La inexorable muerte de los pueblos


Hubo una época en la que no había Estado, o éste no estaba muy presente. Hubo una época, posterior, en la que no se podía esperar nada del Estado más allá de impuestos y movilizaciones de los mozos para guerras. Por esta razón durante siglos los campesinos se organizaron comunitariamente para arreglar los caminos y las presas de riego, para tener escuela o médico, para dotarse de agua corriente y electricidad, etc.

Para ello se creó toda una economía colaborativa: hacenderas, veceras, derramas… y de esta manera poder salir adelante sumando esfuerzos y recursos. También crearon mecanismos solidarios para ayudarse unos a otros en casos de necesidad. Era la única manera de sobrevivir. Eran tiempos de mucha escasez.

Durante siglos nunca se esperó al Estado para que hiciese o no hiciese. Después, sí, vino el llamado ‘Estado del bienestar’ y las distintas administraciones del Estado se hicieron cargo de todo: carreteras, dotación de escuelas y médicos, agua corriente, electricidad, etc. Los vecinos ya no tenían que hacerse cargo de nada. Además ningún vecino necesitaba nada de nadie. Eran (y son) tiempos de abundancia.

De hecho, nos hemos acostumbrado a que el Estado provea. ¿Para qué organizarse para despejar un camino cortado por la nieve si hay una quitanieves del Ayuntamiento o la Diputación que lo harán? Y si no lo hacen, pues protestamos un rato y ya está. Pero nada de organizarse. Es obligación del Estado, la Diputación, o el Ayuntamiento, y punto.

Ahora bien, el Estado no es un ente abstracto que tiene vida propia. El Estado es ‘gestionado’ por el Gobierno surgido de las elecciones. No sé si lo empiezan a ver. Las elecciones se ganan con votos y el voto se concentra en las ciudades. Además hay todo un sistema clientelar que hace que todas la decisiones importantes se acaben tomando en las capitales. Los pueblos no dan votos y no interesan, aunque para mantener ese sistema clientelar / caciquil hay que hacer ver que se van haciendo cosas: una fuente acá, una plaza allá…

Mientras tanto los pueblos se quedan sin gente. Unos y otros culpan al gobierno central o al autonómico, pero se sigue votando a los mismos. Y sí, es obvio que las administraciones del Estado son también responsables de que la gente se vaya de los pueblos, pero cada vez está más claro que no van a hacer nada. Que no pueden hacer nada. Lo que hacen es poner tiritas aquí y allá, mientras el paciente se desangra…

No cabe duda que hay muchas medidas que ayudarían a ‘fijar’ población en las zonas rurales: incentivos fiscales, ayudas económicas, mejores servicios, etc. Pero que nadie se engañe, la gente joven ya no va a volver a los pueblos porque pongan banda ancha o mejoren las carreteras. Además la decisión de vivir a un pueblo no tiene únicamente que ver con que haya peores o mejores servicios o incentivos… En los pueblos sólo quedan los viejos, y los viejos, seamos sinceros, únicamente piensan en ellos. Se les pasó la vida, y a la mayoría de ellos ya ni siquiera les preocupa demasiado lo que venga…

Quizás el lector está esperando que dé alguna receta contra la despoblación. Lo cierto es que no sólo no se me ocurre nada, sino que soy muy pesimista. Creo que es la despoblación es un proceso irreversible que no se frenará porque, entre otras razones, se seguirán poniendo parches que nada remedian. Creo también que responde a la lógica de la Historia: el abandono del campo es síntoma de profundos cambios en la economía. Quizás algún día la gente regrese a los pueblos, pero lo que viene ahora es una lenta muerte.

Mejor hacerse a la idea…

¿Estás de acuerdo con estas opiniones? Pues, déjate de comentar en Facebook y deja aquí, más abajo, tus comentarios. Puedes comentar de forma anónima, no es necesario registrarse, ni dejar el correo, ni nombre, ni dato alguno.

León y la perdiz


Hubo un tiempo en que en León fueron abundantes las perdices, ave de trapío que cumple con el patriótico rito, no patriotero, de que “donde nace, muere”, sobreponiéndose a a la dureza de una tierra áspera como la nuestra. Otra curiosidad de esta especie es que, cuando campea orgullosa con su pollada de pocos días de vida y esta ha de dispersarse o mimetizarse con el terreno ante cualquier amenaza, mamá perdiz, conjurado ya el peligro, llama con insistencia para reunir sus polluelos y continuar con las peripecias de su siempre azarosa existencia.

