una tradición leonesa que estaba prácticamente olvidada y seguimos trabajando por conservarla y ampliar el conocimiento de la misma porque, entre otras muchas cosas, la ilusión en los ojos de los más pequeños nos compensa de los sinsabores que nos producen algunos mayores».

Pues bien, con la Vieya’l monte no se está recuperando ninguna tradición, sino que más bien es un claro ejemplo de ‘invención de la tradición’, término que popularizaron E.J. Hobsbawm (un reconocido historiador británico) y T.Q. Ranger en un libro titulado precisamente «La invención de la tradición». Afirmaban los autores que muchas de las tradiciones que son consideran como antiguas en realidad son recientes y en muchos casos inventadas. Consideran Hobsbawm y Ranger que el surgimiento de muchas tradiciones están ligadas al desarrollo contemporáneo de la idea de nación y el nacionalismo, ya que estas tradiciones tienen un carácter identitario y sirven para promover unos rasgos distintivos propios y/o legitimar ciertas instituciones o prácticas culturales.

Y algo de eso hay en la «Vieya’l monte»; en las redes sociales hemos visto como algunos leonesistas furibundos reburdiaban y saltaban a la yugular de quienes, como I. Martínez Lobo, criticaban la poca rigurosidad en la recuperación de algunas tradiciones y todo lo que estos aquelarres tienen de invento. Y es que, obviamente se quiere presentar a la Vieya’l monte como algo ‘auténticamente’ leonés frente al Papa Noel, o los Reyes Magos. No obstante, y paradójicamente, los que promueven esta tradición se limitan a ‘sustituir’ unas figuras por otras sin aportar nada nuevo. La cabalgata con personajes disfrazados de reyes que llegan de Oriente el día 5 a la noche, es sustituida por una cabalgata con una persona que disfrazada de vieja reparte caramelos y juguetes. Hay una amalgama un poco extraña ya que se cambian las fechas, pero en esencia la ‘vieya’ hace lo mismo que hacían los Reyes Magos.

Bien. Lo curioso es que en la ‘invención de esta tradición’ también se da lo que se conoce como ‘efecto pizza’, término acuñado en los años 70 por un profesor de antropología llamado Agehananda Bharati. Imagino que muchos lectores se preguntan qué es el efecto pizza. Pues bien, resumiendo mucho la cosa, la pizza italiana era muy diferente a la que hoy conocemos. Básicamente era una masa de pan horneada con un poco de tomate (y a veces queso). No era, ni mucho menos, la comida popular que hoy conocemos. Este producto fue ‘exportado’ a los EEUU y ahí empezaron a añadirle otras cosas para hacerla más atractiva (embutidos, verduras, etc). Para los americanos ‘era’ un producto italiano auténtico aunque poco tenía que ver con el original italiano. Esta nueva versión inventada fue ‘exportada’ a todo el mundo, incluida Italia. Hoy en día, nadie duda que ese tipo de ‘pizza’ es un producto genuino italiano, aunque en origen no lo sea.  

Con la ‘Vieya’l monte’ hay un ‘efecto pizza’ en tanto que se quiere presentar como ‘genuino’ lo que no deja de ser un invento, y me estoy refiriendo a la iconografía de cómo es representada.  Si se fijan en la manera cómo se representa la figura de la vieja es la que aparece en «La Mitoloxia Popular del Reinu de Llión» de Nicolás Bartolomé Pérez publicado en 2013. En ese libro, al dibujante (Alberto Álvarez Peña) se le ocurrió dibujar a la vieja con galochas, pañuelo negro en el pelo, arrecadas grandes, toquilla roja, mandil blanco, etc. Se le podía haber ocurrido dibujarla de otra manera. Lo curioso es que quienes, digamos, ‘resignificaron’ esa tradición se apoyan en una iconografía ‘inventada’, surgida de la imaginación de un dibujante.  De esta manera, se comprueba  que la vieja de la cabalgata, todas las artesanías, adornos, etc, lucen de la misma manera que el dibujo original. Al igual que en el efecto pizza, se toma como original algo que es inventado.

Decía Leoncio que «no fue la vieja el monte lo importante, sino su pan». Mucho me temo que quienes intentan recuperar la tradición no entienden nada de esto.

 

Un negro panorama en 2018


 

Ya estamos en 2018 y uno enseguida se olvida de todo lo malo del año que recién termina. Mejor…

En el 2017 hubo voraces incendios que asolaron al país hermano, Portugal, causando varias víctimas mortales; también en agosto, la lumbre arrasó en La Cabreira unas 10.000 hectáreas de monte y obligó al desalojo de varios pueblos. A finales de ese mismo mes recordarán que hubo una terrible tormenta que ‘apedrió’ numerosas plantaciones de lúpulo en la ribera del Órbigo, ocasionando cuantiosas pérdidas. Y en estos últimos meses del año hemos padecido una pertinaz sequía, quizás la peor de los últimos cuarenta años, que ha ofrecido imágenes inéditas como la de un totalmente vacío pantano de Luna.

