Desmontando supersticiones, falacias y mitos (i): la tragedia de los comunales


La ‘tragedia de los comunales’ es una de esas teorías que de forma recurrente aparece en los medios para recordarnos que la propiedad común (generalmente de  aprovechamiento colectivo) no es eficiente ni sostenible y va camino de su extinción por la sobrexplotación. La burra de todos la come el lobo, que diría el refrán tradicional.

Pues, a pesar de lo arraigada que pueda estar esa creencia, hay numerosos estudios que desacreditan esos argumentos. Es más, históricamente hay muy pocas evidencias de dicha tragedia e incluso Elinor Ostrom recibió un Premio Nobel por sus teorías que, claramente, contradicen y niegan la tragedia de los comunales.

El concepto se originó en un ensayo escrito en 1833 por el economista británico William Foster Lloyd, quien utilizaba un ejemplo hipotético sobre los efectos del pastoreo no regulado en los comunales (common lands) de Gran Bretaña e Irlanda. Más o menos el ejemplo es así: si un grupo de ganaderos posee un terreno y uno de ellos para aumentar la ganancia, decide meter a pastar una vaca más, el resto terminaría haciendo lo mismo. En esa dinámica —viene a decir Lloyd— cada ganadero iría introduciendo una vaca, y otra, y otra más, hasta un punto que el pasto se agotaría y el sistema acabaría colapsando.

Obviamente, el ensayo de Lloyd pretendía justificar las ‘enclosures’, esto es la privatización de las tierras comunales. Con la privatización de los comunales los problemas de sobrexplotación desaparecerían ya que el propietario cuidaría de que el recurso no se agote. Ese mismo argumento, con diversas variantes, fue utilizado a lo largo y ancho de Europa durante el siglo XIX: la propiedad comunal era presentada como ineficiente y propensa a ser sobreexplotada; es decir, todo el mundo buscaba lucrarse al máximo sin preocuparse del daño que podía ocasionar.

Aunque en toda época y lugar, la propiedad comunal ha sido denostada, la tragedia de los comunales alcanzó gran popularidad a partir de 1968 a raíz de la publicación en la revista Science de un artículo de Garrett Hardin titulado «La tragedia de los comunales». Hardin vuelve con el ejemplo del prado y las vacas señalando que con la propiedad comunal la racionalidad privada (del beneficio inmediato) se perjudica la racionalidad pública. Hardin sostenía que el mundo estaba plagado de bienes comunales, y como la población no dejaba de crecer, esa lógica de explotación aseguraba el agotamiento de la Tierra y una catástrofe ecológica y económica. Según Hardin la única manera de evitarlo era controlando la natalidad. Lo que no todo el mundo sabe es que detrás de la teoría de Hardin había una clara —y perversa— intencionalidad política que descubrirán si siguen leyendo.

Antes de desvelar qué movía a Hardin a sostener esos planteamientos, indicar que también Ludwig von Mises de la Escuela Austríaca defendía argumentos similares para mostrar los problemas que plantean los derechos de propiedad insuficientemente definidos y/o defendidos. Dice von Mises en este artículo: «Si el terreno no es propiedad de nadie, aunque el formalismo legal pueda calificarlo de propiedad pública, se utiliza sin considerar las desventajas resultantes. Quienes estén en situación de apropiarse de los beneficios (leña y caza en bosques, pescado en áreas acuáticas y depósitos minerales en el subsuelo) no se preocupan por los efectos posteriores de su modo de explotación. Para ellos, la erosión del terreno, el agotamiento de los recursos no renovables y otros problemas de la utilización futura son costes externos que no entran es su cálculo de entradas y salidas. Talan los árboles sin consideración por los brotes o la reforestación. Al cazar y pescar, no retroceden ante métodos que impiden la repoblación de las zonas de caza y pesca«.

Hasta ahí todo más o menos bien, pero tal y como aparece formulada, la tragedia de los comunales se basa en asunciones que son totalmente falsas. Asumen: (i) que las tierras comunales no tienen dueño efectivo; (ii) que todo el mundo puede acceder libremente y sin cortapisas al uso de los recursos comunales; (iii) que lo único que parece mover a los campesinos es el ánimo de lucrarse, sin tener en cuenta otras consideraciones; y (iv) que los campesinos carecen de sentido común y no les importa lo más mínimo destruir los recursos comunes a costa de una pequeña ganancia individual.

