Notas para un estudio de la infamia (v): la masacre de los Horcones (Honduras)


Hace pocos meses, en el último viaje que hice a Honduras, tuve ocasión de visitar varios departamentos del país. Al dirigirnos a Juticalpa, capital del Departamento de Olancho, transitando por el valle de Lepaguare pasamos al lado de unas fincas de una gran extensión. Mi acompañante me indicó que se trataba de propiedades del ex-presidente Mel Zelaya y consorte de la actual presidenta del país, Xiomara Castro.

Me sorprendió el dato, ya que desconocía que Manuel Zelaya era un importante terrateniente y —a pesar de su discurso ‘revolucionario’— formaba parte de las oligarquías agrarias del país. De hecho, mi acompañante que había sido compañero de colegio de Mel Zelaya me contaba diversas anécdotas del ex-presidente destacando su inteligencia, carisma y generosidad.

Sin embargo, relataba mi interlocutor que en aquella finca el padre de Mel Zelaya junto con un grupo de militares había matado a un grupo de campesinos, sacerdotes y estudiantes que se dirigían a la capital para protestar contra las adjudicaciones de tierras que se estaban llevando a cabo.

Ahí quedó la cosa. La conversación siguió por otros derroteros, pero a la noche al llegar al hotel no pude resistirme y busqué más información al respecto. Efectivamente, este episodio de violencia es conocido como la masacre de La Talanquera, Santa Clara y Los Horcones, o simplemente la masacre de los Horcones. Incluso hay un documental sobre el tema y, aunque han pasado casi 50 años, las organizaciones campesinas tratan de mantener viva la memoria de las personas torturadas y posteriormente asesinadas.

La historia es más o menos como sigue. Un grupo de 14 campesinos, estudiantes y religiosos se dirigían a Tegucigalpa para participar en la Marcha del Hambre fueron detenidos y conducidos a la hacienda de Manuel Zelaya donde fueron torturados y asesinados. Cinco campesinos fueron quemados vivos en una hoguera, las estudiantes fueron arrojadas con vida a un pozo que posteriormente fue dinamitado, y los sacerdotes Iván Betancourt (colombiano) y Michael Jerome Cypher (estadounidense) fueron mutilados y torturados hasta la muerte.

¿Qué más les puedo contar? Pues que en Honduras unas pocas familias controlan la mayoría de la tierra y, por tanto, el poder. El problema es que al igual en otros muchos países donde la tierra está en pocas manos (Colombia, Argentina, Guatemala, El Salvador,…) no hay datos sobre quienes son los propietarios de la tierra ya que no existen censos ni estadísticas oficiales. No es difícil imaginarse el porqué. Lo que se sabe y se aprecia a simple vista cuando uno visita un país como Honduras es que las grandes explotaciones ganaderas o de cultivos industriales (banano, palma africana, caña de azúcar, etc) ocupan las tierras más fértiles (valles de los ríos). Por el contrario, una mayoría de pequeños propietarios tienen que conformarse con tierras marginales y poco productivas situadas en las partes más quebradas del relieve. Mientras que los primeros, unos pocos grandes propietarios, producen para la exportación, los segundos se dedican a la agricultura familiar y destinan las producciones, especialmente granos básicos y legumbres, al autoconsumo o al mercado nacional.

Lo peor es que, en países como Honduras, el fenómeno de la concentración de la tierra no ha hecho más que agudizarse en los últimos 30 años. Cada día son expulsados campesinos de sus tierras. También en Guatemala, Colombia y otros países de la región. Así, por ejemplo, en Colombia con el resurgimiento del paramilitarismo miles de campesinos están siendo expulsados violentamente de sus tierras. Tierras que, posteriormente, son compradas a precios irrisorios por los empresarios y terratenientes que amparan y financian a los grupos paramilitares.

Volviendo a la masacre de los Horcones, únicamente me queda añadir que el padre de Mel Zelaya juntamente con el terrateniente Carlos Bahr y dos militares fueron sentenciados a 20 años de cárcel. Sin embargo, permanecieron en prisión poco más de 1 año ya que fueron favorecidos por un decreto de amnistía sobre crímenes militares de la Asamblea Nacional Constituyente en septiembre de 1975.

En fin… Nada nuevo bajo el sol.

Notas para una historia de la infamia (iv): la masacre de El Mozote


Hace años transité por la carretera que une San Francisco Gotera y Perquín en El Salvador. Exuberantes bosques de coníferas tapizan los cerros que bordean la llamada ‘Ruta de Paz’ e invitan a la ensoñación. Sin embargo en esas montañas se esconde una terrible historia que merece un puesto de honor en la ‘historia universal de la infamia’.

