El modelo de agricultura actual se tambalea: una gran hambruna está en camino…


Leo por ahí que, según el índice de precios elaborado periódicamente por la FAO, en marzo de 2021 alimentos básicos como la carne, los aceites vegetales o los cereales subieron un 12,6% respecto al mes anterior y alcanzaron máximos históricos.

Detrás del aumento de precio de los alimentos hay diversos factores coyunturales como la guerra en Ucrania —uno de los principales productores mundiales de cereales o aceite de girasol— o las complicaciones en el transporte internacional debido a la pandemia de Covid. Sin embargo detrás de esta carestía subyacen factores estructurales bastante ‘preocupantes’ como la escasez de combustible (diésel), las malas cosechas (debido a sequías u otros fenómenos meteorológicos ligados al cambio climático), o la escasez de fertilizantes químicos que, además, han triplicado su precio.

Aunque la guerra de Ucrania ha contribuido al incremento del precio de los fertilizantes por la dificultad para acceder al gas ruso, el conflicto bélico pone de relieve una de las fragilidades del sistema alimentario mundial como es la excesiva dependencia de los hidrocarburos y de los inputs industriales.

Vayamos con un poco de historia. Como debe saber el lector, los tres principales factores que participan en la producción agrícola son tierra, trabajo y capital. En la agricultura preindustrial o tradicional, el factor tierra podía ser incluso comunal, el trabajo lo aportaban los miembros de la familia, y los inputs utilizados en la producción generalmente eran obtenidos en la propia explotación. Como fuerza de trabajo eran empleados animales o recursos renovables (p.e., viento o cursos de agua para mover molinos, etc). Para recuperar la fertilidad del suelo eran empleadas rotaciones de cultivos —que, a su vez, evitaban plagas—, períodos de descanso del suelo (barbechos), o utilizaban el estiércol del ganado. En cierta manera, era un sistema orgánico con una gran dependencia de la naturaleza.

Con la industrialización todo esto cambió ya que hombres y bestias fueron sustituidos por tractores, segadoras, ordeñadoras y otra moderna maquinaria movida por motores de combustión o motores eléctricos; por su parte, los fertilizantes químicos sustituyeron al estiércol, las rotaciones o el barbecho. La ‘ganancia’ fue grande, ya que con la maquinaria se multiplicaba la productividad del factor trabajo y se podían poner en cultivo nuevas tierras; y los abonos químicos permitían aumentar la productividad de la tierra, aumentando ostensiblemente la producción agraria.

Con respecto a los abonos químicos, hay que remontarse a principios del siglo XIX y los descubrimientos de Liebig sobre las plantas y el nitrógeno. Conocidos sus efectos en el desarrollo de las plantas, el nitrógeno empezó a ser obtenido de forma masiva de ‘depósitos’ naturales como el guano (deposiciones de pájaros) que durante siglos se había almacenado en islas del Pacífico de Perú y en salitrales del norte de Chile (los famosos Nitratos de Chile). También la potasa era extraída de minas. Ahora bien, el gran salto se produjo en 1909, cuando dos químicos alemanes, Fritz Haber y Carl Bosch, encontraron la manera de utilizar el nitrógeno del aire para hacer amoníaco y producir fertilizantes de forma industrial.

A partir de 1945 en Europa los abonos químicos tuvieron una amplia difusión ya que permitían ‘sustituir’ el factor escaso, la tierra. También en otros lugares, como EEUU o Argentina, donde el factor escaso era el trabajo, y en un primer momento se había optado por la mecanización y la importación de mano de obra, poco a poco fue aumentando el consumo de abonos químicos. Hay quien sostiene que el fuerte crecimiento de la población mundial fue posible gracias a los fertilizantes inorgánicos. Ahora bien, no se ha de olvidar tampoco que asociados al uso de agroquímicos hay importantes problemas de contaminación de suelos y acuíferos, a lo que se añade la dependencia de inputs industriales y de la disponibilidad de hidrocarburos.

Llegados a 2022, el 24 de febrero Rusia invadió Ucrania, y se hizo patente un ‘nuevo’ problema en relación a la fertilizantes: el gas ruso; y es que resulta que el 77% de la producción mundial de amoniaco emplea gas natural como materia prima. Con el amoniaco se fabrican tanto el nitrato de amonio (con una concentración del 34% de nitrógeno) y la urea (46% de nitrógeno). Las dificultades para acceder al gas ruso no sólo han afectado al mercado europeo sino que EEUU ha tenido que abastecer a otros mercados produciéndose un efecto en cascada y haciéndose patente la escasez a nivel mundial. La falta de fertilizantes ha alterado la producción de alimentos pero también de piensos y forrajes para el ganado, con lo cual los efectos se ven cada vez más agravados y se va cayendo en una especie de círculo vicioso difícil de romper.