Magnífico ejemplo de abnegación e instinto de protección de los suyos. Nada mal le estaría a León tomar buena nota de la naturaleza e hiciera otro tanto con sus hijos dispersos por el mundo, ya que como madrastra y no como madre, ve partir a muchos de ellos sin ofrecerles una alternativa viable.

La continua sangría de leoneses, diáspora perpetua de jóvenes que buscan horizontes, a veces lejanos, no sólo esta vaciando la provincia sino que la está dejando sin la savia nueva, sin los retoños y pimpollos que pasan a adornar tierras ajenas. Es cierto que León es tierra dura y que se muestra esquiva para que se acomoden en ella sus naturales, pero no es menos cierto que parece que a veces las “fuerzas vivas” de la provincia, se complacieran con este éxodo o al menos se mostraran insensibles a este fenómeno que ya se ha cronificado entre nosotros.

Este proceder, este error de estrategia a largo plazo resultará si no letal si muy oneroso para los haberes del reino. León “exporta” sobre todo personas con formación, formación que resulta gravosa a sus respectivas familias para que después el producto de su esfuerzo se vaya a otros lugares, privando a su tierra natal de los beneficios de su trabajo si éste se sustanciara en su tierra. No se escuchan quejas del trabajo de los leoneses fuera aunque son prácticamente ignorados dentro.

Por eso es prioritario, vital, hoy que se habla de la fuga de cerebros que, a quien compete, asir las riendas de una vez y detener la hemorragia de de emigrantes patrios y hacer lo posible y hasta lo imposible para detener primero y revertir después esta fatídica tendencia. Hay que crear las condiciones óptimas para que regrese la mayoría de los “exiliados laborales”. León necesita, como el aire que respira, tener agentes sociales concienciados que sientan la llamada de la sangre y clamen por sus hijos y hermanos. Si así lo hicieren, el cielo se lo premie, si no, merezcan el desprecio y el castigo de aquellos sus paisanos a los que ignoran y desprecian.

De todos modos, como la confianza en que tal cosa ocurra, es más bien escasa, sirvan estas letras como vulgar canto de perdiz solitaria que desde un leve altozano clama y reclama que los hijos de León retornen a su tierra.

Urbicum Fluminem, enero de 2019

Photo by trebol_a on Foter.com / CC BY-NC-SA

Con respecto a la caza, el lobo y la ganadería


Estas interesantes reflexiones no son mías sino de Amparo B. que, en los comentarios a la entrada sobre las mentiras del turismo rural escribe:

Si desde el sector de la caza se diezma la fuente de alimento de los lobos, es lógico que los lobos ataquen el ganado. Y esto se lo dice la nieta de un pastor y transcribo casi literalmente lo que en su día decía mi ‘güelo’: «Los señoritos vienen de Madrid a cazar, luego se van y nos dejan a nosotros lidiar con los lobos que no tienen que comer«.

Es la pescadilla que se muerde la cola: lo cazadores “diezman” (pues no cazan), los ganaderos pierden y los cazadores se retroalimentan de la desesperación de los ganaderos para justificar poder seguir cazando…

Explico mi postura.

Muchas veces hablamos, teorizamos, reflexionamos y lo que se nos olvida es que la naturaleza es tan sabia que por sí misma se autorregula: es un círculo cerrado en el que el único intruso es el hombre que caza “por deporte”, no por necesidad, diezmando las fuentes de alimento y los recursos de los depredadores naturales. Estos depredadores, como todos los animales, necesitan comer y tiran de lo que tienen a mano: las reses de la ganadería extensiva. Y ahora la sucesión de acontecimientos:

—> El cazador “diezma” —> El lobo no tiene que comer y ataca al ganado —> La Administración indemniza muy por debajo del valor del daño —> El ganadero pierde, se enfada y se manifiesta diciendo que hay muchos lobos y hay que matarlos.

El paso siguiente es que la Administración (muchos de sus miembros cazadores), permite batidas para acabar con el lobo alegando ‘sobrepoblación’.

