LNT te recomienda: Trazos de sombra


Como muchos de los lectores de este blog saben, vivo en Barcelona, en el centro de la ciudad. Hasta cierto punto es ‘pintoresco’ vivir en el centro de una ciudad como la capital catalana. Por el paisaje y también por el ‘paisanaje’. Pues sí, hay unos cuantos vecinos del barrio que son ‘peculiares’ porque, dicho de forma clara y directa, viven en la calle. Son los llamados ‘sin techo’.

Uno de estos vecinos es David. David es francés y se pasa las horas del día sentado en una silla de ruedas a la entrada de la iglesia de Sant Jaume. Diría que David es uno de los vecinos más entrañables del barrio. Con una cerveza siempre al lado de su silla, saluda a todo el mundo y facilita información cumplida de todo lo que sucede en la calle Ferran. Lo curioso es que hasta hace 3 o 4 años yo ni siquiera sabía que se llamaba David. Cuando mis hijos empezaron a ir a colegio me enteré que los amables dependientes del colmado se llaman Joaquín y Marisol, que la dependienta de la panadería se llama Adela, y que David se llama David.

Y es que sí, también las personas ‘sin techo’ tienen nombre y apellidos y tienen una historia. Imagino que, como a mí, a algunos lectores les gustaría saber cómo David ‘acabó’ viviendo en la calle. Y es que a uno le gustaría entender qué pasa por la cabeza de esas personas.

Precisamente, en la recomendación de hoy hay respuestas a alguna de esas preguntas. Se trata del libro ‘Trazos de sombra’ de Sol Gómez Arteaga. A través de cuarenta relatos la autora traza ‘una personal cartografía literaria en torno a los desórdenes de la mente humana’. Son historias que desnudan las complejidades que hay detrás de personas como David que, desde hace unos cuantos años, tomó la decisión de vivir en la calle. Y la mirada de Sol es privilegiada ya que se nutre de su experiencia profesional como Trabajadora Social en el ámbito de la salud mental.

Los que conocen este blog ya saben que mis reseñas son muy básicas; en este sentido, y quien busque algo más completo puede consultar la hermosa y exhaustiva reseña realizada por Margarita Álvarez.

Sí que me gustaría, no obstante, esbozar algunas ideas sobre el libro recomendado. En primer lugar, debo confesar que me costó empezar a leerlo. Quizás por la temática, pero me resultaba desasosegante sumergirme en estos relatos y durante semanas el libro estuvo durmiendo en la estantería. Sin embargo, es un libro que se lee de un tirón y conforme vas avanzando, las historias te atrapan. Además está escrito con un lenguaje muy cuidado.

En lo que se refiere a la temática y cómo ésta es abordada, ahí aparece una de las primeras virtudes del libro: convertir la fealdad en hermosura. En vez de optar por la sordidez, Sol Gómez escoge el lirismo, escoge la belleza. Todas las historias tienen algo de inquietante, pero también tienen algo de bello. Sol Gómez tiene una sensibilidad fuera de lo común, y así lo transmite con unas cuantas historias que emocionan.

Hay que subrayar también que son historias que no te dejan indiferente, si bien la autora no juzga en ningún caso a los protagonistas. Es más, se ofrece una visión humanista, en la que los personajes son tratados con una gran dignidad y respeto. Es al lector al que en todo caso le correspondería juzgar, y para que éste tenga elementos de juicio, se muestra el trasfondo social que hay detrás de cada una de las historias, lo cual constituye otra de las virtudes de esta obra. Creo que este libro permite entender mejor y comprender las dificultades de personas —como mi vecino David— a las que la sociedad ofrece el castigo y la reclusión como única solución a sus problemas de salud (mental), los cuales además se ven además agravados por la soledad, el desarraigo, la incomprensión o la pobreza. O, quizás, al revés…

En fin.

Lean, lean…

El petróleo se agota: ¿es el colapso inevitable?


Hace muchos años viajaba de Barcelona a León con uno de mis tíos. Viajábamos en un R-5 y cuando estábamos por Soria (ignoro por qué mi tío elegía esos caminos) una luz en el tablero nos avisó que nos quedábamos sin gasolina. Por alguna razón, mi tío decidió ignorarla y al final nos quedamos allí tirados.