Como es lógico, el incremento del precio de los alimentos hará que muchas personas no puedan comprarlos por lo que —si miramos lo ocurrido en épocas precedentes— una gran hambruna parece estar en camino. Lo que está ocurriendo en la actualidad recuerda bastante la crisis alimentaria de 2007-08 que condenó a la pobreza y al hambre a más de 80 millones que personas (las cuales se sumaban a los más o menos 830 millones que ya pasaban hambre).

En 2008, la crisis alimentaria tuvo diversas causas, pero un factor que la agravó fue el emplear buena parte de la producción de maíz (y otros cereales) a la producción de biodiesel. No sólo se destinaron alimentos y piensos para fabricar biocombustibles, sino que al estar ligado el precio del maíz al petróleo, al dispararse el precio de éstos las subidas se trasladaron progresivamente a otras materias primas y alimentos: primero la soja y el trigo, después el arroz y más tarde los aceites vegetales. La carestía de los alimentos no sólo agudizó la inseguridad alimentaria sino que provocó desórdenes y disturbios en numerosos países: Egipto, Indonesia, Haití, Tailandia, Pakistán, etc… Más de una treintena de países sufrieron turbulencias políticas desatadas por la crisis alimentaria.

Pareciese pues que vamos por el mismo camino y que vienen curvas en los próximos meses.

Llegados a este punto, cabe hacer una precisión: las hambrunas no están causas por la falta de alimentos, sino por la dificultad de acceder a ellos. Un buen ejemplo de ello es la hambruna de Bengala de 1943 estudiada por el premio Nobel Amartya Sen y en la que murieron entre 1,5 y 3 millones de personas. Dice A. Sen que en 1943 no había escasez global de arroz en Bengala sino que los más pobres no podían comprarlo. Con motivo de la Guerra mundial había aumentado la demanda de alimentos, duplicándose el precio del arroz lo que provocó acaparamiento por parte de los comerciantes ya que era una excelente inversión. A ello se añade que Churchill priorizó las necesidades bélicas de la metrópoli y no le importó que millones de hindúes pobres muriesen de hambre en la colonia. Nada nuevo bajo el sol, ya que justo un siglo antes, en la gran hambruna irlandesa causada por la destrucción de las cosechas de patatas, el Gobierno inglés ignoró las necesidades de los irlandeses pobres y el grano que los colonos ingleses producían en Irlanda era exportado hacia Inglaterra y otros países.

También es falso que hoy en día a nivel global haya escasez de alimentos. Es cierto que el encarecimiento de los productos básicos hace que los más pobres no puedan comprar los alimentos necesarios para su sostenimiento. Pero aquí es donde entra la voluntad política de los gobiernos de priorizar esas necesidades o no. Porque además con la subida del precio de los alimentos suele aparecer la especulación, el acaparamiento, etc., y quienes suelen beneficiarse de esas prácticas son las oligarquías que además ‘cooptan’ los gobiernos de los países en situación de inseguridad alimentaria. Son gobiernos que, por lo demás, acostumbran a favorecer a la agroindustria frente a la agricultura familiar, o que apoyan un modelo de agricultura basado en monocultivos destinados a la exportación en lugar de una agricultura diversificada y la soberanía alimentaria.

Sostener que el hambre está causada por la escasez de alimentos ha sido el argumento lineal y simplista que nos quieren ‘vender’ los partidarios de la agroindustria, y también los ‘evangelistas’ de la revolución verde, la biotecnología y los organismos modificados genéticamente. Repito: lo que está detrás del hambre es la falta de voluntad política de atender las necesidades de los más pobres. Punto. También la especulación e incluso —si se quiere— se podrían añadir otros factores ‘estructurales’ como la injusta y desigual distribución de la tierra en muchos países del Sur.

