Labores del pasado: mañana y tardes de limpia


Limpiar sin aire, trabajar en balde”.

La limpia no se hacía cuando la gente quería sino que se estaba a merced del viento, de su velocidad, si era débil no valía porque no llevaba la paja, si era fuerte se llevaba hasta el grano y si era cambiante, unas veces soplaba de un lado y al momento del otro pues tampoco se podía limpiar. Se limpiaba al aire de arriba que venía del norte, de la Sierra o al de abajo, del sur.

Limpiar o aventar era faena ingrata y molesta, pero hecha con la ilusión de recoger la cosecha y el gozo de terminar de «hacer el vranu» (las faenas del verano) además de ayudados por familiares y amigos.

Pertrechados cada limpiador con el «biendo» (bieldo) que si venían a ayudar traían cada uno el suyo, los más fuertes y valientes usaban la tornadera u horca, subían a lo alto del «cembón» descalzos, cubierta la cabeza con sombrero, boina o gorra, algunas las mujeres se ponían un velo delante de la cara evitando así el golpeo de las pajas y la temida «muña» (polvo de la paja y la hierba seca) que se introducía por los sitios más insospechados.

En filas, unos tras otros y de principio a fin del cembón se lanzaban montones de paja al aire, que se encargaba de separala del grano que caía al lado contrario. ¡Ay amigos! si molesto era limpiar, «quitar la paja», lo más desagradable, nadie se pegaba por hacer esta labor; cuando ya se iba juntando un montón de «se echaba un carril» por el lado de la paja para que quedase separada de lo que restaba por limpiar y con la «bienda» o bielda se iba amontonando a paja ya separada del grano. Se solía aprovechar para quitarla cuando paraba el aire, siendo así menos molesto. Así se iba dando buena cuenta del cembón que terminaba por ser finalmente descuartizado, a un lado la paja, al otro el grano.

Si a un lado del cembón que se limpiaba iba quedando la paja, longitudinalmente en paralelo y al otro lado el montón de grano o «pejo». Ahora ya comenzaba a verse el resultado de la cosecha, el pejo lo limpiaban a base de «ripia» (rastrillo de madera con pequeños y finos dientes) las mujeres quitando de el los «granzones» que se acababan de limpiar con la «ceranda» (criba o tamiz) quedando limpio y terso.

Para finalizar, a base de «pala» se pasaba el pejo, recogido en el «muelo» (montón de grano redondo). Por fin llegó la cosecha.

La farándula

Terminado de formar el muelo y calcular su volúmen pronosticando cada cual un número de «cuartales», sacos o fardelas que contiene, se procedía a tomar «un bocau» o pequeño refrigerio donde no faltaba el lomo embuchado guardado para la ocasión junto con otras viandas.

Después de desperezarse tras la frugal comida se ensacaba el grano por medio del «cuartal» o alquer (recipiente de medida del grano) en fardelas y sacos que se cargaban en el carro llevándolos de varias cararadas a la casa. Allí y acuestas de los hombres y mozos (también hubo mujeres que lo hacían) se subían por empinadas y a veces retorcidas escaleras hacia el sobrao donde quedaban depositados en el granero.

Ahora que ya está «metido el pan» son momentos de satisfacción y alegría para celebrar con los familiares y amigos que ayudaron en la limpia con una buena cena festejando la llamada «farandula» para la que se solía «matar un pollo». Durante la celebración se procedía las los brindis, jarra en mano, con los típicos parabienes… ¡QUE DE HOY EN UN AÑO!

 

Copiado del muro de Riofrío de Aliste (reproducido con permiso del autor)

 

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Labores del pasado: la trilla


«El sol de verano ablanda la cera y endurece el barro»

Estas faenas ya son del pasado, puede que se hagan con motivo de alguna exposición o conmemoración. La mecanización y el progreso acabaron con estas duras tareas y diría que casi con la agricultura en Aliste.

Las traemos aquí gracias a nuestros recuerdos y los de mucha gente. Queremos hacerlo con esa ternura que el paso del tiempo hace fluir, pero no olvidamos que fueron tiempos difíciles, trabajos muy duros, casi de «esclavitud» de pura supervivencia, que merecen quedar plasmados para recordar el pasado y no olvidarlos en el futuro.

