Viva l’Italia


Hoy es día de confesiones. No, no me refiero a ese día justo antes de Semana Santa cuando llegaban al pueblo un grupo de curas a confesar a los parroquianos. No. Hoy quiero confesarles algunas cosas. La primera de ellas es que para mí Italia es —con diferencia— el país más fascinante de Europa, y quizás del mundo.

Debo confesar también que mi ‘amor’ y admiración hacia Italia es incondicional, y con eso ya lo digo todo.

Bueno, el caso es que el próximo 25 de septiembre hay elecciones en Italia. Dicen las encuestas que ganará ‘Fratelli d’Italia’ y, justo estos días, pensando en todo ello, me ha venido a la cabeza de forma recurrente una historia que viví en Bolonia en mi época de estudiante. Lo haré corto, porque tampoco me acuerdo demasiado de los detalles.

Resulta que un día a la tarde, a la salida de la Facultad y —como acostumbraba a hacer— me dirigí por Vía Zamboni hacia la residencia de estudiantes donde me alojaba. A la altura de la plaza Giuseppe Verdi, justo enfrente del Teatro Municipal de Bolonia un grupo de estudiantes se manifestaba. Quizás contra alguna ley, o quizás contra algún acto que se realizaba en el Teatro. El grupo que convocaba era el Collettivo Universitario Autonomo (CUA), conocidos popularmente como ‘gli autonomi’, los autónomos.

No recuerdo muchos detalles de aquella movilización porque, en realidad, cada día había ‘movidas’ de ‘gli autonomi’ por algún u otro motivo. Creo recordar también que en una esquina de la plaza varios furgones de los antidisturbios vigilaban distantes el desarrollo de los acontecimientos.

Justo cuando acababa de cruzar por delante de la plaza siento a alguien gritar y me giro a ver qué pasaba. Un tipo trajeado, rodeado por media docena de tipos musculados y grandes como armarios, increpaba y desafiaba a los estudiantes señalando ostensiblemente con el índice hacia ellos. De todas las imprecaciones e insultos, únicamente recuerdo una frase: «Quando saremo al potere, vi faremo un culo cosí». Acompañaba la frase con un gesto. Moviendo las manos de arriba a abajo formaba un círculo con los pulgares y los dedos corazón. Creo que no hace falta saber lenguaje de signos para saber a qué se refería aquel energúmeno.

El tipo que gritaba —y que más tarde les contaré quien era— se mantenía a una cierta distancia de los estudiantes protegido por los ‘gorilas’ que lo acompañaban y por la presencia de los carabineros. De pronto, los estudiantes empezaron a rodearlo. Ya saben, lo típico. «Tu? Qui sei? Sei un pezzo di merda!!!» En un momento dado, alguien lanzó un puñetazo y se formó la de ‘Dios es Cristo’. Al tipo y a los que fungían de guardaespaldas le llovían golpes por todos los lados. Enseguida la policía llegó con las porras y escudos y ‘dispersó’ a los ‘autónomos’ que seguían intercambiando insultos con aquel hombre y sus matones.

Justo a mi lado, un barrendero contemplaba la escena sin inmutarse. Una vez apaciguados los ánimos, el empleado público volvió a sus quehaceres cantando: «Viva l’Italia, l’Italia che non muore… La, la, la, la, lá…».

Volví a la residencia y allí pregunté a mis amigos de quién era aquella canción que tarareaba el barrendero. Precisamente, Gino originario de Foggia, era fanático de Francesco de Gregori, el autor de la canción. Y acá llega otra de las confesiones de hoy. Reconozco que soy devoto de la música italiana —Renato Carosone, Gino Paoli, Nicola di Bari, Adriano Celentano, Rita Pavone, MIna, Gabriella Ferri, Vasco Rossi, Lucio Dalla, Giovanna Marini e Toto Cotugno…— pero ya les confieso que para mí el grande entre los grandes es Francesco de Gregori. Busquen en Spotify y compruébenlo por ustedes mismos.

