Tambos, timbas y tumbos: una historia de emigrantes


Aquel soleado domingo de octubre, Baudilio un muchacho de Luyego, esperaba impaciente la llegada de sus vecinos Andrés y Prudencio. Nervioso, subía y bajaba la escalinata de la basílica de San José de Flores. Preguntó la hora a uno de los viandantes, y viendo que faltaba un rato grande para las siete de la tarde, se asomó a la iglesia.

Ya en el interior del templo, al fondo —justo encima del altar— vio la imagen de una virgen que le recordó a Nuestra Señora de los Remedios. Se arrodilló en uno de los bancos y empezó a rezar: “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo…”.

Acabada la oración, no pudo evitar emocionarse recordando a su familia y la romería que ese día se celebraba en su pueblo, a miles de kilómetros de allí. Con devoción le pidió a la Virgen que le ayudase a salir de la penosa situación en la que se encontraba. Hacía un año y medio que había llegado a la Argentina, pero las cosas no eran como se las habían pintado. Trabajaba de peón en un tambo, que así llaman a las lecherías. Cada día, Saturio un joven llegado de un pueblo de Sanabria y él, se levantaban a las cuatro de la mañana para ordeñar a las más de cien vacas de aquella explotación. Era un trabajo duro y mal pagado, pero lo peor eran los días de lluvia que acaban de pies a cabeza llenos de moñica. Además era un trabajo que no le gustaba. Baudilio había llegado a Argentina a ganar dinero, mucho dinero. Pensaba regresar rico, comprar tierras, y ponerlas en renta. Se casaría con Emilia e irían a vivir a Astorga cerca de la catedral. Pero nada de eso parecía posible. No tenía un pariente o un conocido que lo colocase en alguno de los exitosos negocios que los maragatos habían puesto en marcha a lo largo y ancho del país. La realidad le había soltado una coz más fuerte que las de las vacas que ordeñaba y sentía que no podía salir del montón de estiércol en el que estaba atollado. Había llegado pobre y seguía pobre. “¡Virgen Santísima, ayúdame!”—rogaba mirando a aquella pintura del frente de la iglesia.

Habiéndose encomendado a la patrona, Baudilio salió de nuevo a la plaza General Puerreydón y a lo lejos vio a Prudencio que estaba liando un cigarro. Prudencio se ocupaba como ‘changarín’ vagando de finca en finca haciendo ‘changas’ o trabajos ocasionales. Al igual que otros peones rurales recorría los pueblos de la provincia de Buenos Aires ofreciéndose en estancias y haciendo cualquier ‘changa’ que fuese menester. Todas las labores se le daban bien y al ser buen mozo no tenía dificultad para ser contratado… que si esquilar las ovejas, que si arar para la siembra, que si la recogida del pan o las patatas.

Cuando ambos hombres se vieron, se dieron un abrazo y empezaron una animada charla mientras caminaban hacia la parada del tranvía que los acercaría a la estación de subterráneos donde habían quedado con Andrés. Los tres habían llegado juntos en el mismo barco, el León XIII para más señas, y habían empezado a trabajar como peones en la misma estancia. Al cabo de pocos meses Prudencio fue despedido ya que coincidiendo con el cobro del salario mensual desaparecía varios días sin dar una explicación convincente al estanciero. Andrés, 6 ó 7 años más viejo que ellos, al medio año de llegar compró un caballo y un carro y se dedicaba al comercio de pieles. Y Baudilio, aunque empezó de peón, fue colocado en el tambo donde hacían falta personas cumplidoras como él para sacar adelante la delicada, aunque ardua, tarea del ordeño diario.

El tranvía paró justo enfrente de la recién inaugurada estación de subte de Caballito. Desde el vehículo vieron a Andrés que —distraídamente— fumaba un cigarro. Una vez se bajaron del coche, ambos corrieron a saludarlo efusivamente. Por una pronunciada escalera bajaron al hall de la estación, compraron el boleto y se dirigieron al andén. “Compañía de Tranvías Anglo Argentina” decían los carteles. Unos minutos más tarde, por uno de aquellos túneles asomó un moderno tranvía eléctrico. Cuando Prudencio se subió al lujoso vagón de madera exclamó:
–¡En este país hay mucha plata! ¡mucha plata!

Unos veinte minutos más tarde bajaron en la estación de Congreso y, guiados por Prudencio, se dirigieron a un bar regentado por Maximino, un cepedano de San Feliz de las Labanderas. Allí los sábados se juntaba una numerosa colonia de paisanos gallegos, asturianos y leoneses para jugar al truco y echar unos vinos.

Apenas habían puesto los pies en el local, Prudencio empezó a moverse nervioso y agarrando del brazo a Baudilio y Andrés les pidió salir de allí. Ya en la calle les explicó que debía dinero a unos calabreses con malas pulgas.

No hizo falta que Prudencio diese detalles sobre esas deudas. De sobra sabían sus paisanos que buena parte del dinero que Prudencio obtenía en las changas lo invertía en ‘los burros’ —carreras de caballos— o en las variadas ‘quinielas’, que era como le decían en aquella época a las loterías clandestinas e ilegales que proliferaban por la ciudad. Soñaba ganar ‘la grande’ y regresar rico a España. De igual manera, con la esperanza de incrementar sus ganancias, una vez cobrado el jornal o cada vez que obtenía un pequeño premio en los juegos de azar, frecuentaba garitos y timbas. Su juego preferido era el ‘siete y media’ aunque, después de varias copas de aguardiente, estas sesiones acababan siempre de la misma manera, con Prudencio sin una perra en el bolsillo o incluso endeudado con otros tahúres y gente de mal vivir.

Guiados por Prudencio callejearon un rato hasta llegar a una casa de planta baja de la calle San José. Prudencio llamó a la puerta y, después de una comprobación por una mirilla dorada, un hombre mulato los hizo entrar. Caminaron por un estrecho pasillo y al fondo a la izquierda se encontraron con un bullicioso salón con una barra y varias mesas de juego. Al lado de la barra, unas muchachas jóvenes conversaban animadamente con los clientes. Baudilio, que nunca había estado un local así miraba todo entre azorado y asustado.
—Pero Pruden, me cagüen redios ¿a ónde nos traes? —exclamó Baudilio.
—¿No es hoy la patrona del pueblo? Pues habrá que celebrarlo… —dijo con una sonrisa burlona —Tomai una copina mientras yo echo una mano a las cartas.