La anécdota sirve para hacer una analogía con lo que está pasando en la actualidad: ya son muchos los avisos que anuncian que algo pasa con el petróleo. La mala noticia es que —según una mayoría de científicos— ya se alcanzó el ‘peak oil’ o pico máximo de producción, con lo cual el petróleo disponible no hará sino disminuir con el tiempo. Cosa normal por otro lado, ya que es un recurso finito y a este ritmo de consumo algún día, más tarde o más pronto, se acabará agotando.

Otra ‘mala noticia’ es que la disponibilidad de energía abundante y relativamente barata —como el petróleo— fue uno de los factores, sino el principal, que propició el espectacular crecimiento económico del último siglo y medio. Es decir, la economía actual se cimenta en los hidrocarburos. ¿Qué pasaría pues si nos estuviésemos quedando sin petróleo y más teniendo en cuenta que en algunos sectores no es fácil —o ni siquiera posible— sustituir el petróleo por otras fuentes de energía? ¿Nos quedaremos tiramos?

Precisamente, sobre qué sucederá en el futuro hay posturas opuestas; mientras que hay quienes señalan que si se siguen ignorando los avisos habrá un colapso generalizado, otros piensan que la tecnología permitirá afrontar a la escasez y encontrar salidas a las problemáticas que de ella se derivan.

Bien, como no tenemos una bola mágica que anticipe lo que pasará en los próximos años, podemos recurrir a la Historia que —como ‘ventana al futuro’— nos puede mostrar cómo se lidió con la escasez de petróleo en otras fechas. Quizás nos dé ideas para anticipar lo que puede venir.

Un buen ejemplo histórico es la crisis del petróleo de 1973. Ese año, como represalia a Israel por la guerra del Yom Kippur, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) decidió reducir las extracciones de crudo. Como consecuencia de ello se triplicó el precio del barril de crudo, que pasó de 3 dólares a 10-12 dólares. Por su parte, el encarecimiento del petróleo arrastró al alza todos los precios de la energía, dado que el modelo energético en su conjunto estaba basado directa o indirectamente en derivados del petróleo. Los precios de la electricidad y otras formas de energía se cuadruplicaron entre 1970 y 1985. El peso real del gasto energético aumentó entre un 30 y un 40% y el IPC se triplicó en los países occidentales.

A corto plazo al ser la demanda de energía es muy inelástica, su encarecimiento repentino provocó cuatro efectos inmediatos:

(i) indujo un aumento de los precios de todo tipo de productos, dado que a través del consumo energético el petróleo intervenía como input importante en la producción y distribución de muchos otros productos;

(ii) aumentó la factura energética de las empresas y las familias, en detrimento de otros bienes de consumo o inversión;

(iii) se aceleraron las tendencias al estancamiento debido al menor ritmo de incremento de la productividad, y la caída de beneficios y expectativas empresariales;

(iv) se generó un flujo de renta hacia los países exportadores de crudo, mientras se deterioraba la relación real de intercambio de los países importadores de petróleo.

También a medio y largo plazo la crisis del petróleo de 1973 tuvo un quinto efecto, que tendía a apaciguar a los otros cuatro: el alto precio de la energía indujo un uso más eficiente de ésta mediante la reducción de las considerables pérdidas de transformación y transporte, la búsqueda de fuentes de energía alternativas y el cambio estructural hacia actividades menos intensivas en petróleo. En definitiva, a medio y largo plazo se produjo una reducción de la intensidad energética de la economía.

Al igual que 1973, la subida actual de precios de la energía parece tener consecuencias muy similares, entre ellas inflación y estancamiento económico. Crisis económica, vaya. Sin embargo están apareciendo otros efectos en cascada que no se dieron en los años 70 del siglo pasado, o no tuvieron un impacto tan acusado: así por ejemplo la producción agrícola y ganadera se está viendo seriamente comprometida por el encarecimiento (y escasez) de diésel. El problema es que hemos pasado de 3.900 millones de personas en 1973 a unos 8.000 millones en la actualidad. A ello se añade el encarecimiento del precio de los fertilizantes químicos —alguno de ellos obtenidos del petróleo—o el transporte por barco y carretera, lo que a su vez dificulta la producción de alimentos… Todo se complica aún más en una economía globalizada como la nuestra donde la mayoría de los alimentos que consumimos son producidos a miles de kilométros y dependen del transporte. Ah! y ahí está también el cambio climático y el aumento de los fenómenos extremos como sequías o inundaciones que también afectarán la producción alimentaria.

