Las mentiras del turismo rural


Hace semanas, en este mismo blog, veíamos como las políticas de los últimos 30 años han sido nefastas para el Norte y Noroeste de España. Intentaron acabar con la ganadería, con la agricultura, con la poca industria que había… Consiguieron cerrar las minas…

Lo curioso es que, después de todas estas fechorías, la gente se sorprenda que los pueblos queden sin gente.

Es curioso también que esos mismos ‘listos’ que han venido avalando y aplicando estas ‘antipolíticas’ crean tener la SOLUCIÓN a todos los males, y no es otra que, tatachán, tatachán… el turismo rural.

Políticos de uno y otro signo repiten como el ‘ora pro nobis’ (como un ‘mantra’, que dirían los modernos) que el turismo puede ser motor de desarrollo. Que si avistar lobos en la Sierra de la Culebra… que si las Reservas de la Biosfera… que si el Museo del Botijo Español (que, por cierto, en León siempre se llamó ‘barrila’)… que si una estación de esquí de fondo en Babia… que si una Cátedra de Turismo Rural y Desarrollo Sostenible…

Nada. Afirmar que el turismo es una ‘apuesta de futuro’ es una falacia. Parece más bien un discurso improvisado y dirigido a ingenuos o incautos votantes.

Cuando un político habla de la potencialidad del turismo para crear riqueza o como motor de desarrollo de una comarca, provincia o región, en realidad está disimulando su falta de ideas y demostrando que no sabe ni de economía, ni de desarrollo. Sí, sí. Suena bien aquello de ‘necesitamos desarrollar el potencial turístico de la provincia’, ‘tenemos que poner en valor el patrimonio’… Pero son generalidades. No deja de ser más que un discurso sin contenido. 

El turismo no es la panacea, y no porque lo diga yo. Lo dice también un economista llamado Miquel Puig que ha escrito varios libros y numerosos artículos criticando los modelos económicos basados en el desarrollo turístico. Además, sus teorías están sólidamente avaladas por datos; así por ejemplo Baleares que ha apostado por el turismo tiene una renta per cápita más baja y más paro que Lérida, y hace 30 años era al contrario. 

El turismo no crea apenas riqueza, porque es una actividad de bajo valor añadido y que paga salarios basura. A ello se añade que la demanda turística es elástica en relación al ingreso y los precios. Respecto al ingreso, pongamos por caso que alguien se queda sin trabajo, pues de lo que primero prescinde es de los gastos suntuarios (p.e., una escapada a una casa rural). Respecto a los precios, si un dueño de una casa rural decide subir los precios, la gente se va a otro lugar. En realidad para atraer a algo de turismo hay que ‘reventar’ los precios a la baja. Y cuanto menor poder adquisitivo tenga el turista, peor. Seamos sinceros, la mayoría de los turistas por lo general gastan poco, y muchos de los que van a las casas rurales llevan del supermercado de la capital hasta el pan. 

Por otro lado, también hay tener en cuenta las ‘externalidades’ que generan las actividades turísticas; así por ejemplo, dedicar el Parque Nacional de Picos de Europa a usos recreativos, como la caza o el turismo, tiene un coste muy alto para los ‘usuarios’ tradicionales de estos espacios que, en este caso, son los ganaderos. Sin embargo, nadie contabiliza esos costes, excepto quienes los sufren. No todo lo que trae el turismo es el maná; por ejemplo, proteger los lobos tiene un coste que va más allá del precio con el que la Administración indemniza al ganadero en caso de que pierda alguna res.

Además el tipo de modelo de turismo rural propuesto pretende convertir al campo en un ‘parque temático’ para consumo de la gente estresada de la ciudad. Todo idílico: naturaleza ‘salvaje’, ‘pajaritos’, prados verdes, sol… Los problemas se presentan cuando llueve en verano, te encuentras con ‘peligrosos’ perros ‘sin bozal’ al salir a pasear por el monte, en las calles hay ‘moñicas’ y ‘cagayas’, bañeras y somieres te ‘fastidian’ la foto del prado, los perros ladran por la noche y los gallos cantando al ser de día no te dejan dormir, etc, etc. Porque quizás ese turista desconoce que a veces llueve en verano lo cual, todo sea dicho, es una bendición para el campo, los mastines están para proteger los rebaños, las vacas beben mucha agua y no son como los gatos que las puedes enseñar a que vayan a cagar al arenero, los perros ladran y los gallos cantan así empieza a amanecer e incluso antes… etc, etc.   