Respecto al tipo protagonista de los incidentes de la plaza Verdi, al día siguiente en los periódicos locales me enteré que se trataba de Ignazio La Russa, un político del partido fascista Movimiento Social Italiano (MSI) que en aquel momento estaba haciendo campaña para el Ayuntamiento de Bolonia o algo así. O, provocando por provocar, vaya usted a saber…

Acá debo confesar otro secreto más y es que —por razones que no acierto a comprender— tengo una memoria extraordinaria para retener nombres y personas. En este caso, sin quererlo ni teniendo mayor interés por mi parte, he ido ‘siguiendo’ a este personaje, ya que por ejemplo fue ministro de Defensa en uno de los gobiernos de Berlusconi. Es de esto que lo ves aparecer en el telediario y piensas: «Anda, mira el hijo de remil este, como ha ido prosperando…». También vi por ahí que en 2012 fue uno de los fundadores del partido fascista ‘Fratelli d’Italia’ junto con Giorgia Meloni, quizás la futura presidenta del gobierno italiano. Vaya, vaya…

En fin.

Como dice la última frase de la canción que tarareaba el barrendero: «Viva l’Italia, viva l’Italia che resiste»

Nueve ‘consejos’ para convertirte en un auténtico veraneante


Ahora que van a empezar las vacaciones, como experto en el tema, te ofrezco —totalmente gratis— 9 trucos que convertirán en un auténtico veraneante. Si sigues estos consejos al dedillo, jamás de los jamases te confundirán con un paisano. ¿Tienes papel y bolígrafo? Anota que ahí van:

#1 – Las bermudas y el pantalón de tergal: elementos clave del vestuario.

El elemento que distingue a un veraneante de un paisano del pueblo son las bermudas.  Nunca, nunca, nunca verás a un verdadero paisano con ‘bermudas’. Puedo jura por lo más sagrado que yo en mis 50 y tantos años de vida todavía no he visto a un ‘paisano’ en pantalón corto o bermudas. Si un paisano necesita hacer algún trabajo que no precise de pantalones, pues se los sacan y punto. Bermudas, jamás.

Bien. Tomen nota. Las bermudas tienen que ser tipo ‘pirata’; es decir, deben quedar un poco por debajo de las rodillas. No importa lo cortas que tengas las patas y lo grande que sea la barriga. No importa que con ese tipo de bermudas parezcas un sapo. Tú, tranquilo. Ese es el ‘coste’ que hay que pagar para que todo el mundo sepa que tú eres un veraneante, no un paisano.  Ah! también es fundamental que las bermudas tengan muchos bolsillos. Cuantos más mejor.

Si no te encuentras cómodo con las bermudas pues nada: pantalón de tergal de toda la vida.

#2 – El cinto siempre de cuero y a la altura correcta.

De la misma manera que el largo de las bermudas siempre debe estar por debajo de la rodilla,  el cinturón del pantalón siempre ha de estar por encima del ombligo, un poco por debajo del pecho. Quiero decir, el cinto tiene que estar bien alto. Y nunca, nunca, nunca —y nunca es nunca— uses una cuerda de alpaca como cinto. Si un ‘veraneante’ utiliza una cuerda de alpaca como cinto, automáticamente pierde la categoría: mejor enseñar la ‘hucha’ llena de pelos que utilizar una cuerda como cinto.

#3 – Los zapatos de rejilla, elemento de distinción.

También es muy importante el calzado. No, no, no se puede calzar cualquier cosa. El zapato es una parte fundamental del vestuario.

Para empezar,  los domingos y festivos son de uso obligado los zapatos de rejilla. Sí, sí, me refiero a esos zapatos que te compraste con el primer sueldo, allá a principios de los años 70 del siglo pasado. Son esos mismos que tu mujer, todos todos los veranos desde hace 15 años, te dice de tirar a la basura. Pero ¿por qué vas a tirar unos zapatos que están ‘nuevos’ y además son cómodos? Una pena que no puedas dejarlos en testamento a uno de tus hijos o a tus nietos, porque yo también estoy seguro que un día no muy lejano ese tipo de zapatos volverá a ponerse de moda.

El resto de días unas sandalias o unos zapatos de tela. Sí, son esos zapatos de toda la vida, de tela gruesa con unos elásticos en los laterales. Son una prenda obligada del auténtico veraneante porque —salvo en domingo— nunca verás a un paisano del pueblo con esos zapatos. ¿Cómo va a poner un paisano unos zapatos con los que no puedes entrar a la cuadra o a una huerta? Tampoco verás a un paisano con sandalias. Y nada de sandalias caras ni de cuero. Con unas sandalias de plástico y velcro ya vas bien.

#5 – Cualquier trabajo, hasta el más insignificante, requiere guantes y gafas de protección.