En todo caso, y retomando el argumento inicial, el modelo de producción agroindustrial parece estar en crisis ya que —al igual que la Revolución Verde— se cimenta en la existencia de energía abundante y barata, y eso ya fue. Esa época ya pasó. También es un error pensar que las soluciones a la falta de fertilizantes pasan por encontrar un sustituto tecnológico, como ocurrió con el proceso Haber-Bosch que, cuando el guano y el nitrato empezaban a escasear, se encontró una alternativa viable para la obtención de nitrógeno

La tierra es finita y los recursos son finitos. Parece que, por un lado, habrá que cambiar el modelo de consumo alimentario y por otro, habrá que volver a enfocar la agricultura de otra manera haciéndola más sostenible y menos dependiente de los fertilizantes químicos y otros inputs industriales. No hay demasiadas opciones y alternativas como la vuelta a la agricultura preindustrial no son viables. No obstante, también hay alguna buena noticia: una es que a día de hoy la agricultura familiar produce el 80% de los alimentos, y la otra buena noticias es que, tal como reconoce Naciones Unidas, la agroecología se ha demostrado como una alternativa que permite incrementar los rendimientos agrícolas, reduce la pobreza rural y contribuye a la adaptación al cambio climático. Quizás sea un buen punto de partida… Lo que viene no será un camino fácil, pero hay lugar para la esperanza.


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La desconocida historia del Camino Hospitalario de La Cepeda


La seguridad que aportaba el camino y la hospitalidad caritativa que en sus propias casas ofrecían los lugareños, fue la clave para que un sinfín de peregrinos a Compostela eligieran la ruta septentrional cepedana en la Baja Edad Media.

Desde tiempo inmemorial, soportando el paso de los siglos, ha permanecido «casi intacto» un camino de comunicación de gentes y culturas que, acercándose a la línea recta, ha unido la ciudad de León con la tan preciada Comarca del Bierzo.

Su origen, se remonta a 2000 años coincidiendo con una imperiosa fiebre aurífera romana que ha dejado su inconfundible huella a lo largo del camino acompañada de un conjunto de nombres toponímicos que han perdurado como testigos de aquel primigenio trazado. Tenía este su inicio, en la misma salida del puente de San Marcos de León, tomando rumbo a Monte-Jovs por la denominada Vía de Las Janas en el paraje que aún subsiste con el nombre de La Calzada. Una vez pasado el pueblo de Montejos, transcurría en perfecta línea recta por campos de El Rengalengo, adelantándose a cruzar el río Órbego por el Ponte Juliano cuyas pétreas pilastras permanecen sumergidas en el paraje de Puente Vía. Ya a salvo de las indomables aguas del río Órbigo, atravesaba el poblado de Carrezino para continuar en línea recta hacia Vilar de Olas; renombrado fue en este lugar El Requies de La Jadina cuyo generoso manantial daría fuerzas a infinidad de viandantes para continuar rumbo a Riuvo Frígido y al pueblo cuyas ferrerías romanas le dieron el nombre de Ferreiras.

Siguiendo dirección siempre a poniente, una vez pasado Monrriondo y Las Coronas de la Veguellina, avanzaba cruzando castros, quintas y villas (Castro, Quintana, Villamiecca, Coluedros, Cruz y Villa Requexo). Todavía en tierras cepedanas, después de bordear La Griega, se adentraba en la Villa de Gatón por la Vía Jouja (vereda empedrada), la cual seguía hacia Las Brannas y El Morueco para entrar serpenteante y victorioso en El Bierzo por Cerexal de Tormor continuando rumbo hacia Benevívere por el Alto de la Vela.

Ciertamente, los topónimos junto con las tradicionales orales son el alma del pasado, pero mejor son los documentos escritos que, como un espejo, reflejan el mayor auge y esplendor de este primitivo camino desde finales del siglo XII al XVII como: vía de muchos romeros e peregrinos que por servir a Dios van a Santiago de romería.

Los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén fueron los promotores de esta ruta cepedana; por ella, se adentraron en el año 1192 en tierras que por entonces pertenecían al Obispado de Astorga. Con todo y con ello, construyeron su residencia en las inmediaciones del pueblo de Villameca, en el denominado Cueto de San Bartolo, llamado así, por asentarse en él la primitiva iglesia de San Bartolomé, la cual, después de ser pasto de las llamas, fue reedificada junto con el soberbio Monasterio denominado de San Bartolomé de Peña Cueto. Disponía este de cementerio propio, huerta, pozo y fortificación, pero de manera especial, un chocante y misterioso «por entonces» molino de viento que ya desde la lejanía dejaba extasiadas a las gentes y caminantes que se acercaban a contemplar tan imponente como extraño artilugio.

Gozó el Monasterio además de privilegios otorgados por el pontífice Inocencio III y reyes desde Fernando II hasta Alfonso X, así como de celebraciones y una romería de gran renombre, concediendo gracias y perdones a los romeros que pasaran por el lugar el día señalado de San Bartolomé.

