Costumbres comunales en Aliste: las rozadas (3/3)


La sementera en la rozada

En el mes de octubre los asociados comenzaban la sementera contribuyendo a partes iguales con el grano. Todos los asociados, incluidos los jueces y las viudas participaban por igual con su trabajo y animales. Una vez sembrado, el grano sobrante se vendía y el dinero recaudado se invertía en vino que se bebía en común los días de la siembra, como el día de la inauguración de los trabajos.

Para evitar invasiones del ganado y daños de personas, el campo de la rozada quedaba sometido a la vigilancia contínua de los asociados en funciones de guarda uno cada día y en un lugar donde se domine el campo a custodiar, se construye una caseta de piedra que ponga a resguardo de las inclemencias del tiempo al guarda.

Todas las labores del campo se hacían con vacas pequeñas, que a la vez criaban; por consiguiente, las aradas no pueden ser profundas y los carros para «acarriar» pequeños.

Reglamento de la rozada: «el cambio del cayato»

En la caseta del guarda de turno se deposita uno de los cayatos, que consiste en un palo corto, del grueso de un bastón ordinario curvo en un extremo y marcado uno con una cruz uno, el otro con una estrella, grabados a navaja.

Los jueces de la rozada a quien el alcalde entrega al ser nombrados los cayatos, envían el de la cruz al vecino que le toca el primer turno de guarda. Dicho vecino ha de pasar el día en el campo común cuidando que no reciba ningún daño; al irse para el pueblo por la noche, deja en la caseta el cayato. Al día siguiente el que le sigue en turno lleva consigo el otro cayato, el de la estrella, que terminada su guarda lo deposita en la caseta y se lleva el de la cruz para hacer entrega al siguiente en entrar de guarda. Repite este la misma operación, y así sucesivamente todos los días hasta la siega.

Los turnos de guardería se hacen «a la roda» en el mismo orden que están las casas empezando por la más exterior, de modo que cada familia sabe cuando le toca la roda y cual de los distintos cayatos habrá de llevar al monte. También con este sencillo sistema saben los jueces quien ha faltado a su deber y por consiguiente a quien ha de descontarse el medio cuartal o alquer por cada falta el día de la trilla y del reparto.

La parva de la rozada

Se llamaba así al conjunto de mieses comunes «arramadas» (esparcidas) en la era que una vez maduradas, segadas y “acarriadas» (transportadas a la era con el carro) quedaban dispuestas para su trilla.

Una vez que el centeno o trigo estaban a punto para la recolección, los jueces de la rozada convocaban a todos los asociados , como era costumbre, a toque de campana para comenzar la siega.

La norma a seguir era que fuese una persona de cada casa y contribuyesen todas por igual con un carro y sus vacas para el acarreo de los «panes» (miés); el que no tuviese carro se lo prestaba un convecino, por supuesto, sin ningún pago a cambio. Se dedicaba un día a la trilla por parte de cada asociado y su pareja de vacas. Una vez trillado se colocaba la parva amontonada en un cerro con forma de pez, esperando a un día con buen aire para «limpiar» (aventar) todos juntos.

Reparto de la cosecha

Una vez separados grano y paja, se pone el grano limpio en medio de la era para medir y separar la parte necesaria para pagar el vino consumido el día que se formó y comenzaron los primeros trabajos de la rozada junto con el que se consumirá en la fiesta de clausura de la roza «farandula»; a cuyo efecto, el tabernero que adelantó el vino acude a la era provisto de fardelas para recibir la cobranza en grano. Seguidamente se mide «el muelo» (montón redondo de grano ya limpio) haciendo un cálculo aproximado del número de fanegas que puede contener el montón, midiendo su circunferencia de la base por pasos y su altura con «biendos» o bieldos – generalmente cincuenta fanegas de sembradura daban trescientas de cosecha -. La cifra resultante del total del cálculo (siempre aproximado) se divide por el número de participantes en la rozada, el cociente resultante se mide y se entrega a cada partícipe.