A ello se añade que los meses de verano y principios de otoño en León han sido inusualmente calurosos, y en toda la provincia las temperaturas han sido entre 3 y 4 grados superiores a la media de los últimos años. Como el lector puede anticipar, sin lugar a dudas los numerosos incendios habidos y su intensidad tienen también que ver con esta subida de las temperaturas.

Aunque la mayoría de científicos están convencidos que se trata de fenómenos asociados al cambio climático, uno puede pensar como Trump y los negacionistas y considerar que el aumento de las temperaturas son fenómenos recurrentes y cíclicos; ya en la Edad media se vivió el Óptimo Climático Medieval, un inusual aumento de las temperaturas en la Europa Atlántica; a este período le siguió una pequeña Edad de Hielo, etc.

Pues no. En este caso, el aumento de las temperaturas es global. De hecho, el pasado mes de julio fue el más caluroso a nivel mundial desde que se tienen registros históricos de temperaturas. También en España se batieron récords de temperaturas máximas en varias estaciones meteorológicas.

Poca broma con la subida de las temperaturas, porque a su vez ese ‘pequeño’ incremento de las temperaturas tiene consecuencias importantes en otros fenómenos como El Niño o La Niña, o la potencia de los huracanes en el Atlántico Norte. Este año, sin ir más lejos, la temporada de huracanes dejó varios récords, como por ejemplo el huracán de mayor potencia desde el 1851, año en que se empezó a llevar registro.

Justamente uno de los principales ‘síntomas’ del cambio climático es lo impredecible del tiempo (se comprueba cada vez más que ‘el tiempo está loco’ con calor en febrero, nieve en mayo, etc); otro ‘síntoma’ son los fenómenos extremos (granizadas nunca vistas, tornados en Europa, lluvias torrenciales en el norte de España, etc)

Bien. No les voy a dar más el tostón, porque ya los medios de comunicación advierten continuamente de todas las consecuencias ambientales, económicas y sociales del cambio climático. Generalmente uno espera que sean los gobiernos los que tomen medidas y ratifiquen acuerdos y convenios (Kyoto,  Copenhagen, París, etc), y estamos convencidos que el cambio climático únicamente afectará a los países pobres.

Como viene siendo habitual, uno espera que el Estado haga algo, y uno se olvida tranquilamente del tema…

 

¡Qué suerte que empezamos 2018 y en poco tiempo nos habremos olvidado de todo! Y así, hasta que dentro de unos años vuelva a haber unos terribles incendios o una fuerte sequía…

Desconozco al autor/a de la foto. Me llegó por las rrss y el único dato del que dispongo es que fue tomada en Villanueva de Carrizo.

Peligro! Se acerca la Navidad…


 

No soporto las Navidades, esa época del año en la que los tontos se multiplican. No dejarse llevar por la corriente es imposible… Con profundo desánimo compruebo además que cada año en León las modas navideñas son más estúpidas. Primero fue papá Noel y hubo que soportar ver los ridículos ‘papás noeles’ colgados de balcones y ventanas. Y hace dos o tres años, o quizás un poco más, apareció otra moda más, la vieja del monte.

Parezco Javier Marías, pero todo esto me desborda. Y por eso protesto, aunque no sirva de nada. Y sí, cada año, me paso las Navidades protestando.

Ya Alberto Flecha explicó aquí y aquí algunas cosas de la vieja del monte, mostrando cómo se van ‘inventando’ las tradiciones. En este caso, la ‘tradición’ deriva de un mito presente en León y en muchos otros lugares, como explica N. Bartolomé en su libro sobre mitología leonesa; también Miguel Angel González detalló magistralmente en este post posibles ‘significados’ de la vieja del monte y la existencia de mitos similares en otras regiones del mundo.

Da igual. La gente erre que erre. La cosa es diferenciarse del resto del mundo mundial y tener tu ‘propio papá Noel’. En el fondo es caer en lo mismo. La vieja del monte es la excusa… La cosa en estas fiestas es hacer lo mismo que hace el resto del rebaño… beeee, beeee.

Mi sugerencia es que sean comedidos… y que si van a regalar algo, regalen cultura, regalen amor, regalen ilusión… y consuman productos locales. Y miren, un buen regalo para los rapaces de la casa podría ser el libro que aparece en la foto: Esbardu. Vocabulariu llionés ilustráu. Es más que un libro: recoge también el ‘empeño’ de alguna gente para que el leonés no acabe de morir. O no lo acaben de enterrar, según se mire…

En fin…


La foto que encabeza la entrada está sacada de Foter.com

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