Los embalses en España, ejemplo de desposesión campesina


Según la Wikipedia, en España hay más de 500 pueblos sepultados por la construcción de embalses o ‘pantanos’. Hace años que le doy vueltas al tema y cada vez lo tengo más claro. Al igual que las desamortizaciones del siglo XIX, los embalses del siglo XX fueron en muchos casos un fenómeno de desposesión campesina.

Para situarnos quiero empezar con una pregunta que pueden contestar en los comentarios y que nos pueden ayudar a situarnos: ¿quiénes han sido los mayores beneficiados y perjudicados por la construcción de esos embalses? La respuesta es relativamente fácil y estarán de acuerdo conmigo que quienes no sacaron ningún provecho fueron los pueblos y las comarcas donde se construyeron estos embalses. Un buen ejemplo es el pantano de Riaño, donde se condenó a muerte a todo un valle para beneficiar a las empresas eléctricas y a unos pocos agricultores de Tierra de Campos. ¿Cómo es posible que los menos beneficiados por un embalse sean los ‘afectados’? Quizás esto ya nos da pistas de la lógica que hay detrás de estas infraestructuras.

Ya en una entrada de este blog del año 2013, se presentaba el embalse de Riaño como tragedia de los cerramientos. En esa ocasión, como especialista en comunales me preguntaba yo si los vecinos de los pueblos fueron indemnizados por los terrenos comunales que quedaron bajo las aguas; sugería yo que, al igual que en el siglo XIX, había habido un proceso de ‘despojo’ en tanto que los campesinos perdieron mucho más que sus tierras particulares.

Lo cierto es que España hay más de 350 grandes embalses, y aunque  se suele asociar la construcción de éstos al período franquista, casi una tercera parte de estas grandes presas fueron construidas con posterioridad a la muerte del Dictador. Habría que señalar también que la idea de los pantanos, como grandes infraestructuras, es anterior al franquismo. Los planes hidrológicos se remontan a las propuestas de los regeneracionistas, empezaron a despegar en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y continuaron con el gobierno de la Segunda República (1931-1939), si bien fue en la dictadura de Francisco Franco (1939-1975) alcanzaron su desarrollo pleno. Estos embalses formaban parte de estos planes hidrológicos que tenían como principal objetivo interconectar las cuencas hidrológicas, regular las cabeceras de las principales ríos españoles para a su vez, optimizar su uso productivo, incluyendo la generación de electricidad. Si bien se solía justificar la construcción de las presas para extender la superficie de regadío, en realidad la mayoría de los pantanos se construyeron para abastecer de agua a los grandes centros urbanos y la electricidad producida lucraba a grandes empresas.

Una vez se planificaba construir una presa, los funcionarios de la Confederación Hidrográfica correspondiente iniciaban el proceso de expropiación forzosa. Los vecinos eran ‘indemnizados’ por sus posesiones y reasentados en otras localidades. Lo que se argumenta en la entrada del blog de hoy es que en estas decisiones nunca fue tenida en cuenta a la población local y en muchísimos casos —en la mayoría, se podría decir— no se respetaron o fueron vulnerados los derechos de los habitantes de las zonas anegadas. Hay un autor llamado Rob Nixon que ha estudiado el tema para otros lugares y que detalla las cinco estrategias generalmente utilizadas para negar los derechos de las personas afectadas.

1. Uso de la violencia. Basta con echar un vistazo a la icónica foto de Mauricio Peña que ilustra esta entrada para ver lo que pasó por ejemplo en Riaño. La diferencia de Riaño con otros embalses construidos en la provincia de León es que la presa de Riaño se cerró en 1987, en plena democracia; durante el franquismo era impensable plantear una resistencia así a la construcción de una presa. ¿Cuántas veces han escuchado aquello de que con Franco no se movía nadie?. Pues eso. Pero no sólo hubo violencia física sino también presiones, amenazas y otro tipo de violencia más sutil. Así por ejemplo, el escritor Julio Llamazares en alguna entrevista / artículo reconoce haber sufrido amenazas por oponerse al embalse de Riaño.

2. Apelación al autosacrificio por “el bien común”. La justificación más usual para construir un embalse es el ‘bien común’ o el interés general. Se le exige a unos pocos habitantes que se sacrifiquen por el bienestar común o el bienestar de un grupo de población mayor; por ejemplo, anegamos unos pueblos pero así una capital de provincia está abastecida de agua.

Ahora bien, aunque el tema tiene muchos matices hay varios aspectos a considerar. Uno de ellos es que el sacrificio siempre se lo piden a los mismos —a los más pobres—; es decir, son los pobres los que hay que sacrificar por los ricos. Como dice Rob Nixon, la relación entre los espacios ‘sacrificados’ por el bien común y los ‘beneficiados’ no es equitativo y obedece a relaciones de poder que históricamente han ubicado a los centros urbanos como referentes de desarrollo, mientras lo rural ha sido relegado a ser un espacio de sacrificio.

