Somos conservadores, ferozmente conservadores…


Estas interesantes reflexiones no son mías sino de Luis Ángel que vive en un pueblo y al respecto de la ‘muerte de los pueblos’ indica en uno de los comentarios:

 

«Pues a mi, cada vez que sale éste tema, me invade la melancolía.

Cierto que los motivos de la despoblación son muchos y muy complejos, pero yo quiero hacer especial hincapié en nuestras exclusivas responsabilidades, que no son las de los políticos o las de los industriales, ni las de los que, desde la capital, muchas veces después de abandonar su pueblo, claman ante la despoblación.

Yo sí vivo en un pueblo y sé de qué hablo. Hablo de la apatía de muchos pueblos, del acomodo que da una pensión en un lugar barato para vivir, del cainismo, del desprecio de los propios jóvenes (dónde los hay) a la vida en el pueblo, del conservadurismo casi feroz, de la cultura agraria que nos come. Las propias autoridades municipales de muchos pueblos, si les planteas el tema, se encogen de hombros y te preguntan qué pueden hacer y se abandonan a la apatía dedicándose a andar listos a las subvenciones limosneras de la Diputación, para renovar las farolas.

Después conozco casos de comunidades que tienen un problema para cada solución. Gentes que, en realidad disfrutan en su pueblo de una excelente calidad de vida y no están dispuestos a que ninguna idea revolucionaria, o no, les vaya a molestar o a incordiar su preciado buen vivir. Nada de traer gente de afuera, ni de cambiar ni la dirección de circulación de una calle, no sea que no pueda detenerse en ella para pegar la hebra con otro bienviviente, ni de disponer de bienes comunales, para otra cosa que no sea las de siempre.

Después está el caso del joven que ni se plantea en lo más remoto emprender nada en su “atrasado pueblo”.

Chavales que eligen universidad cuánto más lejos mejor, ni siquiera la de su provincia o las de su comunidad autónoma les vale y después prefieren Madrid o Barcelona para trabajar, o una ciudad que tenga playa y muchos “pafes”, escaparates y vida guay. ¿Seguro que no conocéis a ninguno de esos? Claro, que no hace falta tanto, con que prefieran la capital de provincia, hacen el mismo daño.

Por tanto, también somos conservadores, como dije antes, ferozmente conservadores. No nos debe de ir lo suficientemente mal, para que una vez y otra, se nos vea al votar, que no queremos movernos de la primera mitad del siglo XX. A las pruebas electorales me remito: a mayor despoblación, mayor conservadurismo»,

Comunales en 1931 #3. Láncara de Luna, un municipio sin comunales.


 

En este enlace se puede acceder al escrito enviado por el Alcalde de Láncara de Luna en el que señala literalmente: «Este Municipio no posee bienes comunales de ninguna clase, ni hay datos de que los haya poseído (…)»

¿Quiere decir ello que en el este municipio no había bienes comunales?. No, ni mucho menos. Como se puede ver aquí, la superficie de comunales en este municipio (ahora Sena de Luna) era importante.

Lo que está diciendo el Alcalde es que el municipio NO poseía bienes. Y no mentía, ya que los bienes comunales eran de los pueblos que conformaban el municipio: Abelgas, Aralla, Caldas, Campo, Lagüelles, Láncara, Oblanca, Pobladura, Rabanal, Robledo, San Esteban de la Vega, San Pedro, Santa Eulalia, Sena y Vega de Robledo.

Como hemos dicho en otras muchas ocasiones, en la provincia de León los bienes comunales son de los pueblos, no de los municipios y están gestionados por las Juntas Vecinales; por lo general cada uno de los pueblos que compone un municipio tiene sus propiedades. Es habitual también que el municipio no posea ningún otro bien que el edificio donde está el Ayuntamiento.

Los únicos municipios que poseen bienes rústicos son unos pocos compuestos por una sola localidad (especialmente en la zona sur de la provincia) o en aquellos casos donde hubo pantanos al pasar a ser gestionados por el Ayuntamiento los bienes de los pueblos anegados por el respectivo embalse.

Bien. Toda esta confusión (de pensar que los montes y los comunales son del municipio) se deriva en parte de la Ley de Montes de 1863 que encargaba a los ayuntamientos la administración de sus montes. A ello se añade que posteriores leyes y disposiciones en materia forestal otorgaban a los municipios, y en concreto a la figura de sus alcaldes, todo el poder de gestión, administración y represión de las infracciones en los montes comunales, desposeyendo a los concejos y juntas vecinales de dichas atribuciones.

Precisamente, aprovechando esta coyuntura hubo municipios que en la segunda mitad del XIX o primer tercio del XX intentaron inscribir los montes de los pueblos a su nombre, aunque no lo consiguieron. Sin embargo sí se constata que los ayuntamientos, pieza fundamental del sistema caciquil, utilizaron este poder de decisión para comprar votos e influencias, o para favorecer a los más poderosos; en este sentido, hubo muchos enfrentamientos entre los concejos de los pueblos y los ayuntamientos por la gestión de los comunales, y especialmente los montes.

