La desconocida historia del Camino Hospitalario de La Cepeda


La seguridad que aportaba el camino y la hospitalidad caritativa que en sus propias casas ofrecían los lugareños, fue la clave para que un sinfín de peregrinos a Compostela eligieran la ruta septentrional cepedana en la Baja Edad Media.

Desde tiempo inmemorial, soportando el paso de los siglos, ha permanecido «casi intacto» un camino de comunicación de gentes y culturas que, acercándose a la línea recta, ha unido la ciudad de León con la tan preciada Comarca del Bierzo.

Su origen, se remonta a 2000 años coincidiendo con una imperiosa fiebre aurífera romana que ha dejado su inconfundible huella a lo largo del camino acompañada de un conjunto de nombres toponímicos que han perdurado como testigos de aquel primigenio trazado. Tenía este su inicio, en la misma salida del puente de San Marcos de León, tomando rumbo a Monte-Jovs por la denominada Vía de Las Janas en el paraje que aún subsiste con el nombre de La Calzada. Una vez pasado el pueblo de Montejos, transcurría en perfecta línea recta por campos de El Rengalengo, adelantándose a cruzar el río Órbego por el Ponte Juliano cuyas pétreas pilastras permanecen sumergidas en el paraje de Puente Vía. Ya a salvo de las indomables aguas del río Órbigo, atravesaba el poblado de Carrezino para continuar en línea recta hacia Vilar de Olas; renombrado fue en este lugar El Requies de La Jadina cuyo generoso manantial daría fuerzas a infinidad de viandantes para continuar rumbo a Riuvo Frígido y al pueblo cuyas ferrerías romanas le dieron el nombre de Ferreiras.

Siguiendo dirección siempre a poniente, una vez pasado Monrriondo y Las Coronas de la Veguellina, avanzaba cruzando castros, quintas y villas (Castro, Quintana, Villamiecca, Coluedros, Cruz y Villa Requexo). Todavía en tierras cepedanas, después de bordear La Griega, se adentraba en la Villa de Gatón por la Vía Jouja (vereda empedrada), la cual seguía hacia Las Brannas y El Morueco para entrar serpenteante y victorioso en El Bierzo por Cerexal de Tormor continuando rumbo hacia Benevívere por el Alto de la Vela.

Ciertamente, los topónimos junto con las tradicionales orales son el alma del pasado, pero mejor son los documentos escritos que, como un espejo, reflejan el mayor auge y esplendor de este primitivo camino desde finales del siglo XII al XVII como: vía de muchos romeros e peregrinos que por servir a Dios van a Santiago de romería.

Los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén fueron los promotores de esta ruta cepedana; por ella, se adentraron en el año 1192 en tierras que por entonces pertenecían al Obispado de Astorga. Con todo y con ello, construyeron su residencia en las inmediaciones del pueblo de Villameca, en el denominado Cueto de San Bartolo, llamado así, por asentarse en él la primitiva iglesia de San Bartolomé, la cual, después de ser pasto de las llamas, fue reedificada junto con el soberbio Monasterio denominado de San Bartolomé de Peña Cueto. Disponía este de cementerio propio, huerta, pozo y fortificación, pero de manera especial, un chocante y misterioso «por entonces» molino de viento que ya desde la lejanía dejaba extasiadas a las gentes y caminantes que se acercaban a contemplar tan imponente como extraño artilugio.

Gozó el Monasterio además de privilegios otorgados por el pontífice Inocencio III y reyes desde Fernando II hasta Alfonso X, así como de celebraciones y una romería de gran renombre, concediendo gracias y perdones a los romeros que pasaran por el lugar el día señalado de San Bartolomé.

Una vez instalados, valiéndose de acuerdos y a veces enfrentamientos y litigios con el Obispo de Astorga Don Lope Andrés, se fueron haciendo con el patronato de una buena parte de iglesias y ermitas que acompañaban este antiguo camino, incluso con poblaciones enteras como era el caso de Riofrío, el cual, debía contribuir a la Orden (cada año y por cada fumazgo) con un carro de leña seca y una gallina viva y sana.

La Orden de San Juan era total defensora de los caminos de peregrinación y su interés por estas tierras no tenía otro objetivo ni finalidad que no fuera practicar la hospitalidad para lo cual había sido fundada. Para ello, pusieron a funcionar esta ruta de peregrinos encargándose de aderezar y reconstruir el camino y sus puentes, promocionando a la vez la construcción de iglesias, ermitas y pequeños hospitales (Villameca y Cerezal) coincidiendo estos, con el cisterciense de Carrizo, con la misma advocación de San Blas y con el mismo poder de perdonanza en favor de los romeros que por sí o por otros pasaran a visitarlos.

Una vez terminada la infraestructura que ofrecía protección y asistencia a los peregrinos, con la sabiduría y experiencia en el tema que los caracterizaba, trataron de implicar a los propios lugareños para que formaran parte activa en tan singular empresa; para ello, fundaron La Cofradía de Santa María Magdalena; su sede principal dotada de mesa de pan y vino estaba en Villameca donde se administraba y recaudaban las rentas de su gran patrimonio, sin embargo era en el pueblo de Castro donde además de tomar decisiones importantes, se admitía a los nuevos cofrades inculcándoles el compromiso de: atender a los peregrinos que pasaran por las puertas de sus moradas.

Como satisfactorio resultado, cabe resaltar, que cualquier peregrino que se adentrara por este camino, tenía asegurado el recibimiento de algún cofrade dispuesto a prestarle ayuda, factor primordial que hizo posible el éxito de esta ruta durante más de cinco siglos, por la cual, según recalca D. Augusto Quintana: pasaban auténticas riadas de peregrinos.

Felizmente continuaron las cosas aún después del día 20 de julio de 1425 en que, reunidos los representantes de la Cofradía en el pueblo de Castro, decidieron traspasar todo el patrimonio a Juan de Oviedo, un noble y acaudalado peregrino, nada menos que el mayordomo del Rey Juan II de Navarra, el cual pasó haciendo este camino y decidió quedarse en estas tierras; en ellas, puso toda su fortuna incluidas sus rentas de 7000 maravedís que le correspondían por el portazgo de Medina del Campo, lo cual, unido a la gran donación cedida por la Cofradía, le sirvió para refundar el complejo con el nombre de Convento y Hospital Franciscano de Cerezal, en el cual, ceñido al hábito franciscano, continuaría la labor caritativa hospitalaria dedicada expresamente a los caminantes y peregrinos.

Fray Juan de Oviedo, fue un gran defensor y benefactor de muchas gentes cepedanas y de esta ruta, ganando pleitos y obteniendo privilegios y beneficios de pontífices y reyes, en favor de los muchos peregrinos que seguían pasando por el nuevo complejo hospitalario de cerezal. Por tal motivo, floreció un movimiento franciscano en diversos pueblos de este camino, el cual, siguió funcionando hasta que una injusta y nefasta desamortización de Mendizábal desvió a los desamparados peregrinos por otros caminos.

De igual forma, los hospitalarios permanecieron en el Cueto de San Bartolo hasta el año 1873, en que, el Papa Pío IX, suprimió todas las jurisdicciones exentas y tuvieron que abandonar La Cepeda; en ella, forjaron una real y ejemplar historia que ahora duerme en la oscuridad y va tocando despertar y sacarla a luz para darla a conocer y que de ningún modo acabe en el oscuro cajón del olvido.