Ahora bien, detrás de todo este andamiaje del bien común, etc., lo que hay es un reparto desigual de beneficios. Los afectados por las presas asumen las pérdidas y los regantes y las empresas hidroeléctricas se quedan con los beneficios. Lo del bien común suena a treta a engaño para despojar a la gente de sus tierras, porque sólo hay que ver como las empresas eléctricas cuidan el bien común, aumentando cada día la factura de la luz, vaciando embalses u ocupando montes y terrenos comunales con parques solares y eólicos, in tener la mínima consideración por los impactos ambientales, sociales y económicos que se derivan.

Lo que parece claro es que el criterio del bien común es variable y únicamente se aplica en una dirección; así, se pueden expropiar las tierras de los vecinos de los pueblos para producir electricidad, pero no se puede expropiar empresas eléctricas que están empobreciendo a millones de ciudadanos y pequeños negocios con el precio abusivo de la electricidad.

3. Utilizar eufemismos para referirse a los afectados. Dice Rob Nixon que el Banco Mundial para referirse a las personas desplazadas por estos macro-proyectos utilizada el término «Project-Affected People” o PAPs (Personas Afectadas por el Proyecto). Esa también es una manera de ocultar y negar que estas personas han sido desposeídas de sus tierras, que han sido desplazados de su comunidad, que han perdido sus hogares, que se les ha arrancado una parte de su memoria.

En el caso de España, y las noticias del NO-DO son un buen ejemplo, el discurso oficial habla de la promesa de una ‘nueva vida’ y de un ‘futuro’ para los reasentados en los poblados de colonización. Que le pregunten a los ‘reasentados’ por el pantano del Porma que fueron enviados a un secarral de Palencia y alojados en barracones como si fuesen ganado; o a los vecinos y vecinas de Oliegos ‘reasentados’ en una antigua laguna palúdica en Valladolid. Se utilizan eufemismos como ‘nueva vida’, ‘un futuro’ o ‘reasentados’, pero vistas las condiciones cómo estos procesos se llevaron a cabo quizás sería más adecuado hablar de ‘destierro’, como dice acá Julio Llamazares.

Al fin y al cabo, los eufemismos sirven para ocultar las tragedias de quienes, en realidad, fueron despojados de sus tierras y desterrados lejos de sus hogares.

4. Las personas afectadas son consideradas culturalmente inferiores. No hay mucho que ahondar en esta idea. Frente a la visión desarrollista de los ingenieros, los habitantes de los pueblos han sido vistos como atrasados, incultos, etc., y el conocimiento y la cultura campesina ha sido despreciada. Esa pretendida inferioridad no deja de ser un argumento y una justificación más para despojarlos de sus tierras y sus hogares y la negación de sus derechos como personas.

5. No se les reconocen derechos de propiedad. En el siglo XIX, con el liberalismo se atacó a la propiedad comunal por considerarla ‘imperfecta’. Ya en el siglo XX, con los pantanos también se arrasaron espacios de propiedad comunal. Además yo me pregunto si los vecinos de los pueblos fueron indemnizados por el ‘lucro cesante’ que suponía perder esos espacios. Lo dudo, porque siempre se piensa que esos espacios son públicos, y no, no lo son. Recuerdo que hace años, cuando el gobierno catalán prohibió los espectáculos taurinos, los dueños de la plaza de toros Monumental de Barcelona exigían a la Administración Pública catalana 10 millones de euros por ‘lucro cesante’. Ahora bien, ¿no tendrían también derecho los pueblos que perdieron sus comunales a ese tipo de indemnización?

En fin. Lo que parece bastante claro es que, como les decía al principio de la entrada, lo ocurrido con los pantanos y embalses es un proceso de despojo y desposesión campesina ya que queda bastante claro que no se respetaron —o directamente fueron vulnerados— los derechos de los habitantes de las zonas anegadas.

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Como ya indiqué, la foto que acompaña el texto es de Mauricio Peña

Notas para una historia de la infamia (iii): Oliegos de Cepeda


Se ha escrito mucho sobre Oliegos y poco nuevo se puede añadir. Sin embargo, Oliegos merece un lugar en este blog.

Oliegos es un pueblo que quedó anegado por las aguas del pantano de Villameca. Oliegos es la historia de una pérdida, pero también de una infamia.

Contrariamente a lo que se suele creer, el embalse de Villameca fue planificado durante la Segunda República. Eso sí, lo inauguró el General Franco el 3 de octubre de 1946 y tal como en su día documentó el NO-DO, la gente de los pueblos acudió a aclamar al dictador que fue agasajado por las autoridades locales con una muestra de frutos de la tierra.

A la mayoría de las familias de Oliegos las metieron con los animales y enseres en un tren y los mandaron para Foncastín en Valladolid para que ‘colonizasen’ una hondonada palúdica que el Instituto Nacional de Colonización había comprado al Marqués de la Conquista.

Lo que vino después ya es conocido. Lo más destacable fue que al llegar al nuevo destino, no había ni pueblo ni nada y además los vecinos de Oliegos tuvieron que pagar durante 20 años las casas y las tierras que les habían entregado.