Una vez terminada la repartición de forma más o menos ecuánime (se procuraba echar en los sacos algo menos de lo medido en previsión de algún pequeño error de cálculo) si quedaba aún grano en el montón, se distribuía también a partes iguales con una medida más pequeña.

No olvidemos que de la cifra resultante del cálculo había que descontar al que tenía alguna ausencia al trabajo, a la guarda de la rozada o no concurrió con su pareja de vacas al acarréo (medio cuartal o alquer por cada ausencia, equivalente en dinero de setenta céntimos a una peseta según los precios), siendo estas penalizaciones impuestas por los jueces en presencia del cabildo (totalidad de los vecinos inscritos en la rozada) acatadas, ejecutadas en el acto, sin protestas,  por aquellos a quienes afecten.

Con la paja resultante se procedía a la misma distribución que con el grano, aunque sin tanta exactitud debido al excedente que había de ella, que era llevada a los pajares de cada uno con sus respectivos carros y vacas.

Fiesta final de la rozada

Se hacía de la misma forma que la de inauguración. Después del reparto se procede a la comida que cada uno llevaba de su casa y se bebe el vino comprado a cuenta de la cosecha común, servidos en los mismos vasos de cuerno de vaca, que era la medida estipulada. Entre vaso y vaso se echaban las tradicionales «relaciones» o brindis pidiendo conservar la salud, la pronta inauguración de una nueva rozada juntos con el tradicional… ¡Que d’ hoy n’un añu!

Ese mismo día cesan en el cargo y funciones los dos jueces acordados por el alcade y el cabildo sin opción de prórroga para las venideras rozadas.

Cuando se dio por finalizada esta costumbre comunal de las rozadas, se trocearon los terrenos comunales usados para ellas , llamados «quiñonadas» y se distribuyeron entre los vecinos para su uso particular.

FIN

Javier Blanco

Costumbres comunales de Aliste: las rozadas (2/3)


Organización: «El Cabildo»

Era el conjunto de todos los vecinos inscritos para participar en la rozada, todos eran socios activos que se reunían para participar en comunidad de las labores agrícolas. El cabildo no tiene junta directiva específica, funciona al estilo de las «confradías» (cofradías) donde hay un juez, la diferencia es que aquí se delega en dos jueces que organizan las operaciones agrícolas, delegación que dura una cosecha o un año. Para las reuniones del cabildo se citaba a los vecinos con el típico llamamiento a toque de campanas.

Comienzo de la rozada

Llegado el invierno, cuando han terminado los vecinos las labores agrícolas privadas, el alcalde del pueblo, a la salida de misa de domingo, anuncia la fecha y lugar donde dará comienzo la rozada para que se presenten los que quieran tomar parte en ella; nunca se tomaba nota escrita de los participantes, se hacía de memoria ya que todos se conocían.

Una vez fijados fecha y lugar, llegado el día, suena la campana grande de la iglesia (suele haber dos, grande y pequeña, con distintos sonidos) muy temprano para que se reúna el cabildo donde el alcalde designa a cuatro parroquianos que junto con el, elegirán a los dos jueces encargados de dirigir ese año la buena marcha de la rozada. Quedan nombrados con la entrega de los dos «cayatus» (cayados o palos).

A lo largo de la mañana se tratan los asuntos previos de la puesta en marcha de la rozada, como demarcar el terreno y días de comienzo de las labores, hasta la llegada de la hora del almuerzo que cada uno lleva de casa.

El alcalde se encarga de poner el vino para todos (vino que es fiado hasta la recolección de la cosecha) que es llevado en un pellejo y servido en dos vasos de cuerno de vaca a los concurrentes que se colocarán en fila para mejor distribución.

Así termina la primera jornada que es tomada como día de fiesta.  