Si uno va un poco atento a las señales de tráfico podrá ver que en sentido Perquín, a mano derecha, hay una señal que indica la salida a «El Mozote». No sé si el lector conoce la historia de lo ocurrido, pero se trata de la mayor matanza de campesinos en el hemisferio occidental de la época contemporánea; allí, en diciembre de 1981, militares del Batallón Atlácatl del Ejército salvadoreño asesinaron al menos a 986 personas indefensas, entre ellos 552 niños y 12 mujeres embarazadas.

Les resumo lo ocurrido, aunque en internet pueden encontrar abundante información al respecto. En una operación contra la guerrilla «Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN)», más de 1.200 soldados apoyados por bombardeos de la Fuerza Aérea, en diversos poblados, cantones y caseríos del Departamento de Morazán fueron reuniendo por la fuerza a los campesinos y sus familias para, después de torturarlos, asesinarlos de forma vil y cruel: numerosas mujeres jóvenes fueron violadas y muchos niños murieron degollados. También las viviendas y los animales fueron quemados, resultando totalmente arrasados los poblados de El Mozote, Ranchería, Los Toriles y Jocote Amarillo; los cantones de La Joya y Cerro Pando, y el sitio conocido como Cerro Ortiz. El ‘delito’ de estos campesinos era vivir en una zona rural limítrofe a la zona controlada por la guerrilla.

Rufina Amaya, la única superviviente de la matanza ocurrida en el poblado de El Mozote pasó varios días escondida en una cueva hasta que fue encontrada por guerrilleros que la condujeron a un campo de refugiados. Allí contó lo ocurrido a la emisora clandestina Radio Venceremos de la guerrilla. El Gobierno de El Salvador y la Embajada de los EEUU en el país negaron los hechos manifestando que era “propaganda izquierdista” proveniente de “fuentes no confiables”. Hubo también otros supervivientes en las aldeas vecinas los cuales, al ver los bombardeos, tuvieron tiempo de huir y días más tarde al regresar a sus viviendas se encontraron con las escenas de muerte y destrucción.

Sin embargo, el tema llegó a medios internacionales y a finales de enero de 1982, el The New York Times y The Washington Post publicaron sendos reportajes sobre El Mozote. La Casa Blanca negó la masacre y los periodistas que estaban detrás de las informaciones —Alma Guillermoprieto y Raymond Bonner— fueron denostados y acusados de mentir. No es extraño, ya que recientemente se ha sabido que los militares salvadoreños estuvieron apoyados por agentes estadounidenses. Como suele ocurrir en estos casos, los gobiernos salvadoreños de entre 1981 y 1989, apoyados por los EEUU, negaron la masacre señalando que se trataba de rumores propagados por periodistas de orientación comunista para perjudicar al país.

En 1990 fueron firmados los acuerdos de paz entre la guerrilla y el gobierno y algunos campesinos que habían perdido a su familia en esta masacre, apoyados por diversos organismos internacionales de derechos humanos, empezaron a denunciar ante la justicia de El Salvador.

En 1992, el Equipo Argentino de Antropología Forense que llevaba años trabajando en el país, empezó a hacer excavaciones en El Mozote, y recolectó 492 osamentas, la mitad de ellas de menores de edad. A partir de ahí ya no se podía seguir tapando el sol con la mano.

Aunque desde esa fecha los gobiernos de El Salvador ya no niegan la masacre, no han hecho nada para que se juzgue a sus responsables o incluso han obstaculizado la acción de la justicia bloqueando el acceso a las instalaciones militares o negando que existan archivos militares de aquella época; dicen que se han extraviado y por tanto es imposible establecer quién o quiénes ordenaron la  masacre. Es más, aunque los responsables fuesen identificados estarían amparados por la Ley de Amnistía General para la Consolidación de la Paz de 1993, y no podrían ser juzgados.

Aún así, en los últimos años ha habido pequeños avances, ya que por ejemplo la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIHD) considera que se trata de crímenes de lesa humanidad y ha acreditado la responsabilidad del Estado salvadoreño sobre los hechos ocurridos en El Mozote. A pesar de ello, el tiempo juega en contra: una buena parte de los campesinos supervivientes de esta masacre han muerto sin obtener justicia, como también han muerto sin ser juzgados y condenados 15 de los 28 oficiales militares mencionados en la acusación.

En fin. En diciembre de este año se cumplirán 40 años y los inocentes masacrados en El Mozote aún esperan justicia. Una verdadera infamia.

La foto que acompaña la entrada es de Susan Meiselas

Campesino, un oficio peligroso…


Hace unos días leía que un campesino tucumano, Juan González había sido asesinado. Acá tienen la noticia, pero se la resumo.