Pero la escasez de petróleo no sólo perjudicará la producción agrícola, sino que también la producción industrial, más allá del encarecimiento de la energía y el transporte, se verá afectada de maneras muy diversas. Así por ejemplo, la menor disponibilidad de crudo afecta a la producción de azufre —y de ácido sulfúrico— necesario para la extracción del cobre, imprescindible a su vez para las energías renovables o los motores eléctricos. Y así otros muchos procesos. Lo preocupante es que del petróleo se obtienen plásticos, fertilizantes, detergentes, caucho sintético, gas butano, o disolventes. Las reacciones en cadena que se derivan del déficit de estos productos puede llegar a tener efectos terribles. Es lógico que viendo estos ‘efectos encadenados’ haya muchísima gente que sostenga que vamos directos al colapso.

No cabe duda de que habrá escasez y desabastecimiento a nivel mundial. Los productos básicos verán disparados su precio y en muchos países esto será la mecha que prenderá protestas y revueltas contra los gobiernos de turno. Habrá tambien radicalización política, golpes de Estado e incluso guerras. Pero, es poco probable que lleguemos a ver un escenario post-apocalíptico tipo película de Mad Max; tampoco será un ‘colapso’ de la sociedad actual similar a los que describe Jared Diamond en su libro «El colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen». En realidad, pocas sociedades han colapsado y menos en un corto período de tiempo.

Lo que está claro es que vendrán tiempos muy complicados y habrá que volver la vista al pasado, cuando la escasez era la norma. Sabemos que en las sociedades tradicionales, ante el crecimiento poblacional —y la consiguiente escasez de recursos— funcionaban tanto los ‘frenos’ malthusianos (caída de la natalidad, retraso de la edad del matrimonio, aumento del celibato, emigración, etc) como las ‘soluciones’ boserupianas. Es decir, se ponía freno a al aumento de la población y/o se buscaban soluciones tecnológicas que permitiesen incrementar la producción / productividad.

Sin embargo en el caso del petróleo, no parece que haya soluciones tecnológicas viables y escalables a corto plazo. Que si el hidrógeno, que si la fusión nuclear, que si parques eólicos y solares… De nuevo, la historia ofrece enseñanzas interesantes, y así por ejemplo sabemos que aunque se disponga del conocimiento científico no siempre es fácil su aplicación práctica, ya que siempre aparecen ‘cuellos de botella’ que son complicados de superar. ¿Recuerdan el grafeno y la cantidad de titulares que aparecían sobre este material en las noticias? Hace unos años parecía que este novísimo material iba a revolucionar todos los sectores industriales, sin embargo a día de hoy sus aplicaciones prácticas siguen siendo limitadas.

A ello se añade que la difusión y adopción de nuevas tecnologías llevan su tiempo, y un buen ejemplo podría ser lo ocurrido con el automóvil. El primer motor de gasolina de 4 tiempos de la historia, base de todos los motores posteriores de combustión interna, fue creado por Nikolaus August Otto en 1867. Diecinueve años más tarde, en 1886, Karl Benz comenzó a a utilizar motores de gasolina en sus primeros prototipos de automóviles. Ahora bien, ¿cuándo se convirtió el automóvil en un medio de transporte más o menos asequible para todo el mundo? Pues, como saben, en España hubo que esperar a los años 60 del siglo XX. Con el hidrógeno parece que vamos por el mismo camino. Ya hace unos cuantos años que se dispone de la tecnología, pero… siempre hay un ‘pero’ que lo complica todo: que si la eficiencia, que si la obtención y almacenamiento del hidrógeno…

En fin… no parece haber soluciones fáciles. Quizás habrá que ‘aprender’ a gestionar la escasez y de nuevo aparecen numerosos ejemplos de cómo históricamente las sociedades tradicionales fueron capaces de hacerlo. Lo que parece claro es que hay que empezar a cambiar los patrones de consumo. Es necesaria otra lógica económica y, en relación a ello, es sumamente interesante lo planteado por los partidarios del ‘decrecimiento’. Uno de los impulsores de estas teorías es el economista Serge Latouche quien en el “Pequeño tratado del decrecimiento sereno” (Editorial Icaria) un libro cortito y de fácil lectura, propone 8 criterios básicos para empezar a transformar la sociedad: reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistribuir, relocalizar, reducir, reutilizar y reciclar.