Y ahí se ve el doble beneficio de los cazadores: pueden seguir “diezmando” corzos, ciervos, etc… y además se cargan con la connivencia de la Administración (de la cual, vuelvo a repetir, muchos forman parte) los lobos que pillan por delante…

Porque no vean ustedes lo bien que viste en el salón de los palacetes burgueses de Madrid tener un lobo disecado…

Photo by mmariomm on Foter.com / CC BY-NC-SA

Mastín Leonés vs. Español


Que León pinta poco en el panorama nacional lo demuestra el hecho de que se haya dejado perder la denominación de uno de los rasgos distintivos de León. Nos estamos refiriendo a una mítica raza canina de inconfundible sello leonino: el mastín leonés que ¡pobrecito mío! ha sido despojado de su gentilicio y ha sido rebautizado como…¡¡Mastín español!! ¿Hay quien de más? ¿Sería extranjero antes?

Este hecho no supone novedad alguna y es que por enésima vez hay una mano misteriosa que estuviera empeñada en erradicar cualquier reminiscencia de todo lo que recuerde a León. Una evidencia más de la desidia de esta tierra que tolera con resignación estos desaires. Oremos porque nuestra Facultad de Veterinaria no haya tomado parte en este dislate.

León puede acreditar como propias dos razas caninas exclusivas dentro del panorama cinológico nacional, una es el Carea leonés —veremos por cuanto tiempo conserva su toponimia sin difuminarse entre la amalgama hispana— y la otra es el mastín leonés, el de siempre.

Volviendo al mastín leonés —perdón, español, es que cuesta cambiar los términos de un acervo secular— es éste un can que, para cualquiera de nosotros tiene reminiscencias pastoriles. Cualquier ribereño del Órbigo guarda en su retina los desplazamientos de grandes rebaños de merinas conducidos por el avispado ojo de los careas y escoltados por la imagen cansina y cachazuda de los mastines.

Sin embargo las apariencias a veces son engañosas, bajo ese aspecto de animal lento y pesado se oculta un animal seleccionado desde la rama de los Molosos y cuya selección fue a propósito de vérselas con formidables adversarios de la talla de lobos y osos que acometían a los rebaños de ovejas. La imagen del mastín con “carrancas” hoy casi perdida, atestiguan un pasado violento y poco tranquilizador para estos sufridos chuchos.

La trashumancia por la cañada leonesa que llegaba a Extremadura, trajo como consecuencia que en ese territorio, llegaran y se quedaran representantes de esta raza genuinamente nuestra, apareciendo líneas morfológicas que presentan mínimas variaciones en su fisonomía. Estos perros son el testigo fiel del pasado pujante de una antigua estructura social como fue la del Reino de León.

Comparte nuestro mastín parentesco con otra variante de mastines, el mastín de los Pirineos. Esta raza surgió en Aragón. No le cupo a nuestro mastín nacer en una tierra con los mismos privilegios que su pariente, ni tan siquiera le han dejado el nombre, si bien al de los Pirineos le han privado de su condición de españolidad y lo han relegado a pirenáico. Un apátrida. A este desdichado le han dado carta de extranjería. Después el paisanaje se queja de que haya regiones con pretensiones secesionistas, como si no hubiera quien las está expulsando cada vez que puede.

Para terminar, y con la venia de los pastores de la montaña avencidados en nuestra comarca y criadores locales de la raza, unos breves apuntes: Esta raza tiene dos líneas, de trabajo y de belleza, cada una con sus particularidades. Es el perro de mayor talla de España. Representa la esencia de León, pacífico si no llega el caso y fuerte y duro en la pelea. Es fiel al dueño y a pesar de su talla, afectuoso para los niños y, en su origen es… ¡¡ Exclusivamente nuestro!!

¡Larga vida al mastín leonés!

Urbicum Fluminem

La foto de la cabecera es de Juan Ramón Lueje, coloreada por Antonio Aláiz

«Es el alcalde el quiere que sean los vecinos el alcalde»


Cuando aún no se han enfriado las urnas ni las recalentadas mentes del sufrido electorado, inmisericordemente atizadas por los políticos carentes de escrúpulos, estamos inmersos a otra nueva contienda electoral de carácter más humilde, si se quiere, que las elecciones generales, autonómicas o europeas, pero, como diría Rudyard Kipling, “eso es otra historia”.