“Esto es un desplumadero” le dijo Andrés al oído a Baudilio. “Ya verás lo que tardan en sacarle todos los cuartos… Tú, estate tranquilo, pero no te separes de mi ¿vale?”.

Prudencio sacó un fajo de pesos del bolsillo y se sentó en una de aquellas mesas de juego. Baudilio y Andrés se acercaron a la barra y pidieron dos vasos y una botella de vino.
—“¿Qué tal va el negocio de las pieles, Andrés?” —preguntó Baudilio.

Andrés le confesó que no le iba nada mal, que había una buena demanda de cueros para zapatos y abrigos. Le contó que recorría los pueblos de la provincia de Buenos Aires comprando pieles de carpincho, ciervo, nutrias, zorrinos, gato montés, yacaré, e incluso víboras, que los campesinos ‘cueriaban’. Esas pieles las vendía en capital a dos o tres peleteros de confianza, obteniendo en cada viaje una buena ganancia. Le explicó curiosidades de aquellos animales del interior de Argentina. Le detallaba que había gatos monteses, como los yaguaretés o los pumas, que podían ser más grandes que los mastines que en León protegían a los rebaños del lobo, o que los zorrinos te meaban para defenderse y que el olor del orín era tan fuerte que te hacía llorar y no se iba de la ropa en semanas.

Apoyados en la barra del bar, ambos jóvenes mantenían una animada conversación, únicamente interrumpida por discusiones por los naipes, algún amago de pelea o por alguna de aquellas chicas que, con un cigarro en la boca, se acercaba a pedirle fuego a Andrés y trataba —sin demasiado éxito— de establecer una conversación con ellos.

Baudilio habló de la vida en el tambo. Angustiado, le contó que no veía la manera de salir de aquella situación. Andrés trató de animarlo, aunque las noticias que tenía que darle no iban a ser de mucha ayuda. Poniéndole la mano en el hombro le dijo:
—Baude quería contarte que me vuelvo para España. Hace días recibí una carta de mi hermana contándome que mi padre no anda bien. No he ahorrado mucho, pero… lo ahorrado me da para comprar algo de ganado y alguna tierrina. Si Dios quiere, pasaré fin de año en Luyego.

El joven al escuchar aquello no pudo disimular su contrariedad. Los ojos se le llenaron de lágrimas y le costaba contener el llanto. Andrés continuó:
—Mira Baude, Argentina es un país muy rico. Aquí se puede hacer dinero. A tí te va a ir bien. No te acobardes… Eres inteligente y trabajador, pero tienes que establecerte por tu cuenta. Porque sino te van a tratar como a todas estas putas que ves aquí. Como a los caballos viejos, que cuando no sirven los mandan al matadero y los reemplazan por otros más jóvenes.

Súbitamente alguien en el medio de la sala sacó una pistola y gritando dijo:
—¡Policía! ¡Qué no se mueva nadie! ¡En aplicación de la Ley 4097 de Represión del Juego este local queda clausurado! ¡Quedan todos detenidos!

Acto seguido, entraron 3 ó 4 personas más que se identificaron como policías y obligaron a toda la clientela del local a depositar en unas bolsas de tela todo el dinero y las cosas de valor que llevasen encima. Una vez despojados de las pertenencias, los obligaron a abandonar el local apresuradamente.

Ya fuera del local los tres jóvenes empezaron a caminar en dirección a Rivadavia. Prudencio, medio anestesiado por la bebida, maldecía su suerte y a la policía.
—Entramos ‘robaos’ de la calle, ¡joder! —renegaba Andrés— Pero ¿no viste que la policía estaba compinchada con los amos del garito? ¿no viste que no se llevaron a nadie detenido? Mañana, o la semana que viene, vendrán otros incautos y los desplumarán igual que a nosotros. Además ¡vete tú a saber si siquiera eran policías!

Prudencio sacó del bolsillo de la chaqueta una botella de licor, le dio un trago y les ofreció a sus compañeros “Es orujo” —señaló.
—Pruden, ¿pero d’onde sacaste esa botella? —preguntó Baudilio sorprendido.
—Naaa, la agarré al salir. Estaba encima de una mesa. Imagino que ya estaba pagada…

Sin plata para el tranvía, decidieron volver caminando al barrio de Flores. Andrés, que había dejado el percherón y el carro en un ‘corralón’ cerca de la avenida Carabobo, necesitaba una pensión para dormir, pero sin dinero lo tenía complicado. Baudilio les ofreció dormir en un galpón en el tambo donde trabajaba. “El capataz es de Prioro, un pueblín de la montaña, y es buen paisano” —dijo.
—Buen paisano, dice… Valientes hijos de puta todos ellos. Todos, todos le besan el culo al estanciero y maltratan a los pobres obreros… —balbuceaba Prudencio empezando a mostrar los efectos del aguardiente.
—Joder, Pruden. ¡Calla un ratín!, anda… —le reclamaba Andrés.

Después de unos diez o doce minutos caminando llegaron a la avenida Rivadavia. Calculaba Baudilio que tendrían unos ocho o nueve quilómetros hasta Flores y que, a paso ligero, como mucho en dos horas y media o tres habrían llegado.
—¡Ladrones! Son todos unos ladrones… Unos chorros. Yo me vuelvo para España. Chau, que dicen aquí. La policía ¡ladrones!, los estancieros ¡ladrones!, los italianos ¡ladrones!, los turcos ¡ladrones!… todos ladrones —gritaba Prudencio.
—Pruden, ¡no des voces, joder! Al final nos va a llevar la Policía —le decía Baudilio tirándole del brazo.
–Baude, tu eres joven y no te enteras… Pero yo te lo explico… ¿De dónde salieron las fortunas que tienen los ricos en este país? Robando a todo Cristo… robándose el país entero. ¿Cómo hizo fortuna la gente de España que llegó antes que nosotros? Robando a otros compatriotas y a otros más pobres que ellos… ¡Ladrones, son todos unos ladrones! Yo —decía Prudencio golpeándose el pecho a la altura del corazón— me vuelvo para España! ¡Chau, Argentina! ¡Chau!
—Nadando vas a volver —dijo Andrés soltando una carcajada.
—No Andrés, no. Un día, me sacaré ‘la grande’… y ¡ahí os quedáis! Yo me vuelvo para el pueblo. Prefiero allá un cazuelo sopas sazonado con sebo que el mejor de los restaurantes acá.

