Pérdidas, desapariciones y olvidos: el carboneo.


 

No todo el mundo sabe que el secreto de un buen asado a la parrilla es el fuego; y para tener un buen fuego hace falta leña o carbón vegetal.

No todo el mundo sabe, y por eso la entrada de hoy, que hasta hace unas pocas décadas en muchos pueblos de León se elaboraba un excelente carbón vegetal de roble, encina o brezo. Es más, a juzgar por diversos testimonios, hasta segunda mitad del siglo XIX el carboneo fue en algunas comarcas una importante actividad.

Por ejemplo García de la Foz relata: «Los de algunos pueblos donde la madera abunda y el terreno es en produción ingrato, suelen ayudar á lo que la agricultura les produce, dedicándose al carboneo, quemando en hornos hechos á flor de tierra el roble y el brezo, y transportandole a la capítal y otros puntos de consumo; otras veces llevan también leña y urces ó la cepa del brezo: la ribera de Curueño, la Sobarriba y los pueblos del Bernesga y el Torío son los que más producto sacan de dicho artículo«. También Madoz en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar detalla numerosas localidades de la provincia donde el carboneo era una ‘industria’ destacada.

En los pueblos el carbón vegetal era utilizado para las fraguas: prácticamente en cada localidad de la provincia había una, básicamente para la reparación de útiles y herramientas agrarias. También las ferrerías y los centros urbanos como León, Astorga, La Bañeza o Ponferrada consumían importantes cantidades de carbón vegetal. Así por ejemplo en la ciudad de León, entre 1835 y 1840 eran consumidas anualmente más de 6.000 cargas de carbón; en este caso aunque desconocemos cuánto es una carga, ya que puede referirse tanto a capacidad como peso, y está en relación a la capacidad de transporte de un animal o un vehículo).

Aún así, el carboneo era una actividad temporal, complementaria a las ocupaciones agrícolas; incluso de algunos testimonios nos llevan a suponer que era una ocupación de los labradores más pobres. Munarriz, un militar que a principios del siglo XIX visitó el Bierzo para estudiar el establecimiento de una fábrica de armas, escribió que las herrerías bercianas funcionaban con carbón comprado a: «los carboneros aventureros que llegan a venderlo, y por lo regular son labradores que lo fabrican en cortas cantidades, en las estaciones que no tienen otro trabajo, y lo portean al hombro en dos pequeños costales, por los que les dan de cuatro reales a cuatro y medio; este carbón es generalmente de brezo«.

A finales del siglo XIX el carboneo era una actividad bastante marginal. Por ejemplo en la memoria del Plan de Aprovechamientos Forestales de 1895 el ingeniero señalaba que: «Pocas veces son transformadas en carbón estás leñas y cuando lo son se hace la carbonización siempre en hornos verticales, de forma cónica y cubiertos con tierra; tan pequeños, que no suelen hacer más de un carro de carbón. Este se vende al por mayor, por carros, y en pequeñas cantidades por arrobas y quilmas (sacos). En la montaña apenas se usa el carbón, pues sus habitantes pasan el invierno en las cocinas quemando grandes cantidades de leña en sus enormes hogares«.

Los factores que contribuyeron a su decadencia fueron por un lado la difusión del carbón de piedra para fraguas y herrerías que sustituyó al carbón vegetal. Por otro, las leyes forestales del siglo XIX prohibieron carbonear sin permiso en los montes públicos; visto que raramente lo autorizaban, el carboneo pasó a ser una actividad ‘ilegal’, perseguida y castigada por la guardería forestal.

Bien. Dicho de forma sencilla y no del todo exacta, el carbón vegetal no es otra cosa que leña a la que se le ha ‘extraído’ totalmente el agua para favorecer la combustión. Para evaporar el agua que contiene la madera es necesario calor, y en este caso para tal fin se utiliza la combustión parcial de la propia leña. El procedimiento era complejo y requería una continua supervisión, tal y como detalla Pablo Juarez:

«El procedimiento era meticuloso: cortaban la madera en el quiñón que les tocaba en suerte, y la acarreaban a las cercanías de la casa, dada la vigilancia que requería. La Primavera y el Otoño eran las época propicias para la fabricación del carbón, pues tanto las heladas como los calores y los vientos podían perjudicar la combustión.