El primer día de la rozada

Decíamos que el primer día que se reunían los concurrentes de la rozada era un día de fiesta donde se trabajaba poco y se bebía mucho. Se ocupaban jueces y rozadores en demarcar el terreno que iban a emplear para arar y sembrar, poco más ese día que se pasaba con alboroto y alegría terminando citados todos a cabildo para comenzar de verdad el trabajo.

Llegado el día designado para «principiar», que tenía que estar enteramente despejado sin anuncio de lluvia, a toque de la campana grande de la iglesia, al despuntar el día, acudían todos los inscritos al campo común para emprender los trabajos designados por los jueces, recordamos que ellos trabajaban lo mismo que los demás, trabajos que consistían en desbrozar el suelo de jaras, urces, etc, formando con ellos «feijes» amontonados para prenderles fuego en agosto, para no empobrecer el suelo y que los minerales que contenían aquellas plantas vuelva al suelo en forma de ceniza.

Una vez «desmatado» (exento de matas y maleza) se rompe el terreno con los arados para quedar expuesto a los influjos de los agentes atmosféricos.

Al mediodía se suspende la labor para comer y descansar; comida frugal consistente en un trozo de pan y si acaso, acompañado de tocino o bacalao crudo, que cada uno lleva de casa, ese día no se lleva vino ni se da de comunidad como el primer día.

Pasada más o menos una hora, los jueces disponen la vuelta al trabajo, que ya no cesa hasta la puesta de sol.

Reglamento de la rozada

Las faltas de asistencia al trabajo, se tienen en cuenta para el día de la trilla y distribución del grano cosechado, descontándose por cada día de ausencia, medio «cuartal» o alquer, equivalente entonces en dinero, entre setenta céntimos a una presentación no, según los precios. La materia de faltas y descuentos era competencia exclusiva de los dos jueces y no se podían protestar ni recurrir.

Continuará…

Javier Blanco

Costumbres comunales de Aliste: las rozadas (1/3)


«Subsisten muchas y aún quedan tantos usos, prácticas y costumbres comunales, que bien puede decirse que el comunismo está en la sangre de estas gentes y constituye un signo indeleble de su raza

Con estas palabras define Don Santiago Méndez Plaza en la introducción de las costumbres antiguas de Aliste en su Memoria «Costumbres Comunales de Aliste» (1897). Más o menos hasta mediados del siglo pasado se usaba el sistema comunal de cultivo «rozada o roza», denominado así porque eran unos terrenos comunales en los que existían grandes cantidades de jaras y robles que se «rozaban» o desbrozaban para dejarlos limpios de matas y poder roturarlos para aprovechamiento cerealista.

En aquellos tiempos existían aparte de estos terrenos comunales (ahora también existen) de los que parte se utilizaban para aprovechamiento de las rozadas, terrenos en propiedad de los vecinos de cada pueblo que labraban y cosechaban individualmente.

También en algunos pueblos tenía el Marqués de Alcañices terrenos que mediante renta les arrendaba para, en ellos, hacer las rozadas. La extensión utilizada para los terrenos de común aprovechamiento variaba de un pueblo a otro, en unos era igual que el privado, en otros incluso la rozada ocupaba más que el particular o al revés.

La tierra comunal solía ser de peor calidad que la particular ya que estos escogieron la mejor al privatizarse, también porque la particular recibía abono y la roza ninguno. Este cultivo en común se hacía en unos pueblos todos los años, otros cada tres y algunos cada cinco o seis.

¿Quién tenía derecho a la rozada?

En este asunto ya se atisbaban principios democráticos. Tenían derecho a la rozada todos los vecinos del lugar, sin excepción, fuesen o no labradores, a condición de contribuir personalmente con su trabajo y ganado. Lo mismo que los hombres en igualdad de condiciones eran admitidas las viudas, las cuales contribuían en las labores comunes lo mismo que los hombres. Pero esto no debe sorprender ya que en esta comarca siempre han participado en los trabajos del campo por igual mujeres y hombres, atendiendo ellas además a las labores domésticas.

Una cosa hay que dejar clara, no era obligatorio inscribirse y participar en las rozadas, pero pocos dejaban de hacerlo.