Un martes a la mañana, este señor llamado ‘Cheta’ González se subió a su caballo y guió a sus vacas a una finca de su propiedad en la que su familia había trabajado toda la vida. Al llegar al predio se encontró con Carlos Flórez, un policía retirado que le franqueaba el paso. Le decía que no podía acceder más a esas tierras porque no le pertenecían. Se produjo una discusión, y el ex-policia sacó un arma y lo acribilló a tiros. El asesino, que ya tenía antecedentes penales por robos e intentos de homicidio, era un matón que trabajaba a sueldo para productores sojeros usurpando terrenos.

Esto que acabamos de ver es el pan nuestro de cada día en América Latina. En países como Colombia, Honduras, Guatemala, Brasil, Paraguay o incluso Nicaragua y Argentina, es bastante común que las ‘fuerzas del orden’ —militares y policía— trabajen como sicarios haciendo el trabajo sucio de las multinacionales o de los grandes propietarios de tierras. Recordará el lector el caso de Berta Cáceres, asesinada por defender el territorio y oponerse a un megaproyecto hidroeléctrico en Honduras. En este caso, el asesino fue un ex-militar pagado por la empresa involucrada en la construcción, pero la policía falsificó pruebas para tratar de presentarlo como un crimen pasional.

Hace ya un tiempo, a mediados de 2018, una ONG llamada Global Witness publicó un informe donde revelaba que durante 2017 al menos 207 personas, en su mayoría campesinos, fueron asesinados por defender sus hogares y comunidades de la minería, la agroindustria y otros negocios destructivos.

Como indicaba el documento, entre las muertes se incluían el asesinato de campesinos en Colombia por manifestarse contra plantaciones de palma aceitera y de banano en tierras robadas a su comunidad, la masacre por parte del ejercito filipino de ocho aldeanos que se oponían a una plantación de café en sus tierras, o ataques violentos por parte de finqueros brasileños, que usando machetes y rifles dejaron gravemente heridos a 22 integrantes del pueblo indígena de Gamela, algunos con las manos cortadas. Pero no sólo hay asesinatos en estos países, también Guatemala, El Salvador, Honduras o Argentina forman parte de este elenco.

Estas cifras se han quedado muy muy cortas ya que casi cada día siguen siendo asesinados campesinos en América Latina por defender la tierra frente a los grandes propietarios o empresas. Así por ejemplo, se comprueba que en lo que va de 2020 en Colombia han sido asesinados 251 líderes sociales, siendo las principales víctimas de este tipo de homicidios líderes comunales o campesinos que se han visto involucrados en reclamaciones de tierras y la implementación de la sustitución de cultivos. Acá tienen la noticia. Otro ejemplo podría ser Paraguay donde desde 1989 —año de caída de la dictadura— han sido asesinados 125 campesinos.

En la mayoría de los casos, detrás de estos crímenes no sólo están los intentos de silenciar a las personas defensoras de la tierra o el medio en el que viven. Muchos de estos campesinos han sido asesinados para arrebatarles sus tierras y producir soja, banano, palma africana o cualquier otro cultivo industrial. Esto, que recientemente se ha venido llamando ‘acaparamiento de tierras’ viene de muy lejos en el tiempo, aunque es un proceso histórico que tiende a acentuarse en los períodos de globalización económica. Es decir, no tiene tanto que ver con la producción de alimentos sino con otros fenómenos como los flujos internacionales de capitales, mercados internacionales, fondos de inversión, etc.

No los aburriré ahora con esos temas, simplemente destacar que lo peor de todo es la impunidad de quienes están detrás de estos delitos, generalmente empresas multinacionales que cuentan con el apoyo tácito o explícito de los gobiernos de estos países. Digo impunidad, ya que casi nunca se castiga a los autores de los crímenes. Y cuando lo hacen es debido a fuertes presiones internacionales. En este sentido, se debería ir un poco más allá y las empresas —y los consumidores deberían exigirlo— han de ser responsables y asegurar que no apoyan proyectos que desalojan a la gente de sus hogares ni devastan sus ecosistemas.

Y sí, también el lector debe saber que hay multinacionales españolas implicadas en esos procesos de desposesión… pero esa es otra historia sobre la que volveremos.  

La fotografía que acompaña el texto es de Mikael Wiström, un fotógrafo sueco y director de cine documental. 

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Lecturas recomendadas: Vidas a la intemperie


Si buscan en internet encontrarán decenas de reseñas sobre el libro que hoy les recomiendo. Se trata de «Vidas a la intemperie. Nostalgias y prejuicios sobre el mundo campesino» de Marc Badal.