Cada diatriba de Prudencio iba acompañada de un largo trago a la botella de grappa que llevaba en la mano. Ajeno a la conversación de sus compañeros, a ratos se quedaba pensativo para después volver a atacar con saña al país de acogida. Apenas habían caminado una hora cuando empezó a sentirse mal. La cabeza le daba vueltas y sentía que las piernas no lo sujetaban. Se puso de rodillas y empezó a gatear.
—Vaya borracherona —comentó Andrés— Este así no llega a casa.

Mientras Prudencio se revolcaba tirado en el suelo, Andrés y Baudilio, discutían qué hacer con su paisano. Lo pusieron de pie y cada uno de ellos lo sujetó por un brazo. Como una yunta de bueyes tirando de un fatigoso arado, colocaron a Prudencio en el medio de los dos y empezaron a andar. Prudencio, agarrado al hombro de sus paisanos, a veces caminaba tambaleándose y a ratos se dejaba arrastrar. Apenas habían transcurrido diez minutos cuando pidió a Andrés parar. Mareado, se sentó en el suelo cruzando los brazos a la altura del estómago. Con la violencia de un volcán en erupción, empezó a vomitar. Andrés, hábil de reflejos, cuando lo vio balancearse y con arcadas, le sujetó la cabeza para mantenerlo erguido y que no acabase cayendo de bruces en aquel potaje.

Ya con el estómago vaciado pero con las venas inundadas de alcohol, Prudencio totalmente aturdido, les pedía a sus compañeros que lo dejasen allí que necesitaba dormir. Con dificultad se sacó la chaqueta y colocándola de almohada se acurrucó al lado de un quiosco de periódicos. “No puedo caminar. Me siento mal. Dejadme aquí. Mañana nos vemos”, les suplicaba.
—Me cagüen la madre que lo parió… ¿Qué hacemos con este animal, Andrés? —preguntó Baudilio – No podemos dejarlo aquí. Las noches ya son frías. Aquí se arrece… Va a coger una pulmonía.

Andrés se quitó la chaqueta, tapó a Prudencio y se sentó a su lado apoyando su espalda en la pared de aquel tenderete de madera. Baudilio daba vueltas nervioso. Iba y venía. Mascullaba que no llegaría a tiempo al tambo a ordeñar las vacas y que se quedaría sin trabajo. Maldecía a Prudencio y la hora en la que le había hecho caso de salir a tomar un café. ¡Vaya manera de celebrar el día de la patrona del pueblo!

Serían ya las once de la noche y aquello no parecía tener solución. Estaban sin dinero y a varios quilómetros del lugar donde esperaban pasar la noche.

De repente Baudilio ya cansado de dar vueltas dijo: “Vamos, Andrés. Ayúdame a ponerlo de pie”. Una vez Prudencio estaba erguido, Baudilio se agachó un poco y, como una pesada quilma de centeno, se lo echó al hombro y empezó a caminar. “Tranquilo, Pruden” —le dijo.

Cada unas tres o cuatro cuadras, como le dicen por esos pagos a la distancia de cien metros entre calles, Andrés relevaba a Baudilio. Un hora y media más tarde habían llegado a la estancia, unas de la pocas que quedaban a las afueras de Buenos Aires. Con el crecimiento de la ciudad, esos predios los estaban convirtiendo en lujosas residencias o frondosos parques urbanos.

Llegados a la finca, Andrés y Baudilio se dirigieron a uno de los galpones. Allí, encima de un montón de paja, acomodaron a Prudencio y lo taparon con unas mantas viejas que los peones utilizaban los días de mucho frío. Andrés se tumbó a unos metros de él, y Baudilio se fue a los dormitorios de los trabajadores.

Serían un poco más de las cuatro de la mañana cuando apareció Baudilio. “Andrés, Andrés, mejor que salgáis de acá cuanto antes” le decía golpeándole la espalda. El hombre se limpió las legañas de los ojos, se puso las botas y fue a despertar a Prudencio. En ese momento entró en el cobertizo Higinio, el capataz. En una corta explicación, Baudilio le contó quienes eran sus amigos y qué hacían allá. “No hay problema, no hay problema, que se vayan cuando puedan”.

Despertaron a Prudencio que, totalmente desorientado, los acompañó a juntar las vacas para meterlas en el establo. Llegó Saturio y los cuatro se pusieron a ordeñar. En poco más de dos horas habían acabado la faena. Cuando Andrés y Prudencio estaban a punto de irse apareció de nuevo el capataz renegando y mentando a santos y vírgenes. El motivo era que el ‘vasco’ Mendieta, encargado del transporte de la leche, no aparecía por ningún lado. “Me cagüen la madre que los parió a todos. Los lunes son un sindiós con estos borrachos…” —vociferaba el encargado.

Andrés se ofreció a hacer la tarea acompañado por Baudilio. Después de despedirse de Prudencio, aparejaron los caballos y con la carreta llena de lecheras metálicas, enfilaron por la calle Ramón L. Falcón en dirección al centro de la ciudad. Pasaron por el corralón donde Andrés había dejado la montura y el carro, pagaron un día más de estadía, y luego continuaron repartiendo la leche por algunas heladerías, despachos de lácteos y almacenes dedicados a la alimentación. En una de aquellas tiendas en la puerta había un papel que ponía “Se necesita dependiente”. Baudilio pidió un lapicero y anotó la dirección en un papel. Lo dobló con cuidado y lo guardó en uno de los bolsillos del pantalón.

Esa mañana se le pasó volando a Baudilio. A la vuelta dejó a Andrés en Carabobo y regresó contento al tambo. Ignoraba todo lo que el futuro le deparaba a él y a sus amigos. Andrés, en diciembre de ese año, regresó a Luyego, tal y como estaba previsto. Lo que nunca hubiese podido ni siquiera soñar es que el viaje de vuelta lo hizo acompañado de Prudencio. Le había tocado ‘la grande’ en una de aquellas quinielas y pudo comprar un billete de regreso a España. Volvió con los bolsillos vacíos y dejando un reguero de deudas en todos los garitos que frecuentaba, pero regresó. Tampoco en esos momentos Baudilio hubiese podido imaginar que esa misma semana lo iban a contratar como dependiente en un almacén y que unos pocos años más tarde iba a poner en marcha su propio negocio. Estaba en el barrio de Flores y era fácilmente reconocible ya que encima de la enorme vidriera donde se exponían los productos lucía un gran cartel negro con letras doradas en el que se leía: «Almacén de comestibles “La Lealtad Maragata”».