Ahí lo dejo. Cada uno saque sus propias conclusiones sobre si el colapso es inevitable o no. Pueden dejar sus comentarios al respecto.


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Foto de Spencer Selover en Pexels

LNT te recomienda: Piedad Isla.


Puede pensar el lector del blog que últimamente estoy un poco vago. No. Básicamente no dedico tiempo al esto porque no tengo ni un minuto libre, a lo que se añade un cierto cansancio de las redes sociales que, desde hace un tiempo, se han convertido un pudriguero que fiede.

No obstante, también las RRSS tienen alguna cosa buena. De tanto en tanto, uno descubre ‘cosas’ que merecen la pena. Precisamente la recomendación de hoy es uno de esos hallazgos.

Se trata de la fotógrafa palentina Piedad Isla. Sus fotografías, como la que ilustra esta entrada, respiran autenticidad y cuentan interesantes historias.

Hoy con eso del Instagram todo el mundo piensa que puede hacer buena fotos y no. La fotografía es un lenguaje, una manera de contar, en este caso con luz y formas. Pero de la misma manera que un escritor decide lo que quiere contar, la fotografía también es una elección. El fotógrafo debe saber lo que quiere contar y debe tomar decisiones sobre el encuadre, la luz, el foco… Recuerdo haber leído en una entrevista a A. García-Alix quien decía algo así como que la relación con los retratados es tensa porque es el fotógrafo quien decide la mirada, la posición de las manos, etc… de eso, depende el resultado porque a veces la diferencia entre una buena y una mala foto es mínima.

Hacer buenas fotos de la gente rural es muy complicado y sin embargo P. Isla lo logra. Lo que suele fallar en muchas fotos es que quien hace la foto no tiene nada que contar. Así por ejemplo en Instagram hay una búsqueda de lo sublime pero ello no deja de ser, en la mayoría de los casos, otra cosa que una mirada falsa, vacía de contenido (además y en el caso de Instagram, con los diversos filtros que la aplicación ofrece para ‘mejorar la foto’ no se consigue otra cosa que acentuar la ‘impostura’ y la ‘artificialidad’). Sin embargo, las fotos de Piedad Isla son otra cosa porque ella tenía claro lo que quería contar y además su mirada es sincera, honesta. A ello se añade el delicado gusto de la autora por lo gráfico con composiciones muy cuidadas.

Por otro lado, uno de los aspectos más interesantes y a la vez complicados de la fotografía, es el ‘diálogo’ que se establece entre fotógrafo y fotografiados. Es muy difícil retratar el mundo rural entre otras razones porque, para la gente del campo, la cámara es un artefacto ‘extraño’ y en muchas ocasiones los fotografiados intuyen las intenciones del fotógrafo foráneo y desconfían. Además —y por decirlo de alguna manera— a la gente del campo le gusta que le hagan fotos por ejemplo los días de boda, que es cuando están arreglados y ‘bien vestidos’. No les gusta que los fotografíen cuando llegan de trabajar la tierra con la ropa sucia y llenos de sudor. Algo normal: a todos nos gusta cuidar la imagen que ofrecemos. Y tampoco les gusta que les hagan fotos como si fuesen animales exóticos de un zoológico o ‘atracciones’ de una barraca de feria o un circo.

Bien. Vuelvo al suco. Es complejo hacer buenas fotos de la gente del campo porque el diálogo que tiene que darse entre fotógrafo y fotografiados no fluye, y entonces es fácil caer en tópicos o ofrecer una mirada ‘distante’ o condescendiente que presenta a la gente del campo como bichos raros o —en el mejor de los casos— pintorescos. Sin embargo, Isla tiene una sensibilidad especial y ‘conecta’ con los fotografiados siendo su fotografía algo cercano, familiar. Alguien ha dicho que es una fotografía humanista. Para mí el mérito de P. Isla es colocarse a la altura de los retratados y que éstos la acepten como ‘uno de ellos’, no alguien forastero. Y eso, aunque parece sencillo, tiene mucho mérito y denota una sensibilidad fuera de lo común.