Desempolvando la historia se puede asegurar como lección bien aprendida, que no hubiera sido posible el éxito de esta ruta sin la participación de las buenas gentes cepedanas, pero a la vez, sin la habilidad de aquellos monjes hospitalarios, que con gran estrategia y para que todo funcionara a la perfección, habían puesto representantes en diversos pueblos del camino denominados como donados y donadas de San Juan según reza en fidedignos testamentos de gentes de Ferreras, Castro y Culebros pero de manera especial de Riofrío. El pueblo de Riofrío (Riuvo Frígido), es la llave que en esta ruta hospitalaria abre las puertas de La Cepeda y en él se refleja la documentación más antigua. Así, en el año 1199, dos altos mandatarios de la Orden Hospitalaria: Frater Alfonso Pelagii que había sido preceptor en España y Frater Garsias de Lisa comendador de la Orden en ultramar, donan a un matrimonio una casa en Riofrío con todas sus pertenencias, para que sirviendo a la Orden y cumpliendo con ciertos compromisos hospitalarios, la disfruten todos los días de su paz, pasando de nuevo a la Orden a su fallecimiento.

De igual forma, sigue fluyendo la información, reflejada en descriptivos apeos de propiedades eclesiásticas que dejan claro testimonio del compromiso de hospitalidad caritativa que tenían los colonos y cofrades de Santa María Magdalena; a dicha cofradía pertenecía la primitiva ermita, adosada al primitivo cementerio y asentados a la misma entrada de Riofrío, donde un clérigo, ayudado de un donado de San Juan, se ocupaba de atender las necesidades espirituales de los cofrades y peregrinos, ofreciendo a la vez una misa diaria, en sufragio por las almas de los fallecidos asegurando así su salvación eterna.

Ciertamente, la salvación del alma era algo de suma importancia por entonces pero también lo era la seguridad del cuerpo. Para ello, disponía la Orden del derecho de horca y cuchillo, pudiendo prender, ajusticiar y dar muerte a los malhechores exponiendo sus cabezas en picota para escarnio y escarmiento de otros posibles delincuentes. Esta brutal práctica queda también reflejada a lo largo de esta ruta tanto en Quintana y Palaciosmil como en Requejo y Corús, pueblos que al igual que Riofrío, disponían de justicia propia, compartida por entonces con la Orden de San Juan, según rezaba en una cartela del anejo lugar de Corús, representada con dos espadas cruzadas en alto sobre el estandarte de San Juan y con el nombre latino de Crux que según don Augusto Quintana habría dado nombre al pueblo hospitalario de Corús denominado por entonces como Cruz.

Por tal motivo, sigue el testimonio señalando severas obligaciones del merino, justicia y regimiento de Riofrío de mantener en pie horca y picota, así como la encarecida advertencia hacia los muy buenos cofrades de Santa María Magdalena para que: de ningún modo ni bajo ningún pretexto dieran hospedaje a ciertos suplantadores (farsantes) que, con gran picaresca, atrevimiento y descaro, viven de la caridad ajena ameciéndose (mezclándose) en el Monte del Convento con los muchos romeros e peregrinos que por servir a Dios van a Santiago de romería.

A día de hoy, permanece el testimonio de tan memorable pasado. La iglesia de Riofrío, cargada de símbolos y mensajes hospitalarios, recibe al visitante mostrando la inconfundible cruz emblema hospitalario; acompañada de dos corazones como símbolo de caridad, recuerda que a los hombres y mujeres se les mide por el corazón y su grandeza se observa en la manera de tratar al prójimo. Como esperanzadora recompensa, se presenta como símbolo solar, una roseta de múltiples radios curvos que simulando el perpetuo movimiento del sol representa la tan deseada eternidad.

Presidiendo el retablo del templo y recordando su cofradía, permanece la antigua imagen de Santa María Magdalena en la cual parece haberse detenido el tiempo; con un complejo peinado de trenzas unidas en un broche frontal y engalanada de llamativas vestiduras, muestra el tarro de ungüentos, como gesto de hospitalidad, a todos los visitantes y moradores de este antiguo poblado hospitalario, el cual agradecido, la sigue honrando y venerando cada año dedicándole la titularidad de la iglesia y la calle principal de más de un kilómetro de larga.

Siguiendo ruta por ella, en un corto y agradable paseo, se llega al pueblo de Ferreras. Su iglesia, alberga la imagen de San Juan Bautista; patrono del pueblo y del templo, preside el retablo desde el año 1863 en que, recién salidos de una terrible epidemia, fue trasladado de la primitiva iglesia, erguida vigilante en un altozano, denominado actualmente La Torre y anteriormente Vago de la iglesia. Figuraba esta, con el nombre de San Juan Baptista de Ferreras y Monriondo y los terrenos anejos a dicha iglesia, figuraban como propiedad de San Juan de Malta intitulado como de San Bartolomé del Cueto lo cual deja claro testimonio de que fueron los hospitalarios sus promotores bajo la advocación de su patrono San Juan; festividad a la que estaba incondicionalmente obligado a asistir (por entero, en romería y portando su propio pendón) el vecino pueblo hospitalario de Riofrío.

De gran sencillez, pero con ciertas referencias jacobeas, permanece en el templo la antigua imagen de San Mamed. Con su instructor gesto, parece querer recordar a las gentes su cofradía y santuario, asentado según reza en apeos de la cofradía en el lugar que ocupa la actual iglesia, cruce importante por entonces de caminos: de León a La Galicia y de Astorga a Las Asturias.

Era conocido dicho santo por los cofrades como el amansador de las fieras y lo consideraban como protector de caminantes y peregrinos. Disponía dicha cofradía de muchas propiedades, algunas, donadas por una muy agradecida vecina de Castro: Elvira Cabeza, la cual, autodenominándose como fraila de San Juan, dejaba reflejado en las mandas piadosas de su testamento, el compromiso de hospitalidad caritativa que tenía adquirido con La Cofradía de San Mamed. Aquellas propiedades, se arrendaban todos los años y con el beneficio, se sufragaban la misa y romería con procesión hacia la «ya olvidada» Praderina de San Mamed donde, los cofrades, repartían pan y vino entre todos los viandantes y peregrinos, pobres o menesterosos de cualquiera clase o razón que pasaran por el pueblo.

Todas estas valiosas noticias, davidoso legado de nuestros antepasados, dejan tan claro testimonio de lo que fue este camino que animan a una profunda meditación. Para ello, se hace necesario hacer un descanso y alzar la mirada hacia su faro y guía el Cueto de San Bartolo (El Teso los Flayres). Las ruinas de aquel monasterio descansan entre peñascos y parecen querer cada tarde hospedar al hermano sol, el mismo que en otro tiempo iluminó a hospitalarios y peregrinos y el mismo que al ocultarse se lleva con él las últimas luces de cada día. Afortunadamente, vendrán nuevos amaneceres en que seguirá iluminando este camino, para que nuevas gentes, conociendo bien el pasado, puedan recorrer el presente y planear mejor el futuro alentados como aquellos caminantes de antaño con la oración peregrina de San Mamed que decía así:

¡Oh, glorioso San Mamed!
que estáis en esa zaguía
velando a los peregrinos
en la noche y por el día.
Librainos por el camino
de toda fiera dañina
lograinos feliz destino
al final de nuestra vida.