Sin embargo hay dos temas que al hablar de Oliegos nunca se abordan. Uno es los comunales y yo me pregunto si los vecinos fueron indemnizados por el monte que dejaban de utilizar. Ya hemos visto en otras entradas que los comunales eran fundamentales para todas las familias pero especialmente para los más pobres.

Otro tema del que se ha escrito poco es el paludismo y, como señalaba unas líneas más atrás, los vecinos fueron asentados en una zona endémica de paludismo (malaria).  Como indica un informe de la época: «Las aguas circundantes eran sucias, de curso lento y vegetación acuática que fácilmente albergaba larvas de Anopheles sp. Además contigua al pueblo existía una charca artificial que servía de abrevadero y que siempre contenía larvas de mosquitos transmisores del paludismo«.

Precisamente Foncastín fue elegido para llevar a cabo pruebas de lucha antipalúdica utilizando un nuevo producto para eliminar los mosquitos y sus larvas, el 666 de Industrias Cóndor. La desinsectación experimental fue dirigida por el Jefe Provincial de Sanidad de León y se llevó a cabo de febrero a septiembre de 1946. Son interesantes alguna de las observaciones que aparecen en el informe de dichas operaciones ya que dan idea por ejemplo de las duras condiciones de vida de los recién llegados a Foncastín y cómo soportaban toda adversidad. Se indica por ejemplo que en las viviendas vivían hacinados «seres humanos y animales, en gran promiscuidad a causa del poco espacio disponible, almacenando los productos alimenticios en las mismas habitaciones en que duermen las familias”.

Respecto a las operaciones dice el autor del informe que los habitantes del pueblo “toleraban perfectamente el olor a humedad que daba el producto, y que, muchos de ellos lo encontraban agradable por realizarlo con “olor a desinfectante”. A pesar de mis preguntas insistentes acerca de este extremo, no hubo ninguna queja por ello, mientras que mis familiares se quejaban de, ligero olor que llevaban nuestros trajes al volver de fiscalizar la marcha de la operación”. Incluso toleraban de buen grado que el desinsectante fuese aplicado sobre los alimentos ya que, tal y como relatan, no pudo “evitarse que en algunos locales se empleara el producto sobre las provisiones de boca de los habitantes (Jamones, tocino, etc (…) sin embargo no se tuvieron quejas tampoco de que hubieran quedado con mal sabor”.

El producto utilizado fue el HCH, esto es hexacloruro de benceno, conocido también con el nombre de lindano[1], que quizás les suene más. Es cierto que en esa época quizás no se conocían los efectos del HCH y desde los años 50 del siglo XX fue ampliamente utilizado en todo el mundo como insecticida de amplio espectro para fines agrícolas y no agrícolas. El caso es que, parece ser que la impregnación demostró ser eficaz y el pueblo se mantuvo libre de mosquitos, pero no conviene perder de vista que los vecinos de Oliegos fueron utilizados como ‘conejillos de indias’ para probar un producto que muchos años más tarde se demostró altamente contaminante.

[1] Desde 2008 todos los usos del lindano están prohibidos en la Unión Europea ya que el lindano y otros isómeros del HCH son persistentes en el medio ambiente, se bioacumulan en organismos vivos y son tóxicos para la salud humana y el medio ambiente.

Para saber más:

PRADA, J. de. “Ensayo de lucha antipalúdica por medio del –666- en Foncastín”. Revista de Sanidad e Higiene Pública. 1947. Tomo XXI. Pág.261-266.

Notas para una historia de la infamia (i): Ribadelago


Hoy, 9 de enero, se cumplirán 58 años de la tragedia de Ribadelago, pueblo situado en la comarca leonesa de Sanabria (Zamora).

La historia es más o menos la siguiente. En la madrugada de ese fatídico día, cuando todo el mundo dormía, la presa de la Vega de Tera, con graves deficiencias estructurales, reventó y el agua arrasó el pueblo y todo lo que encontró a su paso. Perdieron la vida más de 140 personas y los que se salvaron perdieron casas, ganados, enseres y medios de vida.

En el juicio celebrado en la Audiencia Provincial de Zamora se culpó en exclusiva a un encargado de obra. También fueron condenados a penas de cárcel directivos de Hidroeléctrica Moncabril, la titular de la explotación, aunque nunca ingresaron en prisión y que posteriormente fueron indultados por el Gobierno franquista de la época. Es decir, el régimen franquista nunca depuró a los responsables e intentó minimizar el alcance de la noticia, indemnizando exiguamente por las pérdidas ocurridas. 

Como en otros casos similares (y me vienen a la cabeza Riaño u Oliegos) para realojar a los vecinos que habían perdido sus casas, el Ministerio de la Vivienda construyó un nuevo pueblo que recibió el nombre de Ribadelago de Franco; también, como en el caso de Oliegos o Riaño, el emplazamiento del nuevo pueblo era pésimo y los materiales de construcción de ínfima calidad.

La idea era pasar página lo antes posible y que el tema se olvidase pronto.

Sin embargo, a día de hoy Ribadelago sigue en la memoria…

 

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