No todo el mundo sabe que el secreto de un buen asado a la parrilla es el fuego; y para tener un buen fuego hace falta leña o carbón vegetal.
No todo el mundo sabe, y por eso la entrada de hoy, que hasta hace unas pocas décadas en muchos pueblos de León se elaboraba un excelente carbón vegetal de roble, encina o brezo. Es más, a juzgar por diversos testimonios, hasta segunda mitad del siglo XIX el carboneo fue en algunas comarcas una importante actividad.
Por ejemplo García de la Foz relata: «Los de algunos pueblos donde la madera abunda y el terreno es en produción ingrato, suelen ayudar á lo que la agricultura les produce, dedicándose al carboneo, quemando en hornos hechos á flor de tierra el roble y el brezo, y transportandole a la capítal y otros puntos de consumo; otras veces llevan también leña y urces ó la cepa del brezo: la ribera de Curueño, la Sobarriba y los pueblos del Bernesga y el Torío son los que más producto sacan de dicho artículo«. También Madoz en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar detalla numerosas localidades de la provincia donde el carboneo era una ‘industria’ destacada.
En los pueblos el carbón vegetal era utilizado para las fraguas: prácticamente en cada localidad de la provincia había una, básicamente para la reparación de útiles y herramientas agrarias. También las ferrerías y los centros urbanos como León, Astorga, La Bañeza o Ponferrada consumían importantes cantidades de carbón vegetal. Así por ejemplo en la ciudad de León, entre 1835 y 1840 eran consumidas anualmente más de 6.000 cargas de carbón; en este caso aunque desconocemos cuánto es una carga, ya que puede referirse tanto a capacidad como peso, y está en relación a la capacidad de transporte de un animal o un vehículo).
Aún así, el carboneo era una actividad temporal, complementaria a las ocupaciones agrícolas; incluso de algunos testimonios nos llevan a suponer que era una ocupación de los labradores más pobres. Munarriz, un militar que a principios del siglo XIX visitó el Bierzo para estudiar el establecimiento de una fábrica de armas, escribió que las herrerías bercianas funcionaban con carbón comprado a: «los carboneros aventureros que llegan a venderlo, y por lo regular son labradores que lo fabrican en cortas cantidades, en las estaciones que no tienen otro trabajo, y lo portean al hombro en dos pequeños costales, por los que les dan de cuatro reales a cuatro y medio; este carbón es generalmente de brezo«.
A finales del siglo XIX el carboneo era una actividad bastante marginal. Por ejemplo en la memoria del Plan de Aprovechamientos Forestales de 1895 el ingeniero señalaba que: «Pocas veces son transformadas en carbón estás leñas y cuando lo son se hace la carbonización siempre en hornos verticales, de forma cónica y cubiertos con tierra; tan pequeños, que no suelen hacer más de un carro de carbón. Este se vende al por mayor, por carros, y en pequeñas cantidades por arrobas y quilmas (sacos). En la montaña apenas se usa el carbón, pues sus habitantes pasan el invierno en las cocinas quemando grandes cantidades de leña en sus enormes hogares«.
Los factores que contribuyeron a su decadencia fueron por un lado la difusión del carbón de piedra para fraguas y herrerías que sustituyó al carbón vegetal. Por otro, las leyes forestales del siglo XIX prohibieron carbonear sin permiso en los montes públicos; visto que raramente lo autorizaban, el carboneo pasó a ser una actividad ‘ilegal’, perseguida y castigada por la guardería forestal.
Bien. Dicho de forma sencilla y no del todo exacta, el carbón vegetal no es otra cosa que leña a la que se le ha ‘extraído’ totalmente el agua para favorecer la combustión. Para evaporar el agua que contiene la madera es necesario calor, y en este caso para tal fin se utiliza la combustión parcial de la propia leña. El procedimiento era complejo y requería una continua supervisión, tal y como detalla Pablo Juarez:
«El procedimiento era meticuloso: cortaban la madera en el quiñón que les tocaba en suerte, y la acarreaban a las cercanías de la casa, dada la vigilancia que requería. La Primavera y el Otoño eran las época propicias para la fabricación del carbón, pues tanto las heladas como los calores y los vientos podían perjudicar la combustión.
Para armar la carbonera, se cortaba la leña en trozos de 50 a 150 centímetros, colocándolos horizontalmente en círculos, dejando en el centro una chimenea o caño, por el cual se cebaría con palos pequeños durante el proceso de quema, que acostumbraban a denominar como «cocer la leña».
Una vez dispuesta la leña se echaba sobre ella paja o picos, hojas y ramajo fino de encina, con el fin de sujetar los cuatro o cinco dedos de tierra que se añadirían, después de colocar la «gavilla». Revestida convenientemente, se construían respiraderos a ras de suelo, «butardas» con lajas de piedra que facilitarían la circulación del aire y a la quema uniforme. También se hacían otros denominados «botones» a 50 centímetros del suelo.
Prendida la carbonera, comienza a mermar y descomponerse, por ello había que cebarla en las partes que se apandaba para equilibrarla y evitar una cocción desigual, «cayendo a cortar» toda ella al mismo tiempo, asegurando una quema uniforme y una mayor calidad del carbón. Cuando el proceso terminaba, se quitaba la tierra dejando reposar la carbonera un par de días para asegurarse que la combustión había cesado«.
Bien. Hoy apenas queda gente en los pueblos que sepa cómo elaborar carbón vegetal, aunque hace unas semanas, tal y como recogían las noticias, los vecinos de Lagunas de Somoza hicieron una demostración de cómo ‘carbonear’; su objetivo era dejar constancia que tradiciones como esta, y que fueron un medio de vida para mucha gente, no se han perdido del todo.
Pues sí. Estaría bien que la gente joven que se anime y se vayan recuperando saberes y tradiciones como esta. Porque en este caso particular, de esta actividad se podría obtener un ingreso económico.
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La foto que acompaña el texto es de Peio García.