Hoy voy a empezar la entrada con un chiste sobre un rapaz que había emigrado a Madrid.
Resulta que después de un año en Madrid trabajando de mozo de almacén, a un rapaz al regresar al pueblo de vacaciones parecía se le había olvidado todo lo que tenía que ver con la vida en el campo.
Charlando con el vecino que estaba preparando para acarrear la hierba le iba preguntando el nombre de las cosas:
– ¿Y cómo dices que se llama esa tira de cuero que le pones a las vacas?
– Chamámoslo sobeu, yía pa’ uñir las vacas al carru.
– ¿Y eso otro?
– Esu las cornales, esu yía el jugo, esu las mullidas… son apeiros.
El paisano del pueblo, entre incrédulo y desconfiado, le iba recordando nombres como la forca, la bielda, la garabita, el gadaño…
– Home, pero no fastidies, ¿no t’alcuerdas de nengún nome d’estus?
– No que va. En Madrid es otra vida. Allí no hay este atraso, y la gente habla bien, no como en estos pueblos.
En esto, el que no quería saber nada del pueblo pisa los dientes del rastro que, al hacer palanca, sale disparado pegándole un tremendo castañazo en la nariz; medio aturdido por el golpe, exclama:
– Me cagon’el rastrio y la puta que lu paríu!
– Demoñe, demoñe, que rápidu recupereste la memoria!
Bien, en los pueblos está pasando algo muy parecido. Muchos vecinos perdieron la memoria. Hasta hace cuatro días todos tenían vacas, gochos, ovejas y gallinas, pero hoy molesta todo. Molestan las ‘cagayas’ de las ovejas o las ‘moñicas’ de las vacas… Molestan que ladren los perros, que canten los gallos, que toquen las campanas de la iglesia.
El colmo es que en algunos casos se ha llegado a multar al dueño de una vaca que cagó en la calle (sí, como lo leen: en este enlace tienen la noticia) o se ha denunciado al dueño de un gallo, o ¡qué se yo!… la gente está muy mal. Es entendible que si alguien está estresado, va al pueblo en busca de tranquilidad y se encuentra con gallos que cantan de madrugada, perros que ladran a la noche, vacas que cagan por la calle, es normal se le agudice el estrés. Lo malo no es eso. Lo malo es que esas cosas a quien más parecen molestar es a gente para quienes hasta hace cuatro días el cubil de los gochos era una habitación más de la casa.
Respecto a los primeros, cuitadines, se imaginaban algo que no es y que la gente de los pueblos ya sabían: que la vida en el pueblo nunca fue algo idílico. A la dureza del trabajo en el campo, hay que añadir envidias, rencillas, disputas seculares, odios irracionales, ignorancia, etc. Precisamente, eso es lo que está detrás de las protestas de los segundos, de esos que habiendo vivido toda la vida en el pueblo les molesta una ‘moñica’ de vaca y se quejan. Quizás también porque es cierto el refrán de ‘nunca pidas a quien pidió, ni sirvas a quien sirvió…‘.
No me alargo más. Es cierto que hay que mantener los pueblos cuidados, y evitar actividades molestas, pero… también hay que respetar a la gente que vive en los pueblos. Queremos que se quede gente joven en el pueblo y después nos molesta todo… Que cada cual saque sus propias conclusiones…
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La imagen que acompaña la entrada es de Robert Allmann from Pixabay