Ya disponible en las bibliotecas públicas de la provincia


Mañana es 23 de abril, la festividad de San Jorge, patrón de Escuredo de Cepeda. También de Villanueva de Carrizo y de otros varios pueblos de la provincia de León.

También, desde 1995, el 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro. Dicen —y estoy seguro que desconocían esta curiosidad— que se escogió esta fecha ya que un 23 de abril murieron Miguel de Cervantes, William Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega; o al menos para la UNESCO murieron ese día.

En lugares como Cataluña en la Diada de Sant Jordi —que es como le llaman allá a ese día— se acostumbra a regalar libros y rosas. Aunque es laborable y no festivo, el centro de ciudades como Barcelona se llena de miles de personas que pasean y compran en las miles de paradas de libros y flores. No sólo las librerías y particulares montan sus stands en la calle para que los autores firmen ejemplares, sino que también organizaciones culturales, ONGs, o incluso partidos políticos montan sus tenderetes para ofrecer libros y rosas.

A mi lo de regalar libros me parece una muy buena idea y ya que estamos hago un pequeño paréntesis para recomendarles que regalen el libro “Tierra de lobos, urces y hambre”. Hay más de un centenar de librerías donde se puede comprar; acá tienes algunas:

¿Dónde comprar “Tierra de lobos, urces y hambre”?

Bueno, vuelvo al suco. En Barcelona la jornada viene complementada por conciertos en las calles y variadas actividades en las bibliotecas públicas. Y ya que de bibliotecas estamos hablando, comentarles también que el libro de “Tierra de lobos, urces y hambre” desde hace unas pocas semanas se puede pedir en préstamo en las bibliotecas públicas de León, Ponferrada y San Andrés del Rabanedo y también en las bibliotecas municipales de las siguientes localidades:

Arganza
Astorga
La Bañeza
Bembibre
Benavides de Órbigo
Boñar
Caboalles de Abajo
Cacabelos
Carracedelo
Ciñera de Gordón
Carrizo de la Ribera
Fabero
Llamas de la Ribera
Mansilla de las Mulas
Murias de Paredes
La Pola de Gordón
La Robla
Sabero
Sahagún
San Justo de la Vega
Santa Lucía de Gordón
Santa María del Páramo
Santa Marina del Rey
Toral de los Vados
Toreno
Tremor de Arriba
Trobajo del Cerecedo
Valencia de Don Juan
Valdepolo
Valderas
Villafranca del Bierzo
Vega de Espinareda
Villablino
La Virgen del Camino
Villaquilambre

También cada uno de los 7 bibliobuses que recorren la provincia de León disponen de un ejemplar del libro.

Así que ya saben, ya no hay excusas que valgan para no leer este libro…

 

Tierra de lobos, urces y hambre


Hace un rato acabo de recibir una muy buena noticia. Jesús Palmero y Cristina Pimentel de Marciano Sonoro Ediciones me dicen que a partir de hoy, 16 de agosto, estará en las librerías «Tierra de lobos, urces y hambre».
Este libro es ‘hijo’ de este blog. Un día me dio por escribir un relato y publicarlo aquí. Ese primer relato titulado ‘La noche más larga‘ tuvo bastante buena aceptación lo que me animó a seguir escribiendo. Poco a poco me junté con una treintena de relatos que ahora ven la luz en forma de libro.
De momento comentarles que en los próximos días estaremos presentándolo en diversas localidades de la provincia. Acá el detalle:

Es una edición muy pequeña, con muy pocos ejemplares a la venta. Por tanto, si no andan listos para reservarlo o comprarlo, corren el riesgo de quedarse sin el, aunque imagino que se irá reeditando conforme se agote. Podrán comprarlo en las presentaciones pero también en la página de la editorial y en diversas librerías; en uno de los enlaces que aparece más abajo se irá actualizando la información sobre puntos de venta del libro.

Cosas que no se olvidan


Siempre ha habido lameculos y Salvador, el cobrador del autobús, era uno de ellos.

Sintiéndose alguien importante, despreciaba a aquellos humildes labriegos que cada día viajaban a León al médico o a hacer cualquier gestión en la capital. Los empujaba para el fondo del autobús como las reses que se llevan a la feria. Siempre con cara de pocos amigos, únicamente ofrecía malas contestaciones y desprecios hacia la gente del campo. No era así cuando subía al coche de línea alguien trajeado, alguna autoridad o Miguelón, el cacique de la comarca. En esas situaciones se desvivía por acomodarlos y no tenía ningún problema en desalojar a cualquier pobre mujer de su asiento para que los más ricos viajasen cómodos.

Cada día, en las cocheras de la capital un poco antes de las seis de la tarde, los paisanos de los pueblos formaban la fila para subirse al coche de línea. Salvador, de pie en la puerta del autobús, iba cobrando el importe de los billetes el cual, como es lógico, dependía de la distancia a recorrer.

Uno de esos martes, uno de aquellos campesinos, acompañado por un muchacho que no aparentaba más de diez o doce años, hizo pacientemente la fila para subir al autobús y cuando llegó a la altura del cobrador le dijo:

– Salvador, déjanos subir al coche de línea. Hoy no traigo dinero, pero ya te pagaré. Me conoces y sabes que al llegar a casa o mañana te pago.

—No puedo. No puedo. Se me cae el pelo si te pillan sin billete —le decía Salvador negando con la cabeza.

—Salvador, tengo el rapaz pequeño conmigo… no es por mí. Es por él. No puede caminar tantos quilómetros hasta casa. Yo puedo volver andando, pero llévalo a él —susurraba Andrés mirando a su hijo.

