Imagino que el lector sabe lo que significa ‘meterse en camisa de once varas’. Pues precisamente es lo que voy a hacer en esta entrada: escribir a riesgo de que la cosa salga mal o ganarme unos pocos enemigos especialmente entre etnólogos, antropólogos o afines. Ya veremos…
Este fin de semana se celebran en numerosas localidades de la provincia de León el antruejo, y como historiador uno trata de entender de qué va la cosa. Antropólogos y etnólogos nos han explicado el simbolismo de estas festividades, y autores como Caro Baroja en su obra El carnaval: análisis histórico-cultural detallan su significado y posibles orígenes. Sin embargo, la tarea del historiador es situar las tradiciones en su contexto histórico y en este caso responder con un cierto criterio a tres preguntas: 1) por qué estas prácticas tradicionales, de posible origen prerromano, pervivieron hasta el siglo XX en muchos pueblos del antiguo Reino de León; 2) por qué desaparecieron en otros; y 3) por que están emergiendo con fuerza en la actualidad. Como puede entender el lector avispado, las explicaciones etnológicas del carnaval como culto cósmico a la tierra, como rito propiciador de la fertilidad, o como simbolismo de la lucha de la luz contra la oscuridad no sirven demasiado como respuesta a estas preguntas…
¿Por qué pervivió el antruejo? Responder a esto es muy, muy complicado. Los antruejos eran celebraciones que se transmitían de generación en generación de forma oral; es decir, apenas hay documentos que aludan a estas ‘costumbres’. Los historiadores trabajamos con ‘fuentes’ y si no las hay, entramos en un terreno muy resbaladizo: una cosa es interpretar y otra es inventar, y a veces la línea de separación entre ambos conceptos es muy fina.
Que nadie se ofenda, pero en eso de inventar, antropólogos y etnólogos tienen licencia… ¡Ah! me olvidaba de los sociólogos. Los historiadores somos más serios. De todas maneras, como esto es un blog y no una revista científica, uno puede elucubrar y teorizar sin timidez. Eso sí, aconsejo al lector que no se lo tome todo al pie de la letra y entienda este post como una aproximación al tema. Son ideas sueltas que han de ser desarrolladas y contrastadas. Porque además, otro de los atenuantes de esta entrada es que fue escrita en unos mínimos ratos libres, y no ha sido rumiada tanto como para hacerla aprovechable.
Mi teoría es que el antruejo sobrevivió por la «tozudez» (entiéndase en sentido cariñoso) y el orgullo de la gente del campo. El antruejo formaba parte de las tradiciones y las costumbres, y de la misma manera que los campesinos defendieron sus medios de vida, también defendieron sus costumbres y tradiciones. Creo que ya dijimos en alguna otra parte del blog que las festividades populares coincidían con el calendario agrario, reflejándose en ellas la vida de los pueblos y los ciclos ‘económicos’ ligados a la naturaleza y a las estaciones.
La vida social de los pueblos giraba en torno a estas fiestas y, al igual que hacenderas o la fiesta del patrón, contribuían a mantener unida a la comunidad. El antruejo, como otras muchas celebraciones, estaba abierto a todo el mundo y servía para la socialización, fomentando la unión del grupo; incluso se hacían comidas o bailes que reforzaban estos aspectos. Además por un día, en el marco de la fiesta, había espacio para la burla, el escarnio o la mofa, siendo toleradas expresiones soeces o irrespetuosas o ciertas transgresiones, reprobadas durante el resto del año; es decir, el antruejo era también una ‘válvula de escape’ de las tensiones sociales.
En cierta manera, el antruejo -tal y como se comprueba en las ordenanzas concejiles- marcaba el inicio del año. Se renovaban los cargos concejiles, se organizaban las veceras y todo quedaba dispuesto para iniciar un nuevo ciclo. Para la gente del campo estas tradiciones eran sumamente importantes porque además tenían un sentido identitario. Por eso se mantuvieron, porque hubo una época que la gente estaba orgullosa de trabajar la tierra y sentía las tradiciones como parte suya. Y por eso también era fundamental mantenerlas y que no se perdiesen.
No obstante en numerosas localidades leonesas estas celebraciones fueron desapareciendo a lo largo del siglo XX. Y aquí viene la segunda pregunta: ¿por qué se perdió la celebración del antruejo? En este caso, creo que la respuesta es más o menos fácil: porque para la gente medianamente culta o de ciudad eran un símbolo de atraso. Aquí no tuvo nada que ver la emigración ni los cambios económicos, ni las prohibiciones, que las hubo. Eran costumbres -como el hablar la lengua del país-, vistas como motivo de vergüenza. El antruejo estaba asociado a la incultura, motivo por el que dejó de tener interés para mucha gente: eso de vestirse con pieles y cencerras, ‘enzafurriarse‘ la cara con unto de carro o ‘entruidarse‘ con ceniza o barro ‘era cosa de pobres, atrasados e ignorantes‘. Igual que hablar leonés. De hecho, en localidades, como Riaño o Riello que ahora han recuperado estas tradiciones, hace unas cuantas décadas que habían desaparecido. Como desapareció la lengua del país en la mayor parte de la provincia. Hoy estas tradiciones o el habla son motivo de orgullo, pero hace décadas eran motivo de vergüenza. Así de claro.
¿Por qué ha vuelto de nuevo el interés por celebraciones tradicionales? Buena pregunta que no voy a contestar, aunque animo al lector a que deje sus comentarios sobre el tema. No obstante me permito hacer una pequeña reflexión al respecto. Por un lado, cuando el carnaval de Alija del Infantado, Llamas de la Ribera, Riello o Velilla de la Reina han sido declaradas fiestas de interés turístico es porque dejaron de ser una tradición rural y, como dije, no voy a explicar aquí las connotaciones que ello tiene. Por otro, no conviene olvidar que el antruejo actual es una reinvención de la tradición; es más, en muchos casos la tradición se había perdido y se recuperó, siendo en ocasiones modificada. ¿Es malo inventar tradiciones o modificarlas? No, es lo que siempre se ha hecho. La cultura y la costumbre siempre han estado en continuo cambio. Ahora bien, cuidadín con las tradiciones y el significado que se les otorga. Sirva como ejemplo lo ocurrido en Alija del Infantado; allí antes celebraba todo el pueblo el antruejo, ahora es una representación teatral. Es otra cosa; por tanto, el sentido de la fiesta y de la tradición es otro muy diferente.
Ya dijimos que está bien que se haya recuperado el ramo de Navidad, el pendón, o el antruejo, ojalá se recupere el orgullo por lo rural y el amor por la tierra.
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¿No están de acuerdo con lo que se dice aquí?. No pasa nada: toda discrepancia serena es buena. Además, todo comentario sobre el tema es bienvenido.
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La foto que acompaña el texto es de @tharasia. En este enlace podéis encontrar más fotos suyas.