Fran Martínez Álvarez

* Artículo publicado originalmente en ileon.com . Reproducido con permiso del autor

 

Reflexiones sobre la prohibición de la caza del lobo


Desde que la sociedad se ha ido transformando hacia modos de vida industriales o postindustriales, abandonando las formas típicas del rural, la caza del lobo siempre ha resultado un tema muy peliagudo, donde se anteponen dos puntos de vista muy polarizados y en los que resulta difícil construir puentes para buscar un punto de encuentro entre ambos.

Por un lado, tenemos a cazadores y ganaderos y, por el otro, a ecologistas y conservacionistas. Unos defienden que la caza es necesaria para evitar pérdidas en el sector agroalimentario —sector que desde los años noventa con la globalización de la economía atraviesa momentos difíciles por tener que adaptarse a una competencia global— y dinamizar económicamente los municipios rurales —por el dinero que dejan los cotos y cupos de caza—. En cambio, la otra postura, a grandes rasgos, apuesta por prohibir la caza pues los ecosistemas tienden a un equilibrio natural donde las poblaciones de lobo se irán adaptando al número de presas salvajes, y donde en esta ecuación los ganaderos tendrían que apostar por la utilización de medidas preventivas (cercados, mastines, burros…).

Si el debate ya estaba crispado, a raíz de la reciente prohibición de la caza del lobo que entrará en vigor en septiembre, como no podía ser de otra manera, se ha afrontado con mucha división y polarización.

Ante esta situación, con un afán de fomentar un debate sano sobre esta cuestión, me gustaría compartir algunas reflexiones aportando mi humilde visión. Además, con la cantidad de comentarios vertidos, entre los partidarios de la caza y sus detractores, tengo la sensación de que en este debate priman más las cuestiones sentimentales que una visión ecológica del asunto, cuando aquí lo importante, o así lo entiendo yo, es la buena gestión del territorio, porque de ello depende en buena medida el futuro de la “España Vaciada”.

Para empezar, me gustaría remarcar que no existen espacios naturales en Europa Occidental, entendiendo estos espacios aquellos en los que no se aprecia la intervención del hombre y se rigen por leyes naturales. Es decir, en mayor o menor grado, todos los paisajes europeos están afectados por las actividades humanas. El ser humano, como una especie más, lleva desde el Neolítico transformando el medio, proceso que se ha acelerado desde la Revolución Industrial, dejando muy palpable que, muchas veces con consecuencias negativas, vivimos en un mundo antropizado.

Con esta primera reflexión, lo que quiero decir es que por muy verdes y bonitos que veamos nuestros Picos de Europa —o cualquier otro espacio natural que nos venga a la mente de la Península Ibérica y nos parezca idílico— no son 100% naturales, puesto que sus paisajes son fruto de la transformación de las actividades humanas desde hace miles de años. Las verdes praderas de alta montaña son porque hay pastoreo, y si abandonáramos esa actividad muchas se convertirían en matorral. Y lo mismo que hay pastoreo, hay otras actividades tan antiguas y milenarias como es la caza. El hombre, nos guste o no, es un elemento más de los ecosistemas e influimos en sus equilibrios desde tiempos muy antiguos.

Ahora bien, con esto no quiero decir que se tenga que permitir una caza libre y sin límites, todo lo contrario. La caza hay que permitirla, aunque no nos guste, porque en muchos casos es necesaria, pero tiene que estar regulada e integrada en un adecuado plan de gestión ambiental: haciendo censos de especies cinegéticas, apoyando a los ganaderos con medidas para que puedan convivir con los depredadores y persiguiendo la caza furtiva.

El problema de esto es que requiere una apropiada intervención por parte de las comunidades autónomas a través de sus consejerías de medioambiente. Se precisa voluntad política e invertir en recursos. Y digo bien claro invertir porque cuidar nuestro medioambiente, base del sustento que nos proporciona los recursos necesarios para vivir, nunca es un gasto. Sobre todo, me parece muy importante el tema de tener censos actualizados de especies cinegéticas, porque precisamente por esta cuestión —al no haber censos de lobos actualizados— ya en el 2019 la justicia tumbo la ley de caza de Castilla y León. Lo que deja entrever que, más allá de las acaloradas discusiones alrededor de la caza, lo que hay es una gestión ambiental funesta por parte de las administraciones competentes.

En el caso de mi comunidad autónoma —Castilla y León—, tengo la sensación de que nuestros políticos, aquellos aposentados en grandes despachos en Valladolid, tienen un gran desconocimiento del territorio. Pues sólo se acuerdan de nuestro mundo rural cuando llegan las elecciones, sabiendo que este mundo en esta comunidad autónoma es un auténtico “granero de votos” para determinadas opciones políticas. Y es cuando vienen prometiendo medidas populistas de corto alcance pero que suenan muy bien para ciertos sectores.

Y me estoy refiriendo a lanzar eslóganes relativos a permitir la caza por el “gran daño” que hace al sector agroganadero, pues mientras los precios de muchos de nuestros productos se decidan en mercados en internacionales presas de la especulación y con unas condiciones desfavorables para los pequeños productores, difícilmente nuestro campo tenga un futuro asegurado.

Alentar la caza del lobo sin tener una cuantificación las poblaciones existentes es un mero acicate para contentar a ciertos sindicatos agrarios y sacar una rentabilidad económica a costa de uno de los pocos grandes depredadores que quedan en el continente europeo. ¿Cómo se puede permitir cazar una especie tan emblemática que ya estuvo al borde la extinción hace unas décadas sin ni siquiera estimar la presencia que tiene en un territorio? Una gestión ambiental así debería ser denunciable.

Por lo tanto, es importante elaborar censos regulares para conocer cuál es el estado de las poblaciones silvestres, porque sí amigos míos, la caza deja mucho dinero en la España Vaciada. Por eso es una actividad que no podemos desdeñar para dinamizar el mundo rural. Hay que permitirla, pero siempre y cuando se pueda ejercer con unas garantirías suficientes para el mantenimiento de las poblaciones cinegéticas. El mundo rural precisa de una buena gestión en este asunto, pues no se pueden rechazar los ingresos generados por esta actividad en regiones que están muy afectadas por la modernidad y necesitadas de asentar población.

No obstante, hay que tener en cuenta que la caza también puede suponer un beneficio para nuestros ganaderos y agricultores. Una población excesiva de lobos en un territorio provocará ataques al ganado doméstico, pero a mayores, dando una visión más holística sobre el asunto de la caza, otras especies como el jabalí también pueden provocar daños a los cultivos, donde no es la primera vez que arrasan parcelas recién sembradas provocando pérdidas económicas a los agricultores.

Hasta ahora se han comentado algunas reflexiones por las que permitir la caza es una actividad beneficiosa, pero para completar este análisis también habría que mencionar algunos aspectos positivos por los que habría que limitar esta práctica.

Uno de ellos sería el ecoturismo, una forma diferente de hacer turismo relacionado con la naturaleza y que cada vez está más en auge, gracias a que la Península Ibérica es la zona de Europa Occidental con más biodiversidad, albergando a más del 50% de las especies de animales de toda Europa. Una actividad que en ciertas comarcas ayuda a diversificar la economía, dinamizar el territorio y atraer mayores beneficios.

