Río Órbigo, la sonrisa de una tierra


La orografía leonesa, con su extensa red fluvial, se dispone con un patrón de distribución que se repite de forma regular por la mayor parte de su territorio. Cadena montañosa al norte de la que nacen numerosos ríos de mayor o menor entidad que prestan a la provincia unas características uniformes aunque todos con su particular idiosincrasia. Y al sur, valles abiertos y amplios por donde se tranquiliza el agitado curso de dichos ríos. Tal parece que un gigantesco rastrillo hubiera rasgado su geografía para dibujar las vegas cultivables, cada una con su río correspondiente.

Este patrón se repite alternando vegas cultivables con algunos enclaves problemáticos en lo que a su avenación se refiere y extensas llanuras o planicies donde el agua se lleva artificialmente o se debería acabar llevando. Dos vertientes hay en el reparto de aguas que León cede a los territorios colindantes. Acabarán una en el Duero, tributo de unos ríos cuya fisonomía varía menos que las costumbres y usos de sus poblaciones ribereñas. Cada una con su “hecho diferencial” respecto a sus vecinas. Viajaran otras mas tortuosas hacia el Miño siempre siguiendo al sol en su ocaso.Y sólo una breve representación cruzará a Asturias, saludando a los salmones para desaparecer en el galernoso Cantábrico.

Con su no menos personalidad, a nosotros nos ha tocado en suertes el Órbigo. Nace este río del matrimonio del Luna y el Omaña, éste orientó su curso hacia Oriente por ver nacer el sol y se desentendió de su gran pariente, el Sil que engendrado junto a él, caminará rumbo a Galicia. Con estos antecedentes familiares empieza su andadura concediendo el apelativo de ribera a los primeros pueblos que se asoman a verlo pasar, delimitada su senda por los altaneros chopos, invasores asiáticos al decir de los expertos en dendrología, que han robado el protagonismo a una sufrida vegetación autóctona que se niega a desaparecer.

Ya desde sus primeros pasos comienza el Órbigo a sufrir las primeras sangrías de su caudal para dar de beber a la vega que lleva su nombre y a la sedienta planicie del Páramo que han hecho del riego algo más que una seña de identidad, una religión. Esta dinámica altruista será la constante vital que arrastrará en todo su recorrido sin que lleguen a concederle merecida tregua .

Con todo, llega ufano y con digno caudal para aportar el soporte vital a unos pueblos que ahora le rinden homenaje apellidándose Órbigo. Repetirá corrientes, pozos y presas que injuriarán impenitentes su jovial galanura. Se las verá con arcillosas “arribas” fruto de su labor de zapa que como un Sísifo, no conoce descanso. Pasará con dignidad bajo algún puente presumido de jacobeo destino y otros sin pretensiones estéticas.

Fluye su curso siempre flanqueado de chopos, compañeros fieles, siempre royendo la orilla más abrupta, visitando otros pueblos y alguna villa, ahora con aguas más oscuras y con la mansedumbre de un viejo reflexivo que confiesa que ha vivido. Aquí ya pronto recibe el tributo del río Tuerto que llega con el Duerna incorporado. Y así, juntos, siguen transitando planicies a las que sacian de su sed insaciable.

Y todo su tesoro de líquido elemento cruzará los ojos de otro puente con guiños históricos de decimonónicos conflictos armados. Y aceptando en su disminuido seno como último agasajo de León al río Jamúz, cruzara con dignidad a Tierras zamoranas para allí aceptar el postrero aporte del río Eria y ya, cual amante despechado, se dirige al encuentro con su hermano mayor, el Esla para con una sola alma entregarse al fatigado río Duero con el que ya, aguas mestas se encajonaran por angosturas, acantilados y represas de los Arribes. Y fluyendo lembranzas de su tierra, las frías aguas acercadas por el Órbigo saludarán a aquel pedazo desgajado de León que un día pasó a formar parte de la entrañable nación portuguesa.