Una vez instalados, valiéndose de acuerdos y a veces enfrentamientos y litigios con el Obispo de Astorga Don Lope Andrés, se fueron haciendo con el patronato de una buena parte de iglesias y ermitas que acompañaban este antiguo camino, incluso con poblaciones enteras como era el caso de Riofrío, el cual, debía contribuir a la Orden (cada año y por cada fumazgo) con un carro de leña seca y una gallina viva y sana.

La Orden de San Juan era total defensora de los caminos de peregrinación y su interés por estas tierras no tenía otro objetivo ni finalidad que no fuera practicar la hospitalidad para lo cual había sido fundada. Para ello, pusieron a funcionar esta ruta de peregrinos encargándose de aderezar y reconstruir el camino y sus puentes, promocionando a la vez la construcción de iglesias, ermitas y pequeños hospitales (Villameca y Cerezal) coincidiendo estos, con el cisterciense de Carrizo, con la misma advocación de San Blas y con el mismo poder de perdonanza en favor de los romeros que por sí o por otros pasaran a visitarlos.

Una vez terminada la infraestructura que ofrecía protección y asistencia a los peregrinos, con la sabiduría y experiencia en el tema que los caracterizaba, trataron de implicar a los propios lugareños para que formaran parte activa en tan singular empresa; para ello, fundaron La Cofradía de Santa María Magdalena; su sede principal dotada de mesa de pan y vino estaba en Villameca donde se administraba y recaudaban las rentas de su gran patrimonio, sin embargo era en el pueblo de Castro donde además de tomar decisiones importantes, se admitía a los nuevos cofrades inculcándoles el compromiso de: atender a los peregrinos que pasaran por las puertas de sus moradas.

Como satisfactorio resultado, cabe resaltar, que cualquier peregrino que se adentrara por este camino, tenía asegurado el recibimiento de algún cofrade dispuesto a prestarle ayuda, factor primordial que hizo posible el éxito de esta ruta durante más de cinco siglos, por la cual, según recalca D. Augusto Quintana: pasaban auténticas riadas de peregrinos.

Felizmente continuaron las cosas aún después del día 20 de julio de 1425 en que, reunidos los representantes de la Cofradía en el pueblo de Castro, decidieron traspasar todo el patrimonio a Juan de Oviedo, un noble y acaudalado peregrino, nada menos que el mayordomo del Rey Juan II de Navarra, el cual pasó haciendo este camino y decidió quedarse en estas tierras; en ellas, puso toda su fortuna incluidas sus rentas de 7000 maravedís que le correspondían por el portazgo de Medina del Campo, lo cual, unido a la gran donación cedida por la Cofradía, le sirvió para refundar el complejo con el nombre de Convento y Hospital Franciscano de Cerezal, en el cual, ceñido al hábito franciscano, continuaría la labor caritativa hospitalaria dedicada expresamente a los caminantes y peregrinos.

Fray Juan de Oviedo, fue un gran defensor y benefactor de muchas gentes cepedanas y de esta ruta, ganando pleitos y obteniendo privilegios y beneficios de pontífices y reyes, en favor de los muchos peregrinos que seguían pasando por el nuevo complejo hospitalario de cerezal. Por tal motivo, floreció un movimiento franciscano en diversos pueblos de este camino, el cual, siguió funcionando hasta que una injusta y nefasta desamortización de Mendizábal desvió a los desamparados peregrinos por otros caminos.

De igual forma, los hospitalarios permanecieron en el Cueto de San Bartolo hasta el año 1873, en que, el Papa Pío IX, suprimió todas las jurisdicciones exentas y tuvieron que abandonar La Cepeda; en ella, forjaron una real y ejemplar historia que ahora duerme en la oscuridad y va tocando despertar y sacarla a luz para darla a conocer y que de ningún modo acabe en el oscuro cajón del olvido.

Desempolvando la historia se puede asegurar como lección bien aprendida, que no hubiera sido posible el éxito de esta ruta sin la participación de las buenas gentes cepedanas, pero a la vez, sin la habilidad de aquellos monjes hospitalarios, que con gran estrategia y para que todo funcionara a la perfección, habían puesto representantes en diversos pueblos del camino denominados como donados y donadas de San Juan según reza en fidedignos testamentos de gentes de Ferreras, Castro y Culebros pero de manera especial de Riofrío. El pueblo de Riofrío (Riuvo Frígido), es la llave que en esta ruta hospitalaria abre las puertas de La Cepeda y en él se refleja la documentación más antigua. Así, en el año 1199, dos altos mandatarios de la Orden Hospitalaria: Frater Alfonso Pelagii que había sido preceptor en España y Frater Garsias de Lisa comendador de la Orden en ultramar, donan a un matrimonio una casa en Riofrío con todas sus pertenencias, para que sirviendo a la Orden y cumpliendo con ciertos compromisos hospitalarios, la disfruten todos los días de su paz, pasando de nuevo a la Orden a su fallecimiento.