También, la existencia del lobo es beneficioso para ganaderos y agricultores, pues ayuda a controlar las poblaciones de jabalíes, ciervos y corzos. Esto es sumamente importante cuando estas especies son portadoras de la brucelosis. Esta bacteria, que provoca la conocida como “fiebre de Malta”, puede ser transmitida de las poblaciones silvestres al ganado doméstico, por lo que si aquella es elevada en la naturaleza podrían aumentarían los contactos en mitad del monte y la posibilidad de trasmisión. La brucelosis también es peligrosa porque se puede contagiar a humanos, por lo tanto, si a un ganadero se la contagia parte de su cabaña, las autoridades competentes en casos graves —donde se suceden varios positivos de diferentes individuos a lo largo del tiempo— pueden llegar a decretar el exterminio de todo el rebaño.

En conclusión, como sucede dentro de un ecosistema —en el que también está el hombre— hay que buscar los equilibrios de los diferentes elementos. Como ciudadanos, debemos tener una visión crítica y exigir a las administraciones una adecuada gestión medioambiental, tanto de las especies salvajes como de las personas que viven en el mundo rural. Por ello, más allá de afirmar taxativamente sobre el asunto de la caza, lo que pediría serían realizar estudios que nos ayuden a tomar decisiones con mayor claridad. Y, por último, con el conocimiento que manejo actualmente, diría que caza sí, pero que esté bien regulada.

Javier Miguélez, Geógrafo

Amigos


Onofre llega como todos los días desde hace cinco años a la estación de autobuses a eso de las once y media, despliega en un banco de metal con agujeros la hoja de periódico que lleva guardada en el bolso de la pelliza, se sienta y, así sentado, permanece cosa de media hora hasta que ve llegar, un poco a trompicones, como si hiciera un esfuerzo superior a sus fuerzas, el viejo coche de línea azul cobalto que viene de su pueblo. Entonces se levanta, recoge el papel de periódico y, apoyado en su cacha oscura, se acerca despacio a la dársena diez buscando entre los viajeros que se bajan alguna cara conocida, algún rasgo o algún gesto entre los rostros jóvenes que le resulte familiar, que se asemeje al rasgo o gesto de algún viejo amigo.

Del autobús desciende un chico al que pregunta:
—Chaval ¿no eres tú de Nava?

Así, de sopetón, le ha salido. El joven dice que sí, que es de Nava. Y al oírlo el corazón le da un vuelco. Le pregunta por Andrés, el pastor, por Demetrio, el molinero, por Ramón, y el chico resulta ser nieto de Ramón. “¿Ramón el tuerto? No puede ser”. El chico contesta que sí, que es”. “¿El que tuvo la cogida el día de la Purísima en el año cincuenta?”. “El mismo”. “¿Cómo anda tu abuelo, chico?”. El joven dice que bien dentro de lo que cabe. Luego añade que hace unos meses su abuelo se rompió la cadera y estuvo viviendo una temporada con ellos, pero cuando se encontró mejor, aunque no bien del todo pues todavía iba con tacatá, fue a visitar las dos residencias del pueblo y decidió quedarse en la que está en el antiguo seminario. Él pasa de esas cosas, pero su madre estuvo una semana o así sin salir de casa con un disgusto del copón cuando se enteró que el viejo ya había pagado el mes y la fianza y que ingresaba, de todas todas, al día siguiente.

Onofre sonríe, pensando que “el tuerto” siempre fue así, muy a su aire. Y le va a contar al chico cómo se ganó el apodo, aquella noche vísperas de la Purísima cuando unos cuantos de su quinta, con unas copas de aguardiente de más, se colaron en la finca de don Fernando y desde lo alto de un alcornoque comenzaron a citar a las reses bravas. Pero el joven le corta, dice que en diez minutos sale su autobús para Madrid y que todavía tiene que sacar el billete. “Mañana empiezo a currar en una chapistería y le puedo asegurar que no me vuelven a ver el pelo en el pueblo ni en pintura. Al pueblo solo de visita“. “Dale recuerdos a tu abuelo cuando le veas, de Onofre, dile, el del caserío”. El joven asiente, le da una palmada en el hombro y sigue hacia adelante. Pero antes de ser engullido por la puerta de cristal, Onofre grita: «Que no se te olvide, eh, los recuerdos». El joven, sin mirar hacia atrás, levanta el brazo. Y entonces se da cuenta: No le ha parado porque sí. El chico lleva en las venas la misma determinación y el mismo arrojo que demostró su abuelo hace sesenta años al bajar del alcornoque y ponerse de rodillas y con los brazos en cruz frente al toro, que nada más verle corrió hacia él y le volteó en el aire. Como pudieron le auxiliaron pero cuando llegaron al centro médico había perdido el ojo.

Y contento, desde que se fue del pueblo ésta es una de las pocas ocasiones que alguien le da razón de un viejo amigo, emprende el camino de regreso a casa. De vez en cuando, en sus excursiones diarias a la estación, le han llegado noticias de cómo van los arreglos de la torre de Santa María, tres años llevan ya de obras, o cómo está ese año la temporada de setas, él conoce un adil en el monte donde las setas de cardo se reproducen como por arte de magia, pero de sus amigos nada, ninguna noticia. Por eso encontrar al nieto de Ramón es una muestra de que la espera vale la pena. Lo diferentes que son las personas. El chico se va porque aborrece el pueblo mientras que a él le pasa todo lo contrario. Lo que daría ahora por estar ahora allí. Se fue hace ya hace cinco años, poco después de celebrar la comida de quintos del treinta y dos, al entrarle una pulmonía y empeñarse su Gloria en que no podía vivir sólo, pero por él se hubiera quedado. Camina despacio, agradeciendo el tímido sol que le da en el rostro, que le calienta los huesos. Total, prisa no tiene. Su hija por lo general viene después que él, así que le da tiempo a poner la mesa. Y hasta ver un poco la tele. Le tiene dicho que si llega a casa más tarde de las tres vaya comiendo, pero él no la hace caso y siempre la espera, en casa siempre se comió en familia. Hoy, lo ha visto antes de salir, hay sopa de primero. La sopa humeante y caldosa, a la que le gusta echar migas de pan, es uno de sus platos favoritos. Por cierto, ¿no son la hija de Ramón y su Gloria de un tiempo? Enseguida saldrá de dudas.

Abre la puerta de casa y se fija en el abrigo de su hija colgado del perchero de la entrada. Va a decir “No te puedes ni imaginar con quien me he encontrado hoy” cuando ve a su hija de espaldas, con el auricular del teléfono en la mano y escucha:
—Me corta de salir, de hacer mi vida, y yo, total, tan mayor no soy… No, todavía no lo hemos hablado, Sí… las personas que conozco, que tienen a sus padres en una residencia, me dicen que allí estará bien, aunque la verdad es que no sé como… No, tía, fácil no es.