Por último, hay que subrayar que la mayoría de inversiones públicas que se hacen para fomentar el turismo rural, y el caso de León es un muy buen ejemplo, son un despropósito y un despilfarro de dinero. La promoción turística ha sido una de las excusa de los políticos de turno para viajar por el mundo a costa de los contribuyentes. Para muestra, los viajes de Isabel Carrasco cuando estaba al frente de la Diputación; o del alcalde de León, Francisco Fernández, que gastándose un dineral fue a Nueva York, ni más ni menos, a promocionar los productos agroalimentarios de la provincia. ¡Qué Dios nos asista! ¡Nueva York! ¿Alguien sabe cuántos neoyorkinos nos han visitado desde entonces? ¿Alguien sabe cuántos kilos de chorizos leoneses o alubias se han exportado a Nueva York? Pregunto más que nada para saber cuántos siglos faltan para acabar de amortizar la ‘inversión’ realizada. Por favor, que dejen de tomarnos por idiotas… 

Para ir cerrando el artículo, y resumir de alguna manera lo dicho hasta ahora, les diría que el turismo es ‘pan para hoy y hambre para mañana’. Desengáñense de una vez: el turismo no es un motor de desarrollo. El turismo es un complemento, una ‘limosna’. De limosnas no se vive. En provincias como León hacen falta inversiones y que las instituciones públicas gasten el dinero en iniciativas para crear verdadera riqueza. Faltan personas comprometidas con la provincia, y sobran especuladores y vendedores de humo.

En fin… queda dicho: no crean a los charlatanes, y menos a aquellos que les presentan el turismo rural como la panacea y la solución a los graves problemas que padecen provincias como la de León.

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El parque Nacional de Picos de Europa: lo que Wikipedia no te cuenta…


A comienzos del siglo XX, se acentuó la toma de conciencia en pro de la defensa de la naturaleza destacando tres movimientos convergentes: los forestales, los pedagogos –y en particular la Institución Libre de Enseñanza fundada en 1876, desde donde se preconizó una insistente aproximación al entorno natural–, y el de los excursionistas, cuyas actividades empezaban a ponerse de moda por aquella época.

Así, gracias a la iniciativa de estos grupos en 1916 fue promulgada la Ley de 7 de Diciembre de Parques Nacionales que en el artículo 1º venían definidos como “aquellos sitios ó parajes excepcionalmente pintorescos, forestales ó agrestes del territorio nacional que el Estado consagra, declarándoles tales, con el exclusivo objeto de favorecer su acceso por vías de comunicación adecuadas, y de respetar y hacer que se respete la belleza natural de sus paisajes, la riqueza de su fauna y de su flora y las particularidades geológicas e hidrológicas que encierren, evitando de este modo todo acto de destrucción, deterioro o desfiguración”.

Conviene tener en cuenta que los parques nacionales en su origen eran “reservas forestales” nacidas de posturas conservadoras y conservacionistas elitistas –dominadas por, valga la redundancia, el conservadurismo político– que, concebidos originalmente como espacios de caza para el Rey, fueron puestos en marcha por un senador aristócrata, el Marqués de Villaviciosa.

En todo caso, lo cierto es que impulsada por el susodicho marqués se promulgó la Ley de Parques Nacionales y pocos años más tarde, en 1918, se creó el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga que abarcaba una pequeña parte de la provincia de León y tenía una extensión de 16.925 hectáreas. No es casual que se eligiese Covadonga –“santuario de la Historia patria, santuario de la Religión y santuario de la Naturaleza” como expuso el Marqués de Villaviciosa en el Senado– para empezar una nueva Reconquista de las arideces, los yermos y las estepas.

De acuerdo con el reglamento del parque nacional de la montaña de Covadonga, los pueblos podían seguir ejerciendo el pastoreo y los aprovechamientos de leñas, siendo prohibidos otros como la caza o la extracción de maderas. Ello perjudicó a la gente que vivía en esas zonas, y años más adelante plantearía problemas en torno a la propiedad y los derechos de uso de los pueblos.

Ya, años antes, la propia creación del Coto Real había perjudicado a los vecinos como señalaba Alvarado y Albó en la memoria de su viaje por la provincia de Santander: “La creación del Coto real, que convirtió en criadero de rebezos ó rebecos la mayor parte de la región de Picos de Europa, con la aparente disculpa de constituir un coto de caza para el rey, si a la larga ha de ser probablemente una gran ventaja para aquellos pueblos, es hoy un perjuicio indudable para ellos. Los cinco guardas jurados de dicho coto cobran un sueldo por impedir la caza y vigilar con todo esmero que los pobres vecinos de los Picos, que antes surtían sus casas de carne salada para todo el invierno con hacer algunas cacerías, y recibían muchas propinas y jornales de de los cazadores que iban allí por el verano, se encuentran ahora sin esos recursos. Necesario parece, pues (…) se les compense de esa pérdida”.

Por último, se observa que era una idea muy ligada al ocio, y predecesora de una idea moderna de conservación de los espacios naturales, es decir, «naturaleza enlatada» para disfrute de las masas.

En fin, si has llegado leyendo hasta aquí habrás comprobado que hay unas cuantas cosas que la Wikipedia no te cuenta…

 

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