De igual forma, sigue fluyendo la información, reflejada en descriptivos apeos de propiedades eclesiásticas que dejan claro testimonio del compromiso de hospitalidad caritativa que tenían los colonos y cofrades de Santa María Magdalena; a dicha cofradía pertenecía la primitiva ermita, adosada al primitivo cementerio y asentados a la misma entrada de Riofrío, donde un clérigo, ayudado de un donado de San Juan, se ocupaba de atender las necesidades espirituales de los cofrades y peregrinos, ofreciendo a la vez una misa diaria, en sufragio por las almas de los fallecidos asegurando así su salvación eterna.

Ciertamente, la salvación del alma era algo de suma importancia por entonces pero también lo era la seguridad del cuerpo. Para ello, disponía la Orden del derecho de horca y cuchillo, pudiendo prender, ajusticiar y dar muerte a los malhechores exponiendo sus cabezas en picota para escarnio y escarmiento de otros posibles delincuentes. Esta brutal práctica queda también reflejada a lo largo de esta ruta tanto en Quintana y Palaciosmil como en Requejo y Corús, pueblos que al igual que Riofrío, disponían de justicia propia, compartida por entonces con la Orden de San Juan, según rezaba en una cartela del anejo lugar de Corús, representada con dos espadas cruzadas en alto sobre el estandarte de San Juan y con el nombre latino de Crux que según don Augusto Quintana habría dado nombre al pueblo hospitalario de Corús denominado por entonces como Cruz.

Por tal motivo, sigue el testimonio señalando severas obligaciones del merino, justicia y regimiento de Riofrío de mantener en pie horca y picota, así como la encarecida advertencia hacia los muy buenos cofrades de Santa María Magdalena para que: de ningún modo ni bajo ningún pretexto dieran hospedaje a ciertos suplantadores (farsantes) que, con gran picaresca, atrevimiento y descaro, viven de la caridad ajena ameciéndose (mezclándose) en el Monte del Convento con los muchos romeros e peregrinos que por servir a Dios van a Santiago de romería.

A día de hoy, permanece el testimonio de tan memorable pasado. La iglesia de Riofrío, cargada de símbolos y mensajes hospitalarios, recibe al visitante mostrando la inconfundible cruz emblema hospitalario; acompañada de dos corazones como símbolo de caridad, recuerda que a los hombres y mujeres se les mide por el corazón y su grandeza se observa en la manera de tratar al prójimo. Como esperanzadora recompensa, se presenta como símbolo solar, una roseta de múltiples radios curvos que simulando el perpetuo movimiento del sol representa la tan deseada eternidad.

Presidiendo el retablo del templo y recordando su cofradía, permanece la antigua imagen de Santa María Magdalena en la cual parece haberse detenido el tiempo; con un complejo peinado de trenzas unidas en un broche frontal y engalanada de llamativas vestiduras, muestra el tarro de ungüentos, como gesto de hospitalidad, a todos los visitantes y moradores de este antiguo poblado hospitalario, el cual agradecido, la sigue honrando y venerando cada año dedicándole la titularidad de la iglesia y la calle principal de más de un kilómetro de larga.

Siguiendo ruta por ella, en un corto y agradable paseo, se llega al pueblo de Ferreras. Su iglesia, alberga la imagen de San Juan Bautista; patrono del pueblo y del templo, preside el retablo desde el año 1863 en que, recién salidos de una terrible epidemia, fue trasladado de la primitiva iglesia, erguida vigilante en un altozano, denominado actualmente La Torre y anteriormente Vago de la iglesia. Figuraba esta, con el nombre de San Juan Baptista de Ferreras y Monriondo y los terrenos anejos a dicha iglesia, figuraban como propiedad de San Juan de Malta intitulado como de San Bartolomé del Cueto lo cual deja claro testimonio de que fueron los hospitalarios sus promotores bajo la advocación de su patrono San Juan; festividad a la que estaba incondicionalmente obligado a asistir (por entero, en romería y portando su propio pendón) el vecino pueblo hospitalario de Riofrío.