Onofre retrocede. Sale de nuevo a la calle. Se sienta en el primer banco que encuentra, sin preocuparse, esta vez, de extender el papel de periódico que lleva en el bolso de la pelliza. Nunca pensó que el final de sus días los pasaría en uno de esos sitios donde se aparca a los viejos porque no se sabe qué hacer con ellos y piensa de nuevo en Ramón. En la noche de la cogida. Él siempre creyó que fue un insensato y un loco cuando se puso frente al toro, pero ahora se da cuenta de que puede que no fuera un insensato y que ojalá tuviera él la misma valentía que su amigo. Pese a que el sol de finales de octubre le da de lleno en el rostro, le castañean los dientes. Entonces se levanta y, medio encogido, regresa de nuevo a casa.

—¿Es que no se da cuenta de qué hora es? Creerá que no tengo más preocupaciones.
—Andrés no contesta. Se sienta a la mesa y se fija en el plato de sopa que hay encima. En el ligerísimo manto cuajado de grasa que la recubre. Así quieto parece una estatua. Su hija, en cambio, se mueve de un lado para otro. Cuando regresa a la cocina lleva el abrigo puesto.
—Llamo la tía del pueblo. Me dio recuerdos para usted.
—Muy bien, hija, pues si vuelves a hablar con ella se los devuelves. Los recuerdos.

Parece que la hija quisiera añadir algo más porque se detiene un instante a mirarlo. Al final sólo dice:
—Bueno, me voy…Ah, y hoy no me espere levantado.

Con la cuchara en la mano Onofre se queda solo frente al plato. Ahora que lo piensa últimamente su hija casi siempre viene tarde y cuando llega a casa pasa mucho rato pegada al teléfono. El otro día, sin ir más lejos, al sonar el aparato y cogerlo preguntaron por ella, pero al darse cuenta de que no era ella la que contestaba, colgaron. Entonces creyó que se trataba de un equívoco, pero quizá no fuera un equivoco y lo que pasa es que su hija ha encontrado a alguien. Posa la cuchara en la mesa, se levanta, se acerca al mueble bar y saca la guía de teléfonos del primer cajón. Con ella en brazos se dirige al tresillo de la entrada donde está el teléfono. Pasa las hojas y cuando encuentra el nombre de su pueblo fija la vista en la letra diminuta hasta descubrir en negrita el centro geriátrico “Edad Dorada” situado en la plaza Mayor donde siempre estuvo el antiguo seminario. Mientras marca el número de teléfono nota que el corazón le late con fuerza. Hace tiempo que no estaba tan nervioso, y está a punto de colgar cuando alguien contesta al otro lado:

—Yo, quería… llamaba para ver si tienen plaza… Ya…bien, bien, de acuerdo. No, no se preocupe, mañana insisto yo a esa hora.

Cuelga. Lo ha hecho. Se ha atrevido. Y mañana volverá a llamar a eso de las doce para hablar directamente con la directora que es quien le han dicho que se encarga de los ingresos. Al volver a la mesa se siente ligero, como si de golpe le hubieran quitado un par de años encima. Se sienta, coge la cuchara y se lleva la sopa que se ha espesado a los labios.

 

Relato de Sol Gómez Arteaga

Publicado en el libro ya agotado “Los cinco de Trasrey y otros relatos”, que editó la actual Fundación Fermín Carnero en el año 2012.

En el blog “Sol a la tinaja también puedes encontrar otras interesantes publicaciones de esta autora

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Quebrantada


Arrancamos este rimadal de citas con “El libro de la Montería”, del siglo XIV, que describe Las Derroñadas de Vega, un escarpado barranco, un paisaje ferroso y un enigma indescifrable que ha quedado entre nosotros, como buen monte de puerco en ivierno et en verano, et a las veces hay oso. Al arrimo de robles, encinas, urzales y estepas, aquellos contornos no eran una terra incognita para creyentes (Camino de Santiago), sino también un buen cazadero. ¿Quiénes más supieron de aquellos páramos salpicados de manchas boscosas? Valdecastrillo, Valdequintana, Valderas… y la presencia reiterada de cerámica en pueblos del Porma y Curueño, testimonian que los romanos merodearon por estos andurriales. Pero muchas cosas escritas en el pasado, el tiempo se ha encargado de borrarlas, dejándonos de contar una historia ahora desconocida. Como no sabemos nada concreto, vamos a compartir y enhebrar algunas conjeturas acerca de esa arrebañadura, la Quebrantada, una quebradura, donde a veces, en verano, se halagan tormentas innecesarias.

Documentos medievales hablan del Molino de la Griega y de su arrogancia, quiera Dios o no quiera, ha de moler el molino de la griega donde, y aunque traído quizás por los pelos, aprovechamos para entretenernos y anclar el origen mítico de la cárcava. Un cuenco descarnado y áspero, un enigma pesado, donde el sentido común pudiera ver un corrimiento de tierras, un argayo. Como preferimos participar de la Historia con mayúscula, nos da por pensar en una ruina montium. La imaginación no para aquí y algunos vecinos, según Eutimio M. (1995), sospechan es obra del diablo.

Se trata en cualquier caso de una atalaya soberbia, cuando la nieve o la lluvia vacían el aire y mejoran la calidad de la luz, se muestran dibujadas al completo, en profundidad, las siluetas de una geografía provincial e íntima: Ubiña, Teleno, Trevinca… Durante el verano, con el hastío que incorporan los cielos veraniegos, tales horizontes no aparecen, o si lo hacen, son más apagados, diluidos, imprecisos.

Desde el borde de la quebrada y al lado unos fríos esqueletos metálicos, contemplamos deslizarse el Porma, después de ver desaparecer su galería refrescante de paleras, salgueras, alisos, guindales y fresnos, que antaño contribuyeron a dibujar aquel bocage, un tejido de caminos, prados, panes, sebes y presas llenas de vida, ahora enjauladas. La concentración, su cuadriculada geometría, la especialización de las producciones y los cultivos forestales muestran ahora una reducida paleta de verdes o pajizos colores, mientras esperamos que nunca se concrete el temor de Rufino J., de ver convertido este mosaico presente en una Mesopotamia seca y raposa.

Las obras de construcción de la minicentral de Los Molinos, remataron la agresión más brutal y desconcertante sufrida por el entorno, dando al traste —dijo Luis Jesús V. alguien que sabe—, con el mejor coto de truchas del mundo, puedes preguntárselo a Fraga o a Zapatero. Un paisaje que se nos antojaba perfecto. Fue fácil entender lo escrito por Olga T., había que añadir a los elementos hacedores, al aire, la tierra, el mar y las aguas, uno más, la quintaesencia, la tristeza era una palabra importante en la definición del mundo, estaba en la base de todo. Aquel cosmos trabado y esquivo que considerábamos nuestro, fue el que se encontró Andrés T. cuando se acercó a aquel ecosistema de supervivencia —hay quienes hablan del estraperlo como la cara amable del racionamiento— y resumía: fue un trayecto corto. De León a Vegas del Condado, precioso pueblo entonces con nombre que suena, aún hoy, a legendaria tierra del Norte, galesa o inglesa.

Entre la ignorancia de unos, la pasividad de los más y el desconcierto de todos, todo se trastornó, mudó. Hubo reuniones, papeleos, cansancio, connivencia, otras prioridades a las que prestar atención. Faltó la colaboración y firmeza exigida por la agresión que suponía la minicentral.