Toda esta hermandad fluvial participará del espíritu de los conocidos viñedos de Oporto donde ya bajo el nombre de Douro serán despedidos como intrépidos y esforzados viajeros por un férreo y altivo puente de connotaciones eiffelianas antes de perderse en las procelosas aguas del Atlántico donde bien podría figurar un lapidario epitafio para cada uno de ellos del estilo: Aquí yace el río Órbigo.

Largo y tortuoso viaje para nuestro nunca bien ponderado río que con su particular fisonomía pone en contacto la blanca nieve de León con el inmenso océano. Y así durante años, durante siglos, durante una eternidad, seguirá pasando indiferente ante los ojos de los curiosos que se acercan a contemplar su majestuosidad sin reparar en que nosotros nos quedamos mientras él continua llevándose la esencia de León consigo.

Por eso ahora dinos ¡rumoroso padre Órbigo! Altivo en el deshielo y encogido en el estío, risueño en tus corrientes y grave en tus tabadas. Tú que hurgaste el tenebroso llágano y moldeaste las aristas de los brillantes cantos que antaño daban tersura a tu duro lecho y hoy cubierto de légamo, muestra de la impudicia y desconsideración de tus ribereños.

¡Dinos tú si un día nos permitirás conocer la magia que se oculta entre tus aguas!

Urbicum Fluminem, marzo de 2018

Photo by Javier Díaz Barrera (javierdiazbarrera.es) on Foter.com / CC BY-NC-ND

Mastín Leonés vs. Español


Que León pinta poco en el panorama nacional lo demuestra el hecho de que se haya dejado perder la denominación de uno de los rasgos distintivos de León. Nos estamos refiriendo a una mítica raza canina de inconfundible sello leonino: el mastín leonés que ¡pobrecito mío! ha sido despojado de su gentilicio y ha sido rebautizado como…¡¡Mastín español!! ¿Hay quien de más? ¿Sería extranjero antes?

Este hecho no supone novedad alguna y es que por enésima vez hay una mano misteriosa que estuviera empeñada en erradicar cualquier reminiscencia de todo lo que recuerde a León. Una evidencia más de la desidia de esta tierra que tolera con resignación estos desaires. Oremos porque nuestra Facultad de Veterinaria no haya tomado parte en este dislate.

León puede acreditar como propias dos razas caninas exclusivas dentro del panorama cinológico nacional, una es el Carea leonés —veremos por cuanto tiempo conserva su toponimia sin difuminarse entre la amalgama hispana— y la otra es el mastín leonés, el de siempre.

Volviendo al mastín leonés —perdón, español, es que cuesta cambiar los términos de un acervo secular— es éste un can que, para cualquiera de nosotros tiene reminiscencias pastoriles. Cualquier ribereño del Órbigo guarda en su retina los desplazamientos de grandes rebaños de merinas conducidos por el avispado ojo de los careas y escoltados por la imagen cansina y cachazuda de los mastines.

Sin embargo las apariencias a veces son engañosas, bajo ese aspecto de animal lento y pesado se oculta un animal seleccionado desde la rama de los Molosos y cuya selección fue a propósito de vérselas con formidables adversarios de la talla de lobos y osos que acometían a los rebaños de ovejas. La imagen del mastín con “carrancas” hoy casi perdida, atestiguan un pasado violento y poco tranquilizador para estos sufridos chuchos.

La trashumancia por la cañada leonesa que llegaba a Extremadura, trajo como consecuencia que en ese territorio, llegaran y se quedaran representantes de esta raza genuinamente nuestra, apareciendo líneas morfológicas que presentan mínimas variaciones en su fisonomía. Estos perros son el testigo fiel del pasado pujante de una antigua estructura social como fue la del Reino de León.

Comparte nuestro mastín parentesco con otra variante de mastines, el mastín de los Pirineos. Esta raza surgió en Aragón. No le cupo a nuestro mastín nacer en una tierra con los mismos privilegios que su pariente, ni tan siquiera le han dejado el nombre, si bien al de los Pirineos le han privado de su condición de españolidad y lo han relegado a pirenáico. Un apátrida. A este desdichado le han dado carta de extranjería. Después el paisanaje se queja de que haya regiones con pretensiones secesionistas, como si no hubiera quien las está expulsando cada vez que puede.