Gregorio Urz, marzo de 2020

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Tristura


Al sentir gritos, Silvana se despertó sobresaltada. Se levantó de un salto de la butaca donde dormía, encendió la luz de la habitación y corrió hacia la cama donde su padre descansaba.
Allí, en la cama del sanatorio, Custo, un hombre de unos setenta años, braceaba y gritaba como si estuviese poseído:
—¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Lo único que quiero es la parte que me corresponde! ¡Quiero lo que me dejó mi madre!  Sólo pido eso…
—Papá, paaaa, ¡despertá! ¡despertá! —le decía Silvana zarandeándolo del brazo— Tenés una pesadilla.
—Ay, mamina. ¡Qué solines nos dejaste…! —se lamentaba con los ojos entreabiertos y un hilo de voz— Mamina, llévame contigo…
 
Ya despierto, Silvana agarrándole la mano y acariciándole la cara le preguntó:
—¿Qué pasa papi? ¿Qué pasa, que tenés esas pesadillas tan horribles?
 
El hombre le pidió ayuda para incorporarse y al levantar el brazo derecho vio que se le había enredado con el cable de la botella del suero manteniéndoselo casi inmovilizado.
—No pasa nada, hija. No pasa nada. Estaba delirando. Además se me enredó este telar en el brazo. Ayúdame, anda. Dame agua. Tengo la boca seca.
 
Silvana agarró una botella de agua que había en la mesita de luz y se la acercó a su padre. Después regresó al sillón y cerró los ojos. Tras un rato pensativa, abrió de nuevo los ojos y vio que su padre estaba despierto.
—¿Qué soñabas, pá? Decías algo de tu mamá… —dijo la mujer.
—No lo sé. No me acuerdo —dijo Custo resoplando— Llama por favor a la enfermera, este dolor es insoportable.
 
Un buen rato más tarde, a las siete de la mañana, y Silvana sintió como alguien trataba de despertarla. Era su hermana menor, Julia, que llegaba a hacerle el relevo. En voz baja para no despertarlo, le contó que la noche había sido muy movida. Que las enfermeras habían acudido en varias ocasiones. Le habían administrado analgésicos, pero su padre seguía con fuertes dolores. Le explicó a su hermana que más tarde e consultarían al médico para medicarlo con algo más fuerte.
—Hola Julia —dijo Custo al despertar— ¿Cómo estás, hija?
 
La joven le dio un beso y le acercó una bandeja con comida “Hola paá. Todo bien. Desayuná. Me contó Silvana que pasaste una mala noche”. Custo asintió con la cabeza y empezó a desayunar.
 
La mañana transcurrió tranquila, aunque hacia mediodía el hombre empezó a sentir un fuerte dolor. “Por el amor de Dios, diles que me den algo para esto. Es insoportable” —resoplaba Custo. Enseguida Julia salió a buscar a la enfermera, y minutos más tarde regresó acompañada también por el médico que lo atendía. “Mire, tendremos que probar a darle algo más fuerte. Probaremos con una dosis baja de morfina” —dijo el facultativo. “Lo que sea” dijo Custo “Lo que sea…”.
 
A los cinco minutos de haber abandonado la habitación, la enfermera regresó con un vaso de agua y una pastilla de color rosado. Al poco de habérsela tomado, Custo entró en un estado de somnolencia. Mientras tanto Julia leía unas revistas de moda y de decoración que había comprado en el quiosco del hospital.
 
Sobre medio día, alguien golpeó suavemente la puerta y Julia se acercó a abrir.
—Hola amor ¡qué sorpresa! ¿Que hacés acá? le dijo dándole un beso en los labios.
—Vine a ver a tu papá y de paso almorzar con vos —dijo el hombre— ¿Qué te parece?
 
A Julia le pareció una gran idea que Osvaldo, su marido, se hubiese acercado a la clínica. Su padre dormía y tuvieron que esperar un rato. Justo cuando llegó la comida, Julia despertó a su padre y Osvaldo el marido de Julia se acercó al enfermo y le dio la mano:
—¿Cómo andás, Custo? ¿Cómo andás?
 
A Custo se llenaron los ojos de lágrimas y agarrándole con fuerza la mano dijo:
—Pedro, Pedro, pero ¿qué haces tú por aquí? — dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
 
El hombre, sorprendido se giró hacia su mujer y sin saber muy bien qué hacer balbuceó:
— Custo, soy Osvaldo, tu yerno. ¿No me reconocés?
—¿Sabías Pedro que aquí nadie me llama Ángel? Todo el mundo me llama Custo —le explicaba sonriente.
 
De repente su semblante se tornó serio y dijo:
—Dile a Toña que tan pronto como pueda le mandaré el dinero para que venga con los niños. Ah! y si ves a Nélida dile que me perdone…
 
Asustada Julia, salió corriendo a buscar a las enfermeras. De regreso en la habitación vieron como Custo se aferraba con fuerza a la mano de Osvaldo como marinero en un naufragio. Totalmente desorientado, desvariaba y decía nombres de personas y lugares que su hija desconocía. Con una pequeña jeringuilla, la enfermera le administró un sedante. “Hay personas a las que les pasa esto con la morfina” —dijo.
 
Custo volvió a quedarse dormido y Julia y su marido aprovecharon para ir a la cafetería del Hospital a comer. Estaban muy preocupados.
—No sé tu papá. Ahí pasa algo raro. Tal vez tiene otra familia… — dijo Osvaldo encogiéndose de hombros.
—No. No digas boludeces. Mi papá ¿otra familia? Imposible —respondió Julia negando con la cabeza.
—Fijáte que cuando se murió el papá de Rita aparecieron en el funeral dos hermanos que no conocía de nada. Por ahí, tu papá tiene otra familia… por ahí, tal vez dejó mujer e hijos en España, antes de venirse a Argentina. ¿Qué sabés vos de la vida de tu papá? Vos no sabés nada…
—No. Imposible. Imposible —negaba Julia pensativa— Del pasado de mi padre sabemos muy pocas cosas, pero otra familia no.
 
Una vez almorzaron, Osvaldo regresó a su oficina y Julia a la habitación.
 
“Por ahí tu papá tiene otra familia”. Aquella frase quedó retumbando en la cabeza de Julia. Sí que sabía que su padre se llamaba Ángel Custodio pero había muchas cosas que ignoraba ¿Quién era Pedro? ¿Y Nélida? ¿Y Toña y los niños? Nunca su padre les contó nada del pueblo ni había mostrado nunca el más mínimo interés en regresar a España, ni siquiera de paseo o de vacaciones. Ahí cayó en la cuenta de que su padre guardaba algún secreto.
 