Habíamos olvidado haber abortado la instalación de una cantera en aquellos derrubios. Las obras de la concentración habían sacado miles de metros cúbicos de zahorra de la zona y el pueblo no había visto nada a cambio, aunque en un pasado cercano, nos dicen, se cobraron algunas pesetas acarreando tierra y cantos para remendar caminos y carreteras provinciales. Pero esto no tenía nada que ver, además, el pueblo tenía claro que no era su sitio. La Crónica de León de 28 de febrero de 1993, recogía la resolución de aquel conflicto, el empresario no quería perder el tiempo y se había echado atrás, el alcalde me ha engañado, después de darme su conformidad, dijo para rematar. Problemas recientes, el pasado próximo, escrito y documentado…, pero lo que sucedió allá atrás, continúa sin desentrañarse.

Recogía el amillaramiento de 1944, los montes existentes carecen de maderas y (son) muy reducidos en leñas, su mayoría solo producen brezos y plantas de reducido valor. Aunque la fisonomía del monte pudiera haber cambiado, los romanos siempre anduvieron bien de mercenarios y esclavos y cualquier obra, por impensable que nos parezca, para ellos sería un empeño más, como abrir canales para la conducción de agua. Podría ser cierto entonces lo comentado por Francisco V. (1902-2004) ví correr el agua desde Resmilán hasta la Quebrantada. Eutimio M., trashumando en su Suzuki por aquellos vericuetos, también lo creyó posible un día de broncos aguaceros, pero hoy resulta difícil desenmascarar los trazos de aquella realidad por la urbanización forestal —de cuarteles y pistas hablan los entendidos— que el monte ha padecido. Como solo contamos con pobres informaciones o datos superficiales, sólo una investigación exhaustiva o la aparición de restos determinantes, revelará lo fiable de algunas imaginaciones o lo que permanece enterrado, si hubo o no un molino de bellotas, una explotación minera o un fortuito corrimiento de tierras. Preguntas que nos hacemos sin tener respuesta.

Si huroneamos algo, es fácil tropezar con notas que nada aclaran; una de ellas, recogida por Juan A., escribe que le había comentado un vecino de Villasabariego la existencia de una ruta mágica, o canal misterioso, que llevaba el agua desde la Quebrantada de Vegas al molino del Alto de la Griega de su pueblo, también maldito, nunca echó andar.

César M. (1950) en sus “Excursiones arqueológicas por la provincia de León” escribe: No he conseguido ver el canal, que he buscado sin fruto. Lo que sí se notan alrededor de la Quebrantada, son vestigios de edificación, es decir, que se ven guijarros aprisionados con fuerte argamasa.

Claude D. (1987), no se había acercado al lugar, pero tomó prestado lo escrito y ampliaba, en la margen izquierda del río Porma, frente por frente a Vegas del Condado y situada entre los 900 y 1050 m de altitud, una áspera quebrada, surcada por un artificial barranco ancho y profundo, arrancó una parte de la ladera del monte. Ningún sistema hidráulico es detectable alrededor, lo que pudiera documentar una explotación minera a cielo abierto abandonada por poco rentable, improductiva.

Había profesionales que continuaban interesados en el secreto que ahí aguarda y al hilo de unas investigaciones, el Ministerio de Cultura, (1993), edita la Tabula Imperii Romani, donde en la Hoja K-30: Madrid, sitúa una mina de oro al aire libre sobre yacimientos aluvionares. Situada en la Hispania Citerior, en el Conventus Asturum, viene acompañada de un gráfico donde aparece designada  como XLc,  señalando sus coordenadas geográficas: 42º 41’N – 5º 22’W y la la describe: las explotaciones sobre el yacimiento de la Quebrantada por los romanos, conducían el agua por un canal de tierra, a través de diversas lagunas que realizaban los mismos, tal como principal en este caso la de Remilán (sic) en término de Cerezales del Condado (sic), que a la vez aprovechaban la molienda de bellotas para harina medicinal, elaborando estos trabajos en el entorno de la Quebrantada. Interpretaciones y detalles que nada resuelven, todos los interrogantes siguen abiertos, como escuchamos en la TV. Seguimos sin saber lo que ocurrió. Queremos entender un pasado pero nos encontramos con un trampantojo. ¿Qué habrá ahí camuflado, si es que hay algo?

фром ваика де порма, Marta Nubenegra.

En primera persona: el Campo de Tiro del Teleno


El pasado 23 de febrero hizo 40 años que el B.O.E publicaba la expropiación de 61 Km2 de tierras comunales perteneciente a los pueblos de Priaranza, Luyego, Quintanilla, Boisán y Filiel. En realidad en estos terrenos se venían haciendo prácticas de tiro desde los tiempos de la II República y se formalizaría esta relación en un convenio de uso que firmó el Ministerio del Ejército con las juntas vecinales en el año 1963.

Yo mismo pude comprobar in situ los inconvenientes que para las actividades de estos pueblos suponían las maniobras del ejército ya que, durante el servicio militar obligatorio, fui conductor de carros de combate y pasé una semana de maniobras en 1978 en Lagunas de Somoza. El paso de estos enormes vehículos por unas carreteras tan estrechas suponía unos daños considerables en las mismas y muy frecuentemente en los edificios colindantes a su paso por las poblaciones.

Pero el inconveniente mayor era, sin duda, las limitaciones que las actividades del ejército suponían para los usos agrarios y ganaderos del territorio.

En 1980 el Ministerio de Defensa anunció su ampliación. Esto suponía la expropiación de los comunales de las localidades antes mencionadas y de hecho la prohibición de uso de estos terrenos para actividades agrícolas y ganaderas.

La oposición de los pueblos de Maragatería a la expropiación fue generalizada. No hubo la misma respuesta por parte de la ciudad de Astorga cuyo alcalde era del partido del gobierno y, quizás, más preocupado por mantener el destacamento de Astorga, trataba de contrarrestar la contestación, resaltando las ventajas que supondría para los lugareños la ampliación de campo de Tiro.

En cambio, sí que hubo un apoyo destacado de la prensa local. El Faro Astorgano publicó una serie de artículos, entre los que cabe destacar los del profesor de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid Tomás Pollán, natural de Valdespino de Somoza, que fueron demoledores. La limitada libertad de expresión que existía entonces desembocó en una condena de su autor por críticas al ejército. Hay que mencionar también la ola de solidaridad con Tomás Pollán desde distintos puntos de la geografía española.

A pesar de la oposición frontal al Campo de Tiro no sería hasta el 30 de agosto del mismo año cuando se llevó a cabo la primera gran manifestación en Astorga a la que acudieron, según la prensa local, más de 3.000 personas.

Pocos días después, el 11 de septiembre, se producían numerosas dimisiones de miembros de las corporaciones locales de Maragatería.

En febrero de 1982 volvieron otra vez las manifestaciones en Astorga pero con bastante menos gente. Existía una evidente desmoralización ante unos hechos que se daban por consumados y unos acontecimientos todavía recientes como fueron los del golpe de estado del 23-F que metieron a mucha gente el miedo en el cuerpo. Yo recuerdo una frase de un político de la época que dijo que era mejor aparcar las reivindicaciones porque “el horno no estaba para bollos”.

Como consecuencia de las expropiaciones del Campo de Tiro, la Diputación Provincial firmó un convenio de colaboración con las Juntas Vecinales de Luyego, Priaranza, Quintanilla y Boisán. En él se establecía la puesta en marcha de una Oficina de Desarrollo cuyo principal objetivo era movilizar los recursos derivados de las expropiaciones y los que las administraciones tuvieren destinados a poner en marcha iniciativas que reactivaran económicamente la zona.

