El pasado mes de noviembre se cumplieron cien años desde el final de la I Guerra Mundial, un conflicto que implicó a los cinco continentes, si bien tuvo al europeo como el escenario de una carnicería de magnitudes desconocidas hasta el momento. Como consecuencia de la contienda conocieron su fin cuatro de los imperios clásicos, hubo un fabuloso derroche de recursos económicos que paralizaron durante años el desarrollo de vencedores y vencidos y Europa acabó hecha una escombrera. Pero si dramáticos pueden parecer estas cifras, la cifra de muertos, heridos y mutilados adquirió tintes trágicos. Diecisiete millones de muertos fue su espantoso saldo final.
Las causas de la guerra venían de muy atrás y eran la consecuencia de la disputa entre las potencias coloniales de la época que luchaban por la supremacía mundial. La economía por encima de todo. La Revolución Industrial, el más prodigioso avance de la humanidad desde el Paleolítico, trajo grandes avances tecnológicos en física y química y puso los nuevos ingenios mecánicos y eléctricos al servicio de unos países que se entregaron con macabra devoción a picar carne humana, por seguir la terminología de la época.
Con todo, un nuevo ángel exterminador vino a sumarse al aquelarre de muerte y desolación ya existente. Un nuevo jinete del Apocalipsis dejó tras de sí en los últimos tres meses de guerra, y en el mes siguiente a la firma de la paz, la escalofriante cifra de veinte millones de muertos. Cantidad esta que, según algunos autores, podría haber llegado a los cincuenta millones de víctimas, si se suman los fallecimientos acaecidos hasta el año 1920.
La mal llamada gripe española o Spanish influenza – se originó en Estados Unidos- diezmó la población española de la época en un uno por ciento, sucumbiendo más de doscientos mil españoles, algo así como si hoy borráramos del mapa la población de Soria y Segovia juntas. Se dice que hubo más de quinientos millones de afectados y que la población mundial se redujo en un tres por ciento. Tan sólo en China se estima que hubo cerca de treinta millones de muertos.
A la luz de estas listas de bajas se antojan varías reflexiones, algunas de las cuales, no todas, pasamos a referir:
Una sola enfermedad fue muchísimo más letal que toda la artillería pesada, ametralladoras, tanques, submarinos y gas mostaza que todas las naciones implicadas en la Gran guerra pusieron en acción. Es decir, la gripe del 18 sola causó más destrucción que toda la potencia militar del planeta. Por otro lado vino a recordar, otra vez más, que frente a las enfermedades no hay diferencias notables entre los hombres, que lo mismo pueden acabar con la vida de los grandes y los pequeños, ricos y pobres, débiles y poderosos, no hace distingos. Tan es así que incluso hasta dos de los tres pastorcillos a los que se les había aparecido la Virgen de Fátima perecieron a causa de esta pandemia en los dos años finales de este “andacio”.
Otra conclusión paradójica es que todos los países destinan sumas astronómicas a dotarse de poderosos ejércitos que puedan defenderlos de hipotéticos países agresores sin que por ello haya contestación social, sin embargo, en la lucha frente a estos otros enemigos conocidos e inmisericordes sólo se conocen recortes y más recortes. La política actual de los Estados Unidos es sin duda el mejor ejemplo. España, como el resto de países, lleva años haciendo otro tanto.
Por eso, cada vez que en León se reducen las prestaciones sanitarios en forma de menos días de atención en los centros de salud de los pueblos, menor número de médicos, retraso para realizar pruebas diagnósticas o intervenciones quirúrgicas, etc se está exponiendo alegremente nuestra integridad. Y todo ello lenta pero paulatinamente, ocultando la verdad en nombre de una regulación de la economía y silenciando las quejas de la ciudadanía en la medida de lo posible.
No podemos aspirar a vivir eternamente, pero tenga bien presente, ¡ amigo leonés ! que el ejercito que mejor puede defendernos de los adversarios más formidables de este mundo, no lleva uniforme caqui, viste batas blancas. No dejemos que nos lo arrebaten. Luchemos porque siga peleando a nuestro lado. ¡Puede irnos la vida en ello!
Urbicum Fluminem, diciembre 2018