En lo que al calzado se refiere, bajo ningún concepto se te ocurra ponerte unas botas de trabajo salvo que vayas a podar el seto que rodea tu casa. Pero si, por causas de ‘fuerza mayor’, decides ponerte botas es fundamental utilizar también guantes y gafas de protección. Los guantes han de ser de cuero y cuanto más grandes mejor. Los mejores, son los del tipo soldador de altos hornos. Las gafas también procura que sean bastante aparatosas. De esta manera, nadie te va a confundir con un paisano del pueblo. La gente de pueblo maneja la radial, la desbrozadora y lo que sea, pero sin guantes… y, en muchos casos, sin gafas.

#6  – No sin mis gafas de sol.

Y ya que hablamos de gafas, pues otro complemento imprescindible son las gafas de sol. Aquí, el problema de nuevo es que te confundan con un turista y tú, tú eres veraneante. El secreto es llevarlas colgando del bolso de la camisa o colgadas en medio del pecho. Es lo más cómodo, porque —en realidad— el verdadero veraneante las gafas las lleva de adorno. Es más, le molestan porque no está acostumbrado a utilizarlas. ¿Quién utiliza gafas de sol en una fábrica, en un almacén o en una oficina? En fin…

#7 – La cartera y el dinero.

Un complemento obligado es la cartera que debe contener un monedero con cremallera en uno de los laterales. En la cartera los billetes tienen que estar bien dobladines y siempre que pagues en el bar con un billete de 50 euros hay que hacer el gesto de levantar el brazo y agitar el billete como si fuese una banderola antes de preguntar lo que se debe. Nunca, nunca dejes nada a deber en el bar. La frase «te lo pago luego» únicamente la pueden pronunciar los paisanos de pueblo o los extraterrestres.

#8 – La cabeza siempre cubierta, pero nunca con boina.

Una parte fundamental del atuendo del veraneante es el sombrero. Pero, ojo aquí, que se pueden cometer errores. Bajo ninguna circunstancia se pueden utilizar sombreros tipo ‘Panamá’ de paja toquilla. Esos, únicamente los utilizan los turistas o los que se las dan de intelectuales. Lo mejor de lo mejor son esos sombreros de mediano tamaño, de paja, y con una cinta roja o verde donde se pueda leer «XVI Fiesta Comarcal de La Cepeda» o «XXIX Fiesta Campesina UGAL-UPA». Hace años te hubiese recomendado llevar una gorra verde de la Caja Rural con el logo amarillo de la espiga, pero se han puesto tan de moda que te podrían confundir un hipster, un bicho raro. Lo del sombrero es ‘jugar sobre seguro’ pero si tu eres más de gorras, pues te recomiendo utilizar alguna que ponga «Cerveza San Miguel» o algo así. Pero ni se te ocurra ponerte una boina, esa prenda tan odiosa propia de paisanos del pueblo o bohemios. Tú no eres ni una cosa ni mucho menos la otra.

#9. El parasol y la funda del coche y otros complementos menores.

Si miras el coche de cualquiera de los paisanos del pueblo verás un frasco de medicinas por aquí, una herramienta por allá… y polvo, puixa o barro por todos los lados. Es normal, el coche es una ‘herramienta de trabajo’ más. En cambio, el coche del veraneante ha de estar impoluto por dentro y por fuera. La guantera sin una mota de polvo. Y para que el coche se mantenga así pues hay que lavarlo a menudo y protegerlo. Un veraneante con un coche sin parasol no es un veraneante. Y es que la radiación ultravioleta es muy peligrosa… Si daña la piel ¿cómo no va a dañar la pintura del coche? Pues eso, el coche siempre a la sombra y con parasol. Y si ha de estar varios días sin moverse, hay que tirar de funda.

En fin… Eso sería todo lo más importante. Es posible que se me queden algunos consejos en el tintero ya que —por ejemplo— no he dicho nada de la vara, que es lo que da el aire distinguido a un veraneante. Ni un paisano sin navajina, ni un veraneante sin vara, que dice el refrán… pero esto ya se está alargando mucho así si crees que falta algo, puedes añadirlo en los comentarios.