Javier Blanco 

LNT te recomienda: Vendimiario


Buceando por internet encuentro una novela que me llama la atención por el título y me pongo a ojearla. Se trata de “Vendimiario. Novela de costumbres leonesas” y me parece una buena recomendación para este caluroso verano (además se puede descargar de internet).

Averiguo después que el autor es el bañezano Menas Alonso Llamas (1899- 1931) que fue, según su biógrafo Santiago Fuertes, “un liberal inconformista y crítico, con una enorme sensibilidad a los problemas de su época y un gran amor por su tierra leonesa, que le servía de terapia con su paisaje y sus costumbres, pero con la que se sentía comprometido socialmente y de la que gustaba estudiar y difundir tanto la historia como las costumbres”.

Poco más se puede añadir. Vendimiario es una historia sobre la modernidad que se va imponiendo y unas tradiciones que se resisten a morir. En este sentido, hace un interesante recorrido por historia, las costumbres rurales y los modos de vida en las comarcas leonesas. Para muestra un botón:

«Camino de Astorga pararon el «auto» para hacer una fotografía a un campesino que venía por la carretera, con calzón corto, botines, chaleco asolapado, camisa blanca y con botones de hilo y chaqueta corta y ajustada. Siempre que veían un traje típico procuraban perpetuarlo en fotografías. Por todos ios rincones de la provincia se van introduciendo las nuevas modas; ya sólo los viejos usan los trajes típicos. ¡ Adiós, bragas negras, y chalecos colorados, y medias blancas, y abalorios de maragatos y maragatas ! ¡ Adiós, los enormes sayos y polainas de los cabrareses ! ¡ Adiós, ungarinas bercianas ! ¡ Adiós, chupetillas de los ribereños ! ¡ Adiós, calzón corto y chalecos asolapados, y capas pardas de los campesinos ! ¡ Adiós, dengues, y manteos, y rodaos leoneses y bañezanos ! ¡ Adiós, fajas y monteras! ¡ Adiós, zapatos de oreja ! ¡ Adiós, chambras y justillos de cordones I ¡ Adiós, adiós, adiós a todos!…»

 

En fin…

Días de acarreo


El fin de la siega se denominaba «coger la raposa» que era cuando se segaba el último «quiñón» o tierra, dando por finalizada la faena, pasando entonces a «acarriar el pan» (acarrear el cereal) para la era.

Con anterioridad al comienzo de las faenas se asignaba a cada vecino una parcela para la trilla en la era comunal, «se echaba a suertes», en Riofrío por rotación anual y en dos lugares comunales, La Brea, en las afueras del pueblo y Las Eras que están casi en el centro urbano, ahora utilizado como espacio recreativo, rodeada de árboles y parques infantiles, lugar de encuentro y reunión de los vecinos. Era una ventaja trillar en Las Seras por la cercanía, pero con el inconveniente de que las viviendas cercanas y las escuelas hacían «brigada» y el viento no soplaba con suficiente fuerza para la limpia.

Antes de llevar allí el cereal había que «agadañar» (pasar el gadaño o guadaña para segar la hierba de la pradera) la parcela que estaba demarcada con estacas de madera y piedras. Algunos lo hacían en prados propios cercanos al pueblo.

Lo mismo que la siega, el acarreo tenía unos preparativos previos. La vispera había que dejar todo preparado, comenzando con el carro, que lo mismo que un vehículo debía estar perfectamente engrasado – quien no recuerda la lata con la grasa y una pluma de gallina dentro para untar el eje, colocada siempre en un «machinal» de la portalada.

Los «picones» (ganchos de madera que se incrustaban en las «pernillas» o aros de las «costanas» o laterales del carro) en número de seis, tres a cada lado «espetos» también llamados en algunos pueblos.