De gran sencillez, pero con ciertas referencias jacobeas, permanece en el templo la antigua imagen de San Mamed. Con su instructor gesto, parece querer recordar a las gentes su cofradía y santuario, asentado según reza en apeos de la cofradía en el lugar que ocupa la actual iglesia, cruce importante por entonces de caminos: de León a La Galicia y de Astorga a Las Asturias.

Era conocido dicho santo por los cofrades como el amansador de las fieras y lo consideraban como protector de caminantes y peregrinos. Disponía dicha cofradía de muchas propiedades, algunas, donadas por una muy agradecida vecina de Castro: Elvira Cabeza, la cual, autodenominándose como fraila de San Juan, dejaba reflejado en las mandas piadosas de su testamento, el compromiso de hospitalidad caritativa que tenía adquirido con La Cofradía de San Mamed. Aquellas propiedades, se arrendaban todos los años y con el beneficio, se sufragaban la misa y romería con procesión hacia la «ya olvidada» Praderina de San Mamed donde, los cofrades, repartían pan y vino entre todos los viandantes y peregrinos, pobres o menesterosos de cualquiera clase o razón que pasaran por el pueblo.

Todas estas valiosas noticias, davidoso legado de nuestros antepasados, dejan tan claro testimonio de lo que fue este camino que animan a una profunda meditación. Para ello, se hace necesario hacer un descanso y alzar la mirada hacia su faro y guía el Cueto de San Bartolo (El Teso los Flayres). Las ruinas de aquel monasterio descansan entre peñascos y parecen querer cada tarde hospedar al hermano sol, el mismo que en otro tiempo iluminó a hospitalarios y peregrinos y el mismo que al ocultarse se lleva con él las últimas luces de cada día. Afortunadamente, vendrán nuevos amaneceres en que seguirá iluminando este camino, para que nuevas gentes, conociendo bien el pasado, puedan recorrer el presente y planear mejor el futuro alentados como aquellos caminantes de antaño con la oración peregrina de San Mamed que decía así:

¡Oh, glorioso San Mamed!
que estáis en esa zaguía
velando a los peregrinos
en la noche y por el día.
Librainos por el camino
de toda fiera dañina
lograinos feliz destino
al final de nuestra vida.

Fran Martínez Álvarez

* Artículo publicado originalmente en ileon.com . Reproducido con permiso del autor

 

Tierra de lobos, urces y hambre


Hace un rato acabo de recibir una muy buena noticia. Jesús Palmero y Cristina Pimentel de Marciano Sonoro Ediciones me dicen que a partir de hoy, 16 de agosto, estará en las librerías «Tierra de lobos, urces y hambre».
Este libro es ‘hijo’ de este blog. Un día me dio por escribir un relato y publicarlo aquí. Ese primer relato titulado ‘La noche más larga‘ tuvo bastante buena aceptación lo que me animó a seguir escribiendo. Poco a poco me junté con una treintena de relatos que ahora ven la luz en forma de libro.
De momento comentarles que en los próximos días estaremos presentándolo en diversas localidades de la provincia. Acá el detalle:

Es una edición muy pequeña, con muy pocos ejemplares a la venta. Por tanto, si no andan listos para reservarlo o comprarlo, corren el riesgo de quedarse sin el, aunque imagino que se irá reeditando conforme se agote. Podrán comprarlo en las presentaciones pero también en la página de la editorial y en diversas librerías; en uno de los enlaces que aparece más abajo se irá actualizando la información sobre puntos de venta del libro.

Nueve ‘consejos’ para convertirte en un auténtico veraneante


Ahora que van a empezar las vacaciones, como experto en el tema, te ofrezco —totalmente gratis— 9 trucos que convertirán en un auténtico veraneante. Si sigues estos consejos al dedillo, jamás de los jamases te confundirán con un paisano. ¿Tienes papel y bolígrafo? Anota que ahí van:

#1 – Las bermudas y el pantalón de tergal: elementos clave del vestuario.

El elemento que distingue a un veraneante de un paisano del pueblo son las bermudas.  Nunca, nunca, nunca verás a un verdadero paisano con ‘bermudas’. Puedo jura por lo más sagrado que yo en mis 50 y tantos años de vida todavía no he visto a un ‘paisano’ en pantalón corto o bermudas. Si un paisano necesita hacer algún trabajo que no precise de pantalones, pues se los sacan y punto. Bermudas, jamás.