Las evidencias históricas muestran que todas estas premisas son falsas, o al menos, inexactas. No me extenderé, ya que en otras entradas del blog hemos visto como, por ejemplo, en la provincia de León las tierras comunales son del concejo de vecinos que las gestionaba y velaba para nadie abusase del recurso común. No eran de acceso libre, ni mucho menos. Por un lado, para acceder a utilizar los comunales había que tener la condición de vecino. Por otro, los aprovechamientos en los comunales solían estar claramente regulados y por ejemplo en relación a los pastos, en las ordenanzas concejiles se establecían las épocas de aprovechamiento, el número de cabezas que cada vecino podía introducir, etc; también los aprovechamientos de maderas y leñas, la caza o los usos agrícolas, estaban regulados. Y obviamente, se establecían castigos para quienes contraviniesen esta normativa. En general, se mostraba un especial cuidado en prevenir la sobreexplotación ya que se pensaba en las generaciones venideras (hay por tanto una voluntad de sostenibilidad). Y obviamente, se evitaba el agotamiento del recurso común ya que en ello les iba la propia supervivencia. Por último, hay que destacar que la lógica de la economía campesina no giraba en torno al riesgo y el beneficio sino que las decisiones se basaban en otros parámetros como las necesidades de consumo o el trabajo exigido para producir. A todo ello se añade que el comportamiento económico de los campesinos estaba modulado —e incluso subordinado a— por los valores morales.

No voy a entrar aquí en temas de eficiencia de la propiedad común frente a la propiedad privada, y remito al lector a los estudios de Robert C. Allen para Inglaterra o Fran Beltrán Tapia para España, los cuales muestran que el comunal podía ser tan eficiente e innovador como la propiedad privada. Lo que sí parece bastante claro es que esta última —a diferencia de lo sostenido por los evangelistas de la ‘mano invisible’— no asegura una mayor sostenibilidad ambiental. Así por ejemplo en España, las privatizaciones de comunales realizadas al amparo de la desamortización de Madoz, y también de Mendizábal, supusieron el descuaje de miles de bosques. Ante los precios altos de la madera y del grano al propietario de la tierra le salía muy a cuenta convertir los árboles en madera, roturar y sembrar cereales.

Aunque los historiadores han venido demostrando que la tragedia de los comunales no era tal, sino una malinterpretación interesada, hubo que esperar al año 2009, para ser tomados en serio por los economistas. Ese año, la Real Academia de las Ciencias de Suecia otorgó el Premio Nobel de Economía a Elinor Ostrom por re-examinar el debate de la tragedia de los comunales ofreciendo argumentos más sutiles y convincentes basados en el estudio de la gestión de los recursos naturales locales en países en desarrollo. Muestra Ostrom que, precisamente, la participación de la comunidad local es una de las claves del éxito para asegurar la sostenibilidad de los recursos comunales. A partir de ese momento la ‘tragedia de los comunales’ ha ido perdiendo predicamento entre los economistas y han aparecido matices: que si sólo se da cuando los derechos están mal definidos o poco claros, que si bla, bla, bla.

Para ir cerrando el tema, y volviendo a Hardin, al igual que sucedía con el liberalismo decimonónico y la Escuela Austríaca, detrás de sus teorías había una clara intencionalidad ‘política’. Su artículo era básicamente un argumento a favor del control de la natalidad. Hardin usó el fantasma de la destrucción ambiental y el conflicto étnico para promover políticas que, sin ningún género de dudas, se pueden considerar fascistas. Hardin defendía que para prevenir el colapso, la sociedad estadounidense debía adoptar valores más radicales, y especialmente en relación a la reproducción, siendo un acérrimo defensor de esterilizaciones masivas. Sostenía que EEUU debía rechazar la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, argumentando que el gobierno debía adoptar medidas coercitivas para prevenir que las mujeres —especialmente las que no eran de raza blanca— se reprodujesen. De acuerdo con Hardin, algunos grupos étnicos estaban utilizando la natalidad para asegurar su expansión y por tanto el derecho de reproducirse debía ser limitado. Hardin sostenía que los inmigrantes llegaban a EEUU a robar la riqueza y los privilegios que la cultura de origen no podía proporcionarles. Por este motivo, Hardin consideraba que la inmigración era intolerable y también detestaba la ayuda al desarrollo argumentando que permitía que las naciones pobres viviesen por encima de sus posibilidades.