Para armar la carbonera, se cortaba la leña en trozos de 50 a 150 centímetros, colocándolos horizontalmente en círculos, dejando en el centro una chimenea o caño, por el cual se cebaría con palos pequeños durante el proceso de quema, que acostumbraban a denominar como «cocer la leña».

Una vez dispuesta la leña se echaba sobre ella paja o picos, hojas y ramajo fino de encina, con el fin de sujetar los cuatro o cinco dedos de tierra que se añadirían, después de colocar la «gavilla». Revestida convenientemente, se construían respiraderos a ras de suelo, «butardas» con lajas de piedra que facilitarían la circulación del aire y a la quema uniforme. También se hacían otros denominados «botones» a 50 centímetros del suelo.

Prendida la carbonera, comienza a mermar y descomponerse, por ello había que cebarla en las partes que se apandaba para equilibrarla y evitar una cocción desigual, «cayendo a cortar» toda ella al mismo tiempo, asegurando una quema uniforme y una mayor calidad del carbón. Cuando el proceso terminaba, se quitaba la tierra dejando reposar la carbonera un par de días para asegurarse que la combustión había cesado«.

Bien. Hoy apenas queda gente en los pueblos que sepa cómo elaborar carbón vegetal, aunque hace unas semanas, tal y como recogían las noticias, los vecinos de Lagunas de Somoza hicieron una demostración de cómo ‘carbonear’; su objetivo era dejar constancia que tradiciones como esta, y que fueron un medio de vida para mucha gente, no se han perdido del todo.

Pues sí. Estaría bien que la gente joven que se anime y se vayan recuperando saberes y tradiciones como esta. Porque en este caso particular, de esta actividad se podría obtener un ingreso económico.

La foto que acompaña el texto es de Peio García.

 

 

Usos y costumbres leonesas: cómo hemos cambiado…


“Usos y costumbres. No se conoce trage provincial: al ver en una feria al maragato con su conocido y original trage; al cabrarés con su enorme sayo hasta las rodillas y unas polainas hasta medio muslo; al campesino con su chupetilla azul y su inseparable capa; al montañés con chaqueta ligera ajustada á su esbelto talle; al verciano con su ungarina: al ver que unos llevan zapatos con botines ya blancos, ya pardos, ya cortos, ya largos, ya por encima, ya por debajo de aquellos; que otros calzan abarcas, almadreñas, zuecos o galochas herradas, que si los unos llevan sombrero de fieltro ó de paja, todos se diferencian en la forma, en los adornos y en las dimensiones, y que si los otros llevan monteras, las hay andaluzas, estremeñas, castellanas, asturianas y gallegas: al ver esto nadie podra persuadirse que tan diversos y abigarrados trages pertenezcan a una misma prov.; sin embargo el natural de ellas al momento, á la simple vista, conoce no solo la comarca, sino hasta el l. que proceden. Reseñaremos no obstante el carácter y demás de las principales de aquellas: los montañeses son sútiles, festivos, obsequiosos, afables, honrados, buenos amigos, laboriosos, celosos por la educación de sus hijos, agradecidos y morigerados; su trage aunque sencillo es de lo más aseado y cómodo; usan los hombre pantalones ó calzon sencillo, chaqueta y chaleco de paño del pais, sombrero calañés y capa del mismo paño: las mugeres rodados cortos (especie de zagalejos), jubon con manga, dengue de paño rodeado en su estremidad con terciopelo ó cinta negra ó azúl, ó pañuelo de algodón ó seda en verano; collar sencillo de sartas, peinado con un solo atado hacia la parte del cirapucio ó mollera con una especie de toca negra á las véces, mantilla redonda, larga y de abrigo; hacen con sencillez y aseo sus viandas reducidas al uso de la leche, queso, manteca, pan de centeno por lo común cocido de carnes saladas la mayor parte del año, y en el verano una confección de carnero conocida con el nombre de caldereta: en la parle alta de la montaña de Babia y Laceana, existe la costumbre conocida bajo la denominación de dar los cucharones, consistente en molestar las mozas á los forasteros con pequeños golpes y pellizcos, obsequiándole después con bailes y regalos. Los riberanos de Orbigo é inmediaciones, usan calzón de paño sin tirantes, chaleco largo asolapado, ó unido en la parte inferior con una abertura en la superior bordada en las estremidades con algodón ó seda de colores, dejando entrever la camisa; chaqueta parda ó negra de corte seguido en su delantera, que no se ciñe al cuerpo en la parte del pecho, con bolsillos y carteras á la parte de atrás; montera ó sombrero calañés los mozos con escarapela ó adornos de colores: las mugeres, zapato bajo cou galón de color, media blanca, rodado estrecho sujeto en la parte céntrica posterior con unos galones que se atan para sujetarle, dejando caer desde la cintura, anchas cintas encarnadas ó de otros colores; mandil de frisa ú otra tela lustrosa; justillo de colores abierto por el pecho, descubriendo una camisa ajustada al cuello con pliegue menudo y bordado también de colores; pañuelo encarnado por lo común; grandes collares de sarta y medallas; largos pendientes; pelo dividido en dos trenzas tiradas á la espalda y atadas las puntas con un galoncito de color: los riberanos son soverbios si se quiere, y dejados para la educación de sus hijos, y en medio de ser grandes cosecheros de lino, carecen algunos hasta de sábanas; usan alimentos fuertes y muy cargados de pimienta; son aficionados á las bebidas, y es país en que se consume mucho bacalao.