Para terminar, y con la venia de los pastores de la montaña avencidados en nuestra comarca y criadores locales de la raza, unos breves apuntes: Esta raza tiene dos líneas, de trabajo y de belleza, cada una con sus particularidades. Es el perro de mayor talla de España. Representa la esencia de León, pacífico si no llega el caso y fuerte y duro en la pelea. Es fiel al dueño y a pesar de su talla, afectuoso para los niños y, en su origen es… ¡¡ Exclusivamente nuestro!!

¡Larga vida al mastín leonés!

Urbicum Fluminem

La foto de la cabecera es de Juan Ramón Lueje, coloreada por Antonio Aláiz

«Es el alcalde el quiere que sean los vecinos el alcalde»


Cuando aún no se han enfriado las urnas ni las recalentadas mentes del sufrido electorado, inmisericordemente atizadas por los políticos carentes de escrúpulos, estamos inmersos a otra nueva contienda electoral de carácter más humilde, si se quiere, que las elecciones generales, autonómicas o europeas, pero, como diría Rudyard Kipling, “eso es otra historia”.

No por más humilde esta cita será más pacífica que la precedente. Nada más lejos de la realidad. No habrá el mismo boato, salvo en grandes urbes de grandiosos candidatos, algunos de los cuales dejarán de serlo (grandiosos y candidatos) el mismo día 26 de mayo. Ni la misma cobertura mediática, ni la misma repercusión allende de los límites municipales, excepción hecha del color político mayoritario en España de los alcaldables electos. Pueblo por pueblo, ciudad por ciudad, municipio por municipio, la disputa convertirá el país en un campo de batalla ideológica.

Más animadas son, si cabe en localidades pequeñas, donde los primeros espadas de las distintas formaciones no tienen ni la profesionalidad, ni la preparación de sus hermanos mayores de villas y ciudades. Mostrarán el nervio y el “savoir faire” de los candidatos de a pie, la intuición, la improvisación, las dotes de seducción y, por qué no decirlo, la picaresca hispana que lleva a prometer lo que se sabe que jamás se podrá cumplir, conscientes como son de que, aunque España es católica por decreto, mentir no está penalizado y creer patrañas tampoco está mal visto.

Llegarán novicios al solio consistorial. Otros con más espolones y experiencia, repetirán en el cargo y a continuación, después de los trámites y nombramientos pertinentes, echarán a rodar en sus respectivas peripecias municipales. Los administrados serán los perceptores o perjudicados por sus buenas o malas gestiones y les premiarán o no, arropándoles en posteriores comicios, sin que sea descartable que horrendas gestiones se vean premiadas por la confianza de vecinos poco avisados, capaces de votar incluso en contra de sus propios intereses.

La labor regidora tenía y tiene grandes diferencias entre los pequeños y grandes municipios. En estos últimos la inmensa mayoría de los votantes no llegarán a conocer personalmente al alcalde que regirá sus vidas durante cuatro años y por supuesto, el alcalde tampoco conocerá a todos sus vecinos. Serán gobernados como meros entes que viven, sueñan, trabajan y mueren en ayuntamientos sin cara ni alma. Hilarante sería pensar que en grandes urbes el alcalde asistiera por ejemplo a los funerales de su vecindario como suele ocurrir en los pequeños.

Tristemente se ha instaurado una ponzoñosa costumbre que corroe los ayuntamientos sin distinción de tamaño ni siglas, tan sólo del cuajo que el primer edil muestre en su gestión municipal: la corrupción. Enfermedad tan antigua como el hombre y que supera todas las esferas de la política y de la sociedad en general. Concejales, alcaldes grandes y pequeños, Diputaciones con sus diputados, senadores, congresistas e incluso parlamentarios europeos, arrastran la sombra de la sospecha popular de que se benefician del puesto que ocupan, unas veces en favor de su partido y otras veces en el propio.