Las «sogas» o maromas, gordas y resistentes para atar los manojos, cruzándolas de lado a lado; se les ponían unas poléas de madera para poder sujetar y apretar con menos esfuerzo las sogas. Las «guinchas de acarriar» o «forcón» (horca con dos «guinchos» o puntas de hierro y largo mango de madera) para dar los manojos a lo alto del carro.

Se alimentaba bien a las vacas para aguantar la dura tarea del día siguiente. La noche anterior tenía que quedar todo preparado y pronto a descansar que había que madrugar ya que el día iba a se largo y duro.Los días del acarreo cambiaban el ritmo de los pueblos con aquellos carros cargados hasta arriba de manojos de los que parecían emerger la pareja de vacas alistanas, burros o mulas transitando por caminos y calles invadidos por los gemidos de estos carros chillones al presionar la pesada carga sobre su eje.

Había que levantarse todavía de noche para «espachar» (echar de comer a los animales) a las vacas para darles tiempo a que comieran, ya que les esperaba un día duro de trabajo. Lo normal era salir con el carro de casa antes que amaneciera y tener en la era el primer carro descargado con los primeros rayos de sol. Se continuaba hasta la hora de comer, tomándose un tiempo de descanso evitando las horas más calurosas del día y el sufrimiento de los animales a los que, tábanos y moscas, acribillaban aún más en esas horas. Para mitigar en lo posible las molestias de estos insectos, que rondaban los ojos de las vacas, se le colocaban «las mosqueras o cerras» que consistían en unas tiras de hilos colgantes cosidas a las «melenas» (mullidas o almohadillas puestas en la testa de las vacas sobre las que descansaba el yugo) a modo de protección de los ojos ante las moscas, que llevarán de contínuo durante la trilla y resto del verano. Aún así estos impertinentes insectos seguían molestando a las vacas por lo que se encomendaba a una persona, generalmente rapaces, espantarlos de sus cabezas con ramas de roble o escobas para que “no chamuciaran” (inclinaran la cabeza) y no pusiese en peligro a la persona que se hallaba en lo alto del carro.

El acarreo continuaba por la tarde hasta la puesta del sol, a veces se descargaba el último viaje de noche ya que el trayecto de la tierra a la era podía ser muy largo.

Cargar un carro tenía su técnica, porque había que aprovecharlo al máximo para no tener que hacer muchos viajes.Se necesitaban al menos dos personas para esta tarea, una para «dar los manojos» desde abajo con las guinchas o forcón, la otra arriba del carro para ir colocándolos y clavándolos en los picones que aguantaban la presión y hacían la forma panzuda de la carga. Se decía que la carga de pan de trigo de un carro era de unos sesenta manojos, la de centeno de unos cien, más o menos.

Una vez colmado el carro que debía estar proporcionalmente repartido, ni delantero ni trasero, se procedía a atar la carga con las «sogas carreteras» cruzadas de lado a lado, que la sujetaban evitando que se deshiciese el carro «parir el carro» (caída de los manojos por el vaivén durante el trayecto). Por lo que había que ir pendiente de que no «pariese el carro», sería el hazmerreír de la gente. Este momento embarazoso ha sido perfectamente captado por la canción popular:

«Dijon que parió el tu carro
junto a la era;
ya lo sabié la tu novia,
la zalamera»

Colgado en la trasera del carro sobre las guinchas o forcón, iba el saco de «Nitramón» (un tipo de guano o mineral para enriquecer la tierra pobre) lleno con las espigas sueltas recogidas tras acabar de cargar «el mornal o la morena» (pirámides de manojos en la tierra). Ya lo dice el refrán alistano:»Un grano no hace muelo (montón), pero ayuda al compañero»

Llegados a la era con los viajes de pan, se procedía a descargar los manojos uno a uno colocándolos en redondo en lo que se denominaba «las medas» (almiares) que alcanzaban una considerable altura, terminando en forma de tejado picudo, con las espigas hacia dentro, buscando y consiguiendo así dos objetivos: que si llovía no se mojarán y que los numerosos «pardales» (gorriones) no acabarán con los grano y sirviendo de agradable sombra hasta que se desmontaban para comenzar la trilla.