Los Parameses usan un trage bastante parecido al de los riberanos, si bien las mujeres llevan menos bordados y cintas; son mas morígerados, trabajadores é industriosos que aquellos, tal vez por ser su suelo menos fértil; así es que dedican las épocas de descanso, al transporte de cueros y granos de unos mercados á otros; y á la venta del aceite de linaza procedente de las riberas. Los maragatos son harto conocidos para que nos detengamos en formar su reseña: las mugeres gastan zapatos de oreja con botón, media blanca, rodado blanco; una especie de mandiles colocados sobre el rodado, lo mismo delante que atras; dengue largo; justillo de seda; camisa con mucho bordado al cuello, pecho, puños y costura de las mangas; grandes collares dividido en 3 porciones; pelo dividido en 2 trenzas, y mantilla de punta larga con borlas en los estremos. El penoso trabajo á que se entregan en los campos, supliendo de este modo la ausencia de sus esposos, las hace buenas madres, y con una resignación y sufrimiento admirables para las privaciones de la vida. Ni hay mas conformidad en el dialecto: las palabras generalmente son castellanas castizas; pero no deja de haber según los parages, algunas voces exóticas y de origen desconocido, cuyo significado solo se comprende en ciertos distritos; si á esto se añade el uso inmoderado que en algunos se hace de los diminutivos, la estraña pronunciación de otros, y la variedad de acento en todos, se sabrá sin sorpresa que á duras penas se entienden entre sí los habitantes de los estremos de la prov. La misma variedad se observa en el carácter; sin embargo el tipo del leones es sobrio, honrado, laborioso, franco y pacífico: nos parece hemos sido demasiado prolijos en esta materia; pero a ello nos ha impulsado nuestro deseo en dar á conocer el buen carácter é índole de los leoneses”.

Madoz, Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1845-50).

Estos días en León las campanas suenan a muerto…


RíoEn estos días, en algunos pueblos de la provincia de León las campanas «suenan a muerto». Están anunciando la muerte inminente de la Junta Vecinal para el día de Nochevieja.

Y es que, como ya todo el mundo debe saber, el 31 de diciembre de 2014 es la fecha límite para que las juntas vecinales presenten sus cuentas. Esta vez no habrá más prórrogas. Y si una Junta vecinal no lo hace así, adiós, se acabó, Requiescat In Pace. Quizás por eso las campanas lo anuncian con unas semanas de anticipación…

Alguno puede pensar que no pasa nada porque desaparezca la Junta vecinal. Bien. Se equivoca. Quizás a muchos ayuntamientos les interesa la disolución de la junta vecinal y así quedarse con el patrimonio de los pueblos. Les dejamos con un artículo de opinión de José Serrano, publicado en Diario de León el 8 de agosto de 2012 cuando empezaba el run-run de ley Montoro, en el que se alertaba sobre las nefastas consecuencias de la supresión de las entidades locales menores.