En el caso de los ayuntamientos pequeños el asunto de la corrupción es más grave si cabe, tanto más cuanto más reducidos, pues el transido erario público se resiente cuando la corrupción roe cual carcoma las arcas municipales en detrimento de lo que en justicia ha de revertir all pueblo. La derrama del perjuicio siempre es más dañosa entre los modestos. Suerte que el español es capaz de soportar, tolerar, alabar, cuando no aclamar al corrupto. Spain is different, y León, ¡sólo faltaría!, también es capaz de sumarse a estos cuadros.

Para los alcaldes de urbes de mayor “tronío”, estas elecciones pueden ser el trampolín que los catapulte a las más altas instancias del parnaso político una vez hayan acreditado, no tanto su valía como su capacidad para captar votantes. ¿Quiere decir esto que cada vez que veamos a nuestros prebostes colgados de farolas y árboles o encolados en muros y caballetes, sonriendo forzadamente al transeúnte, requiriéndole su voto, estamos en presencia de un corrupto? ¡Hombre, no! Felizmente a la derecha y a la izquierda quedan bastantes personas decentes, incluso alguno ¡oh engendro de la naturaleza! ha tenido que poner dinero de su bolsillo. Los menos, la verdad sea dicha.

Una de las enfermedades que aquejan a la España actual, y no la menor, es la horda maldita de alcaldables que no vienen a servir sino a servirse de su pueblo. Por alevosía y proximidad.

Urbicum Fluminem, mayo de 2019

Historias de la Historia


Acercarse a la historia de España es tener la sensación de que continuamente hay que estar barriendo suciedad bajo la alfombra. Por algún extraño motivo, hay una mala conciencia colectiva que nos empuja a echar tierra sobre nuestro pasado, sean gestas o sean impresentables estocadas bajeras de las que desafortunadamente vamos bien servidos.

Hoy vamos a ver algunas de estas últimas sabiendo que, felizmente para los que componemos el paisanaje, poco se puede cargar en nuestro debe y bastante en nuestro haber. Veremos algunos ejemplos de cómo en la vieja piel de toro, los de abajo han lucido siempre a mayor altura que sus gobernantes. Mencionaremos pasajes quizá no muy bien conocidos o tal vez olvidados donde la clase dirigente mostró su cara menos amable.

Todo el mundo sabe que Felipe ll fue aquel monarca que afirmó que en sus dominios no se ponía el sol. Lo que ya es mucho menos conocido es que en los treinta y dos años que duró su reinado, España tuvo tres bancarrotas. Sí, era en aquel tiempo en que los galeones españoles llegaban cargados de plata y oro desde las Indias. Semejante malversación de recursos fue debida a su enfermiza obsesión por cristianizar a protestantes, calvinistas y anglicanos. El resultado fue que fracasó en su intento y sumió al pueblo en la miseria.

Años más tarde escribiría Gracián que si no fuera por las sanguijuelas genovesas los palacios de España estarían “murados” de oro. Interprétense por estas palabras cual fue el destino prioritario del incesante flujo de metales preciosos llegados de América. La banca.

Ya Carlos V de Alemania y primero de España, emperador flamenco que no hablaba español y llegó por Villaviciosa, hubo de ignorar a la hoy dolorida Venezuela para ser explotada por banqueros alemanes de las familias Fugger y Welser, quienes junto con los Medici, fueron los precursores del capitalismo europeo. Como se ve los alemanes hace mucho tiempo que nos hacen sombra y nos asombran con su economía y su “savoir faire”.

Sabido es que la dinastía de los Austrias no nos trató demasiado bien. Después vendría la de los Borbones que no nos trataría mejor, escribiendo algunos de ellos las páginas más ignominiosas de nuestra historia. Escribe Maquiavelo que los españoles eran usados como fuerza de choque por los Habsburgo en sus conflictos europeos porque, al ser de cuerpo enjuto y menudo, acostumbrados a penurias y dureza de vida, saltaban entre las picas de sus fornidos enemigos, nórdicos y centroeuropeos, apuñalándolos sin contemplaciones.

Por si fuera poca penitencia, los italianos recriminaban la ferocidad ignorante de los españoles, – refiere Saavedra Fajardo – , que preferían morir luchando sin abandonar su puesto antes que retirarse y servir para otra batalla. Mientras las guerras se basaron en la valía de tropas de infantería armadas de arcabuces y picas, los tercios españoles sembraron el terror entre sus enemigos de los Países Bajos durante siglo y medio.