Para la trilla se contaba con todos los miembros de la familia, incluidos rapaces y abuelos, no se necesitaba madrugar tanto como para la siega y el acarreo, ya que esta faena necesitaba del calor del sol para romper las cañas del cereal. Como en esta tierra las noches suelen dejar rocío, había que esperar a que el sol lo secase, aproximadamente a media mañana se comenzaba.

Se trillaba primero la cebada (se solía sembrar poca o ninguna), después el centeno, del cual se «sacaban las pajas» que consistía en coger las cañas en manadas por un extremo y con las dos manos agitarlas para que se igualasen cayendo las más cortas. Luego se desgranaban dando con las espigas sobre un trillo con las piedras hacia arriba. Se ataban en haces guardándolas para al año siguiente hacer las ataderas y atar los manojos de trigo así como para chamuscar los cochinos en las matanzas, guarnecer la cúpula del horno que quedaba a la intemperie o hacer artículos de cestería, escriños, esteras, payizos.

Comienza la trilla

«En no saliéndose de la parva, todo es trillarla«.

Una vez está el pan en la era, bien entrada la mañana cuando el sol ya calienta bien, se procede a «arramar» el pan o esparcir los manojos desatados por la parcela en forma de círculo llegando a componer una buena capa. Mientras se preparan los trillos llegan los animales, vacas, burros o mulas de las rastrojeras recién segadas donde han pasado la mañana comiendo.

Antes de engancharlos por parejas al trillo se les dan unas vueltas por la parva recién arramada para que la pisen con sus patas.

Se «uñen» con el yugo, una vez colocados los trillos sobre la miés se le pone el «cambicio» (varal curvo de madera) con la parte más gruesa en «el pión» (hierro saliente) del trillo y la más delgada unida al yugo por la «trasga» sujeto con la «cavija». El trillo que se utiliza para las vacas es más pesado que el de los burros dada la mayor capacidad de arrastre de éstas.

Si era pareja de vacas se les ponían «las melenas» delante de los ojos para que no les molestasen las moscas y el «bozo» de alambre para que no coman de la parva. Si eran mulos o burros se uñían con las «colleras» que eran unas protecciones para el pescuezo de las caballerías, también llevaban bozo pero de material. Sobre la parva solían trillar a la vez una pareja de vacas, que eran más lentas, junto con una de burros o mulas que se les «arreaba» para que fuesen rápidos. En algunas ocasiones se emparejaba vaca con burro, cuando una de las vacas estaba recien parida, con alguna enfermedad o simplemente por la pobreza de la familia que solo disponía de un animal de cada especie, aunque siempre había algún allegado que le prestaba alguno.

Comenzaba la trilla dando giros alrededor, machacando lentamente las cañas y las espigas de la miés. Al cabo de un rato se procedía a dar la «primera vuelta a la parva» que se removían las pajas todavía poco trituradas con las tornaderas u forcas (horcas).

Más adelante se le daba una segunda vuelta cuando ya iba bastante triturada. Los trilladores se iban turnando para descansar y aprovechar a beber el agua fresca del cántaro, poniéndose un rato a la sombra.

Los más pequeños de la familia se sentaban sobre la parte trasera del trillo haciendo surcos con los pies cuando la paja iba más fina.

Así, dando vueltas se llegaba a la hora de la comida, la cual traía la madre caliente de casa metida la cazuela de barro, en una cesta o en el capacho, donde no solía faltar el plato típico del verano alistano… «los fréjules con patatas». Se paraba la actividad, se buscaba una buena sombra bajo un árbol si lo hubiere o a la sombra de la meda o del carro dispuesto para ello. Se aprovechaba también este receso para llevar las vacas «al agua» ( a beber al río o pozas) esta misión solía encomendarse a los más jóvenes de la cuadrilla.

Una vez repuestas las fuerzas, tras un descanso se reiniciaba la faena hasta que la paja iba bastante triturada necesitando nuevas vueltas a la parva, pero esta vez con «la pala» de madera, ya que con la tornadera no se podía revolver.

Cuando estaba suficientemente desmenuzada se procedía a «emparvar». Con la ayuda de los trilladores vecinos se llevaba al centro de la parva la paja y el grano triturados haciendo un gran montón con ayuda de las «biendas» (bieldas) o de un artefacto llamado «cambicia» consistente en una tabla ancha. También se utilizaba «el rastro» para juntar la parva.

Alrededor del «parvón» se volvían a «arramar» nuevas «camadas» de miés y se comenzaba una nueva trilla con la misma rutina.