En defensa de lo comunal

El día 13 de julio del 2012 puede pasar a la historia como uno de los días más nefastos para la provincia de León. El anteproyecto de Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local prevé la desaparición de las Entidades Locales menores que pasan a ser absorbidas por los Ayuntamientos, que también se quedarían con los bienes de los pueblos. Aunque detrás de estas medidas se argumenta la racionalización de la administración, visto el nivel de endeudamiento de los Ayuntamientos no sería descartable que estas propiedades acabasen vendidas al mejor postor, como ya ocurrió hace un siglo y medio. Es decir, los pueblos leoneses estuvieron a punto de perder sus propiedades con las desamortizaciones puestas en marcha a lo largo del siglo XIX para reducir la deuda del Estado.

Primero, la desamortización eclesiástica de Mendizábal (1837) puso en venta los bienes de la Iglesia. Sin embargo los pueblos se vieron privados de bienes que aprovechaban colectivamente como «cotos redondos», «dehesas de labor» o montes pertenecientes a monasterios como los de Sahagún Carracedo, Gradefes o Carrizo de la Ribera y que fueron comprados por burgueses y especuladores. Aunque éstos continuaron arrendándolos a los pueblos, impusieron nuevas condiciones, a veces abusivas; un ejemplo de lo ocurrido es Villaverde de Sandoval, comprado de forma fraudulenta por G. Balbuena y que derivó en un conflicto de orden público, al quedar excluidos de los aprovechamientos la mayor parte de los vecinos. No obstante, también los pueblos se valieron de la ocasión para comprar de forma colectiva montes y propiedades comunales.

De nuevo a mediados del siglo XIX, con un Estado fuertemente endeudado, Pascual Madoz, ministro de Hacienda, puso en venta los llamados bienes de propios; es decir, bienes cuyo aprovechamiento era cedido por el concejo a particulares a cambio del pago de un canon. Al amparo de esta desamortización fueron enajenados molinos, fraguas, cantinas, quiñones, cotos boyales o montes de aprovechamiento común. No obstante, en León, en comparación con otras provincias españolas, la superficie de comunal vendida durante el siglo XIX fue mínima. La principal razón de ello es que, al ser los comunales básicos para las economías campesinas todos los sectores sociales se aliaron para impedir su venta. A través de estrategias legales como las «solicitudes de excepción» de la venta, o «ilegales» como la violencia contra los compradores o las quiebras fraudulentas, los pueblos impidieron muchas ventas. También hubo ocasiones en las que los pueblos conservaron su patrimonio comunal porque los vecinos, comprometiendo sus capitales, compraron colectivamente bienes subastados, los cuales posteriormente eran escriturados a favor de las Juntas vecinales.

También durante el XIX los pueblos fueron desposeídos de comunales con la desamortización de foros y censos y con la «abolición de los señoríos», resuelta de forma muy favorable a la nobleza al reconocerle la propiedad plena de montes y fincas por las cuales los pueblos pagaban rentas señoriales. De hecho, cuando en 1931 la Ley de Bases de Reforma Agraria republicana preveía la abolición de los señoríos y el rescate de los comunales de los pueblos que un siglo antes habían sido vendidos o usurpados al amparo de la desamortización, diversos pueblos de León acudieron al Instituto de Reforma Agraria a reclamar, siendo destacado el caso de Villamor de Riello defendido por el insigne D. Vicente Flórez de Quiñones.

Durante el siglo XIX no sólo les fueron arrebatadas a los pueblos propiedades comunales, sino que el Estado liberal intentó despojar a los concejos y a los vecinos de la gestión de sus bienes comunales. Por un lado, con la creación de los municipios en 1812, las leyes únicamente reconocían a los ayuntamientos, columna vertebral del caciquismo, como interlocutores entre los pueblos y la Administración. Posteriormente, a través de diversas leyes se determinó que la administración de los comunales y montes «públicos» era competencia de los Alcaldes municipales y ayuntamientos y no de los concejos de vecinos. Una de las consecuencias es que las Juntas administrativas o vecinales se vieron privadas de competencias para castigar a quienes cometiesen infracciones en la utilización de los recursos comunales. No obstante, a pesar de que administrativamente se despojó a los «concejos de vecinos» de competencias y se intentó desposeer de todo valor legal a la costumbre y a las ordenanzas concejiles, los pueblos siguieron defendiendo y aplicando el ordenamiento comunitario.