Cuando la Armada Invencible fue a “poner orden” a Inglaterra capitaneada por el profano, aunque legal, duque de Medina Sidonia, a causa del inesperado fallecimiento del avezado marino Alvaro de Bazán, España sufrió un inesperado descalabro que la haría renunciar para siempre a nuevas aventuras marítimas. Nuestro inefable Felipe II, en otra manifestación de fanatismo religioso, consideró que Dios estaba de su parte y por tanto nada podía salirle mal. Pero salió. “Yo no mandé a mis naves a luchar contra los elementos” se justificaría más tarde. ¿Si Dios estaba de nuestro lado, a quien pudieron tener los ingleses del suyo?

Prolijos serían los episodios donde se dejó a la gente sencilla colgada de la brocha: Portobelo, Cartagena de Indias, Trafalgar, defensa de Cuba, los últimos de Filipinas allá en Baler, ocupación de Guam, Monte Arruit y un larguísimo etcétera. Sí, nosotros somos los descendientes de aquellos protagonistas involuntarios de hechos históricos lamentables. Llevamos sus mismos apellidos, y por eso, mientras tú, ¡españolito de a pie! no reacciones y sigas favoreciendo el advenimiento de cualquier impresentable a ocupar un cargo sin acreditar ser merecedor del mismo, seguiremos condenados eternamente como lo estaba Sísifo con su roca.

 

Urbicum Fluminem, febrero de 2019

 

Más embalses en el Órbigo


Se publicó hace un tiempo que se van a construir otros dos nuevos embalses en el río Órbigo cercanos a Carrizo de la Ribera. Como los leoneses somos algo “dejaos”, tal vez pocas personas, excepción hecha de los propietarios, que se verán afectados por perder sus tierras, ¡cabe suponer! tal vez la noticia nos haya dejado impasibles – la indolencia de León ya es proverbial seña de identidad fuera de nuestras fronteras–. Sin embargo quizá sería bueno hacer no pocas consideraciones al respecto, preguntas todas que, sólo en León se deberían responder.

Veamos: ¿Son realmente necesarios estos embalses? ¿No habíamos quedado que con el nuevo sistema de riego con hidrantes, el ahorro de agua iba a ser espectacular? ¿No hay suficiente agua del Órbigo con los embalses existentes y el caudal habitual? ¿Las zonas limítrofes con el área de irrigación del agua del Esla, por ejemplo, no pueden subvenir el déficit hídrico cuando hay agua de riego para provincias vecinas? ¿Serán los últimos embalses o seguiremos anegando más valles para incrementar las reservas hídricas? ¿No estaremos sobredimensionando el número de presas y embalses en la provincia de León? ¿Cual será el rendimiento que va a tener esta provincia con la continua política de inundar territorio y más territorio? ¿Desaparecerá para siempre la amenaza de sepultar el valle del Omaña bajo las aguas? ¿Que organismo y que repercusión sobre las arcas leonesas (puestos de trabajo, lugar de tributación fiscal, I.V.A. etc) tendrá la gestión de dichos embalses? ¿No sería más que aconsejable que el escarnio de Riaño fuera el postrero episodio de embalsamientos en León? ¿Se ha consultado con la ciudadanía y se han dado las explicaciones pertinentes o como siempre se hace todo por el democrático modo de ordeno, mando y hago saber? ¿ Recordando Lemoniz o Itoiz, se atreverían con la misma alegría sus promotores si ambos embalses hubieran de construírse trescientos kilómetros más al Este? ¿Son las necesidades más apremiantes de esta cuenca fluvial? ¿Merece la pena hacer desaparecer para siempre estas zonas?