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En primera persona: el Campo de Tiro del Teleno


El pasado 23 de febrero hizo 40 años que el B.O.E publicaba la expropiación de 61 Km2 de tierras comunales perteneciente a los pueblos de Priaranza, Luyego, Quintanilla, Boisán y Filiel. En realidad en estos terrenos se venían haciendo prácticas de tiro desde los tiempos de la II República y se formalizaría esta relación en un convenio de uso que firmó el Ministerio del Ejército con las juntas vecinales en el año 1963.

Yo mismo pude comprobar in situ los inconvenientes que para las actividades de estos pueblos suponían las maniobras del ejército ya que, durante el servicio militar obligatorio, fui conductor de carros de combate y pasé una semana de maniobras en 1978 en Lagunas de Somoza. El paso de estos enormes vehículos por unas carreteras tan estrechas suponía unos daños considerables en las mismas y muy frecuentemente en los edificios colindantes a su paso por las poblaciones.

Pero el inconveniente mayor era, sin duda, las limitaciones que las actividades del ejército suponían para los usos agrarios y ganaderos del territorio.

En 1980 el Ministerio de Defensa anunció su ampliación. Esto suponía la expropiación de los comunales de las localidades antes mencionadas y de hecho la prohibición de uso de estos terrenos para actividades agrícolas y ganaderas.

La oposición de los pueblos de Maragatería a la expropiación fue generalizada. No hubo la misma respuesta por parte de la ciudad de Astorga cuyo alcalde era del partido del gobierno y, quizás, más preocupado por mantener el destacamento de Astorga, trataba de contrarrestar la contestación, resaltando las ventajas que supondría para los lugareños la ampliación de campo de Tiro.

En cambio, sí que hubo un apoyo destacado de la prensa local. El Faro Astorgano publicó una serie de artículos, entre los que cabe destacar los del profesor de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid Tomás Pollán, natural de Valdespino de Somoza, que fueron demoledores. La limitada libertad de expresión que existía entonces desembocó en una condena de su autor por críticas al ejército. Hay que mencionar también la ola de solidaridad con Tomás Pollán desde distintos puntos de la geografía española.

A pesar de la oposición frontal al Campo de Tiro no sería hasta el 30 de agosto del mismo año cuando se llevó a cabo la primera gran manifestación en Astorga a la que acudieron, según la prensa local, más de 3.000 personas.

Pocos días después, el 11 de septiembre, se producían numerosas dimisiones de miembros de las corporaciones locales de Maragatería.

En febrero de 1982 volvieron otra vez las manifestaciones en Astorga pero con bastante menos gente. Existía una evidente desmoralización ante unos hechos que se daban por consumados y unos acontecimientos todavía recientes como fueron los del golpe de estado del 23-F que metieron a mucha gente el miedo en el cuerpo. Yo recuerdo una frase de un político de la época que dijo que era mejor aparcar las reivindicaciones porque “el horno no estaba para bollos”.

Como consecuencia de las expropiaciones del Campo de Tiro, la Diputación Provincial firmó un convenio de colaboración con las Juntas Vecinales de Luyego, Priaranza, Quintanilla y Boisán. En él se establecía la puesta en marcha de una Oficina de Desarrollo cuyo principal objetivo era movilizar los recursos derivados de las expropiaciones y los que las administraciones tuvieren destinados a poner en marcha iniciativas que reactivaran económicamente la zona.

La verdad es que la oficina nunca tuvo disponibilidad lógicamente sobre el dinero procedente de las expropiaciones que las Juntas Vecinales tenían depositados en las distintas entidades bancarias. Estos dineros, al menos durante el tiempo que estuve yo al frente de la oficina, estaban mayormente en cuentas a plazo fijo y los disponibles se dedicaron a mejoras de infraestructuras y servicios de los pueblos y también a jornales de los vecinos que acudían a los trabajos colectivos conocidos localmente como hacenderas.

La Oficina comarcal de Maragatería comenzó a funcionar en mayo de 1987. Estaba ubicada en las Escuelas de Luyego y disponía de dos personas; un gerente y un administrativo. Los gastos de mantenimiento de ésta corrían a partes iguales a cargo de Diputación y Juntas Vecinales.

Cuando se realizó la apertura de la oficina yo como responsable de la misma no partía de cero. Tenía una información exhaustiva y detallada de cómo estaba la zona ya que en 1984 la comarca de Maragatería y Cepeda fue declarada por el Consejo de Ministros Comarca de Acción Especial y yo había redactado el informe que sirvió de base para dicha declaración.