Este libro es una algo distinto a cosas que hayan podido leer sobre la «España vacía» o cosas similares. El autor toca otros palos. Es una obra sobre el campesinado que invita a reflexionar buscando el debate. Considera Marc Badal que los campesinos «Han desaparecido y nunca escribieron su historia (…) El suyo no ha sido un final épico. Los campesinos de nuestro medio rural se han ido en silencio. Víctimas de un etnocidio con rostro amable«.

De afirmaciones así también surge algún punto criticable. En primer lugar, el autor ofrece una visión muy teleológica de este proceso de desaparición del campesinado; es decir los cambios se entienden por una causa final y se obvia todo el proceso histórico. Por otra parte esta afirmación en cierta manera ‘destila / supura’ nostalgia e idealización de épocas pasadas; pareciese como si ‘cualquier tiempo pasado hubiese sido mejor’ y no, no fue así, hubo tiempos pasados muy duros, porque en el mundo rural también había desigualdades, miseria y sordidez. El autor parece quedarse con lo mejor de ese mundo ‘desaparecido’ obviando lo negativo. En tercer lugar, considerar al campesinado desaparecido en Europa es una forma (quizás no intencionada) de ‘invisibilizar’ a los ‘supervivientes’ de ese mundo.

Discrepo con Marc, los campesinos siguen ahí y ahí permanece la cultura campesina. No son rasgos. El mundo campesino siempre tuvo multiplicidad de formas y fue evolucionando para adaptarse a los tiempos. Como el autor reconoce, no hubo un único universo campesino, hubo miles de universos campesinos, y algunos ahí están, aunque quizás en muchas partes de Europa únicamente quedan ‘vestigios’.

Es fácil reconocerse en el obra de Marc Badal, porque uno en cierta manera ha sido o es campesino (aunque el propio autor afirma que le cuesta reconocer como tales a gente que ya no vive en ese mundo). En relación a ello a mí me viene a la memoria la canción de José Larralde: «Es por eso / Que quiero que comprenda / Ciertas cosas / A veces duelen fiero / Yo no pialo / Pero he clavado la reja / Y soy criollo lo mesmo / Que el que muenta / Y sepa señor / Que no digo lo que digo / Porque soy maistro / O porque me sobra ciencia / Lo mesmo es criollo / El que puntea la tierra / Que el que hace / Un libro con criolla conciencia»

Y ciertamente el libro de Marc Badal está hecho con «criolla conciencia». Y es que, a pesar de lo que pueda pensar o decir el autor, hay muchas formas de ser campesino…

Un campesino


Ahí está. Esperando la muerte.

Es un campesino. Un líder campesino.

No es Zapata, ni Sandino, ni Farabundo Martí, ni Chico Mendes…

Es José Feliciano Ama, un humilde campesino indígena salvadoreño, uno de los líderes de la insurrección campesina de enero de 1932. Reclamaban la devolución de las tierras comunales que el gobierno y la oligarquía habían arrebatado a los indígenas.

Nada nuevo bajo el sol. Este levantamiento fue sofocado con una violencia extrema por parte de los militares. Hubo más de 25.000 muertos, todos ellos campesinos pobres de la etnia pipil / náhuat.

Fue un genocidio. Las autoridades convocaron a los campesinos a las plazas con una promesa de diálogo. Una vez reunidos eran apresados y fusilados.

A partir de ese momento, los campesinos indígenas empezaron a dejar de hablar el idioma náhuat o vestir con el traje típico pipil por miedo a ser discriminados, represaliados o asesinados.

A día de hoy, en El Salvador casi nadie habla náhuat.

A día de hoy, en El Salvador quedan muy pocos campesinos.

A día de hoy, en El Salvador los campesinos pobres siguen siendo víctimas de la violencia.

A día de hoy, en El Salvador millones de pobres sobreviven en las ‘villas miseria’ de las grandes ciudades. Son los herederos de José Feliciano Ama y de los miles de campesinos represaliados y expulsados violentamente de sus tierras.

LNT te recomienda: Amparo Ochoa


 

Ya es viernes. Convengamos que las redes sociales son una buena manera de perder el tiempo. No obstante, a veces uno encuentra cosas interesantes. Hoy desde LNT te queremos recomendar a la cantante mejicana que aparece en este video:

Imagino que no la conocen. Yo tampoco sabía de ella y ha sido todo un descubrimiento gracias, precisamente, a las redes sociales. Se llama Amparo Ochoa. Era una maestra mejicana, con una historia muy peculiar. Busquen, busquen en Google… Busquen también sus canciones…

Acá una parte de la letra de la canción que canta en el video:

Se nos quedo el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fe nuestra cultura
nuestro pan nuestro dinero...

Hoy en pleno siglo 20
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos 

Pero si llega cansado
un indio de andar la sierra
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra 

Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo
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