Cuestiones todas, se entiende, que merecerían cumplida respuesta. Y por último la más inquietante de todas las preguntas ¿Este asunto preocupa a alguien en León? Porque tal vez sea ocioso plantearse las demás, soslayando así ejercicios de elucubración, y cargos de conciencia, si la respuesta de la ciudadanía a ésta última pregunta es…

“A NADIE”

 

Urbicum Fluminem, junio de 2018

Al alba, al alba


Este fin de semana la sufrida españolidad tendrá que adelantar, una vez más, los relojes que marcan su actividad cotidiana. Se especula con que pudiera ser la última vez porque, al parecer, tras consultas efectuadas en países centroeuropeos, columna vertebral de la Comunidad Europea – la opinión de los países socios meridionales es irrelevante – no ven con buenos ojos que se continue con esta práctica de un pasito para adelante un pasito para atrás, año tras año.

Sesudos científicos y no menos sesudos intelectuales han pontificado con criterios, igualmente sesudos, sobre las bondades y la conveniencia del cambio horario que viene “celebrándose” en Europa desde hace varias décadas, alegando el descalabro económico que supondría para las arcas de los distintos países de tan distinguido club no continuar con el cambio de hora, desdeñando a su vez los posibles efectos secundarios que puedan sufrir los afectados por esta medida ¿Es la Europa de los pueblos o la de los comerciantes? ¡Cuanto humanismo! ¡Bye bye, Erasmo de Roterdam!

No obstante y pecando de tanta osadía como atrevimiento, hay objeciones incuestionables – ¡oh sacrilegio! – de tan excelsa intelectualidad. Surgen a voz de pronto varias dudas acerca de la conveniencia de aplicar dichos cambios.

Si el concepto economicista ha de primar sobre cualquier otra consideración, suprimamos fines de semana, festivos y vacaciones. Fuera televisiones y ratitos de sofá. El incremento del erario es incuestionable y el saneamiento de las veintiocho cuentas públicas de otros tantos países implicados está fuera de toda duda. Poco tentador ¿verdad?

Bromas aparte. El horario europeo es un fiel reflejo de las prioridades de Alemania, a la cual se pliega este calendario de modificaciones, como se adecuó el euro al marco alemán, siendo paritarias ambas monedas. Con el horario de invierno un trabajador alemán que empiece su jornada laboral a las siete de la mañana, pongamos por caso, se levantará con luz del día e irá cómodamente a trabajar. Mientras el sufrido españolito de a pie abandona su lecho con las sombras de la noche por escenario a esa misma hora. Llegado el horario de verano el alemán tiene tardes razonablemente largas, en tanto al españolito, las suyas se le harán eternas.

Incluso los menos observadores saben que las criaturas diurnas, plantas incluidas, comienzan su singladura con las primeras luces del alba. Es la luz diurna la que despierta los ritmos circadianos de su reloj biológico, al igual que el ocaso determina el final de su diaria andadura.

Casi todos los usuarios de la carretera que viajan al amanecer, habrán podido comprobar el triste espectáculo de como las cautelosas aves mueren al chocar contra los parabrisas o chapa de los automóviles a primera hora de la mañana, no así con el día bien entrado. Evidencia palpable de su aún deficiente vigilia. ¿Podemos cuantificar su equivalencia en la actividad humana?

La Naturaleza lleva dictando sentencia desde hace millones de años de como funciona el mundo, no parando mientras en desechar todo aquel proceder que se atreva a oponerse a su ley, o bien se haya quedado obsoleto en el eterno proceso de evolución. Los fósiles son los mudos e inapelables testigos de su acción eterna e inmisericorde.

Por ello resulta una imprudencia temeraria que las mentes más distinguidas contravengan los designios de la sabia Naturaleza con alegatos económicos. ¿Acaso osan contraponer sus innegables conocimientos al saber hacer, no milenario sinó millonario, de la madre Naturaleza?. Téngase siempre presente la elevada mortalidad matutina de los pájaros, seres vivos, como nosotros.

Y por último, esos privilegiados cráneos deberían tener la modestia de pensar que sus elucubraciones, que a todos nos pueden acabar afectando, son también el fruto de un regalo con el que la Naturaleza se ha complacido en obsequiarles. Interpretar con humildad como funciona el Cosmos más cercano podría resultar una aconsejable baliza que les ayudaría a librar con acierto sus conclusiones.

Urbicum Fluminem, marzo de 2019

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