Cuando se había terminado de trillar todo el pan, el parvón central se colocaba orientado de forma transversal en la dirección del aire a la quie se iba a limpiar, en Riofrío se colocaba hacia el «aire de arriba»que venía de la Sierra de la Culebra o Sierra de Arriba y al contrario, de la Sierra de Abajo, hacia Valer de Aliste. A este parvón alargado se le llamaba «cembón».

Para dar por teminada la trilla, con el «rastro» se rastraba el solar y con los barrederos de piorno o carqueisa se barría, quedando listo para la limpia.

«Qué salada vien, qué salada vai; subida n’el trillu, cuántas vueltas dai»

(Canción de trilla)

 

Copiado del muro de Riofrío de Aliste (reproducido con permiso del autor)

 

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Labores del pasado: la siega


«Ni por sembrar ralo, ni por segar verde, ningún labrador se pierde» (Refrán alistano).

Doblan los trigos ya secos con el peso de las espigas bien granadas, es el momento propicio para el comienzo de la siega. Esta era la manera tradicional de hacer las duras faenas del verano cuando se sufrían con esfuerzo sin la existencia de la moderna maquinaria que hacen ahora más dulces y llevaderos los trabajos del verano.

Los preparativos

No puede faltar la hoz bien afilada en la piedra rústica o la famosa piedra de afilar «portuguesa» que se compraba en las ferias y romerías de la comarca o del otro lado de la Raya, como la Riberiña, la Luz o la Salud y que se llevaba consigo siempre que se salía a la senara (pequeña finca que se iba a segar; no es palabra alistana).

Atados al mango de la hoz, los «dediles» (fundas de material o cuero), para que no se olvidaran en casa y así evitar cortes en los dedos de la mano que coge «la manada de pan».

Otra protección, esta vez del inmisericorde sol alistano que cae a plomo sobre las cabezas de los segadores, era el sombrero de pajas que sustituye a la boina negra asentada en la «morra» (cabeza) del alistano, que parece que nació con ella; algunos no se la quitaban ni para segar o la sustituían por el típico «muqueru» (pañuelo de cuadros azules usado para sonarse) anudado en cada esquina y puesto a modo de boina o esta sobre el muquero extendido sobre la cabeza. Las mujeres solo con el pañuelo a la cabeza o el sombrero de paja encima.

Un preparativo indispensable que había que hacer la víspera era «el encaño», que consistía en un manojo de pajas de centeno que se sacaban «desbagándolos» sobre las piedras del trillo para que soltasen el grano de las espigas, durante la trilla del año anterior y que se guardaban en el pajar durante todo el año para, el día antes de ir a segar, ponerlo en el río a que se ablandara. La misma mañana que se salía a la siega se sacaba del agua escurriéndolo, envuelto de un saco y terciado sobre el lomo del burro, se llevaba hasta la tierra para hacer las «ataderas» que servían para atar bien prietos los manojos.

En algunos pueblos de Aliste, el encaño era sustituido por las «garañuelas» o «purretas» de centeno que se sembraban a tal efecto con el trigo para, en seco, atarlo.

Como ya decimos, se llevaba el burro aparejado con las alforjas donde de transportaba la comida para todo el día, que iba en recipientes como: la cazuela de barro dentro de una cesta de mimbre y tapada con un «rudillo» (trapo o paño de cocina) ya que no tenían tapa; más adelante las cazuelas eran de porcelana (la recordaréis de color rojo oscuro, con dos asas y tapa), «la fambrera» (fiambrera) roja a juego con la cazuela, o blanca y con un cierre metálico.

Imprescindible para subsistir a «la calor», el cántaro, por supuesto lleno de agua la noche anterior, puesto al sereno para que refresque bien, tapado con tapón de corcho atado con una cuerda al asa para que no se extravíe; también se llevaba un vaso de porcelana blanco para beber (en realidad es una taza con un asa).

El vino en el barril de pajas que lo mantenía fresco o en la calabaza, pocas veces la bota.

También en los preparativos tenemos que destacar el impagable trabajo de la mujer alistana que aparte de salir para la «segada» a la par de los demás, ya había madrugado mucho antes para poner el pote, teniendo la comida lista a la hora de partir…

Copiado del muro de Riofrío de Aliste (reproducido con permiso del autor)

 

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