La verdad es que la oficina nunca tuvo disponibilidad lógicamente sobre el dinero procedente de las expropiaciones que las Juntas Vecinales tenían depositados en las distintas entidades bancarias. Estos dineros, al menos durante el tiempo que estuve yo al frente de la oficina, estaban mayormente en cuentas a plazo fijo y los disponibles se dedicaron a mejoras de infraestructuras y servicios de los pueblos y también a jornales de los vecinos que acudían a los trabajos colectivos conocidos localmente como hacenderas.

La Oficina comarcal de Maragatería comenzó a funcionar en mayo de 1987. Estaba ubicada en las Escuelas de Luyego y disponía de dos personas; un gerente y un administrativo. Los gastos de mantenimiento de ésta corrían a partes iguales a cargo de Diputación y Juntas Vecinales.

Cuando se realizó la apertura de la oficina yo como responsable de la misma no partía de cero. Tenía una información exhaustiva y detallada de cómo estaba la zona ya que en 1984 la comarca de Maragatería y Cepeda fue declarada por el Consejo de Ministros Comarca de Acción Especial y yo había redactado el informe que sirvió de base para dicha declaración.

El contacto estrecho con los vecinos durante los primeros meses de funcionamiento nos permitieron crear las bases para la puesta en marcha de varios proyectos relacionados principalmente con el mundo cooperativo.

El tema del Campo de Tiro todavía coleaba. Las juntas vecinales mantenían sus diferencias con el ejército por los usos que hacía del territorio para realizar sus actividades. En un documento elaborado por las juntas vecinales el mes de junio exigían entre otras las siguiente medidas: restitución del uso ganadero y forestal, la limitación del horario de tiro, prohibición de que el trazado de los proyectiles discurriera por encima de los pueblos….

Por otra parte quedaban flecos de las indemnizaciones por cerrar. Yo asistí en el monte de Priaranza a la tasación de la madera que no había sido incluida en acuerdos anteriores. Aunque ya han pasado algunos años recuerdo muy bien la fuerte discusión que mantuvieron en pleno monte el militar encargado de la tasación de la madera y el Presidente de la Junta Vecinal de Priaranza. La oferta hecha por el militar era tan ridícula que el Presidente de la Junta Vecinal de Priaranza, que era maderista, amenazó con ir a casa por la escopeta.

Pero la relación con los militares, al menos durante los dos años que estuve al frente de la oficina, fue correcta.

Los daños producidos por los vehículos militares en casas o atropello de ganado fueron abonados.

Hechos más lamentables fueron los accidentes ocasionados por la manipulación de munición sin explosionar y los incendios producidos en 1998 y 2004 por las prácticas de tiro que quemaron miles de hectáreas de bosque y monte bajo. Al desastre ecológico derivado de los incendios hay que añadir las pérdidas en los usos forestales y la recogida de setas.

Ahora visto con perspectiva vemos que a Maragatería le faltó el apoyo a un plan de incentivos a la actividad económica como se ha hecho por ejemplo en las zonas mineras que compensara las limitaciones que imponía el campo de tiro. Pero a mí entonces me dio la impresión que me movía en un terreno contradictorio.

La oficina trabajaba para fijar la población a un territorio que a otros sectores le vendría mejor verlo despoblado.

En la misma contradicción incurrió la Diputación que después de dos años de poner en marcha la Oficina, de valorar muy positivamente sus actividades, de recibir el apoyo unánime de las Juntas Vecinales, terminó desmantelándola. La única razón que dio el Vicepresidente es que “no iba estar toda la vida”.

Las limitaciones impuestas por el Campo de Tiro no han sido las únicas que han contribuido a la despoblación de la Comarca, que tuvo un pasado prospero con el trasporte de mercancías de la Coruña a Madrid y una floreciente industria textil durante la primera mitad del siglo XX.

Pero igual que los arrieros no pudieron sobrevivir a la llegada del ferrocarril y prefirieron instalarse en Madrid comprando la mayor parte de las pescaderías de Mercamadrid, la industria textil tampoco pudo resistir a la deslocalización del sector que sucumbió ante la competencia de los países asiáticos por la globalización.

La Maragatería que siempre había sido tierra de emprendedores pero entró en una profunda decadencia a partir de los años sesenta ante el empuje de la actividad económica de las grandes ciudades, principalmente de Madrid.

Los cambios que se están produciendo actualmente en la sociedad tal vez supongan una oportunidad para que estos pueblos despoblados pongan en valor su rico patrimonio arquitectónico, su gastronomía, su potente tradición cultural que viene desde la época romana de la que se conservan numerosos yacimientos de la minería del oro, o el Camino de Santiago que atraviesa la parte alta de la comarca.

Autor del texto: Benito Álvarez González

La foto que acompaña esta entrada es de Carlos Rosillo / El País. A continuación se pueden ver fotos de autor del artículo durante el servicio militar; en una de ellas se puede ver al fondo El Teleno con nieve:

Gelín habla con su pierna


Gelín se recoge con una pinza la pernera izquierda del pantalón del único traje que tiene con sumo cuidado, casi con reverencia, plisando la tela como si cerrara un acordeón. En la mesa están dispuestos los gladiolos que cortó la tarde anterior en la huerta, poco después de enterarse de lo de Carlines. Con ellos en una bolsa, apoyado en las muletas, más solemne y arreglado que otros días, se dirige al camposanto como todos los sábados desde que aquel aciago quince de noviembre, hoy hace dieciocho años, el tren le arrollara la pierna.

En la cuesta se encuentra con la tía Pascua, enterona y revieja, que vuelve del cementerio.

—¿Qué, Gelín, ya vas?
—Sí, ya voy —contesta él.
—¿Se sabe algo nuevo de Carlines? —al oír la pregunta Gelín se para en seco.
—No, nada, yo al menos no sé nada.
—Boniticas flores llevas hoy… los tuyos te lo agradecerán.
—A ver —dice por decir algo y continúa su trayectoria.

Pero lo cierto es que Gelín no lleva las flores a los suyos, las lleva a su pierna, enterrada también en el panteón familiar, a quien cuenta sus confidencias. Claro que de esto ni media a nadie no le vayan a tomar por loco y encerrar como hicieron con Manolo la temporada que le dio por decir que veía vacas en las paredes de su casa. Además, conversar con su pierna no cree que sea ninguna rareza, sino algo de lo más natural, algo que, desde luego, él tiene incorporado, como comer, dormir o alternar. Hasta la ha puesto nombre de mujer, Paca la llama por su semejanza con pata, y ella le contesta, le da prudentes consejos, “Esto es lo que tienes que hacer Gelín, esto es lo que más te conviene”, que unas veces sigue y otras no. En alguna ocasión también discuten como todo hijo de vecino, no todo va a ser miel sobre hojuelas. Pero en los dieciocho años que llevan separados se puede decir que se llevan bien, o muy bien. La pierna es su alter ego, le entiende, le comprende y sabe tanto de él, a veces más, que él mismo. En todo caso, Gelín está convencido de que esa conexión especial que tiene con su pierna le hace bien, y que lo que es bueno para uno no puede ser malo en general.