Las fotos de P. Isla tienen un doble valor. Son fotos de gran valor estético, pero también tienen valor documental, en tanto que son testimonio de un mundo rural y una cultura ya desaparecida. Ejemplo de ello es la foto que ilustra la entrada titulada «A Huebra limpiando el monte», lo que en León vendría a ser una hacendera / facendera —un trabajo comunitario de los vecinos— o quizás el reparto del llamado ‘quiñón de leña’.  En la foto se aprecia que estos espacios de trabajo vecinal eran también espacios de socialización y servían para reforzar los vínculos comunitarios.

En fin. Coincidirán conmigo que Piedad Isla es un gran descubrimiento. Que sepan además que Piedad Isla cuenta con un museo en Cervera de Pisuerga donde se exponen sus fotografías. Así que si pasan por la localidad o cerca, ya saben que esa es una parada obligada.

 

Nueve ‘consejos’ para convertirte en un auténtico veraneante


Ahora que van a empezar las vacaciones, como experto en el tema, te ofrezco —totalmente gratis— 9 trucos que convertirán en un auténtico veraneante. Si sigues estos consejos al dedillo, jamás de los jamases te confundirán con un paisano. ¿Tienes papel y bolígrafo? Anota que ahí van:

#1 – Las bermudas y el pantalón de tergal: elementos clave del vestuario.

El elemento que distingue a un veraneante de un paisano del pueblo son las bermudas.  Nunca, nunca, nunca verás a un verdadero paisano con ‘bermudas’. Puedo jura por lo más sagrado que yo en mis 50 y tantos años de vida todavía no he visto a un ‘paisano’ en pantalón corto o bermudas. Si un paisano necesita hacer algún trabajo que no precise de pantalones, pues se los sacan y punto. Bermudas, jamás.

Bien. Tomen nota. Las bermudas tienen que ser tipo ‘pirata’; es decir, deben quedar un poco por debajo de las rodillas. No importa lo cortas que tengas las patas y lo grande que sea la barriga. No importa que con ese tipo de bermudas parezcas un sapo. Tú, tranquilo. Ese es el ‘coste’ que hay que pagar para que todo el mundo sepa que tú eres un veraneante, no un paisano.  Ah! también es fundamental que las bermudas tengan muchos bolsillos. Cuantos más mejor.

Si no te encuentras cómodo con las bermudas pues nada: pantalón de tergal de toda la vida.

#2 – El cinto siempre de cuero y a la altura correcta.

De la misma manera que el largo de las bermudas siempre debe estar por debajo de la rodilla,  el cinturón del pantalón siempre ha de estar por encima del ombligo, un poco por debajo del pecho. Quiero decir, el cinto tiene que estar bien alto. Y nunca, nunca, nunca —y nunca es nunca— uses una cuerda de alpaca como cinto. Si un ‘veraneante’ utiliza una cuerda de alpaca como cinto, automáticamente pierde la categoría: mejor enseñar la ‘hucha’ llena de pelos que utilizar una cuerda como cinto.

#3 – Los zapatos de rejilla, elemento de distinción.

También es muy importante el calzado. No, no, no se puede calzar cualquier cosa. El zapato es una parte fundamental del vestuario.

Para empezar,  los domingos y festivos son de uso obligado los zapatos de rejilla. Sí, sí, me refiero a esos zapatos que te compraste con el primer sueldo, allá a principios de los años 70 del siglo pasado. Son esos mismos que tu mujer, todos todos los veranos desde hace 15 años, te dice de tirar a la basura. Pero ¿por qué vas a tirar unos zapatos que están ‘nuevos’ y además son cómodos? Una pena que no puedas dejarlos en testamento a uno de tus hijos o a tus nietos, porque yo también estoy seguro que un día no muy lejano ese tipo de zapatos volverá a ponerse de moda.

El resto de días unas sandalias o unos zapatos de tela. Sí, son esos zapatos de toda la vida, de tela gruesa con unos elásticos en los laterales. Son una prenda obligada del auténtico veraneante porque —salvo en domingo— nunca verás a un paisano del pueblo con esos zapatos. ¿Cómo va a poner un paisano unos zapatos con los que no puedes entrar a la cuadra o a una huerta? Tampoco verás a un paisano con sandalias. Y nada de sandalias caras ni de cuero. Con unas sandalias de plástico y velcro ya vas bien.

#5 – Cualquier trabajo, hasta el más insignificante, requiere guantes y gafas de protección.