El contacto estrecho con los vecinos durante los primeros meses de funcionamiento nos permitieron crear las bases para la puesta en marcha de varios proyectos relacionados principalmente con el mundo cooperativo.

El tema del Campo de Tiro todavía coleaba. Las juntas vecinales mantenían sus diferencias con el ejército por los usos que hacía del territorio para realizar sus actividades. En un documento elaborado por las juntas vecinales el mes de junio exigían entre otras las siguiente medidas: restitución del uso ganadero y forestal, la limitación del horario de tiro, prohibición de que el trazado de los proyectiles discurriera por encima de los pueblos….

Por otra parte quedaban flecos de las indemnizaciones por cerrar. Yo asistí en el monte de Priaranza a la tasación de la madera que no había sido incluida en acuerdos anteriores. Aunque ya han pasado algunos años recuerdo muy bien la fuerte discusión que mantuvieron en pleno monte el militar encargado de la tasación de la madera y el Presidente de la Junta Vecinal de Priaranza. La oferta hecha por el militar era tan ridícula que el Presidente de la Junta Vecinal de Priaranza, que era maderista, amenazó con ir a casa por la escopeta.

Pero la relación con los militares, al menos durante los dos años que estuve al frente de la oficina, fue correcta.

Los daños producidos por los vehículos militares en casas o atropello de ganado fueron abonados.

Hechos más lamentables fueron los accidentes ocasionados por la manipulación de munición sin explosionar y los incendios producidos en 1998 y 2004 por las prácticas de tiro que quemaron miles de hectáreas de bosque y monte bajo. Al desastre ecológico derivado de los incendios hay que añadir las pérdidas en los usos forestales y la recogida de setas.

Ahora visto con perspectiva vemos que a Maragatería le faltó el apoyo a un plan de incentivos a la actividad económica como se ha hecho por ejemplo en las zonas mineras que compensara las limitaciones que imponía el campo de tiro. Pero a mí entonces me dio la impresión que me movía en un terreno contradictorio.

La oficina trabajaba para fijar la población a un territorio que a otros sectores le vendría mejor verlo despoblado.

En la misma contradicción incurrió la Diputación que después de dos años de poner en marcha la Oficina, de valorar muy positivamente sus actividades, de recibir el apoyo unánime de las Juntas Vecinales, terminó desmantelándola. La única razón que dio el Vicepresidente es que “no iba estar toda la vida”.

Las limitaciones impuestas por el Campo de Tiro no han sido las únicas que han contribuido a la despoblación de la Comarca, que tuvo un pasado prospero con el trasporte de mercancías de la Coruña a Madrid y una floreciente industria textil durante la primera mitad del siglo XX.

Pero igual que los arrieros no pudieron sobrevivir a la llegada del ferrocarril y prefirieron instalarse en Madrid comprando la mayor parte de las pescaderías de Mercamadrid, la industria textil tampoco pudo resistir a la deslocalización del sector que sucumbió ante la competencia de los países asiáticos por la globalización.

La Maragatería que siempre había sido tierra de emprendedores pero entró en una profunda decadencia a partir de los años sesenta ante el empuje de la actividad económica de las grandes ciudades, principalmente de Madrid.

Los cambios que se están produciendo actualmente en la sociedad tal vez supongan una oportunidad para que estos pueblos despoblados pongan en valor su rico patrimonio arquitectónico, su gastronomía, su potente tradición cultural que viene desde la época romana de la que se conservan numerosos yacimientos de la minería del oro, o el Camino de Santiago que atraviesa la parte alta de la comarca.

Autor del texto: Benito Álvarez González

La foto que acompaña esta entrada es de Carlos Rosillo / El País. A continuación se pueden ver fotos de autor del artículo durante el servicio militar; en una de ellas se puede ver al fondo El Teleno con nieve:

Guardas forestales: cuando el lobo está a cargo del rebaño…


Es sabido que los guardas forestales nunca han tenido buena fama en los pueblos de la provincia de León. Hasta hace no tanto, cuando los controles de alcoholemia no eran tan estrictos, el coche de los forestales estaba más tiempo aparcado a la puerta de los bares que recorriendo el monte.

De todos modos, esta ‘mala’ fama de los guardas ya les viene de antiguo. Es posible que esta animadversión de la gente hacia ellos, venga de su cumplimiento del deber y de las multas que ponían cuando se contravenían las leyes forestales. En otros casos, parece que eran los propios guardas los primeros en saltarse la ley, lo cual era doblemente grave.