Para festejar la mayoría de edad de Paca, hoy Gelín, que es un adán para las plantas, le lleva unos gladiolos que ha cuidado con esmero durante semanas, pero en vez de sentirse contento, se nota raro, revuelto, “amurriau”, sin ápice del entusiasmo que le ha acompañado estos días. Y no se lo explica. No cree que se deba al recuerdo de aquel mediodía aciago en que la mula que acababa de comprar se trabó inamovible en la vía, y allí quedaron la mula y la pierna, ni a la evocación del entierro que días después le hicieron a esta última y al que asistió, todavía dolido de un miembro que no tenía, como si de un hermano menor o un hijo se tratarse, pues ambos episodios los ha rememorado tantas veces que los tiene desgastados. Pero el runrún no se le va.

Como no sabe de disimulos posa las flores en la lápida sin decir palabra.

Es Paca la que le habla, le pregunta.

—¿Qué te cuentas?
—Poca cosa, ya eres mayor de edad.
—Sí, dieciocho años que han pasado sin sentir.
—Pues a mí a veces me dan ganas de dejarlo todo…, el huerto, la partida de dominó en el Caruli con esa panda de viejos gruñones, los vinos de la tarde, y venirme de una vez por todas a descansar contigo.
—Día de tormenta traes hoy…
—¡Qué tormenta ni que tormenta! —contesta a la defensiva.

Tras un silencio Paca carraspea, pregunta:

— ¿Alguna novedad?
—El Carlines, que le dio un flu. Lo llevaron pa León. Los vientos del pueblo dicen que se recuperará, y ya sabes que los vientos del pueblo siempre o casi siempre aciertan. Pero también dicen que hay que esperar.
—¿Y no crees que ya va siendo hora de que hagáis las paces? Os vais a morir y cada uno por vuestro lado.
—¿Con ese orgulloso y ruin? ¡Quita por Dios! Mira que enemistarse por nada.
—¿Por nada, dices? Ummmmmm…

Gelín rememora el día del enfado. De la misma quinta, Carlines y él habían ido a la escuela juntos, y aunque en ocasiones se chinchaban y rivalizaban, habían compartido juegos, deberes, hasta algún que otro castigo. Y vinos de mayores en la taberna, al finalizar la jornada, hasta el día de la broma gorda en que Carlines no le volvió a dirigir la palabra. Ocurrió en ese mismo escenario una noche de finales de octubre al inicio de la temporada de setas. Se había tomado unos cuantos aguardientes en el bar Caruli y en vez de irse a dormir a casa, dada la falta de sueño que arrastraba desde hacía meses, decidió darse una vuelta por las afueras del pueblo para nada más clarear ponerse a la faena. Esos días en los adiles de la Dehesa brotaban, gracias a la humedad que traían las cuatro gotas de agua que caían por la tarde, ramilletes de hongos, níscalos, aunque a él, como a la mayoría de la gente del pueblo, lo único que le interesaban eran las setas de cardo. Pero al llegar al camposanto le entró sueño. Entonces decidió descansar un rato al abrigo de las tumbas. Buscó cerca de la tapia la de su tío Chucho, a la que tenía apego, y se echó encima, mirando las estrellas. Poco a poco se fue quedando dormido. Hasta que oyó en medio de la noche el crujido de la puerta. Al principio se asustó, pero al ver la silueta inconfundible de Carlines, flaca como un fideo, navaja en ristre, el miedo se trasformó en indignación, “el husmias éste quiere atrapar las setas para él solo, ay que joderse”. Entonces se le ocurrió. Se colocó detrás de la tumba, puso las manos a modo de embudo y dijo con voz profunda, gutural:

—Carliiiiiines, que no has sido buenooooo….

En medio de la noche su voz sonó como un eco ominoso. Carlines reculó asustado. Repitió de una forma más profunda, si cabe:

—Carliiiiiines, que no has sido bueeeeeeeeno….

Carlines echó a correr, y al salir del cementerio quedó atrapado por una zarza, que le sujetaba por detrás como una mano invisible.

Por tercera vez dijo Gelín:

—Carliiiiiiines, arrepieeeeeeentete.
—Ahhhhh, perdón, perdón, padre, por gastarme la paga en juergas y en mujeres. Pero no me martirices más y suéltame.

Gelín vio en la penumbra el rostro inundado de sudor de Carlines mientras hacía denodados esfuerzos por desasirse. Cuando por fin lo logró huyó cuesta abajo como si le llevaran todos los demonios.

Gelín no paró de reírse hasta que amaneció. Luego se acercó a la Dehesa y cogió el mayor cargamento de setas de cardo de su vida. Cuando hubo terminado la faena vio plantado delante de él, con la navaja en la mano, a Carlines.

—¿Te creerás tú muy gracioso?
—¿Yo? ¿Por qué?

Carlines le mostró la herramienta y se dio cuenta, por una diminuta mella que tenía en la punta, que era la suya. Con el susto y la oscuridad de la noche debieron intercambiarlas. Carlines abandonó su herramienta de trabajo y él, equivocadamente, la cogió, dejando la suya en el suelo, donde finalmente la encontró el amigo.

—No me vuelvas a dirigir la palabra en la vida —y dándole la espalda se largó.

Hasta ahora lo había cumplido.

Un tarareo irónico de la pierna le devolvió al presente.

—Bueno, Paca, ¿qué culpa, digo, tengo yo de que creyera que la zarza era la mano de su padre, con el que siempre se llevó a matar?
—Pues bien que te mofaste.
—Tal vez un poco, pero no sé qué quieres que haga ahora.
—Pues ir a verlo.
—No me recibiría.
—Sí lo haría. Llévale rosquillas, las rosquillas le dejaran desarmado, ya sabes lo goloso que es. Y licorín casero. Y tabaco, rubio, dos cartones.
—Joder, ya podía fumar cuarterón como los demás.
—Todo agravio tiene un coste.
—Bueno, ya veré, no te garantizo nada.

Pero lo cierto es que Gelín ya está calculando el horario del coche de línea que sale mañana para León. Cogerá el de primera hora. Aunque antes tiene que comprar el tabaco en el estanco y las rosquillas en la panadería de Chelo. El licor lo tiene en casa. No le queda mucho tiempo.

—Bueno, Paca, —se despide con prisa— entonces hasta el sábado.

Antes de alcanzar la puerta del camposanto escucha una voz que parece venir del más allá y le hace dar un bote.

—Geliiiiiiiiin…

Se gira buscando su procedencia. Pero no ve a nadie. De pronto oye un sonido como de cascabel. Regresa a la tumba.

—Hostias, Paca, me has dado un susto de muerte.

La pierna no cesa de reír.

Al final ríen los dos.

—Que gracias por los gladiolos, hombre, ah, y que no quiero volver a escuchar eso de venirte aquí conmigo. La eternidad es muy larga y a ver quien si no me da novedades de lo que pasa en el pueblo.

Parco en palabras, Gelín no contesta, pero abandona el camposanto sin ápice del peso inexplicable que traía.

Relato de Sol Gómez Arteaga publicado en el libro “El sol a la tinaja” editado por la Fundación Fermín Carnero en el año 2017. En el blog “Sol a la tinaja también puedes encontrar otras interesantes publicaciones de la autora.

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