Esa misma tarde cuando Ada, la esposa de Custo, acudió a visitarlo al sanatorio, Julia le contó a su madre con pelos y señales la situación vivida con Osvaldo. “Imposible que papá tenga otra familia” dijo Ada. Después le explicó a su hija que en cuarenta años de matrimonio nunca había tenido ni la más mínima sospecha de que su padre hubiese tenido una doble vida. Le explicó que cada dos o tres años, y durante una o dos semanas, su padre se volvía taciturno y se pasaba los días enteros sin apenas hablar. “Ya lo conocéis. Es ‘tristura’, como él dice, pero nada que haga sospechar de algo malo”, explicó la madre.
—Pero maá, ¿no te parece raro que papá nunca nos haya contado nada de su vida antes de llegar a Argentina? —le dijo Julia.
 
También Julia le contó a su hermana todo lo ocurrido y sus sospechas de que su padre les estuviera ocultando algo. Decidieron que lo mejor era preguntarle a él, aunque el estado de salud no lo permitía. Esperarían a que su padre mejorase.
 
Una semana más tarde, Custo empezaba a notar una gran mejoría. Los médicos decían que la operación de espalda había salido bien y aquellos terribles dolores habían desaparecido. Un domingo a la tarde, ambas hijas, Silvana y Julia, coincidieron en el Hospital. Su padre se interesó por la marcha de la empresa. Ellas le contaron que las ventas, a pesar de su ausencia, se habían incrementado ligeramente. Que todo iba bien. Custo se puso contento al escuchar esas noticias y también al saber que todos y cada uno de sus empleados se habían interesado por su estado de salud. “Díganles que la semana que viene estaré de nuevo por ahí” les dijo.
—No, paá. Vos te tenés que jubilar ya. Después de esto, no podés trabajar tantas horas —le dijo Silvana.
 
En ese momento se hizo un silencio incómodo. No estaba en los planes de Custo jubilarse, pero sus hijas parecían estar pasándole un mensaje. “Quizás tienen razón” razonó. Pensó en lo que podía significar su jubilación y quedó ensimismado.
 
—¿Paá? —dijo Julia interrumpiendo sus cavilaciones.
—Dime hija, dime —contestó Custo.
—¿Vos tenés otra familia? —le soltó como un disparo a bocajarro.
—Julia… Julia, hija de mi corazón. ¿Tú crees después de trabajar catorce o dieciséis horas en el negocio y de las horas que pasaba con vosotras me quedaba tiempo y energía para otra familia?
—¿Qué se yo? —dijo Julia, encogiéndose de hombros— Hay gente que tiene otra familia… Vos viajabas muy seguido a Rosario.
 
Custo hizo señas a su hija para que se acercase y abrazándola con fuerza dijo:
—Tú, tu hermana y tu mamá sois mi única familia.
—Pero vos papá nunca nos contás nada de España, ni de tu pueblo ni de tu familia de allá —se quejó Silvana— ¿Por qué viniste a Argentina?
— Mira, en mi pueblo sólo había miseria. Miseria. Mucha miseria.
 
Con pelos y señales les explicó a sus hijas que su padre lo había enviado con doce años a cuidar vacas a la montaña. Les contó que con el primer dinero que ganó compró unas botas porque hasta ese momento siempre había andado descalzo. Y que cuando regresó a su pueblo, lo hizo caminando con las botas en la mano para que no se le gastasen. En ese momento, recordó el río Omaña y los robles. Se le llenaron los ojos de lágrimas y un nudo en la garganta le impidió seguir con la explicación.
 
En silencio, recordó los días de primavera cuando al salir de la escuela iba con Pedro y Severino a buscar nidos en las sebes de los prados o en el monte ¡Qué ojo tenía Pedro!, pensó. “Mira Gelín, un ñal de abillín… este es de mierla… este de jilguerín” Además Pedro conocía todos los pájaros. Recordó también aquellos días calurosos de julio cuando al atardecer y después de un duro día de trabajo acarreando la yerba iban a bañarse al río. Recordaba cuando ya quintos, algunas noches de luna llena, las mozas más atrevidas, aunque con ropa, se metían con ellos en el río. Eran momentos felices. En un instante, por su cabeza pasaron todos sus amigos y conocidos. Hacía más de cincuenta años que nos los veía, pero reconocía a todos y cada uno de ellos. En una fracción de segundo recorrió cada rincón del pueblo donde había pasado su infancia y juventud. Al recordar aquello, Custo no pudo contenerse y rompió a llorar.
 
Pidió ir al baño y ayudado por sus hijas, se puso de pie. En el baño se lavó la cara, y después regresó a la cama de nuevo.
 
—Papá ¿quién es Toña? —preguntó la menor de sus hijas.
—Pero ¿qué es esto? Parece un interrogatorio de la policía… Diculpaaame señora polisía, shoo no me las robé. Las encontré tiradas en la cashhe —bromeó Custo imitando el acento argentino de sus hijas y soltando una carcajada.
—Paá, vos pensás que somos unas nenitas…
 
En ese momento, un auxiliar entró a dejarle la cena. Custo comió con buen apetito, indicativo también de que empezaba a recuperar la salud.
—Paá, al final no nos dijiste quien era Toña —insistió Julia una vez que el hombre acabó de comer.
 
El padre la miró y moviendo la cabeza dijo:
—Toña era mi hermana…
—Pero vos decías que no tenías familia, que estaban todos muertos —indicó la mujer.
—Bueno, no sé. Es como si estuviesen muertos. Estaban a quince mil kilómetros de distancia…
—Y ¿Nélida? ¿Quién es Nélida? Vos hace días, cuando delirabas, la nombraste. Decías que te perdonase.
 
Custo al escuchar ese nombre se puso colorado y empezó a tartamudear.
—Era una amiga de Toña —dijo saliendo del paso— No tenéis porque saberlo todo…
 
Elevando el tono de voz y sentándose en la cama dijo:
—Además, ya que tanto queréis saber os voy a contar la verdad de porqué me vine de España.
 
Les explicó que su madre murió cuando él tenía diecisiete años. “Un día discutí con mi padre y él me echó de casa” —les dijo— “Así de sencillo. Después de un tiempo trabajando en León, me cansé de que me explotasen y saqué un pasaje para Argentina”.
—¿Cómo olvidar aquello? —explicaba Custo— Viajé en cuarta clase. Nos trataban peor que a los animales. Se me hizo eterno…
 
Entonces Custo recordó el éxodo hacia Argentina. Primero, el trayecto en tren hasta Vigo y después el barco. Los dolores que había sentido la semana pasada no eran nada comparado con lo que sintió a medida que aquel transatlántico se alejaba del puerto de Vigo. En aquel momento sabía que nunca regresaría a España ni a Valdeomaña. Empezaba de cero una nueva vida.
—Eso sí, tuve suerte… he trabajado duro, pero Argentina me lo ha dado todo —dijo Custo— Entre otras cosas, me dio a la mejor familia del mundo.
 