Imagino que volveremos a tratar el tema…

Nota final: Es posible que hoy en día, el Muncipio de Sena de Luna (sucesor de Láncara) sí posea bienes comunales, «heredados» de los pueblos que quedaron bajo las aguas del pantano de Luna. Pero esa es otra historia…

Caciquismo y comunales


Hoy martes, 17 de diciembre, está previsto que el Senado apruebe la polémica Ley de racionalización y sostenibilidad de la Administración Local que pone en el punto de mira a las juntas vecinales y a los bienes de los pueblos. Finalmente parece que la ley permitirá que las juntas vecinales mantengan su personalidad jurídica, con lo cual en los próximos días veremos como los representantes leoneses en Madrid, tanto populares como socialistas, tratan de anotarse el tanto. Lo triste es que, con todos los respetos, esta manera de gestionar los asuntos de los pueblos no deja de ser una versión actualizada del tradicional caciquismo.

Precisamente esto del caciquismo es viejo. Aunque pueda parecer sorprendente, en la provincia de León gracias a las redes clientelares, entre otras razones, los comunales han pervivido hasta la actualidad. ¿No te lo crees? Sigue leyendo el resto de la entrada, y quizás me des la razón.

Cuando a mediados del siglo XIX se planteó la desamortización de Madoz, los poderes políticos provinciales y las redes caciquiles que de él se derivaban, como alcaldes, gobernadores, e incluso diputados en Madrid intermediaron y defendieron a los pueblos para que éstos continuasen disfrutando de los montes leoneses. ¿Por qué sucedió así?  Porque a la vez que los caciques satisfacían las necesidades de sus “clientes” afirmaban su poder en las zonas rurales; un ejemplo de ello es la labor de Alonso Cordero diputado en Madrid, que “intermedió” en compras colectivas de montes por parte de los vecinos de los pueblos.

Para mantener las redes de poder caciquiles era imprescindible que los pueblos conservasen sus montes o que los que fuesen vendidos fuesen adquiridos por los caciques. La estrategia era doble: por un costado, los representantes políticos intervinieron en defensa del comunal en la mayoría de comarcas; por el otro costado, allí donde los comunales fueron vendidos, mediante las cesiones /arriendos a los campesinos de las redes clientelares, la burguesía urbana y los grupos rentistas podían controlar el voto de las áreas rurales. Además, la forma cómo se llevaron a cabo las desamortizaciones consolidó las relaciones caciquiles.

También el caciquismo jugó un rol importante en la gestión de los montes que quedaron en manos de los pueblos.  El entramado caciquil, cuya figura central en la provincia era el Gobernador Civil también fue clave a la hora de tramitar u ocultar infracciones forestales. En la provincia de León se comprueba como durante la segunda mitad del siglo XIX los alcaldes de los ayuntamientos ni el Gobierno Civil no colaboraron en la tramitación de las denuncias impuestas por el Distrito Forestal de León; así, muchas denuncias impuestas por los empleados forestales o la Guardia Civil eran paradas por el gobernador. Ello tuvo su parte positiva y negativa; lo positivo es que los pueblos estaban amparados frente a los ingenieros de montes que, ignorando los usos tradicionales del monte, ponían multas desproporcionadas a diestro y siniestro; lo negativo fue que los caciques de los pueblos con contactos políticos, y sabiendo que las denuncias no iban a ser tramitadas, podían hacer lo que les viniese en gana con el monte.

Durante el siglo XIX, los caciques controlaban la vida social y económica de comarcas enteras, y en períodos electorales se encargaban de los manejos destinados a promover el candidato elegido en Madrid. Dentro de las sagas de caciques leoneses, destacan figuras como Demetrio Alonso Castrillo, el cual ocupó el cargo de Gobernador Civil, y en el tiempo que fue Diputado en Madrid medió entre los pueblos y la Administración para la compra de montes; Eduardo Dato, diputado por el distrito leonés de Murias de Paredes, que llegó a ministro de Gobernación; o Fernando Merino, yerno de Sagasta y diputado a Cortes por León desde 1891 hasta 1923 por los distritos de La Vecilla y Riaño y ministro de Gobernación en 1910. ¿Les suena esta manera de proceder?

Parece que las cosas no han cambiado demasiado. Aparentemente el leonés del medio rural es un persona esencialmente libre, pero sigue delegando muchos de sus asuntos el cacique de turno, llámese diputado provincial, alcalde del ayuntamiento o senador en Madrid. Sin embargo, en el siglo XIX cuando los caciques defendían los intereses de los pueblos, estaban defendiendo el suyo propio; hoy en día, los votos se recogen en ciudades como León, Ponferrada, San Andrés del Rabanedo, o  Astorga y no en los pueblos pequeños. A todo ello se añade que desgraciadamente, las decisiones de lo que compete a León, se toman en Valladolid. En fin… pinta mal la cosa: aunque en esta ocasión se salvó la bola de partido, los caciques no se juegan nada en los pueblos de León.

Si te parecen interesante las entradas del blog, compártelas.

A %d blogueros les gusta esto: