Lecciones de vida


Aquel año estaba viniendo especialmente malo para el tí Luiso. Encargado de cuidar la vecera de ovejas de Ruituerto, pasó el asfixiante día de agosto en el monte y ya al sol puesto, casi de noche, decidió entrar con el ganado en el monte de Valdeferrera, el pueblo vecino. Justo, cuando ya estaba por encaminar el rebaño hacia casa, de entre una mata de robles salieron dos muchachos que estaban ‘velando’ el monte, y cada uno de ellos agarró un cordero y salió corriendo.

Sorprendido in fraganti infringiendo las normas locales, el pastor sabía que para recuperar los borregos tenía que subir el domingo a Valdeferrera y, a la salida de misa, pagar la multa que le impusiese el concejo. El monte era sagrado y en Valdeferrera no se toleraba que gente de los pueblos vecinos metiesen sus ganados en sus montes. No en balde habían ganado numerosos litigios, demandas y pleitos a quienes les reclamaban servidumbres y derechos sobre el monte.

El tí Luiso regresó con la vecera de ganado y ya en casa, abatido, le contó a María su mujer lo que le había pasado.

—Nunca vi un branu tan seco. Está el monte arrasao. L’único sitio onde hay algo d’humedá y el ganao puede apañar alguna yerbina es en Las Fuentes, en la raya con Valdeferrera… Y van y aparecen esos rapazacos… —se lamentaba el hombre queriendo entender la situación.
—Cena, Luiso, cena, que se te van a enfriar las patatas —le dijo María tratando de ofrecerle consuelo.
—Cuando vienen las cosas mal, vienen mal. Lo malo no es la multa, que no queda otra que pagarla, porque los corderos deben ser de Ramón. Hoy habrá pensado que se amecieron con los de otra majada, pero mañana cuando se de cuenta vendrá la estarotana. Lo peor es el escarnio de tener que subir el domingo al concejo de Valdeferrera. La última vez que me prindaron tenías que verlos: me querían comer. “Zampón. Queredes comerlo todo: lo vuestro y lo de los demás” “Menos mal que los rojos perdisteis la guerra que sino… ¡nos coméis el monte, el ganao y todo!” “¡Gochos, que sois unos gochos” “¿No vos dieron bastante aceite de ricino?” Tuve suerte que el tí Andrés intercedió porque sino esos nergúmanos me comen vivo —explicaba con la voz temblorosa.

En esas estaba el tío Luiso, cuando escucharon que alguien llamaba con fuerza a la puerta.
—Seguro que es Ramón que viene a preguntar por los corderos… —dijo el pastor resoplando y rascándose la cabeza.

Un rato antes en Valdeferrera, el pueblo de al lado, la escena era bien diferente. Santiago y su hermano Pedro, después de toda la tarde velando el monte, volvían contentos a casa. El motivo era que cuando ya oscurecía y estaban a punto de regresar, vieron como un pastor del pueblo vecino metía las ovejas en el monte del pueblo. Decidieron que lo mejor era agarrar unos corderos y así tener una prueba sólida de la infracción cometida.

Al llegar a casa, dejaron los corderos en el portal y entraron corriendo a buscar a su padre.
—Padre, padre, prindamos en Las Fuentes al ti Luisín de Ruituerto —explicaba excitado el mayor de los muchachos.

El hombre, cuando escuchó aquello, empezó a vociferar como un loco.
—Pero ¿será posible? ¿Otra vez el ti Luisín? Pero ¿a quién se le ocurre algo así? ¿Cuándo vais a tener conocimiento? —decía el padre gritando— ¿Ya fuistéis a dar parte al presidente de la Junta Vecinal?
—No, todavía no —dijo Pedro el más pequeño— No nos dio tiempo. Justo íbamos a ir a…
—Ni se te ocurra —ordenó Andrés, su padre, interrumpiéndolo.
—Sí, sí. Hay que dar parte, hay que dar parte —porfiaba el rapaz gesticulando y apuntando a su progenitor con el dedo índice.
—Antes te corto el pescuezo con esa macheta que hay ahí colgada… —zanjó el padre— Ahora mismo agarráis el caballo y le volvéis los corderos.
—Pero, padre… estaba con las ovejas en el nuestro monte. Lo justo es denunciarlo. Tendrá que pagar la multa ¿no? Es lo que marca la ley —protestaba el mayor de los hermanos desafiando a su progenitor.
—¡Se acabó la discusión! —dijo el padre agarrando con fuerza a Santiago por el brazo y arrastrándolo en dirección al portal— ¡En esta casa mando yo! ¡Apertrecha el caballo y a devolverle los corderos al tí Luisín! ¡Ahora mismín! Y si no queréis ir en caballo, vais a pie…
—Ya es de noche —protestaba Pedro, el menor de los hermanos.
—Me da igual que sea de noche o de día… Si os encontráis con alguien por el camino, ni una palabra de todo esto, ¿entendido?

A regañadientes, Santiago y su hermano ensillaron el caballo y en unas angarillas pusieron los corderos. Se subieron a la caballería y antes de salir hacia el pueblo vecino su padre les dio una longaniza de chorizo envuelta en papel de estraza para que se la entregaran al ti Luisín.

Aunque a esa hora la oscuridad se había hecho dueña de los caminos, para evitar ser vistos salieron por detrás de las casas en dirección al monte. Allí tomaron uno de los muchos senderos que conducían al pueblo vecino. En la parte de adelante del caballo iba el hermano menor sujetando las riendas y justo detrás su hermano lo rodeaba con los brazos.

—Es que no lo entiendo, no lo entiendo —se quejaba Pedro— nos toca vegilar el monte y mira… prindamos al ti Luiso que no saca las ovejas del nuestro monte y el premio es ir devolverle el ganao prindao. No sé si somos parientes o qué, pero no acabo de entender por qué padre se pone así…

Santiago, en la parte de atrás del caballo escuchaba la diatriba de su hermano asistiendo con la cabeza.
—No, no somos parientes. Creo que el ti Luiso ni la su mujer tienen parientes en Valdeferrera. Salió hace poco de la cárcel. Estuvo allí por rojo —dijo Santiago.
—Pero padre no es de los rojos ¿verdad? —inquirió Pedro preocupado.
—¿Qué dices? Justo antes de la guerra los rojos decían que le iban a quitar todas las vacas para dárselas a los que no tenían ninguna… Creo que padre no es de los rojos, pero tampoco de los otros —explicaba el mayor de los hermanos.
—Pues no lo entiendo, la verdad. No lo entiendo. Teníamos que haber ido a dar parte al Presidente —decía Pedro.
—¿Estás loco? Padre nos hubiese matao…

A partir de ahí, los hermanos empezaron una animada conversación sobre la guerra y de la miseria que tiñó de negro aquellos años. Sin apenas darse cuenta, habían llegado a las primeras casas de Ruituerto. La casa del tío Luiso era fácilmente reconocible ya que era una casa baja de adobe cubierta por un tejado de paja. Apenas quedaban casas así. Derrotados por el ladrillo, el adobe y el tapial se batían en retirada y los viejos tejados de ‘teito’ estaban siendo reemplazados por otros de teja o pizarra.

Santiago golpeó varias veces la puerta de la casa y dio un paso hacia atrás.
—Tí Luiso, tí Luiso, abra —llamaba el muchacho sin demasiada convicción.
No había pasado ni un minuto cuando una mujer menuda abrió la puerta. Llevaba un candil en la mano derecha e iba totalmente vestida de negro con la cabeza cubierta por un pañuelo oscuro.
—¿Quién yía? —preguntó la mujer— ¿Quiénes sodes? ¿Qué queredes?
—Somos de Valdeferrera, del tío Andrés y veníamos a traerle al tí Luiso los corderos que le prindamos hace un rato —respondió Pedro.
— Pasai, pasai a la cocina que vino hace un rato del monte y está cenando algo —les indicó María haciendo un gesto con el brazo para invitarlos a entrar en la casa.

Dejaron los corderos en el portal, y caminando detrás de la mujer, Santiago y su hermano entraron con miedo en la vivienda. La escasa luz del candil les ayudaba a abrirse paso y atravesando una habitación con varios jergones de paja esparcidos por el suelo llegaron a la cocina.

Allí, en medio del antiguo llar pavimentado con grandes losas de piedra, languidecía una pequeña hoguera. Suspendidas de las ennegrecidas vigas y difuminadas por el humo se veían una gruesas pregancias que sostenían una caldereta de metal donde bullían unas descoloridas berzas y otros restos de comida. El débil resplandor de la lumbre dejaba también a la vista un viejo escañil de roble y un taburete de madera, únicos enseres de aquel cuarto.
Enfrente de los chavales, sentando en el escañil, el ti Luiso comía de un cazuelo de barro unas patatas sazonadas con sebo y pimentón. Pedro, con unos ojos abiertos como platos y con la inocencia propia de la edad, escrutaba cada rincón de la habitación y cada gesto del tío Luiso y su mujer. Vio que, en el banco, justo al lado del pastor había una sobada bota de vino, una navaja y un trozo de pan que, a juzgar por el color, debía ser de centeno. Se fijó que debajo de la camiseta de tirantes que llevaba el tí Luisín se ocultaba un hombre extremadamente delgado con una piel blanca como la nieve, lo que contrastaba con la cara y los brazos quemados por el sol y la intemperie.

—Buen porvecho. Mi padre nos manda traerle los corderos… —indicó Santiago tartamudeando, al tiempo que le acercaba el paquete que su padre les había entregado.

Con calma, el hombre quitó el papel que envolvía el embutido, agarró la navaja, partió un trozo de pan y otro de chorizo y les ofreció a los muchachos.
—Pero ¡qué jodidos rapaces! Vosotros sois del tí Andrés ¿verdá? Cagüen el demonio —dijo quitándose la descolorida boina que llevaba puesta— El vuestro padre es una buena persona, ya lo creo que sí…

Ambos muchachos asintieron, más por cortesía que por convencimiento. Después de una pequeña conversación con el pastor, los hermanos salieron a la calle, se subieron a la montura y emprendieron el camino de regreso a casa. Ese día, empezaron a entender que, a veces, las personas y sus circunstancias están por encima de las leyes.

 


Relato publicado en el libro ‘Tierra de lobos, urces y hambre‘ publicado por Marciano Sonoro en verano de 2021.

Llamar al diablo…


Como imagino sabe el lector del blog, si Dios no lo remedia, Javier Milei será el próximo presidente de la Argentina.

Por si no están al día, en las elecciones celebradas recientemente en Argentina, las PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), Milei fue el candidato más votado con aproximadamente 1/3 de los votos emitidos. Ello lo sitúa como uno de los candidatos mejor posicionados de cara a las elecciones de octubre / noviembre.  Si junto con Massa resultase finalista, en segunda vuelta podría llevarse buena parte de los votos que en primera vuelta irán a Patricia Bullrich lo que le otorga bastantes posibilidades de convertirse en presidente.

Para quienes no lo conozcan, decirles que Javier Milei es un personaje que empezó diciendo barbaridades en diversas tertulias televisivas. Caracterizado por sus insultos, descalificaciones groseras y afirmaciones categóricas fue adquiriendo fama como ‘economista’. Poco a poco se fue haciendo más y más popular, y en 2021 creó un partido político llamado ‘La LIbertad Avanza’ y se presentó a las elecciones al Congreso obteniendo varios escaños. En 2023 anunció su candidatura a la presidencia de la Nación teniendo como compañera de fórmula (esto es, como candidata a Vicepresidenta) a Victoria Villarruel.

Victoria Villarruel es hija de militares y ha sido acusada de defender y reivindicar el Proceso de Reorganización Nacional ocurrido entre 1976 y 1983 en Argentina, conocido también como dictadura cívico-militar. Para quienes no lo sepan, contarles que este proceso, iniciado con un golpe militar contra el orden constitucional, ejecutó un plan de exterminio de miles de ciudadanos opositores y estableció una política económica neoliberal. Aunque se desconocen las cifras exactas de personas desaparecidas, asesinadas, violadas, torturadas y objeto de crímenes de lesa humanidad se calcula que fueron asesinadas entre 15.000 y 20.000 personas y más de 500.000 argentinos y argentinas tuvieron que exiliarse en el exterior. Entre los desaparecidos se incluyen entre 250 y 500 bebés nacidos en centros de detención y que fueron entregados ilegalmente a familias de militares. A día de hoy, las Abuelas de Plaza de Mayo han restituido a sus familias a 133 nietos; el último, el pasado 27 de julio.

Bien, volvamos al surco. No voy soltarles el rollo con la biografía o las ideas de Milei, aunque sí me gustaría destacar que Javier Milei en su niñez fue terriblemente maltratado por su padre, quien lo menospreciaba continuamente y trató de anularlo como persona. De sus ideas económicas habría que destacar que Milei se define como ‘libertario’ o ‘anarcocapitalista’. Básicamente, cree que el Estado sobra y que el mercado ya se encarga de regularlo todo, lo cual sabemos que es una falacia. Sigue a pies juntillas a la Escuela Austríaca de Economía, apuesta por la dolarización del país y reivindica la herencia económica de Menem y Cavallo, su ministro de Economía. Ya saben cómo acabó todo aquello en 2001, con el corralito y un empobrecimiento generalizado.

Lo peor de todo es que Milei no sabe, o sabe muy poco, de historia económica. Lo suyo es dogma neoliberal. Milei parte de unos supuestos un poco peculiares. Afirma que quiere que Argentina que un día fue el país más rico del mundo, vuelva a serlo. Este discurso, aunque comprado por muchos argentinos, es básicamente falso o inexacto. Argentina, a principios del siglo pasado un país rico, básicamente por sus abundantísimos recursos naturales (carne, trigo, lana de oveja, pieles, etc.) los cuales exportaba a Estados Unidos y Europa que estaban metidos de lleno en la Segunda Revolución Industrial y necesitaban esas materias primas. Así por ejemplo, entre 1890 y 1930 se pasó de 2 millones de Has. cultivadas a 25 millones, llegaron numerosas inversiones extranjeras al país y también millones de emigrantes europeos. Es decir, se produjo una expansión exponencial de los factores de producción: tierra, trabajo y capital. A ello se añaden otras circunstancias favorables como la aparición de innovaciones tecnológicas (maquinaria agrícola, electricidad, motor de combustión, frigoríficos) o el abaratamiento del transporte internacional.

Argentina pudo sacar partido de todas esas mejoras y vivió unos años de fuerte crecimiento económico, produciéndose también en esos años un gran aumento del gasto público con la construcción de escuelas, ferrocarriles, hospitales, etc. El problema es que todo ello se financió con deuda a cuenta del futuro crecimiento económico; es decir, hubo un fuerte proceso de endeudamiento, con lo que con la subida de los tipos de interés y la caída de comercio internacional el país se vio en diversas ocasiones al borde de la bancarrota. Así ocurrió por ejemplo con la Gran Depresión de los años 30 cuando países como Gran Bretaña o EEUU empezaron a gravar las importaciones y a repatriar capitales.

Aún así la bonanza económica se mantuvo y Argentina todavía vivió unos cuantos años buenos. Incluso hasta los años 60 del siglo pasado vivió un importante proceso industrializador. Cabe recordar que Europa había quedado destruida por la II Guerra Mundial. Sin embargo, una vez las economías europeas se fueron recuperando, en Argentina empezaron a salir a flote todos los males del pasado (endeudamiento, déficit fiscal, inflación, exceso de capacidad productiva, excesiva dependencia de las exportaciones, etc., etc.,) y se sucedieron una serie de etapas políticas convulsas con golpes de estado, endeudamiento con el FMI, políticas de austeridad, etc.

En todo caso, aunque Argentina estuvo entre los países más ricos de mundo, los milagros no existen. Queda muy bien ese discurso, pero como han podido ver, eso de decir que Argentina fue una potencia admite muchos matices. Por otra parte, como saben, no hay soluciones fáciles y menos para un país como Argentina. De hecho, Milei, quizás al verse encabezando las encuestas, ya ‘le entró el cagazo’, como dirían por allá. Una cosa es decir en una tertulia televisiva que iba a prender fuego al Banco Central o que agarraría la motosierra y recortaría subsidios, transferencias, privilegios, sector público, etc., y otra cosa es gestionar un país con 45 millones de personas, una tasa de inflación del 120% anual, una tasa de pobreza que ronda el 45% y con casi el 60% de la población recibiendo ayuda de algún plan social. De hecho, en los últimos días Milei ha empezado por moderar su discurso y ha dicho que los beneficiarios de los planes sociales son víctimas, ha contactado a los sindicatos, etc. Ya no parece tan loco.

Lo que parece claro es que cada vez que Argentina ha optado por soluciones radicales no ha ido la cosa muy bien. Sin embargo, tratándose de Argentina, pues ya nada sorprende: cuando piensas que han tocado fondo, siguen cavando. A mí, con todo esto de Milei, me viene a la cabeza una frase escuchada a un campesino hondureño y que reza: «Fíjese que una cosa es llamar al diablo y otra es verlo llegar».

En fin…

Notas para un estudio de la infamia (v): la masacre de los Horcones (Honduras)


Hace pocos meses, en el último viaje que hice a Honduras, tuve ocasión de visitar varios departamentos del país. Al dirigirnos a Juticalpa, capital del Departamento de Olancho, transitando por el valle de Lepaguare pasamos al lado de unas fincas de una gran extensión. Mi acompañante me indicó que se trataba de propiedades del ex-presidente Mel Zelaya y consorte de la actual presidenta del país, Xiomara Castro.

Me sorprendió el dato, ya que desconocía que Manuel Zelaya era un importante terrateniente y —a pesar de su discurso ‘revolucionario’— formaba parte de las oligarquías agrarias del país. De hecho, mi acompañante que había sido compañero de colegio de Mel Zelaya me contaba diversas anécdotas del ex-presidente destacando su inteligencia, carisma y generosidad.

Sin embargo, relataba mi interlocutor que en aquella finca el padre de Mel Zelaya junto con un grupo de militares había matado a un grupo de campesinos, sacerdotes y estudiantes que se dirigían a la capital para protestar contra las adjudicaciones de tierras que se estaban llevando a cabo.

Ahí quedó la cosa. La conversación siguió por otros derroteros, pero a la noche al llegar al hotel no pude resistirme y busqué más información al respecto. Efectivamente, este episodio de violencia es conocido como la masacre de La Talanquera, Santa Clara y Los Horcones, o simplemente la masacre de los Horcones. Incluso hay un documental sobre el tema y, aunque han pasado casi 50 años, las organizaciones campesinas tratan de mantener viva la memoria de las personas torturadas y posteriormente asesinadas.

La historia es más o menos como sigue. Un grupo de 14 campesinos, estudiantes y religiosos se dirigían a Tegucigalpa para participar en la Marcha del Hambre fueron detenidos y conducidos a la hacienda de Manuel Zelaya donde fueron torturados y asesinados. Cinco campesinos fueron quemados vivos en una hoguera, las estudiantes fueron arrojadas con vida a un pozo que posteriormente fue dinamitado, y los sacerdotes Iván Betancourt (colombiano) y Michael Jerome Cypher (estadounidense) fueron mutilados y torturados hasta la muerte.

¿Qué más les puedo contar? Pues que en Honduras unas pocas familias controlan la mayoría de la tierra y, por tanto, el poder. El problema es que al igual en otros muchos países donde la tierra está en pocas manos (Colombia, Argentina, Guatemala, El Salvador,…) no hay datos sobre quienes son los propietarios de la tierra ya que no existen censos ni estadísticas oficiales. No es difícil imaginarse el porqué. Lo que se sabe y se aprecia a simple vista cuando uno visita un país como Honduras es que las grandes explotaciones ganaderas o de cultivos industriales (banano, palma africana, caña de azúcar, etc) ocupan las tierras más fértiles (valles de los ríos). Por el contrario, una mayoría de pequeños propietarios tienen que conformarse con tierras marginales y poco productivas situadas en las partes más quebradas del relieve. Mientras que los primeros, unos pocos grandes propietarios, producen para la exportación, los segundos se dedican a la agricultura familiar y destinan las producciones, especialmente granos básicos y legumbres, al autoconsumo o al mercado nacional.

Lo peor es que, en países como Honduras, el fenómeno de la concentración de la tierra no ha hecho más que agudizarse en los últimos 30 años. Cada día son expulsados campesinos de sus tierras. También en Guatemala, Colombia y otros países de la región. Así, por ejemplo, en Colombia con el resurgimiento del paramilitarismo miles de campesinos están siendo expulsados violentamente de sus tierras. Tierras que, posteriormente, son compradas a precios irrisorios por los empresarios y terratenientes que amparan y financian a los grupos paramilitares.

Volviendo a la masacre de los Horcones, únicamente me queda añadir que el padre de Mel Zelaya juntamente con el terrateniente Carlos Bahr y dos militares fueron sentenciados a 20 años de cárcel. Sin embargo, permanecieron en prisión poco más de 1 año ya que fueron favorecidos por un decreto de amnistía sobre crímenes militares de la Asamblea Nacional Constituyente en septiembre de 1975.

En fin… Nada nuevo bajo el sol.

Una mujer brava


No, no fue por blasfemar, como decía la gente, el motivo por el que la Guardia Civil multó a Alejandra. Como el más soez de los carreteros, aquella mujer blasfemaba y mucho, pero la multa de veinticinco pesetas no fue por echar juramentos. Tal vez pudo ahorrársela, pero el modo insolente como contestó a los uniformados agravó la situación.

Cuando los guardias le dieron el alto en el camino de San Félix, Alejandra volvía del Souto guiando una pareja de vacas que tiraba de un carro lleno de patatas.

—¿Dónde está su marido? —le preguntó uno de aquellos guardias señalando a los rapaces que, sentados en lo alto del montón de patatas, jugaban a encontrar figuras.
—No tengo marido ni lo quiero —contestó la mujer.
—Ah, ¿es viuda? —dijo el otro guardia.
—No. Soy soltera —respondió Alejandra.

Mirando a los rapacines, con un gesto burlón el guardia mas viejo dijo:

— Veo que le gusta el baile…
—Es la mía vida. Otros viven amargaos —dijo la mujer con cara de desprecio.

El diálogo se fue agriando y se adivinaba que aquello no iba a acabar bien. Antes de dar por zanjada la conversación, los guardias revisaron el carro. Viendo que no llevaba la chapa que acreditaba haber abonado la tasa de rodaje que pagaban carros y bicicletas al Ayuntamiento decidieron multarla. Por lo general, los guardias hacían la vista gorda ante este tipo de infracciones pero en este caso el comentario de Alejandra acabó por echarlo todo a perder:
—Yo me divierto bailando, pero a otros gustai-yes divertirse multando a muyerinas pobres…

Los guardias, una vez le tomaron los datos, enfilaron en dirección a San Félix.

Apenas se habían alejado unos metros, Alejandra agarró la ijada y llamó al ganado: “Vamos vaquinas, vamos. Me cagüen…” y a continuación enumeró toda una retahíla de vírgenes, santos y dioses. Prácticamente ningún morador de la corte celestial quedó sin mentar.

Relato publicado en el libro «Tierra de lobos, urces y hambre» que puedes comprar en un centenar de librerías de toda España. También está disponible en todas las bibliotecas públicas de la provincia de León, incluyendo el bibliobús.

La foto que acompaña el texto fue hecha en Val de San Lorenzo en noviembre de 1952 por Alan Lomax y pertenece a la Alan Lomax Collection del American Folkie Center de la Association for the Cultural Equity. Si pinchan en este enlace, encontrarán otras interesantes fotos de este autor.

 

LNT te recomienda: El amanecer de todo: una nueva historia de la humanidad


Hay quien entiende que la Historia ‘progresa’ de forma lineal, de forma teleológica; es decir —y para quienes no conozcan el término— la Historia tendería hacia un fin determinado con anterioridad y todo ocurriría con algún propósito o intención.

Bien. La mayoría de historiadores sabemos que no es así. Ya la propia idea de progreso es discutible/cuestionable y en torno a estas cuestiones gira la recomendación de hoy.

El libro que hoy les recomiendo pone patas arriba muchas de las ideas que existen sobre el origen de la civilización y que sostienen que el aumento del bienestar lleva necesariamente aparejado un incremento de la desigualdad. La obra en cuestión es ‘El amanecer de todo: una nueva historia de la humanidad‘ de D. Graeber y D. Wengrow que acaba de ser publicada en castellano.

Lo que vienen a mostrar (y demostrar) el antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow es que mucho de lo que pensamos sobre el origen de la civilización y el surgimiento de los Estados está basado en mitos, en supuestos inventados que no se sostienen de acuerdo a las evidencias arqueológicas y antropológicas.

Los mitos son lo que son y es importante la narrativa que hay detrás, pero lo peligroso es extrapolarlos e interpretar la realidad a partir de ellos. En este sentido, Graeber y Wengrow hacen un extraordinario trabajo para revisar y derribar muchas de estas asunciones basadas en planteamientos teleológicos y aceptadas acríticamente.

Uno de los mitos —propagado ampliamente en publicaciones de carácter divulgativo de pseudo-historiadores o autores de bestsellers como Yuval Noah Harari o Jared Diamond— es la ‘hipótesis’ de que conforme las sociedades empiezan a ser más grandes, complejas y ricas se incrementaría la desigualdad social. De acuerdo a este mito, las sociedades recolectoras serían más igualitarias y democráticas, y el surgimiento de las primeras ciudades llevaría aparejado el surgimiento de los Estados, las burocracias, la división del trabajo y la aparición de las clases sociales. De todo ello, se podría inferir, por tanto, que el incremento de las desigualdad sería una consecuencia ineludible del progreso.

Muestran Graeber y Wengrow que ese mito se remonta al siglo XVIII y al pensamiento de la Ilustración, y estaría muy ligado al concepto del ‘buen salvaje’ de Rousseau, idea que más adelante fue apropiada por el liberalismo e incluso por el marxismo. Sin embargo, basándose en evidencias arqueológicas Graeber y Wengrow demuestran por ejemplo en que en Çatal Huyuk en Anatolia —una de las primeras ciudades o protociudades que estuvo habitada entre el 7.500 y el 6.400 antes de Cristo y en su apogeo pudo albergar entre 3.500 y 8.500 habitantes— no hay signos claros de estratificación social como palacios o templos.

Por otro lado, estos autores documentan con numerosos ejemplos que las sociedades ‘prehistóricas’ no siempre eran igualitarias y democráticas, existiendo indicios de que no era lo más común vivir aislados unos de otros en pequeñas comunidades. La diversidad de situaciones era la regla y uno no puede poner una única etiqueta a formas de organización social muy hetereogéneas y diversas. No obstante, Graeber y Wengrow se preguntan cómo es que hemos normalizado la violencia y la dominación como ‘única’ trayectoria posible de desarrollo, cuando lo que muestra la evidencia científica es que también la cooperación y la solidaridad estaban presentes en esas sociedades ‘primitivas’. En este sentido, lo que destacan los autores es que uno de los rasgos de nuestra naturaleza humana es la capacidad de negociar entre alternativas. Precisamente ese es uno de los principales aportes del libro, demostrar que nuestros ancestros eran seres creativos, capaces de organizarse socialmente de forma consciente. Nosotros también lo somos y no hay una trayectoria definida a priori. Nuestro futuro no está escrito y hay margen para la acción, para construir sociedades diferentes. Tenemos las capacidades para ello.

En relación a ello, y ya para ir cerrando esta recomendación, Graeber y Wengrow prestan una especial atención al mito de que los llamados ‘pueblos primitivos’ eran más estúpidos y nobles que las sociedades actuales. Basándose en los testimonios de los franceses sobre nativos americanos del pueblo Wendat concluyen que los llamados pueblos primitivos eran más «animales políticos» de lo que somos ahora, comprometidos en el quehacer diario de organizar sus comunidades en lugar de quejarse en twitter y otras redes sociales como hacemos ahora.

Para un historiador el ensayo ‘El amanecer de todo: una nueva historia de la humanidad‘ es muy estimulante ya que los autores ‘no dejan títere con cabeza’ y cuestionan numerosas teorías comúnmente aceptadas. Y lo documentan exhaustivamente, lo cual para los profanos —no historiadores— podría resultar una de los inconvenientes: en su afán de rigurosidad ofrecen ‘demasiada’ información lo que lo aleja de su voluntad divulgadora y a veces la lectura del libro se hace un pelín pesada. Pero, sin lugar a dudas es una lectura que vale mucho la pena.

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Como muchos de los lectores de este blog saben, vivo en Barcelona, en el centro de la ciudad. Hasta cierto punto es ‘pintoresco’ vivir en el centro de una ciudad como la capital catalana. Por el paisaje y también por el ‘paisanaje’. Pues sí, hay unos cuantos vecinos del barrio que son ‘peculiares’ porque, dicho de forma clara y directa, viven en la calle. Son los llamados ‘sin techo’.

Uno de estos vecinos es David. David es francés y se pasa las horas del día sentado en una silla de ruedas a la entrada de la iglesia de Sant Jaume. Diría que David es uno de los vecinos más entrañables del barrio. Con una cerveza siempre al lado de su silla, saluda a todo el mundo y facilita información cumplida de todo lo que sucede en la calle Ferran. Lo curioso es que hasta hace 3 o 4 años yo ni siquiera sabía que se llamaba David. Cuando mis hijos empezaron a ir a colegio me enteré que los amables dependientes del colmado se llaman Joaquín y Marisol, que la dependienta de la panadería se llama Adela, y que David se llama David.

Y es que sí, también las personas ‘sin techo’ tienen nombre y apellidos y tienen una historia. Imagino que, como a mí, a algunos lectores les gustaría saber cómo David ‘acabó’ viviendo en la calle. Y es que a uno le gustaría entender qué pasa por la cabeza de esas personas.

Precisamente, en la recomendación de hoy hay respuestas a alguna de esas preguntas. Se trata del libro ‘Trazos de sombra’ de Sol Gómez Arteaga. A través de cuarenta relatos la autora traza ‘una personal cartografía literaria en torno a los desórdenes de la mente humana’. Son historias que desnudan las complejidades que hay detrás de personas como David que, desde hace unos cuantos años, tomó la decisión de vivir en la calle. Y la mirada de Sol es privilegiada ya que se nutre de su experiencia profesional como Trabajadora Social en el ámbito de la salud mental.

Los que conocen este blog ya saben que mis reseñas son muy básicas; en este sentido, y quien busque algo más completo puede consultar la hermosa y exhaustiva reseña realizada por Margarita Álvarez.

Sí que me gustaría, no obstante, esbozar algunas ideas sobre el libro recomendado. En primer lugar, debo confesar que me costó empezar a leerlo. Quizás por la temática, pero me resultaba desasosegante sumergirme en estos relatos y durante semanas el libro estuvo durmiendo en la estantería. Sin embargo, es un libro que se lee de un tirón y conforme vas avanzando, las historias te atrapan. Además está escrito con un lenguaje muy cuidado.

En lo que se refiere a la temática y cómo ésta es abordada, ahí aparece una de las primeras virtudes del libro: convertir la fealdad en hermosura. En vez de optar por la sordidez, Sol Gómez escoge el lirismo, escoge la belleza. Todas las historias tienen algo de inquietante, pero también tienen algo de bello. Sol Gómez tiene una sensibilidad fuera de lo común, y así lo transmite con unas cuantas historias que emocionan.

Hay que subrayar también que son historias que no te dejan indiferente, si bien la autora no juzga en ningún caso a los protagonistas. Es más, se ofrece una visión humanista, en la que los personajes son tratados con una gran dignidad y respeto. Es al lector al que en todo caso le correspondería juzgar, y para que éste tenga elementos de juicio, se muestra el trasfondo social que hay detrás de cada una de las historias, lo cual constituye otra de las virtudes de esta obra. Creo que este libro permite entender mejor y comprender las dificultades de personas —como mi vecino David— a las que la sociedad ofrece el castigo y la reclusión como única solución a sus problemas de salud (mental), los cuales además se ven además agravados por la soledad, el desarraigo, la incomprensión o la pobreza. O, quizás, al revés…

En fin.

Lean, lean…