Miró a sus hijas y sonrió. Aparentemente era un hombre feliz. En ese momento, Julia y Silvana emocionadas corrieron a abrazar a su padre. Después de un prolongado abrazo, Custo se recostó de nuevo en la cama y cerró los ojos. Se sentía mejor después de aquella conversación con sus hijas, pero no les había contado la verdad. “A veces, no lleva a ningún sitio contar la verdad”, pensó. En ese momento le vino de nuevo a la cabeza aquel día frío de invierno cuando, en la cocina al lado de la lumbre, le pidió permiso a su padre para casarse con Nélida.
 
Recordó cada sílaba, cada silencio, cada mirada de aquella conversación. Sintió de nuevo como se le reventaba el pecho de dolor al recordar cómo su padre le confesaba aquel sórdido y doloroso secreto que imposibilitaba la boda. Recordó también como, preso de la ira, agarró el cuchillo que estaba encima de la mesa y como, por un instante, pensó en degollar a su progenitor como si fuese un cordero.
 
Pero no, no lo hizo. Gelín que era como lo llamaban en Valdeomaña, miró fijamente a su padre y, antes de dejar el cuchillo de nuevo en la mesa y abandonar la cocina, le dijo:
—Padre, quiero me de la parte de la herencia que corresponde. Si usted no quiere repartir lo suyo, quiero la parte de madre. Es mío.
 
El resto de la historia ya era conocida. Una semana más tarde, embarcaba en Vigo con dirección a Argentina. Nunca quiso saber nada de su familia ni de su pueblo.
 
Custo abrió de nuevo los ojos y allí seguían sus hijas que lo miraban sonrientes. Aunque también él tenía motivos para sonreír, por dentro seguían aquellas heridas que nunca cicatrizaron y que hacían que cada tanto la murnia, la tristura —una melancolía difícil de describir— se apoderase de él.
 
Gregorio Urz, mayo de 2020

Si te gustó este relato deberías saber que acaba de salir el libro «Tierra de lobos, urces y hambre» con casi una treintena de relatos del autor.

LNT te recomienda: el folclore argentino


Imagino que el lector que frecuenta este blog conoce a Mercedes Sosa o a Atahualpa Yupanqui. Sin embargo tengo mis dudas que conozca a Jorge Cafrune, Los Chalchaleros, Argentino Luna, Ariel Ramírez, Ramón Ayala, Horacio Guarany o José Larralde…

Pues, lo lamento mucho por quienes no los conozcan… se pierden algo grande. Todos ellos son argentinos y grandísimos cantantes de folclore.

Ahora bien, por lo general el folclore argentino es otra cosa a lo que estamos acostumbrados en España. Poco que ver con esa construcción romántica e idealizada del pasado, aunque también en Argentina el folclore responde al proceso de creación nacional. En cierta manera, a mediados de los años 50 del siglo pasado Argentina era una nación en construcción —y lo sigue siendo—. Fue en esa época cuando ya plenamente instalados en el país los emigrantes llegados de todos los rincones de Europa u Oriente Medio se produjo el llamado «boom del folclore» en el que la música de raíz folklórica se convirtió en un fenómeno popular.

A ello ayudaron fenómenos como la expansión de medios de comunicación como la radio y la televisión, la aparición de una ‘amplia’ clase media —ya saben que en Argentina todo el mundo es clase media o aspira a ser clase media— resultado de la mejora de las condiciones de vida y unos niveles mayores de consumo.

Una de las características del folclore argentino es que se trata de canciones con un fuerte contenido social con una ácida crítica de las desigualdades o con la denuncia de la dureza de la vida en el campo. La peculiaridad es que utilizan ritmos tradicionales como zambas, chacareras, chamamés, bagualas, milongas, chamarritas e incluso carnavalitos o tinkus. Para que me entiendan, es un poco al revés de lo que hacen Tarna, los Hermanos Cubero o Rodrigo Cuevas que —aún siendo todos ellos unos artistas extraordinarios— siguen con las letras de canciones de hace siglos con ritmos más o menos actualizados. Todo muy idílico, pero otra cosa es el interés que puedan despertar. Además, pareciese como si en España la música folk estuviese reñida con la crítica social, aunque ese es otro tema que daría para muchas discusiones…

Bueno, volviendo al suco, remarcar que de alguna manera en el folclore argentino se mezcla el interés por las formas de vida, costumbres y tradiciones de las diversas regiones del país, con el compromiso social de los folcloristas. Paradójicamente este compromiso social que nace del amor a la tierra (patria) llevó a la mayoría de estos cantantes folclóricos a significarse contra la Dictadura, por lo que sus canciones fueron prohibidas y ellos perseguidos. Jorge Cafrune desafió la censura cantando la canción prohibida “Zamba de mi esperanza” en el festival de Cosquín de 1978 y días más tarde fue atropellado por una camioneta que se dio a la fuga. Hay quien señala que fue un asesinato ordenado por la Junta Militar, aunque no hay pruebas concluyentes. Otros como Mercedes Sosa, Horacio Guarany o el propio Atahualpa Yupanqui tuvieron que exiliarse.

Es curioso el origen de estos cantantes. Atahulpa Yupanqui —nombre artístico de Héctor Roberto Chavero— tenía origen quechua y vasco; Mercedes Sosa era de ascendencia diaguita, española y francesa; Jorge Cafrune era de origen árabe (Siria y Líbano); Larralde desciende de la localidad navarra de Aranaz; Horacio Guarany —de nombre Eraclio Catalín Rodríguez Cereijo— era hijo de un indígena correntino y una leonesa…

De entre todos ellos me quedo con Mercedes Sosa y con José Larralde, que —curiosamente— algunos descubrieron hace unos pocos años a través de la serie de televisión Breaking Bad, donde de fondo suena cadenciosamente a ritmo de lonkomeo mapuche una versión de su tema «Quimey Neuquén» de los hermanos Berbel.

José Larralde fue trabajador rural, mecánico y soldador y sus canciones nos cuentan de las personas que viven y trabajan en zonas rurales. Lo suyo es folclore, pero a la vez hay compromiso social, como ya dijimos.