Como pueden ver en este artículo, Hardin fue un convencido racista, eugenicista, nativista e islamófobo. Durante décadas usó su autoridad en la Universidad de California como ecologista respetado para integrar las actitudes nativistas hacia la raza y la inmigración en el movimiento ambientalista estadounidense. Además de que muchos de sus argumentos racistas están basados en teorías pseudocientíficas, trabajó activamente para convencer a la opinión pública de que la inmigración —la no blanca, por supuesto— era un problema ambiental, motivo por el cual debían cerrarse las fronteras y purgar la diversidad étnica de los EEUU tanto como fuese posible. A fin de cuentas, Hardin era lo que hoy llamaríamos un supremacista blanco.

En fin…

Un artículo sobre el Estado y la gestión del monte


Hace ya unos años que fue publicado en la prestigiosa revista ‘International Journal of the Commons‘ un artículo del leonés José A. Serrano-Alvarez.

El artículo en cuestión se titula «When the enemy is the state: common lands management in northwest Spain (1850–1936)»; algo así como «Cuando el enemigo es el Estado: la gestión de los comunales en el Noroeste de España (1850-1936)».

Precisamente, este artículo es un estudio de caso de lo ocurrido en la provincia de León en relación a la intervención del Estado en la gestión de los comunales. El autor parte de la hipótesis de la premio Nobel Elinor Ostrom que en su libro “El gobierno de los comunes» [Governing the Commons] sugería que la intervención del Estado podía desestabilizar seriamente el equilibrio del sistema bien porque las soluciones propuestas crean problemas mayores de los que pretenden resolver, bien porque las regulaciones desarrolladas a nivel local no son reconocidas o son deslegitimadas por parte de las autoridades nacionales.

Se muestra que la agricultura tradicional en León, como en otras partes del Norte y Noroeste de España estaba basada en el uso de los comunales (montes, quiñones, puertos, coutos, etc); según el autor se trataría de una superficie en torno a las 913.000 hectáreas (de las cuales 843.000 Has. habían sido calificadas como ‘Montes de Utilidad Pública’), Estos comunales, explotados directamente por los vecinos, eran la urdimbre del tejido productivo y su explotación estaba regulada por detalladas normas, generalmente recogidas en las ordenanzas concejiles.

En el siglo XIX, el Estado liberal intentó acabar con el régimen comunal a través de varias medidas: (i) poniendo a la venta los comunales; (ii) impulsado una economía de mercado y una agricultura más intensiva; (iii) a los concejos de vecinos fueron ‘sustituidos’ por los recién creados municipios / ayuntamientos; y (iv) los montes pasaron a estar bajo el control del Estado con la creación del Cuerpo de Ingenieros de Montes. El resultado de todo ello es que las desamortizaciones y ventas de comunales crearon ‘inseguridad jurídica’, los Ingenieros de Montes impusieron drásticas restricciones en los usos tradicionales del monte y quitaron a los concejos sus poderes de castigar abusos, y los propios concejos fueron despojados de sus atribuciones de gobierno local, pasando éstas a los ayuntamientos.

No obstante, concluye el autor que en León los comunales sobrevivieron los intentos de privatización y, además, se mantuvieron los usos tradicionales en ellos; la explicación de ello es que los cambios fueron resistidos y el Estado no consiguió imponer su criterio. Justamente, en relación a la intervención del Estado, se indica que ésta tuvo consecuencias no deseadas poniendo en peligro la conservación de los recursos, en tanto que los campesinos fueron desposeídos de sus capacidades (y leyes) para gestionar los montes. Sin embargo, sugiere el autor que, en muchos casos, los concejos siguieron defendiendo sus recursos comunales frente a las intrusiones exteriores.

En fin. Si te interesa el tema, el artículo puedes descargarlo haciendo click en este enlace.

 

“El gobierno de los comunes” de E. Ostrom


Como ya señalamos en una anterior entrada, Ostrom fue la primera mujer en recibir el premio Nobel de Economía.

Quizás su obra más conocida sea «El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva». Básicamente en ella estudia cómo los individuos afrontan los problemas de actuar colectivamente en la gestión de los recursos comunes, y concretamente por qué individuos plenamente racionales toman decisiones que llevan a resultados irracionales.