No por más humilde esta cita será más pacífica que la precedente. Nada más lejos de la realidad. No habrá el mismo boato, salvo en grandes urbes de grandiosos candidatos, algunos de los cuales dejarán de serlo (grandiosos y candidatos) el mismo día 26 de mayo. Ni la misma cobertura mediática, ni la misma repercusión allende de los límites municipales, excepción hecha del color político mayoritario en España de los alcaldables electos. Pueblo por pueblo, ciudad por ciudad, municipio por municipio, la disputa convertirá el país en un campo de batalla ideológica.

Más animadas son, si cabe en localidades pequeñas, donde los primeros espadas de las distintas formaciones no tienen ni la profesionalidad, ni la preparación de sus hermanos mayores de villas y ciudades. Mostrarán el nervio y el “savoir faire” de los candidatos de a pie, la intuición, la improvisación, las dotes de seducción y, por qué no decirlo, la picaresca hispana que lleva a prometer lo que se sabe que jamás se podrá cumplir, conscientes como son de que, aunque España es católica por decreto, mentir no está penalizado y creer patrañas tampoco está mal visto.

Llegarán novicios al solio consistorial. Otros con más espolones y experiencia, repetirán en el cargo y a continuación, después de los trámites y nombramientos pertinentes, echarán a rodar en sus respectivas peripecias municipales. Los administrados serán los perceptores o perjudicados por sus buenas o malas gestiones y les premiarán o no, arropándoles en posteriores comicios, sin que sea descartable que horrendas gestiones se vean premiadas por la confianza de vecinos poco avisados, capaces de votar incluso en contra de sus propios intereses.

La labor regidora tenía y tiene grandes diferencias entre los pequeños y grandes municipios. En estos últimos la inmensa mayoría de los votantes no llegarán a conocer personalmente al alcalde que regirá sus vidas durante cuatro años y por supuesto, el alcalde tampoco conocerá a todos sus vecinos. Serán gobernados como meros entes que viven, sueñan, trabajan y mueren en ayuntamientos sin cara ni alma. Hilarante sería pensar que en grandes urbes el alcalde asistiera por ejemplo a los funerales de su vecindario como suele ocurrir en los pequeños.

Tristemente se ha instaurado una ponzoñosa costumbre que corroe los ayuntamientos sin distinción de tamaño ni siglas, tan sólo del cuajo que el primer edil muestre en su gestión municipal: la corrupción. Enfermedad tan antigua como el hombre y que supera todas las esferas de la política y de la sociedad en general. Concejales, alcaldes grandes y pequeños, Diputaciones con sus diputados, senadores, congresistas e incluso parlamentarios europeos, arrastran la sombra de la sospecha popular de que se benefician del puesto que ocupan, unas veces en favor de su partido y otras veces en el propio.

En el caso de los ayuntamientos pequeños el asunto de la corrupción es más grave si cabe, tanto más cuanto más reducidos, pues el transido erario público se resiente cuando la corrupción roe cual carcoma las arcas municipales en detrimento de lo que en justicia ha de revertir all pueblo. La derrama del perjuicio siempre es más dañosa entre los modestos. Suerte que el español es capaz de soportar, tolerar, alabar, cuando no aclamar al corrupto. Spain is different, y León, ¡sólo faltaría!, también es capaz de sumarse a estos cuadros.

Para los alcaldes de urbes de mayor “tronío”, estas elecciones pueden ser el trampolín que los catapulte a las más altas instancias del parnaso político una vez hayan acreditado, no tanto su valía como su capacidad para captar votantes. ¿Quiere decir esto que cada vez que veamos a nuestros prebostes colgados de farolas y árboles o encolados en muros y caballetes, sonriendo forzadamente al transeúnte, requiriéndole su voto, estamos en presencia de un corrupto? ¡Hombre, no! Felizmente a la derecha y a la izquierda quedan bastantes personas decentes, incluso alguno ¡oh engendro de la naturaleza! ha tenido que poner dinero de su bolsillo. Los menos, la verdad sea dicha.

Una de las enfermedades que aquejan a la España actual, y no la menor, es la horda maldita de alcaldables que no vienen a servir sino a servirse de su pueblo. Por alevosía y proximidad.