Larralde canta sobre los peones rurales y sus cuitas, sobre el maltrato de los patrones, sobre los gauchos, sobre la vida cotidiana y los oficios varios de la gente del campo… Como leí en este artículo, Larralde ofrece una mirada sin concesiones sobre un país olvidado. Su canto sube desde la boca del estómago y sus canciones son paridas desde las vísceras aunque nunca adoptó una postura demagógica. «Yo en realidad no le canto a nadie. Canto lo que viví y lo que veo vivir. Canto para mí. No soy personero [portavoz] de nadie, ni represento a nadie. No se vaya a confundir«, dijo alguna vez al ser entrevistado.

Hay quien tilda a Larralde y a otros cantantes de nacionalistas y él responde así en una entrevista: «La culpa de ese prejuicio la tuvieron en este país los militares, porque lo peor que hicieron, además del tema de los muertos y los desaparecidos, fue hacerle creer a la gente que la Patria era de ellos. Se asumieron como la reserva moral de la Patria, y se la apropiaron. Ellos lograron que nadie que no fuera milico pudiese después llevar una escarapela con orgullo«. Mucha tela que cortar en esta reflexión…

En fin. Aquí les dejo una conocida canción del folclore argentino, compuesta por el uruguayo Aníbal Sampayo. Disfrútenla…

Lecturas recomendadas: El vuelo de Martín


Ya hace un tiempo que leí este libro que hoy les recomiendo. Y hace también bastante tiempo que escribí estas líneas.

Pensarán que quizás el libro no tiene mucho que ver con el blog. Pues sí y no, como diría aquel gallego.

Me podrían decir que el libro no tiene mucho que ver con los temas que generalmente tratamos en el blog; en esta novela básicamente se narra la historia de un muchacho argentino que se instala con su madre en Madrid. Y sí, debo darles la razón porque esta es una historia urbana… nada que ver con campesinos, cultura rural, etc.

Antes de seguir, hago un paréntesis para aclarar al lector que esto son recomendaciones, no reseñas literarias.

Ahora bien, este libro y su autora se merecen estar acá por muchas razones. Una de ellas es porque Sol Gómez Arteaga ha colaborado con varios cuentos / relatos en este blog. Ese ya podría ser un motivo suficiente. Además, estarán de acuerdo conmigo que esta autora escribe muy bien. Otro motivo para recomendar esta novela es que las problemáticas en las que está centrada, como el desarraigo o la dureza de la emigración, no nos son ajenas… Una tercera razón más para sugerirles esta obra es que, como diría un amigo mío, Sol Gómez Arteaga pace en los mismos praos que nosotros pacemos. Tadeo, por ejemplo, es de los nuestros… Finalmente, un motivo más que avala la recomendación de hoy es que en este blog tenemos querencia por Argentina y sus gentes, y el protagonista es Martín, un chaval argentino.

En fin… ¿Qué más les puedo decir? Pues que es una lectura que vale la pena.

Curiosidades #2: el truco, un juego de cartas venido del Río de la Plata


El truco es un juego de naipes muy jugado en La Cepeda y otras comarcas leonesas.

Imagino que muchos de los lectores de este blog desconocen que este juego, de origen valenciano, llegó a León con los emigrantes regresados de Argentina.

No voy a detallar aquí cómo se juega al truco, ya que en internet hay páginas que lo explican, pero sí me gustaría señalar algunas curiosidades.

La principal es que se mantienen expresiones ‘argentinas’ para ‘cantar las flores’ o ‘envidar’; por ejemplo se utilizan versos como «Al estilo Cachabuco, flor y truco» «En Chivalcoy me caí, al Bragao llegué rodando, en Ferreras me levanto con una flor en la mano«.  Quien conozca un poco Argentina reconocerá las alusiones a Chacabuco, batalla ganada por José de San Martín y que marca un punto de no retorno en la independencia de las colonias españolas en América, o a Chivilcoy y Bragado, localidades vecinas en la provincia de Buenos Aires.

Tal y como se comprueba en el último verso, hay palabras ‘corrompidas’ e incluso el verso ha sido modificado para así referirse a la ‘realidad local’, pero siempre queda alguna referencia original. Ejemplo de ello serían estos versos: «Allá por tierra africana donde relincha el peludo venía una oveja vieja con una flor en el culo» o «Por más que pida no trago las flores de sus licores vas por los campos rodando y al truco estamos jugando«; en este caso las expresiones «donde relincha el peludo» o «al truco estamos jugando» aparecen también en Argentina en numerosos versos del truco.

También hay otras expresiones que son claramente rioplatenses. Por ejemplo, cuando entran malas cartas o no hay suerte, una expresión utilizada en La Cepeda es ‘estar meao del zorrino‘; el zorrino es como llaman en el Cono Sur a la mofeta que cuando se siente amenazada lanza un líquido fétido cuyo olor es muy difícil de eliminar. Incluso se utiliza ‘macana’ para llamar al juego o a la partida: «¿Qué tal si armamos una macana?«; macana significa mentira, trampa, marrullería… imagino que a los lectores les sonará el término ‘macanudo’, aunque es este caso ‘macana’, hace referencia al espíritu del juego que consiste en ‘engañar’ al rival o incluso ‘hacer trampas’ (hay que aclarar que a diferencia del mus u otros juegos como el tute, se puede cantar mal la jugada, siempre que el rival no se de cuenta).

Si preguntásemos en los pueblos cepedanos sobre algún juego de cartas tradicional o autóctono, mucha gente consideraría como tal al truco, por el arraigo que tiene.

Lo interesante de todo ello es que una vez más se demuestra que la tradición es algo vivo y permeable que se va ‘creando’ o ‘modificando’ con el tiempo. En este caso es sumamente llamativo ya que las influencias llegaron nada más y nada menos de una región situada a más de 10.000 kilómetros de distancia; sin embargo, el fenómeno de la emigración hacia los países de América Latina fue tan importante que dejó una honda impronta en la historia y cultura de muchos pueblos de la provincia. Lo del truco es pura anécdota…

¿Se juega al truco en tu pueblo? ¿Conoces otros versos del truco u otras expresiones venidas de América? No seas tímido y compártelas en los comentarios…

 

La tierra en Argentina: nuevos retos en torno a viejos problemas


Buenos Aires comenzó el año con las habituales celebraciones navideñas, el éxodo turístico hacia las playas y la operación de tiroides de la Presidenta para extirparle un cáncer que después resultó no ser tal. Una vez que Cristina Fernández se recupere de la intervención quirúrgica a la que fue sometida deberá afrontar sus obligaciones de mandataria, resultado de su victoria en las elecciones de 2011 con un 54% de los votos. Este segundo mandato plantea numerosos retos para la gobernante, pero hay tres cuestiones relacionadas con la tierra, los recursos naturales y las materias primas a las cuales habrá que prestar una especial atención en este año que comienza.