Ostrom identifica tres modelos de acción colectiva, el de Hardin (la burra de todos la come el llobu, o lo que es del común es de ningún); el otro modelo es el llamado dilema del prisionero (dos detenidos sin información que piensan que sale más a cuenta denunciar al otro, con lo cual se acaban perjudicando los dos); y el tercero es el de M. Olson que sostiene que en grupos grandes donde no se puede excluir a quien no coopera, la acción más racional es la del gorrón que sin aportar nada, aprovecha el esfuerzo de los demás.

Frente a estas situaciones habría dos salidas para gestionar los recursos comunes: la privatización o que el Estado se haga cargo. Se supone que el interés individual, por la cuenta que le trae, vigilaría por la conservación del recurso, aunque la experiencia histórica muestra más bien que cuando un individuo compra un bosque generalmente no es para conservarlo sino para convertirlo en madera.

Por otro lado, el que el Estado asuma la gestión del recurso común no siempre tiene como resultado una mejor conservación. Así por ejemplo en el caso de los montes el leonés E. López Morán ya, a principios del siglo pasado, lo resumía muy bien: “Nunca, al menos en lo que yo conozco, estuvieron los montes más expuestos al descuaje y al arrasamiento, que cuando el poder central se encargó exclusivamente de su custodia (…) Precisamente ahora que el Estado tiene todo ese personal de ingenieros, ayudantes, capataces y guardia civil, es cuando los montes sufren más; y sufren porque los más directamente interesados en su conservación han sido privados de los medios eficaces de que antes disponían para procurarla y para conseguirla«.

La intervención del Estado supone por un lado quitar competencias a quienes dependen del recurso (y por tanto deberían estar interesados en su conservación) y por otro abrir las puertas a elementos ajenos a la comunidad como por ejemplo las empresas (movidas por la lógica del beneficio y que no les importa si el recurso se agota o no); incluso ante la posibilidad de sean «gente de fuera» la mayor beneficiada del recurso común, se opte por su destrucción (piense el lector por ejemplo en los incendios forestales).

Bien. El caso es que Elinor Ostrom observa que en los modelos de acción colectiva reseñados anteriormente no hay incentivos para la cooperación y parece haber una búsqueda de un beneficio inmediato por parte de los individuos. Ostrom acertadamente identifica que los problemas vienen por la ausencia de normas o instituciones, y muestra diversos casos en los que el manejo de los recursos comunes han sido exitosos.

Ostrom examina numerosos casos donde se da una cooperación exitosa e identifica 8 principios de diseño que caracterizarían a comunales bien gestionados.  En el siguiente cuadro tomado de un artículo de Aguilera Klink, al que se puede acceder clickando en este enlace, se muestran cuáles eran estas reglas:

Ostrom - Es decir, si se dan una serie de «condiciones» se puede  llevar a cabo gestión exitosa y duradera de los comunales; precisamente, en la provincia de León hay numerosos ejemplos de bienes comunales (puertos, montes, etc.) donde parecen haberse dado las condiciones establecidas por Ostrom. Ello pone relieve algo que parece de cajón pero no lo es; la mejor garantía de la conservación de los recursos comunales no es ni el individuo ni el Estado, sino la organización colectiva con reglas claras.

En resumen, lo interesante de esta obra de Ostrom es que arroja luz sobre la toma de decisiones, poniendo de relieve la importancia de las instituciones o reglas de juego y la gran diversidad de contextos y situaciones donde éstas se aplican. En fin… espero disculpen el rollo y se animen con la lectura de Ostrom.

Elinor Ostrom, un premio Nobel por el estudio de los comunales


Elinor OSTROM

Fíjense en la foto. Se trata de Elinor Ostrom, la primera mujer en recibir el Premio Nobel de Economía por su «análisis de la gobernanza económica, y especialmente los comunales». Efectivamente, Elinor Ostrom fue una politóloga americana que, entre sus muchas aportaciones a las ciencias sociales, destacó por su estudio de los recursos de propiedad común o ‘common-pool-resources’ en terminología anglosajona.

Ostrom,  a diferencia de lo que sostenía la teoría económica tradicional que consideraba que la mejor manera de administrar los comunales era la privatización o la supervisión por una autoridad central, demostró que el autogobierno podía ser más eficiente. ¿Recuerdan la entrada en este blog sobre la ‘tragedia de los comunales’?, pues básicamente Elinor Ostrom defendía lo contrario que Garrett Hardin. En esencia, tal como indica Sandro Pozzi en el obituario publicado en El País (y al que podéis acceder en este enlace), «su trabajo trató de probar que ni la gestión pública ni la privatización son siempre la mejor alternativa posible. Y demostró que las comunidades, cuando están bien organizadas, son más eficaces y logran un uso más sostenible de los recursos porque tienen un conocimiento más directo de la realidad”. 