El 12 de Junio de 1899, el Heraldo de León publicó una noticia sacando al descubierto el caso de un guarda que estafaba a los pueblos. Como es lógico el Distrito Forestal de León hizo averiguaciones y resultó que dicho guarda hacía “una temporada que viene cometiendo los mayores abusos que se pueden maquinar, al autorizar las guías de cortas legales cobra cuantas cantidades puede, los carros de maderas fraudulentas los deja pasar libremente exigiendo cinco pesetas a cada uno según la Clase, y puede, además al ir a los pueblos a los Presidentes de las Juntas Administrativas hace lo propio, y según noticias reservadas, cobra de las mineras de Sabero por dejar libres las apeas cien pesetas cada mes, habiendo sido reprendido por el que suscribe y al continuar lo mismo, tales abusos no se pueden consentir cobrar en despoblado  con amenazas indirectas de no dejarles pasar, se antepone al delito de estafa pudiendo darle el verdadero calificativo de robo, por todo lo cual es acreedor de ponerlo a disposición del Sr. Juez de Instrucción del partido cual se me ordene”.

Estas irregularidades llevaron en 1901 al Inspector Inchaurrandieta de la recién creada la 1ª Inspección de Montes, a interesarse por ese tipo de causas, ya que según rumores que le habían llegado “eran bastante frecuentes en esta provincia”. Pidió la relación de guardas que habían sido procesados en el último quinquenio, y pudo comprobar que había varios empleados que tenían causas pendientes por varios delitos. Así por ejemplo, M. Gómez, sobreguarda había sido denunciado por los vecinos de Llamas de Rueda por cohecho; el capataz E. Pariente por estafas y exacciones ilegales; otro Sobreguarda fue acusado de de suplantar firmas en las licencias de aprovechamientos y de recibir el 10% de las cantidades de los pueblos; a ellos se añadía el aludido V. Soria por la estafa descubierta en la prensa. También aparecen distintos guardas que fueron reprendidos; así por ejemplo, a J. Suárez, guarda de los montes de Villafrea, se le llamó la atención en varias ocasiones por no ejercer la vigilancia debida; a P. Regalado o a J. de la Varga se les reprendió por no cumplir con sus obligaciones; a G. Espina, el cual había denunciado agresiones de los vecinos de un pueblo e incluso un intento de asesinato, se le hizo una acria reprensión por su conducta privada; a T. Díez se le acusó de faltas en el cumplimiento de su deber… es un suma y sigue. De hecho, entre 1901 y 1909 figuran dados de baja 6 peones guardas, los cuales habían sido acusados de distintas irregularidades.

Precisamente, buceando en los legajos del Fondo ICONA del Archivo Histórico Provincial de León, aparecen numerosas quejas y protestas de los pueblos contra el personal de guardería; también aparecen denuncias de la Guardia Civil contra los empleados de la Admón. Forestal o incluso expedientes sancionadores. Acá van algunos otros ejemplos del primer tercio del siglo XX:

– en 1902, el Alcalde de Riaño acusó al Sobreguarda José de Dios de ser el autor de la destrucción de la pesca de los ríos del partido de Riaño;

–  en 1903, el sargento de la Guardia Civil de Riaño descubrió ante la Inspección de Montes al Sobreguarda de montes de esa comarca, Julián Rodríguez, por cobrar de los vecinos y de las empresas mineras por las maderas y leñas extraídas “ilegalmente” de los montes;

– en 1904, S. Domínguez (del 1er grupo Riaño) fue reprendido por tener abandonado el servicio. En 1905 se le llamó la atención por segunda vez por no custodiar con el debido celo los montes de su cargo y por hacer depositarios de los productos cortados fraudulentamente a los mismos autores de la infracción; ese mismo año un mes más tarde fue trasladado a Palacios del Sil, y terminó por entregar la bandolera;

– en 1905, la Jefatura ordenó al Capataz denuncie las infracciones en el monte Acebedo y agregados, de Argovejo, en donde según nota se estaban realizando cortas fraudulentas ante la pasividad de los guardas.