En lo que al calzado se refiere, bajo ningún concepto se te ocurra ponerte unas botas de trabajo salvo que vayas a podar el seto que rodea tu casa. Pero si, por causas de ‘fuerza mayor’, decides ponerte botas es fundamental utilizar también guantes y gafas de protección. Los guantes han de ser de cuero y cuanto más grandes mejor. Los mejores, son los del tipo soldador de altos hornos. Las gafas también procura que sean bastante aparatosas. De esta manera, nadie te va a confundir con un paisano del pueblo. La gente de pueblo maneja la radial, la desbrozadora y lo que sea, pero sin guantes… y, en muchos casos, sin gafas.

#6  – No sin mis gafas de sol.

Y ya que hablamos de gafas, pues otro complemento imprescindible son las gafas de sol. Aquí, el problema de nuevo es que te confundan con un turista y tú, tú eres veraneante. El secreto es llevarlas colgando del bolso de la camisa o colgadas en medio del pecho. Es lo más cómodo, porque —en realidad— el verdadero veraneante las gafas las lleva de adorno. Es más, le molestan porque no está acostumbrado a utilizarlas. ¿Quién utiliza gafas de sol en una fábrica, en un almacén o en una oficina? En fin…

#7 – La cartera y el dinero.

Un complemento obligado es la cartera que debe contener un monedero con cremallera en uno de los laterales. En la cartera los billetes tienen que estar bien dobladines y siempre que pagues en el bar con un billete de 50 euros hay que hacer el gesto de levantar el brazo y agitar el billete como si fuese una banderola antes de preguntar lo que se debe. Nunca, nunca dejes nada a deber en el bar. La frase «te lo pago luego» únicamente la pueden pronunciar los paisanos de pueblo o los extraterrestres.

#8 – La cabeza siempre cubierta, pero nunca con boina.

Una parte fundamental del atuendo del veraneante es el sombrero. Pero, ojo aquí, que se pueden cometer errores. Bajo ninguna circunstancia se pueden utilizar sombreros tipo ‘Panamá’ de paja toquilla. Esos, únicamente los utilizan los turistas o los que se las dan de intelectuales. Lo mejor de lo mejor son esos sombreros de mediano tamaño, de paja, y con una cinta roja o verde donde se pueda leer «XVI Fiesta Comarcal de La Cepeda» o «XXIX Fiesta Campesina UGAL-UPA». Hace años te hubiese recomendado llevar una gorra verde de la Caja Rural con el logo amarillo de la espiga, pero se han puesto tan de moda que te podrían confundir un hipster, un bicho raro. Lo del sombrero es ‘jugar sobre seguro’ pero si tu eres más de gorras, pues te recomiendo utilizar alguna que ponga «Cerveza San Miguel» o algo así. Pero ni se te ocurra ponerte una boina, esa prenda tan odiosa propia de paisanos del pueblo o bohemios. Tú no eres ni una cosa ni mucho menos la otra.

#9. El parasol y la funda del coche y otros complementos menores.

Si miras el coche de cualquiera de los paisanos del pueblo verás un frasco de medicinas por aquí, una herramienta por allá… y polvo, puixa o barro por todos los lados. Es normal, el coche es una ‘herramienta de trabajo’ más. En cambio, el coche del veraneante ha de estar impoluto por dentro y por fuera. La guantera sin una mota de polvo. Y para que el coche se mantenga así pues hay que lavarlo a menudo y protegerlo. Un veraneante con un coche sin parasol no es un veraneante. Y es que la radiación ultravioleta es muy peligrosa… Si daña la piel ¿cómo no va a dañar la pintura del coche? Pues eso, el coche siempre a la sombra y con parasol. Y si ha de estar varios días sin moverse, hay que tirar de funda.

En fin… Eso sería todo lo más importante. Es posible que se me queden algunos consejos en el tintero ya que —por ejemplo— no he dicho nada de la vara, que es lo que da el aire distinguido a un veraneante. Ni un paisano sin navajina, ni un veraneante sin vara, que dice el refrán… pero esto ya se está alargando mucho así si crees que falta algo, puedes añadirlo en los comentarios.