Ostrom ha venido a ratificar que se justifica la existencia, el uso y la gestión de los bienes comunales por parte de pequeños campesinos y ganaderos. En una entrevista publicada con motivo del Nobel decía: “Hemos estudiado varios cientos de sistemas de irrigación en el Nepal. Y sabemos que los sistemas de irrigación gestionados por los campesinos son más eficaces en términos de aprovisionamiento de agua y presentan una mayor productividad que los fabulosos sistemas de irrigación construidos con la ayuda del Banco Mundial y la Agencia Norteamericana de Ayuda al desarrollo (USAID), etc. Así, sabemos que muchos grupos locales son muy eficaces”. 

Lo interesante es que Ostrom hace estas afirmaciones en base a estudios empíricos y experiencias históricas, y en este sentido su trabajo y el premio recibido ha sido inspiración y un empuje a todos aquellos que estudian los bienes comunales.  Su obra más importante es Governing the commons. The evolution of institutions for collective action, publicada en 1990, y que a pesar de su importancia nunca ha sido publicada en España (sí en Méjico bajo el título El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva, y que además es fácil de encontrar en .pdf en internet)

Tendremos ocasión de volver sobre la obra de Ostrom, pero si te interesa el tema en estos enlaces puedes consultar una entrevista que otorgó cuando se supo de la concesión del Nobel en 2009 y un artículo en la prensa sobre sus aportaciones.

La tragedia de los comunales


Un biólogo estadounidense, Garrett Hardin, se hizo famoso por un artículo titulado «La tragedia de los comunales» (Tragedy of the Commons, en inglés). En él venía a decir más o menos que «la burra de todos la come el lobo», como reza el dicho leonés. Explica Hardin que si hay un recurso común explotado por todos, al final se termina agotando. Pone como ejemplo un prado donde cada pastor va introduciendo a los pastos comunes un animal más, acabando el sobrepastoreo por destruir el recurso común.

No obstante la teoría de Hardin no es válida en relación a los comunales, ya que identifica erróneamente propiedad comunal con acceso libre o ausencia de propiedad. Precisamente, Elinor Ostrom, Premio Nobel de Economía en 2009, ha mostrado que (cumpliéndose algunos principios) los sistemas tradicionales de propiedad comunal aseguran una gestión eficiente de los recursos. Históricamente en León, los aprovechamientos de los comunales estaban sometidos a una reglamentación estricta a veces codificada en las Ordenanzas concejiles (véase el libro de Laureano Rubio ‘El sistema político concejil en la provincia de León’), lo cual impedía la sobreexplotación y su desaparición.

De todas maneras, el planteamiento que hay detrás de la ‘tragedia de los comunales’ es un cuento muy viejo que ha sido utilizado como excusa para privatizar y quitar el poder a los concejos. Ya en el siglo XIX, los ingenieros de montes consideraban que los vecinos de los pueblos utilizaban de forma abusiva y sin restricciones los montes y trataron de quitárselos. También fue un argumento utilizado para privatizar las propiedades aprovechadas colectivamente por los vecinos de los pueblos. Precisamente, allí donde los comunales fueron privatizados sí que se dio una tragedia más real, la de miles de campesinos pobres que no tenían tierras propias y que al verse privados de sus pocos medios de vida, tuvieron que malvivir como jornaleros o emigrar a las ciudades. Es la llamada ‘tragedia de los cerramientos’, que trataremos en otra entrada de este blog.

Hoy en día, el ministro Montoro quiere suprimir las juntas vecinales, argumentando que son opacas y no rinden cuentas. Lo grave es que, una vez suprimidas éstas sus bienes pasen al municipio. Esa sí sería una verdadera tragedia: la desaparición de cientos de juntas vecinales y el expolio de propiedades que son de los pueblos. Que nadie que defienda a los pueblos frente a la Administración también es una tragedia.

Nota final: Aunque la teoría de Hardin no es válida para los comunales, en algunos casos sí que se está cumpliendo: piensen por ejemplo en un recurso común como un banco de pesca en medio del océano; el que no haya limitaciones a la explotación por parte de las flotas pesqueras termina por agotarlo. O una casa en el pueblo con múltiples herederos, y de la que nadie se hace cargo de mantener: al final termina en ruinas…

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