Por otro lado, y en lo que se refiere a la gestión de los montes de los pueblos, a partir de 1853 ésta pasó a ser tutelada por los Ingenieros de Montes. A partir de ese momento, se prohibieron y castigaron aprovechamientos tradicionales como las roturaciones y el pastoreo, considerados dañinos para el monte; incluso, a partir de 1876 se encargó a la Guardia Civil las tareas de guardería forestal. A pesar de la represión, el intento de los ingenieros de montes de promover un monte productor de madera a través de repoblaciones y ordenaciones fracasó y tuvieron que limitarse a cobrar el 10% de la tasación de los aprovechamientos tradicionales (ganadería, ramón, leñas y roturaciones). Los ingenieros no pudieron salirse con la suya porque los vecinos resistieron y rechazaron la ingerencia exterior, la cual ponía en peligro sus medios de vida y su supervivencia que dependía de los aprovechamientos en los comunales.

Si hoy en día en León, en pleno siglo XXI, se mantienen los comunales es porque los vecinos las defendieron con «uñas y dientes» frente a las embestidas del Estado liberal. Esos bienes de los pueblos hoy vuelven a estar en peligro, casi por las mismas razones que el siglo XIX: un Estado endeudado y unas instituciones políticas en manos de gente que las ha venido utilizando en provecho propio. A diferencia del pasado, hoy los comunales ya no son fundamentales en la economía leonesa, ya que cada día menos gente vive de la agricultura y de la ganadería. Sin embargo, los comunales son un legado de nuestros antepasados que hoy nos toca defender a nosotros. Con una economía en manos de especuladores, se corre el riesgo de que los montes y las propiedades de los pueblos acaben vendidos a precio de saldo; es más, lo peligroso es que hoy con una economía globalizada estas propiedades acaben en manos de empresas extranjeras y que acabemos sintiéndonos extraños en nuestra propia tierra.

 

La desamortización olvidada. León (1810-1840)


 

Hace unas semanas en una entrada de este blog, comentábamos que en 1855 el ministro de Hacienda Madoz intentó vender las propiedades de los pueblos para hacer frente a las necesidades presupuestarias del Estado.

Aunque en León los pueblos conservaron la mayor parte de las propiedades comunales, en muchos lugares antes de la desamortización de Madoz ya habían ‘desaparecido’ una parte importante de los patrimonios comunales.

La venta de propiedades de los pueblos fue especialmente importante en la primera mitad del siglo XIX, en el período que transcurre entre 1810 y 1840, a causa de la Guerra de la Independencia y las guerras carlistas. Debido a estos conflictos bélicos, ayuntamientos y juntas vecinales acabaron muy endeudadas, por lo que fue frecuente recurrir, entre otras medidas, a la venta de bienes para paliar esta escasez presupuestaria.

Basta con mirar los protocolos notariales de las primeras décadas del siglo XIX de cualquier partido judicial de la provincia para constatar la venta de numerosas fincas comunales en distintas localidades de la provincia, motivo por el que este proceso es considerado como una ‘desamortización olvidada».

En lo que se refiere a las guerras napoleónicas, con el vacío de poder surgido se dio una coyuntura muy favorable para la venta de tierras concejiles. Aunque las ventas parecen haber sido más intensas en las zonas de ribera y en aquellos municipios urbanos que padecieron la ocupación francesa de facto, como por ejemplo Valencia de Don Juan, el fenómeno se dio a lo largo y ancho de toda la provincia.  

Precisamente en la antigua villa de Coyanza, ocupada por distintos ejércitos entre 1808 y 1813, las actas municipales dan testimonio de las ventas producidas durante este periodo. Así por ejemplo en febrero de 1810, el Ayuntamiento agobiado por las cargas de la guerra vendió varios predios (la Chopera, Molino Caído, Soto de Abajo, Fuentes de Aja y Marialba); en julio se aumentaron los impuestos; y en septiembre fueron marcadas nuevas fincas que fueron vendidas en febrero del año siguiente. También en febrero de 1811 se arrendaron los molinos de la villa; en abril se vendieron los predios de Pontecillos y Cañamales; y en noviembre (con un nuevo impuesto de guerra) se enajenaron las eras y otras fincas del común. Y así en los años sucesivos…

El caso es que en Valencia de Don Juan la situación desastrosa de la Hacienda municipal (quizás originada en estos años) se mantuvo a lo largo del siglo XIX. Ello obligó a nuevas ventas de comunales, como el “Monte pequeño” vendido en 1851. El remate de todos estos procesos fue la desamortización de propios que acabó liquidando el amplio patrimonio comunal de Valencia de Don Juan.