Copiado del muro de Riofrío de Aliste (reproducido con permiso del autor)

 

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Costumbres, usos y tradiciones comunales: la vacada


Años atrás, cuando se cultivaba más el campo, había más animales de trabajo, la mayoría eran vacas, cada familia disponía al menos de una pareja. Una persona de cada casa se encargaba de llevarlas al pasto «ir con las vacas» significaba llevarlas personalmente al pasto de prados particulares que como estaban «murados» (cercados con paredes o fincones) permitían dejarlas sueltas. En primavera se llevaban a las riberas de los ríos que producen hierba abundante para la vacada, por las tardes a toque de campana se llevaban las vacas allí al cuidado casi siempre de los «rapaces» que pasaban la tarde pescando, bañándose o jugando más que al cuidado de las vacas. Por ello no había escuela por la tarde a finales de mayo y principios de junio.

En las épocas del año en las que las vacas no eran utilizadas para el trabajo se mandaban a la «vacada», costumbre comunitaria en la Tierra de Aliste. Comunal porque se cuidaban en una gran manada en común «a la roda» (por turnos) según el número de vacas de cada vecino y también porque pastaban en praderas comunales de abundante hierba, que los vecinos se encargaban de cuidar y mantener durante todo el año en «días de concejo» (prestación personal)

La vacada común se reunía en verano.

La vacada comunal

Cuando la vacada comenzaba muy temprano, como todas las actividades comunales a toque de campana, que según el número de campanadas que sonasen se iba a un lugar u otro de pasto (en Riofrío solían ser tres, La Ribera, Las Chanas o El Chano). Se echaban las vacas a la calle y según en la dirección que las dirigiesen, ellas solas salían hacia el lugar elegido procedentes de todas las calles del pueblo formando la gran vacada.

Según el número de vacas que se mandasen así era el número de vaqueros que cuidaban de ellas, iban varias personas mayores al mando y las familias enviaban a los más jóvenes para ayudar, librándose así de las ingratas labores de la siega. Se pasaba la vacada pastando por los terrenos comunales, rastrojos, monte bajo, hasta la hora de «sestiar» (sestear) en la que aprovechando una pradera específica hacían una larga parada, también los vaqueros. Después de sestiar salían lentamente pastando en dirección al pueblo.

Al oscurecer regresaban las vacas y vaqueros a casa, saliendo cada vecino a recogerlas al sonido de cencerras y mugidos.

El vaquero

Antiguamente algunos pueblos, como en Riofrío, en alguna época, se contrataba a un vaquero, digamos, «profesional» que era «ajustado» (contratado) en concejo por un año – normalmente de San Pedro a San Pedro (29 de junio) o de marzo a marzo- a sueldo en especie, por «cargas de grano» (una carga 16 cuartales o alqueres), según el número de vacas. Si había varios candidatos, después de ver las condiciones de cada vaquero se nombraba al que más gustaba a la mayoría.

Este llevaba por su cuenta «un zagal» o ayudante. En la época de mayor número de reses, el verano, asistían al vaquero «los reveceros» designados por «roda de calles» y días según el número de vacas que mandase cada familia.

En el pueblo de Riofrío, en 1958, siendo uno de los últimos vaqueros Daniel Fernández (falleció el 15 de junio de 2.015 a los 83 años) se llegaron a juntar 608 vacas. Cobraba en grano: en torno a 3 o 4 cuartillos de trigo o centeno por vaca.

Solía dormir la vacada en el campo por el verano solo al cuidado del vaquero y el zagal, por lo que los reveceros regresaban al atardecer a dormir a casa avisando a los de la siguiente roda al pasar por su puerta, a golpes de «cayata» (cayado) y al grito de, por ejemplo:

«Ti Usebiu… mañana de reveceru».

 

Copiado del muro de Riofrío de Aliste (reproducido con permiso del autor)


Photo by Light is colour on Foter.com / CC BY-NC-ND

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