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Saber de números


Cuando hace días nos explicaban cómo funcionaba la nueva tarificación del recibo eléctrico me acordé que cuando yo tenía unos 6 años había días que no quería ir a la escuela. Mi madre trataba de convencerme de la importancia de aprender.
—¿Quién nos echa las cuentas cuando papá venda un jato? —me preguntaba mi madre.

Yo retrucaba diciendo que se lo podíamos pedir al vecino o a cualquiera de mis tíos. Tratándose de los tiempos que eran, ya el lector puede imaginar cómo solían acabar estas tempranas inquietudes libertarias.  Con una galleta. O dos, dependiendo del humor del día.

Y es que mi madre —a diferencia de muchos padres de esos ‘modernos’ que mandan a sus hijos a la escuela a divertirse— tenía las cosas claras: nos mandaba a la escuela a aprender.  Para ella, entre otras cosas, era fundamental que nosotros supiésemos de números, y que nadie nos pudiese engañar. En este caso, saber de números era saber de ‘economía’ en el sentido clásico y etimológico del término: esto es, ‘la dirección o administración de un hogar’.

Me acordaba de todo eso porque cada día cada día, intentan engañarnos con los números, y lo del recibo de la luz es un buen ejemplo. Hoy saber de números ya no es calcular cuanto va a valer el jato sino que implica saber interpretar las estadísticas y a continuación explicaré algunas trampas.

Si yo les dijese que yo y otros 4 amigos tomamos 5 helados podrían pensar que cada uno tomó uno. Pues no, aunque la estadística diga que por término medio a cada uno le correspondería un helado, la realidad suele ser más compleja: alguien pudo comer tres y otros ninguno. Cuando de ‘medias’ se trata hay que mirar a los extremos y a la mediana, el valor más frecuente; en este caso, dos personas quedaron sin helado y una persona se comió tres. Y me he extendido con el ejemplo porque otro tanto ocurre cuando se habla de ‘salario medio’, ingreso medio, vivienda en propiedad, etc. Los números son tramposos, y más que medias aritméticas hay que mirar la distribución de los que más tienen y los que menos…

Otra trampa es utilizar números absolutos, los cuales —a veces— sirven de muy poco. Así por ejemplo Portugal lleva unos 17.000 muertos por Covid-19, muy por debajo de los 80.000 de España, pero si comparamos los muertos por millón las cifras son muy similares:  en ambos países han muerto unas 1.700 personas por cada millón de habitantes. Quizás lo del coronavirus no sea el mejor ejemplo porque la pandemia no va sólo de números aunque esto del Covid-19 ha venido a mostrar cómo se pueden manipular las cifras y la estadísticas ocultando datos u ofreciéndolos ‘en diferido’, etc.

Con la lectura de los porcentajes también se pueden hacer muchas trampas. Si una academia o un hospital les dicen: «Acá somos los mejores y tenemos una tasa de éxito altísima: es de un 22%». Dependiendo con qué se compare tal vez es una tasa muy alta, pero en realidad lo que les están diciendo es que 8 de cada 10 personas fracasan en las oposiciones, el tratamiento, o lo que sea. También en el caso de aumentos porcentuales hay que ver los valores de partida; no es lo mismo un 100% de aumento cuando el valor de partida es 2 que cuando son 2.000.000 millones. Ojo, pues, a cuando les presentan porcentajes de algo…

Una trampa más difícil de detectar es presentar dos variables relacionadas estableciendo a la una como causa de la otra; es decir, es decir «la correlación no implica causalidad». En este artículo de la revista Jot Down lo explican bastante bien y no vale la pena entrar en detalles. Un ejemplo de lo dicho es que —a pesar de lo que algunos les quieran vender— NO hay relación causal entre inmigración y delincuencia. Aquí es más complicado detectar el fraude porque se presentan como evidencias lo que son opiniones y relaciones causales que no son tales.

Es tiempo de bulos, fakes news y manipulaciones y hay que tener mucho cuidado para que no lo estafen a uno, ni económica ni intelectualmente. Hay que desconfiar siempre: conviene mirar las cifras con cautela y darles la vuelta como un calcetín. Lo primero es pensar qué es lo que nos quiere ‘vender’ o cómo nos quieren estafar…

En fin.

Volviendo al recibo de la electricidad y no aburrirlos con consejos, no hace falta ser un lince ni un experto en números para saber que a finales de este mes nos van a dar un buen palo.

Foto: Daniele Mezzadri

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