También en pueblos de la montaña leonesa, como Riaño, Burón, Acebedo, Maraña, o Boca de Huérgano hubo enajenaciones de bienes concejiles con motivo de la ocupación napoleónica. En Acebedo, entre 1809 y 1819, el concejo autorizó la venta en pública subasta de más de un centenar de fincas; según figura en la documentación notarial la razón de estas ventas fue el “remediar las necesidades que padece la citada villa por falta de medios para atender el socorro de nuestras tropas españolas en defensa de los enemigos que ymbaden la patria”.

El otro hito fueron las guerras carlistas, ya que en 1835 y 1838 se autorizó la venta de Realengos o baldíos y la venta de leña de los montes para indemnizar a los perjudicados por las incursiones carlistas en la provincia. Acogiéndose a este decreto, fueron vendidas fincas concejiles en numerosas localidades leonesas.

Lo más destacable es que la privatización de comunales de la mitad del siglo XIX estuvo plagada de irregularidades. Las oligarquías locales y los más ricos, aprovechando el vacío de poder y a la inseguridad jurídica, controlaron el proceso y lo aprovecharon para  aumentar sus patrimonios rústicos. La premura con la que se hicieron las subastas a causa de las exigencias y amenazas del ejército francés facilitó todavía más los manejos ya que se ignoró toda legalidad.

Estos ‘chanchullos’ provocaron que vecinos y concejos de unos cuantos pueblos acudieron a denunciar las irregularidades a la Diputación Provincial. Por ejemplo el concejo de Santas Martas alegaba que “cuatro ricos manipulantes fraguaron el enredo para ganar como vendedores, y después como compradores»; también los vecinos de Bustos señalaban que los ‘cuatro ricos’ para pagar las contribuciones habían dividido en quiñones varios terrenos concejiles poniéndoles un precio que no era asumible por los más pobres; de esta manera la mayoría de vecinos tuvieron que ceder su parte a los ricos que se hicieron con las tierras por ‘cuatro reales’.

En fin. Interesante, ¿no?. Ya lo saben…  “Quien reparte, y bien reparte se queda con la mejor parte”.

Si te interesa el tema, en el Capítulo 2 de la Tesis doctoral de José A. Serrano Álvarez, entre las págs. 191 y 208, tienes más información del tema. Aquí tienes el enlace.

La desamortización de Madoz o el intento de quitarle las propiedades a los pueblos


Quizás un ministro como Montoro, aparentemente bastante mediocre, acabe pasando a la historia. Podría darse (aunque sería penoso) pasar a la posteridad por haber hecho desaparecer las juntas vecinales y  los bienes de los pueblos gestionados por éstas.

De alguna manera sería poner el final a siglos de historia y de resistencia a los ataques del Estado. Como ya contamos en otra entrada del blog, los comunales siempre han estado amenazados. Cuando más comprometida estuvo su existencia fue en el siglo XIX con los gobiernos liberales, ya que su idea era acabar con aquellas formas de propiedad –como los comunales–  ‘incompatibles’ con el modelo de propiedad liberal que se buscaba imponer; en segundo lugar otra de las finalidades de la venta de los bienes de los pueblos era aumentar el número de propietarios y atraer adeptos al régimen liberal; en tercer lugar no se oculta tampoco que la Hacienda Pública necesitaba obtener más dinero (¿les suena de algo?).

De esta manera, el 1º de mayo de 1855 (por aquella época los primeros de mayo no eran festivos), el ministro de Hacienda de la época, Pascual Madoz, presentaba a las Cortes un proyecto de Ley de Desamortización que declaraba enajenables, entre otros, “todos los predios rústicos y urbanos, censos y foros pertenecientes al Estado, y (…) a los propios y comunes de los pueblos”. A partir de ese momento cualquier finca reclamada por un comprador debía ser sacada a pública subasta. También se establecía que la posibilidad de exceptuar de la venta algunos predios que tuviesen una clara funcionalidad social como eran los montes y algunos terrenos de aprovechamiento común; así por ejemplo en provincias como León, situada en la parte montañosa de España, fueron exceptuadas amplias superficies de montes.

