Con un chino en Bafatá


Cuando uno viaja y es otro quien te reserva el hotel, date por jodido. Efectivamente, así me ocurrió en un viaje a Guinea Bissau.

Después de una escala en Casablanca, llegué un sábado ya bien entrada la madrugada a Bissau, la capital del país. Traté de dormir un rato, ya que mis clientes habían quedado de pasar a buscarme a las nueve y media de la mañana. Por aquello de que no fueran a ser puntuales, cosa poco probable en un país africano, me levanté a las ocho. Pasaron a buscarme a la una del mediodía, casi cinco horas después de la hora acordada.

Después de tres horas de viaje llegamos al Hotel Tritón, en Bafatá. Como suelo acostumbrar, me fui a la habitación a descansar un rato. Las ventanas que daban al pasillo eran de vidrios polarizados y permitían ver lo que pasaba en el exterior, en todos los canales de televisión únicamente pasaban porno y en la mesilla de noche había varias cajas de condones. Uy, uy, uy. Este hotel es un poco raro, pensé.

La confirmación de que aquello era un puticlub, vino cuando salí a buscar algo de comida. Una señora muy muy maquillada, de las que por allí pululaban, me guiña un ojo diciéndome ‘apré, apré’. Obviamente yo le seguí el juego: ‘Sí, sí, después, después. Pásame tu teléfono, hermosa, que ya te llamo yo’. ¡Como para llevarle la contraria a una señora de metro ochenta, y ciento cuarenta quilos de peso! En esos momentos hay resolver así. Ya les adelanto que más tarde, cuando llegó la noche, me encomendé a la providencia y me atrincheré atravesando el armario y la mesita de noche bloqueando la puerta de la habitación. Nunca se sabe…

Me habían dicho que el hotel tenía piscina, y a eso de las seis de la tarde me acerqué a darme un baño. No me atreví, aquello no era una piscina, aquello era una laguna tropical. Bueno, bueno, bueno. Pocas veces uno tiene la oportunidad de ver un aquelarre así. Con la música a todo volumen doscientos vigilantes de la playa autóctonos revolcándose en un agua verde, verde, verde. Desistí de bañarme. Tiene que gustarte mucho el agua (y tener poco amor a la vida) para meterte en un lugar así.

Unos días después me enteré que ese mismo domingo a la tarde había muerto un muchacho ahogado en la piscina. La prensa dijo que fue un ahogamiento, yo estoy seguro que murió envenenado… que tragó agua sin querer y ¡chau!

A raíz del incidente, con buen criterio el dueño del hotel o del puticlub, como quieran llamarlo, decidió vaciar la piscina. Y eso fue lo que me encontré al día siguiente cuando, acabada la jornada laboral, salí a tomar un refresco al patio.

Mientras disfrutaba la cerveza, mi entretenimiento fue ver cómo unos muchachos limpiaban la piscina. Conforme desaparecía el agua, iban apareciendo bichos. Bichos. Entre ellos un sapo del tamaño de un conejo. Ahora a ver quién era el valiente que sacaba a esa alimaña de la piscina. Me río yo de los dragones de Komodo. Un sapo de esos te da un mordisco y te arranca la mano. Y si te mea a los ojos, como hacen los sapos, chau… Te desfiguró. Peor que si te arrojan ácido a la cara.

En estas estaba, divirtiéndome con la caza del sapo, cuando aparece un chino. Camiseta de tirantes, pantalones subidos hasta la tetas, cubata en una mano y un cigarro en la otra.

Imagino que se preguntan lo mismo que yo me pregunté: ‘¿Qué demonios hace un chino un lunes a las tres de la tarde en camiseta de tirantes tomándose un cubata al lado de una piscina vacía?’. Eso se resuelve con una pregunta: ¿Buen hombre, que le trae a usted por estos lares tan alejados de su tierra natal? que en inglés queda en un ‘What are you doing here?’. El chino sonriendo me dice:

– Tiiiimba, tiiiiiimba… tiiiimbaaa.

No sé por qué razón los orientales siempre enfatizan algunas sílabas ‘tiiiiiimbaaa’, como poniéndose en guardia y fuesen a adoptar una postura de kung-fú. A mi esas cosas la verdad es que me asustan un poco. Pensé, ya verás tú como empiezan a salir chinos por todos lados y se lía aquí una como en las películas de Bruce Lee. Como soy hombre dotado para las lenguas extranjeras enseguida me di cuenta que se refería a ‘timber’, madera en inglés, cosa que me tranquilizó.

Lo malo de darle confianza a un chino, que fue lo que yo hice, es que empiezan a hablar y no se les entienden un carajo. Lo único que cacé al vuelo fue una frase que no dejaba de repetir:

– Ai laik Guinea, is e beli gud contli fol bisnis

Claro que sí, hombre, ¿cómo no va a ser Guinea un buen país para los ‘business’? Unos cabrones los chinos éstos, llegan a países corruptos como Guinea a por madera y arrasan con todo. Bueno, tampoco nos pongamos quisquillosos… Sin ir más lejos, allí mismo en los aledaños del río Djeba en Bafatá, una empresa española, Agrogeba, expulsó a 600 familias de sus tierras para producir arroz.

En fin…

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