Bien. Tomen nota. Las bermudas tienen que ser tipo ‘pirata’; es decir, deben quedar un poco por debajo de las rodillas. No importa lo cortas que tengas las patas y lo grande que sea la barriga. No importa que con ese tipo de bermudas parezcas un sapo. Tú, tranquilo. Ese es el ‘coste’ que hay que pagar para que todo el mundo sepa que tú eres un veraneante, no un paisano.  Ah! también es fundamental que las bermudas tengan muchos bolsillos. Cuantos más mejor.

Si no te encuentras cómodo con las bermudas pues nada: pantalón de tergal de toda la vida.

#2 – El cinto siempre de cuero y a la altura correcta.

De la misma manera que el largo de las bermudas siempre debe estar por debajo de la rodilla,  el cinturón del pantalón siempre ha de estar por encima del ombligo, un poco por debajo del pecho. Quiero decir, el cinto tiene que estar bien alto. Y nunca, nunca, nunca —y nunca es nunca— uses una cuerda de alpaca como cinto. Si un ‘veraneante’ utiliza una cuerda de alpaca como cinto, automáticamente pierde la categoría: mejor enseñar la ‘hucha’ llena de pelos que utilizar una cuerda como cinto.

#3 – Los zapatos de rejilla, elemento de distinción.

También es muy importante el calzado. No, no, no se puede calzar cualquier cosa. El zapato es una parte fundamental del vestuario.

Para empezar,  los domingos y festivos son de uso obligado los zapatos de rejilla. Sí, sí, me refiero a esos zapatos que te compraste con el primer sueldo, allá a principios de los años 70 del siglo pasado. Son esos mismos que tu mujer, todos todos los veranos desde hace 15 años, te dice de tirar a la basura. Pero ¿por qué vas a tirar unos zapatos que están ‘nuevos’ y además son cómodos? Una pena que no puedas dejarlos en testamento a uno de tus hijos o a tus nietos, porque yo también estoy seguro que un día no muy lejano ese tipo de zapatos volverá a ponerse de moda.

El resto de días unas sandalias o unos zapatos de tela. Sí, son esos zapatos de toda la vida, de tela gruesa con unos elásticos en los laterales. Son una prenda obligada del auténtico veraneante porque —salvo en domingo— nunca verás a un paisano del pueblo con esos zapatos. ¿Cómo va a poner un paisano unos zapatos con los que no puedes entrar a la cuadra o a una huerta? Tampoco verás a un paisano con sandalias. Y nada de sandalias caras ni de cuero. Con unas sandalias de plástico y velcro ya vas bien.

#5 – Cualquier trabajo, hasta el más insignificante, requiere guantes y gafas de protección.

En lo que al calzado se refiere, bajo ningún concepto se te ocurra ponerte unas botas de trabajo salvo que vayas a podar el seto que rodea tu casa. Pero si, por causas de ‘fuerza mayor’, decides ponerte botas es fundamental utilizar también guantes y gafas de protección. Los guantes han de ser de cuero y cuanto más grandes mejor. Los mejores, son los del tipo soldador de altos hornos. Las gafas también procura que sean bastante aparatosas. De esta manera, nadie te va a confundir con un paisano del pueblo. La gente de pueblo maneja la radial, la desbrozadora y lo que sea, pero sin guantes… y, en muchos casos, sin gafas.

#6  – No sin mis gafas de sol.

Y ya que hablamos de gafas, pues otro complemento imprescindible son las gafas de sol. Aquí, el problema de nuevo es que te confundan con un turista y tú, tú eres veraneante. El secreto es llevarlas colgando del bolso de la camisa o colgadas en medio del pecho. Es lo más cómodo, porque —en realidad— el verdadero veraneante las gafas las lleva de adorno. Es más, le molestan porque no está acostumbrado a utilizarlas. ¿Quién utiliza gafas de sol en una fábrica, en un almacén o en una oficina? En fin…

#7 – La cartera y el dinero.

Un complemento obligado es la cartera que debe contener un monedero con cremallera en uno de los laterales. En la cartera los billetes tienen que estar bien dobladines y siempre que pagues en el bar con un billete de 50 euros hay que hacer el gesto de levantar el brazo y agitar el billete como si fuese una banderola antes de preguntar lo que se debe. Nunca, nunca dejes nada a deber en el bar. La frase «te lo pago luego» únicamente la pueden pronunciar los paisanos de pueblo o los extraterrestres.

#8 – La cabeza siempre cubierta, pero nunca con boina.