– en 1924 el médico de Brañuelas denunció al Sobreguarda por varios hechos y abusos;

– ese mismo año, en 1924, la Junta vecinal de Valle de las Casas denunció al guarda por cercar un trozo de terreno que era abrevadero de ganados;

– en 1926, se recibió en el Distrito una denuncia de los vecinos de Ferreras de Cepeda, Morriondo y San Feliz contra el capataz por recibir 290 pesetas de estos pueblos;

– en 1934, el Distrito Forestal de León recibió una denuncia anónima contra el Capataz de Boca de Huérgano, I. Gaitero, en la que se le acusaba de mala conducta moral pública y de autorizar cortas de maderas en el monte «Asprón» de Boca de Huérgano y otros tres pueblos. Mandada investigar por el Distrito, se comprobó que una cuadrilla de serradores bajo su autorización había instalado un taller de aserrío en el monte para obtener duelas, cortando los árboles necesarios para ello.

A todo ello también se deberían sumar las denuncias de los vecinos de los pueblos, acusando de irregularidades a los propios empleados del Distrito y cuyo listado es bastante grande. Entre lo denunciado está el cobro irregular de cantidades de dinero a los pueblos, faltas en el cumplimiento de su deber, abusos de autoridad, así como otros delitos y faltas.

En fin. Cada uno saque sus propias conclusiones, pero se entiende un poco mejor la ‘mala fama’ de los forestales ¿no?


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Artistas ambulantes de los años sesenta


Con permiso de los titiriteros que, con arte innato, hacían que una cabra bailara o hiciera equilibrios imposibles, en un alarde de sincretismo artístico entre hombre y animal, hoy quiero recordar a unos artistas cuyo nombre debiera estar escrito con letras de oro allá en los pueblos que sirvieron de improvisado escenario para sus increíbles actuaciones.

Tal vez hubo otros muchos artistas que quien suscribe estas líneas no llegó a conocer, pero, aun así, las evoluciones de Renato y de Barbachei son memoria viva de muchos pueblos de León que vieron a la puerta de su casa imborrables prodigios que hoy, en que los medios de comunicación nos atosigan con vulgaridades, serían motivo de admiración y respeto. Admiración por sus habilidades y respeto por su indudable profesionalidad.

Recuerdo la fisonomía caucásica de Barbachei, longilíneo, enjuto, cara alargada y pelo lacio, largo y escaso. Aún me parece verlo descamisado, sudoroso, sin concesiones a la indumentaria, que lo hacía confundirse entre los asistentes a sus números irrepetibles. “Barbachei el hombre foca que sostiene un peso con la boca, echa tres meses debajo’l agua y sale pidiendo un botijo”, rezaba la mitificación de aquel hombre nervudo, honrado jornalero de un espectáculo único.

Sus intervenciones con un arado sobre su mentón daban cuenta de unas habilidades poco comunes. El artilugio podía un arado romano, excusado es decir que era un objeto pesado, asimétrico, inestable, que aquel hombre era capaz de manejar con soltura en una situación que dejaría boquiabiertos a modernos malabaristas. Conjugaba fuerza y equilibrio que sorprendía a propios y extraños. No había escenario, el público se apiñaba a su lado y él ordenaba separarse a los circunstantes en previsión de cualquier percance.

Pero cualquier objeto, sillas, escaleras, sin importar peso, forma o dificultad, podía ser izado a su barbilla desafiando las leyes físicas. Un día llegó a izar a un hombre que superaba los cien kilos de peso, sentado en una silla. Evidentemente la acción no era subida y bajada inmediata, era capaz de caminar y contener aquellos pesos infernales ante el asombro de los asistentes. Era un deleite ver las proezas de aquella leyenda que se desenvolvía a tu lado. La magia acercada al pueblo. Y por si fuera poco, su remuneración era la voluntad.

Pero si mítico acabaría siendo Barbachei, no menos mítico y extraordinario fue Renato quien, con alguna regularidad, visitaba Veguellina de Orbigo y supongo que otros pueblos también. Aquel hombre arriesgaba su vida a unas alturas escalofriantes. El pueblo entero se congregaba a la hora establecida para contemplar las evoluciones de aquel funambulista que, equipado con una pértiga, caminaba impávido sobre un cable que cruzaba toda la plaza hasta llegar al extremo en pendiente, sujeto a la cúspide de la torre en la zona nueva.