Urbicum Fluminem, mayo de 2019

Historias de la Historia


Acercarse a la historia de España es tener la sensación de que continuamente hay que estar barriendo suciedad bajo la alfombra. Por algún extraño motivo, hay una mala conciencia colectiva que nos empuja a echar tierra sobre nuestro pasado, sean gestas o sean impresentables estocadas bajeras de las que desafortunadamente vamos bien servidos.

Hoy vamos a ver algunas de estas últimas sabiendo que, felizmente para los que componemos el paisanaje, poco se puede cargar en nuestro debe y bastante en nuestro haber. Veremos algunos ejemplos de cómo en la vieja piel de toro, los de abajo han lucido siempre a mayor altura que sus gobernantes. Mencionaremos pasajes quizá no muy bien conocidos o tal vez olvidados donde la clase dirigente mostró su cara menos amable.

Todo el mundo sabe que Felipe ll fue aquel monarca que afirmó que en sus dominios no se ponía el sol. Lo que ya es mucho menos conocido es que en los treinta y dos años que duró su reinado, España tuvo tres bancarrotas. Sí, era en aquel tiempo en que los galeones españoles llegaban cargados de plata y oro desde las Indias. Semejante malversación de recursos fue debida a su enfermiza obsesión por cristianizar a protestantes, calvinistas y anglicanos. El resultado fue que fracasó en su intento y sumió al pueblo en la miseria.

Años más tarde escribiría Gracián que si no fuera por las sanguijuelas genovesas los palacios de España estarían “murados” de oro. Interprétense por estas palabras cual fue el destino prioritario del incesante flujo de metales preciosos llegados de América. La banca.

Ya Carlos V de Alemania y primero de España, emperador flamenco que no hablaba español y llegó por Villaviciosa, hubo de ignorar a la hoy dolorida Venezuela para ser explotada por banqueros alemanes de las familias Fugger y Welser, quienes junto con los Medici, fueron los precursores del capitalismo europeo. Como se ve los alemanes hace mucho tiempo que nos hacen sombra y nos asombran con su economía y su “savoir faire”.

Sabido es que la dinastía de los Austrias no nos trató demasiado bien. Después vendría la de los Borbones que no nos trataría mejor, escribiendo algunos de ellos las páginas más ignominiosas de nuestra historia. Escribe Maquiavelo que los españoles eran usados como fuerza de choque por los Habsburgo en sus conflictos europeos porque, al ser de cuerpo enjuto y menudo, acostumbrados a penurias y dureza de vida, saltaban entre las picas de sus fornidos enemigos, nórdicos y centroeuropeos, apuñalándolos sin contemplaciones.

Por si fuera poca penitencia, los italianos recriminaban la ferocidad ignorante de los españoles, – refiere Saavedra Fajardo – , que preferían morir luchando sin abandonar su puesto antes que retirarse y servir para otra batalla. Mientras las guerras se basaron en la valía de tropas de infantería armadas de arcabuces y picas, los tercios españoles sembraron el terror entre sus enemigos de los Países Bajos durante siglo y medio.

Cuando la Armada Invencible fue a “poner orden” a Inglaterra capitaneada por el profano, aunque legal, duque de Medina Sidonia, a causa del inesperado fallecimiento del avezado marino Alvaro de Bazán, España sufrió un inesperado descalabro que la haría renunciar para siempre a nuevas aventuras marítimas. Nuestro inefable Felipe II, en otra manifestación de fanatismo religioso, consideró que Dios estaba de su parte y por tanto nada podía salirle mal. Pero salió. “Yo no mandé a mis naves a luchar contra los elementos” se justificaría más tarde. ¿Si Dios estaba de nuestro lado, a quien pudieron tener los ingleses del suyo?

Prolijos serían los episodios donde se dejó a la gente sencilla colgada de la brocha: Portobelo, Cartagena de Indias, Trafalgar, defensa de Cuba, los últimos de Filipinas allá en Baler, ocupación de Guam, Monte Arruit y un larguísimo etcétera. Sí, nosotros somos los descendientes de aquellos protagonistas involuntarios de hechos históricos lamentables. Llevamos sus mismos apellidos, y por eso, mientras tú, ¡españolito de a pie! no reacciones y sigas favoreciendo el advenimiento de cualquier impresentable a ocupar un cargo sin acreditar ser merecedor del mismo, seguiremos condenados eternamente como lo estaba Sísifo con su roca.

 

Urbicum Fluminem, febrero de 2019

 

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