León fue una de las provincias de España donde se desamortizó una menor superficie de comunales y montes de los pueblos, si bien hubo comarcas como El Bierzo o Tierra de Campos donde las ventas de comunales sí que fueron importantes. Parece que los bienes de los pueblos más vendidos eran aquellos a los cuales se les podía sacar una mayor rentabilidad económica como molinos, quiñones de cultivo, o incluso puertos de merinas. Sin embargo llama la atención que en León la venta de los pueblos no tuviese el mismo alcance que en otras áreas del país. Las razones parecen haber sido varias; en primer lugar el propio Estado dejó fuera de la venta amplias superficies (más de 400.000 hectáreas de montes fueron exceptuadas de la desamortización); en segundo lugar parece que se privatizó poco porque la mayoría de los comunales eran montes, y únicamente en aquellas comarcas donde podían ser roturados y sometidos al cultivo agrícola despertaron un mayor interés por parte de los compradores. Sin embargo, en León hubo comarcas donde las tierras sacadas a subasta tenían una clara funcionalidad agrícola y no se privatizaron –por ejemplo en la Ribera del Órbigo–, y ahí entran precisamente las formas de organización como los concejos abiertos de vecinos y la significación de estos bienes y espacios colectivos en las formas de organización social.

Se intuye por tanto que, en tercer lugar, hubo un consenso social para el mantenimiento de los bienes comunales. Amplios sectores de la sociedad leonesa se mostraron contrarios a la venta de los montes, tal y como se reflejó en la prensa. Uno de los periódicos más beligerantes contra la venta de los montes fue El Porvenir de León, de orientación demócrata progresista y ligado a la figura del republicano Gumersindo de Azcárate. Esta publicación se argumentaba que las desamortizaciones no solucionaban los problemas reales  y además habían empobrecido a los grupos sociales con menos medios de producción. Es decir, con la venta de los pastizales, las dehesas boyales y los pastos en común, indispensables para la reproducción de las economías de aquellos más pobres, se estaba haciendo más daño que beneficio. También desde la prensa conservadora se criticó la desamortización de los montes argumentando que no era muy conveniente que los montes pasaran a propiedad particular por la incapacidad de los vecinos para conservarlos y por los efectos que los montes tenían sobre las aguas, la agricultura y la vida en general, los cuales se verían mermados en caso de ser vendidos.

En resumen, uno de los factores –quizás el más importante– que explicaría la escaso impacto de la desamortización civil en la provincia de León sería la resistencia del campesinado a perder  los comunales y, en consecuencia, de las estrategias puestas en marcha por comunidades vecinales para defender usos y recursos comunales. Quien quiera sacar conclusiones, que las saque…

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Si estás interesado en el tema y quieres conocer el volumen, las características, los ritmos y otros detalles de la desamortización en la provincia de León puedes consultar el capítulo 3 de la tesis doctoral de José A. Serrano Álvarez y a la que puedes acceder libremente haciendo click aquí.

Las propiedades comunales, siempre amenazadas…


 

Está estudiado que los comunales en el antiguo Reino de León tienen su origen en la Edad Media. Por delegación de los reyes, en la tierra que se iba recuperando a los reinos musulmanes se establecían grupos familiares. Generalmente, el área geográfica delimitada por los contornos geográficos de un valle natural, pasaba a ser una unidad de propiedad y explotación colectiva agraria y ganadera o ‘concejo’. Por otra parte, la extensión de estas comunidades aldeanas se basó en la existencia de un campesinado generalmente libre, organizado en concejos de vecinos, lo cual históricamente será una de las claves de la pervivencia del comunal en la provincia de León.

Llegados a la Edad Moderna, en la provincia de León había más de 1.200 concejos con un elevado nivel de autogobierno y el control sobre la gestión y la utilización de amplios espacios comunales dedicados a monte y pasto. Es por ello que en León, al igual que sucedió en otras partes de Europa y España, las instituciones comunales se consolidaron o como la forma predominante de uso y gestión del territorio al garantizar la estabilidad tanto en lo que se refiere a la explotación de los recursos como a la distribución del ingreso entre los diferentes sectores sociales.