Cuando ya todo parecía visto de aquel número circense, sin carpa ni red que pudiera salvarlo de una caída, llegaba algo más difícil todavía. Su siguiente intervención era volver a hacer el mismo recorrido pero en esta ocasión con sus ojos cubiertos por una venda. Ciertamente aquello era impactante y no faltaban gritos de temor elevándose al cielo. Pero aún quedaba el plato fuerte, asistido por un ayudante, de forma inexplicable volvían a hacer el mismo recorrido ambos, sólo que en esta ocasión lo hacían con una moto de la que pendía Renato.

Estas cosas por inverosímiles que puedan parecer, eran el espectáculo para la gente sencilla. Lástima que quizá nunca supimos reconocerles toda su valía. León entonces era otra cosa.

Urbicum Flumen, marzo de 2021

 

La misa del Gallo y los versos de los pastores a San Antonio


Ayer, día de Nochebuena, imagino que en muchos pueblos todavía se celebró la misa del Gallo. Antiguamente, además del ramo, era el día que los pastores y pastoras solían ofrecer unos velones a San Antonio.

A cambio de esa oferta, le pedían amparo al Santo recitando unos versos y contándole de cómo les estaba yendo. Era una especie de rendición de cuentas: le detallaban si el año había sido seco, si había habido pestes en el ganado o si había sido bueno. También le explicaban al santo del maltrato de los ‘amos’, de las desventuras de ser pastor y de los peligros a los que se enfrentaban, como el lobo o el mal tiempo.

También en ocasiones, se incluían versos más o menos jocosos aludiendo a situaciones que habían pasado los propios pastores o se deslizaba alguna ‘crítica social’; como es lógico, no se solían exceder ya que todo ello se desarrollaba dentro de la iglesia bajo la mirada del cura y todos los convecinos.

Más allá de la celebración religiosa, como ya contamos en alguna otra entrada del blog, estos pasajes rituales servían para reforzar los lazos comunitarios. Era un momento de celebración, en el que los pastores y pastoras —generalmente muchachos y muchachas jóvenes— eran protagonistas. Y también, hay que recordar que San Antonio era patrón de los animales y nunca estaba de más ‘solicitar’ la protección del santo.

A continuación tenéis los versos de los pastores de un pueblo de La Cepeda a San Antonio. Está sacado de «Cuentos en Dialecto Leonés» de Caitano A. Bardón, y como puede verse está en llionés:

¡Oh S. Antonio benditu!
Santo bienaventurado.
Eiqui venimus las pastoras
que ñus guardéis el ganado,
de lus rucios d’Abril,
y lus torvones de Marzo,
del mercader zangarrián,
aquel del hábito pardo,
que por vallinitas fondas
suele venir rastreando.
Prumeru mira si hay perros,
que le arrumienden el sayo.
Desque vei que nu lus hay,
acumete pal ganado.
Ñus escoge las mujores
y nunca ñus paga un cuarto;
Le mandamus lus menistrus,
y pónse muy enfadado,
y ñus anseña unus dientes,
que se ye corta a una el cuajo.
Desde el teso de las eras
llegamus al Cuesta Barro,
dende allí damus la güelta,
alrudor cun el ganado,
y turnamus pa casina,
onde reñen nuestrus amos,
y on nos repuchan y dicen,
que bouna vida vivamus.
Mujor se la llevan eillus,
junta la llumbre sentados,
cumiendu buenus turreñus,
y eichandu buenus tragos.
Y nusoutras las pastoras
pur el monte trumpicandu,
eiqui cayu de custiellas,
a ende, la banción de un lado,
eiqui, escachu la cabeza,
eilli, discumpongó’n brazu.
¡Oh San Antonio benditu
estos si que son trabayos.

Por último, hay que indicar que, tal y como indica el profesor Joaquín Serrano, es posible que este ‘cantar’ al igual que otros muchos que se cantaban en pueblos de La Cepeda o la ribera del Órbigo hayan salido de la pluma del sacerdote de Antoñan del Valle, Antonino García Álvarez. En su libro «El manuscrito de Antonino García Álvarez (1783-1858). Poeta de la ribera del Órbigo (León)», el profesor Serrano proporciona convincentes detalles de que, efectivamente, este párroco escribía estos versos a demanda de los pueblos de la contorna. Y estos versos de Caitano A. Bardón son una muestra de que los versos se iban incorporando al ‘acervo cultural’ de cada pueblo, manteniéndose durante muchos años.

En fin…

¡Qué pasen unas Felices Navidades y que el 2021 venga cargado de prosperidad!

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