Una parte fundamental del atuendo del veraneante es el sombrero. Pero, ojo aquí, que se pueden cometer errores. Bajo ninguna circunstancia se pueden utilizar sombreros tipo ‘Panamá’ de paja toquilla. Esos, únicamente los utilizan los turistas o los que se las dan de intelectuales. Lo mejor de lo mejor son esos sombreros de mediano tamaño, de paja, y con una cinta roja o verde donde se pueda leer «XVI Fiesta Comarcal de La Cepeda» o «XXIX Fiesta Campesina UGAL-UPA». Hace años te hubiese recomendado llevar una gorra verde de la Caja Rural con el logo amarillo de la espiga, pero se han puesto tan de moda que te podrían confundir un hipster, un bicho raro. Lo del sombrero es ‘jugar sobre seguro’ pero si tu eres más de gorras, pues te recomiendo utilizar alguna que ponga «Cerveza San Miguel» o algo así. Pero ni se te ocurra ponerte una boina, esa prenda tan odiosa propia de paisanos del pueblo o bohemios. Tú no eres ni una cosa ni mucho menos la otra.

#9. El parasol y la funda del coche y otros complementos menores.

Si miras el coche de cualquiera de los paisanos del pueblo verás un frasco de medicinas por aquí, una herramienta por allá… y polvo, puixa o barro por todos los lados. Es normal, el coche es una ‘herramienta de trabajo’ más. En cambio, el coche del veraneante ha de estar impoluto por dentro y por fuera. La guantera sin una mota de polvo. Y para que el coche se mantenga así pues hay que lavarlo a menudo y protegerlo. Un veraneante con un coche sin parasol no es un veraneante. Y es que la radiación ultravioleta es muy peligrosa… Si daña la piel ¿cómo no va a dañar la pintura del coche? Pues eso, el coche siempre a la sombra y con parasol. Y si ha de estar varios días sin moverse, hay que tirar de funda.

En fin… Eso sería todo lo más importante. Es posible que se me queden algunos consejos en el tintero ya que —por ejemplo— no he dicho nada de la vara, que es lo que da el aire distinguido a un veraneante. Ni un paisano sin navajina, ni un veraneante sin vara, que dice el refrán… pero esto ya se está alargando mucho así si crees que falta algo, puedes añadirlo en los comentarios.

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Gestión tradicional de los comunales en León (iv): arriendos y subastas de aprovechamientos


Y por fin… la última parte de la serie sobre gestión de los comunales:

3.4. Una nota sobre comunales y haciendas locales.

Además de los aprovechamientos directos, de mayor significación para las economías rurales, los comunales también proporcionaban ingresos a las haciendas locales con los cuales afrontar gastos (pago de impuestos, por ejemplo), realizar mejoras que beneficiasen a la comunidad (como el sostenimiento de la escuela).

Esta explotación indirecta del comunal eximía a los vecinos de hacer aportaciones para pagar impuestos o gastos comunitarios y permitía a los concejos contar con recursos financieros. Por ejemplo, hasta bien entrado el siglo XX, el arriendo de los puertos de montaña –y en ocasiones del estiércol– proporcionaban un numerario tan importante que algunos concejos de montaña mantenían maestro, cirujano, o guardas de campo remunerados[21].

En aquellas comarcas de la provincia donde la superficie de comunales era menor, los principales ingresos procedían de los «propios» y de los arriendos de rentas que gravaban el comercio y el consumo, aunque también los bienes comunales eran utilizados para hacer frente a los gastos de las haciendas locales. En este caso la vía fue la enajenación temporal –arriendos– o enajenación perpetua –venta– de los patrimonios concejiles; un ejemplo de ello es la «Dehesa de Trasconejo» en Valderas cuyo aprovechamiento de pastos era subastado anualmente por el ayuntamiento.

En otros lugares, los comunales o bien eran gravados con un pequeño canon por su utilización —por ejemplo por cabeza de ganado o por cada quiñón de tierra— o bien su aprovechamiento era sacado a subasta.

[20] El pueblo de Lario (Burón) a mediados del siglo XIX tenía por cuenta del concejo: castrador, herrador, cirujano, o guarda de campo, gracias al ingreso obtenido por el arrendamiento de los pastos [ACLario, Legajos varios]

Texto extraído de Serrano Alvarez, J. A. (2014): «When the enemy is the state: common lands management in northwest Spain (1850–1936)«. International Journal of the Commons8 (1), 107–133. En este enlace podéis descargar el artículo original en inglés.

 

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