No obstante, los bienes comunales de los pueblos han sido muy apetecibles para todos, pero especialmente para los más poderosos. Así por ejemplo en la Edad Moderna, el poder señorial intentó imponer su dominio ‘solariego’ allí donde ejercían el dominio jurídico; dicho de manera sencilla y no del todo exacta, quisieron que se les reconociera como dueños de las tierras comunales en aquellos lugares donde impartían justicia. De esta manera, el Conde de Grajal o el Conde de Luna lograron establecer prestaciones señoriales sobre los bienes comunales de numerosos concejos leoneses. Durante el siglo XIX los gobiernos liberales se propusieron abolir los señoríos (sobre el cual trataremos en alguna otra entrada de este blog) y prestaciones “vasalláticas”; la trampa fue que cuando hubo una disputa entre los pueblos y un noble por un determinado bien, se exigió a los pueblos presentar los títulos de propiedad (vaya, que lo usurpado a los pueblos en los siglos anteriores pudo ser ‘legitimado’ sin problema en el siglo XIX). Sin embargo, durante la Edad Moderna allí donde la tierra estaba bajo el control de los concejos, la nobleza lo tuvo más complicado (no obstante, el conde de Luna durante el siglo XV  se hizo con la propiedad de varios puertos de merinas que arrendaba directamente a los ganaderos de la Mesta). En ocasiones los concejos consiguieron contratos forales enfitéuticos (a largo plazo) que les permitía administrarlos y les aseguraba su explotación. Pero también fue común que se estableciesen pleitos y conflictos que no se resolvieron hasta la llegada de la II República Española (como sucedió con el foro de Villamor de Riello).

A partir del siglo XVIII, con las teorías económicas fisiocráticas que consideraban que la riqueza de las naciones provenía exclusivamente de la agricultura, los comunales empezaron a ser vistos como un símbolo de atraso y un obstáculo al desarrollo económico (en España uno de los exponentes de estas ideas es Jovellanos). El resultado de ello fue que durante la segunda mitad del siglo XVIII y primera del siglo XIX a lo largo y ancho de Europa los comunales fueron privatizados.

España y la provincia de León no fueron una excepción a la regla, y durante el siglo XIX se vendieron numerosas propiedades de los pueblos. Una primera etapa de este proceso fue la llamada ‘desamortización olvidada’; es decir, para saldar la deuda contraída por los concejos y ayuntamientos en la Guerra de la Independencia (1808-1814) fueron vendidas numerosas propiedades comunales. El segundo hito fue la ‘desamortización de Mendizábal’ puesta en marcha en 1837 y que ponía en venta propiedades de la Iglesia pero administradas por los concejos de vecinos. Finalmente, la ‘desamortización de Madoz’ de 1855 fue el gran intento de vender las propiedades de los pueblos y un ataque directo al régimen comunal. Además la gestión de la mayor parte de bienes exceptuados de la desamortización, los montes, pasaban a estar supervisados por el Cuerpo de Ingenieros de Montes, que tampoco se mostraron muy ‘amigos’ de los pueblos.

Ya en el siglo XX, también el comunal ha estado amenazado. Por un lado, los Ayuntamientos han tratado de «quitarle» los bienes a los pueblos inscribiéndolos a su nombre en el Catastro; por otro, ayuntamientos y juntas vecinales han recurrido a la venta de propiedades comunales para financiar gastos u obras públicas; en muchos pueblos las escuelas, la electrificación, el pavimentado de calles, el alcantarillado o el alumbrado se hizo con la venta de tierras y bienes de los concejos. Y ¡cómo no! algunos particulares, siempre que han podido, también han intentando aumentar sus propiedades a costa del comunal. Así por ejemplo, era bastante común ver crecer las fincas privadas que lindaban con el comunal. Por otro lado, muchos particulares han intentado quedarse con quiñones y tierras que en algún momento les había cedido el concejo; de hecho en 1923 el gobierno de Primo de Rivera sacó una ley para «legitimar las roturaciones arbitrarias» que se habían ido produciendo en los montes.

En próximas entradas del blog, iremos detallando estos procesos. Si te interesa, suscríbete al blog y las actualizaciones te llegarán directamente al correo electrónico.

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