Una primera cuestión que exige seguimiento es la producción de alimentos. A consecuencia del fenómeno climático de La Niña, los países del Cono Sur, y especialmente el sur de Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina, se están viendo afectados por una importante sequía lo cual afectará a las cosechas. Esta sequía, que afecta a las regiones más agrícolas de la Argentina como la Pampa húmeda, está provocando importantes mermas en las cosechas de maíz y de soja (aquí se produce en torno al 17% de la soja mundial). En un momento de demanda creciente de alimentos por parte de los países en desarrollo y de países emergentes como India o China (uno de los principales socios comerciales de Argentina) un descenso de las cosechas de soja y maíz podrían incrementar su precio en la bolsa de Chicago donde se negocian los “futuros” de estas “commodities”. Habrá que ver hasta qué punto estas malas cosechas previstas podrían desencadenar una subida del precio de los alimentos y ayudar a cocinar una nueva crisis alimentaria similar a la ocurrida en 2008.

Relacionado con la producción de soja y maíz, hay una segunda cuestión y son las disputas por las tierras de uso agrícola y ganadero. En los últimos años se han desmontado amplias superficies de bosques y pastizales para dedicarlas al cultivo. De ello se han derivado diversos conflictos, incluso violentos, ya que hay luchas por la tierra entre particulares, y también entre comunidades y terratenientes. Baste recordar que en 2011 hubo varios muertos; uno de los incidentes más graves fue el ocurrido en diciembre en Santiago del Estero con varios campesinos “baleados”.

Otros problemas en relación a los usos agrícolas están relacionados con la compra/acaparamiento de tierras por parte de extranjeros, y con la sostenibilidad medioambiental, en tanto que tierras de bosques son transformadas en tierras agrícolas con la consiguiente pérdida de biodiversidad. En lo que se refiere al acaparamiento de tierras, también Argentina está en el ojo de huracán con el creciente interés de multinacionales chinas y árabes en la adquisición de tierras para la producción de alimentos. Así en 2011 la compañía estatal china Beidahuang Group firmó un acuerdo con el gobierno de la provincia de Río Negro para explotar una superficie de 320.000 hectáreas con una inversión estimada de 1.500 millones de US$. En un contexto mundial de subida de los precios de las materias primas y de los alimentos, es de esperar que estas disputas y conflictos se mantengan latentes o explícitos. El actual gobierno, con mayoría en la Cámara de Diputados, está impulsando una Ley de Tierras que entre otras cosas limita la propiedad de ésta en manos de extranjeros y crea un Registro Nacional de Propietarios de Tierras. Desde las organizaciones campesinas como el MOCASE-Vía Campesina se pide que los campesinos sean tenidos en cuenta. En este sentido habrá que ver cuál es la posición del gobierno argentino: si apuesta por un modelo de soberanía alimentaria con una protección efectiva de la tierra y de los derechos de las comunidades indígenas o hace la vista gorda y mantiene el apoyo tácito al modelo agroexportador vigente, consciente de que las exportaciones de soja y otras materias primas son uno de los ejes del modelo agropecuario y fundamentales también en la obtención de divisas.

En este contexto de aumento de los precios de las materias primas, un tercer conflicto surge con la minería, y en particular la que se realiza a cielo abierto. Como es sabido, la minería a cielo abierto exige el desmonte de amplias superficies de tierra que en ocasiones tienen utilidad agrícola, ganadera o forestal. Pero no sólo eso, la minería del oro por ejemplo, implica la utilización de grandes cantidades de cianuro el cual puede acabar depositado en la naturaleza contaminando acuíferos y cursos de agua, y dañando, por tanto, la vida. Por esta razón, se suceden las protestas contra los emprendimientos mineros, como la de los vecinos de Famatina en la provincia de La Rioja que desde hace meses vienen movilizándose contra los proyectos de minería aurífera por parte de las compañías Barrick Gold y de Osisko Mining, autorizados éstos por el gobernador kirchnerista Luis Beder Herrera.

En este sentido, hay que tener en cuenta que la Ley Minera vigente en la Argentina es de la época de Menem y otorga numerosas ventajas a las empresas extranjeras. Parece haber una cierta demanda social que exige cambios en esta Ley y tal vez ahora, con mayoría en la Cámara de Diputados, sea el momento de actuar y promover un cambio profundo a favor de una mayor sostenibilidad. No obstante parece haber una cierta hipocresía al respecto, ya que mientras los gobernantes hablan de soberanía nacional y desarrollo sustentable se siguen cerrando acuerdos con las grandes multinacionales mineras y se fomenta la inversión de países como China. Precisamente, el mencionado líneas atrás Luis Beder Herrera, junto con el Secretario de Minería de la Nación Jorge Mayoral, encabezó la delegación argentina que en noviembre de 2010 presentó en Tianjin (China) el III Congreso de “Minería Argentina: Oportunidades de Inversión” para promover nuevas inversiones chinas en actividades de exploración y producción minera en el país. Para el Secretario de Minería, estas inversiones previstas, superiores a los 30 mil millones de dólares, posibilitarían la realización de nuevos proyectos productivos, y convertirían a Argentina en un gran jugador mundial de cobre, plata y oro, a la vez que líder en materia de minería de litio y boratos. Otro ejemplo de este doble discurso gubernamental es la Ley de Glaciares (aprobada en 2010 y que prohíbe la contaminación y la exploración minera y de hidrocarburos en los glaciares y periglaciares) la cual está paralizada por los recursos de las empresas mineras y la no dotación de fondos por parte del gobierno para realizar el inventario de zonas a proteger.

Hasta ahora no se ha avanzado mucho en estas materias, ya que, como justifican los simpatizantes del gobierno, se trataba de resolver lo más urgente. No cabe duda de que la situación heredada, especialmente por Néstor Kirchner, era especialmente complicada. No obstante habrá que ver si se opta por un cambio real y serio en el modelo de producción o se sigue aprovechando el “viento de cola” de los altos precios de las materias primas y de los alimentos. Lo que suceda al respecto, será importante para el futuro de Argentina pero también para América Latina y el mundo en general.

 

Texto de José SERRANO publicado en enero de 2012 en RESET

Foto: Desmontes en Salta (Argentina) – Greenpeace

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