– No puedo saltarme las normas. Ni puedo hacer la vista gorda – decía elevando el tono de voz para que el resto de pasajeros lo escuchasen y así escarnecer a quien le pedía ese tipo de favores.

Quien lo viese en ese tipo de situaciones podría pensar sin peligro de equivocarse que el cobrador disfrutaba humillando a las personas necesitadas.

Dicen en los pueblos que a cada gocho le llega su San Martino y en el caso de Salvador, no fue la fortuna o el azar quien acudió a darle su merecido. Fue su jefe, el dueño de la empresa de autobuses que poniendo el dinero a buen recaudo mandó a todos los empleados a la calle, sin ningún tipo de indemnización ni reconocimiento.

«Pobre Salvador, se dejó la vida por la empresa y le dieron una patada en el culo», murmuraba la gente, compadeciéndose de un hombre que durante más de treinta años no había faltado un solo día al trabajo.

Aunque le quedaban unos años para jubilarse, Salvador no encontraba trabajo y consumía los días encerrado en casa. Echaba de menos el coche de línea. A los pocos meses de perder el trabajo, empezó a sentirse mal, con fatiga y debilidad generalizada. Después de numerosas pruebas, los médicos ordenaron su internación en el hospital del Monte de San Isidro, situado a las afueras de la ciudad de León.

No le pareció un mal lugar de convalecencia, aunque intuía que nada bueno había detrás de aquel malestar. La primera noche internado apenas pudo dormir. La claridad de la llegada del día lo despertó y se levantó a la espera del desayuno. ¡Qué largos son los días en los hospitales!, pensó. Allá, sobre media mañana, distraído mirando los robles del parque aledaño, no oyó entrar al médico que venía a visitarlo.

—¡Buenos días Salvador! ¿Cómo se encuentra? Soy el doctor Arienza, su médico.

Al oír su nombre, Salvador se giró sorprendido. Por un momento, el antiguo cobrador del coche de línea volvió a sentirse importante. Alguien distinguido lo reconocía. Sonrió y dijo:

—¿Sabe cuantos años trabajé de…?

El doctor lo interrumpió y lo mandó sentarse en la cama. Lo auscultó y revisó los análisis que extrajo de un sobre con el sello de unos laboratorios de la capital. Poniéndole la mano en el hombro le dijo:

—Salvador, descanse ahora. Acá lo vamos a cuidar.

El médico salió de la habitación. Mientras caminaba por el pasillo hacia la recepción, recordó cuando tenía once años y su padre lo llevó al médico a León. Quedaron sin dinero y el miserable del cobrador del coche de línea no les permitió subirse al autobús.

Esas cosas, para bien o para mal, nunca se olvidan.

Gregorio Urz, agosto de 2019

La foto que acompaña la entrada es de Maret Hosemann from Pixabay

Este relato forma parte del libro «Tierra de lobos, urces y hambre» que acaba de ser publicado por Marciano Sonoro Ediciones.

 

Una noche estrellada


Abriéndose paso entre la maleza, Aurelio bajó al río, y mirando hacia la sierra maldijo:
– La puta madre que los parió… No baja ni una gota. Están empezando a secarse ya todos los pozos del río.

En el lecho de aquel arroyo, entre dos filas torcidas de alisos, un hilo plateado de agua serpenteaba entre las piedras formando un collar de espejos con los charcos.

– No queda otra que subir a robar el agua, le dijo a Pedro, el muchacho que lo acompañaba.

Aunque el año estaba viniendo especialmente seco, las balsas de los vecinos de Serrallobera en la parte alta de río y los motores de riego de gasolina no dejaban escapar una gota de agua río abajo. Aurelio veía como, asfixiadas por el calor de agosto, las ramas de las patatas estaban mustias y empezaban a amarillear. Hacía varias semanas que no llovía y aquel cultivo necesitaba agua.

Días más tarde, ayudado por su hijo Pedro hicieron una balsa en el medio del río con terrones, piedras y tierra. En el medio de la misma pusieron unas ramas verdes de aliso, indicativo de que aquella balsa estaba ‘couta’. Todo vecino de Valdeferrera entendía aquella señal y la respetaba. También los de Serrallobera, el pueblo de arriba, colocaban una rama verde en las ‘chorcas’ pero en este caso el criterio cambiaba. Los de Valdeferrera entendían que tenían ‘derecho’ a reventar aquellas balsas: única autoridad que había en la materia era la Confederación Hidrográfica del Duero que de vez en cuando enviaba a algún funcionario a multar a quienes regasen con agua del río.

No habían pasado ni dos días cuando Aurelio avisó a su hijo de que había llegado el momento de ir río arriba a ‘robar el agua’. Era una operación relativamente sencilla, aunque no exenta de peligros. Se trataba de subir por el río hasta llegar hasta las chorcas, quitar los palos que sujetaban los terrones y reventar la primera de las balsas. Liberada de ataduras, la propia fuerza embravecida del agua se encargaba de hacer el resto del trabajo.

Una vez anocheció, salieron caminando hacia la tierra sembrada de patatas. Allí, al lado del río el hombre colocó una manta y dio algunas instrucciones a su hijo.

– Padre, ¿tiene miedo? ¿Qué pasa si lo descubren? – preguntó Pedro.
– No me van a descubrir – le dijo Aurelio.
– Pero… si te descubren reventando las balsas, ¿también te pueden pegar o llevarte preso? – inquiría el rapaz con preocupación.
– No. No te preocupes. Nadie me hará mal. Tenemos muchos parientes en ese pueblo. Un pariente no ‘descubre’ a otro – afirmaba Aurelio.

Para tranquilizar a su hijo le contó alguna anécdota como aquella vez que fue a reventar las balsas y se encontró de velanda a su primo Honorio o cuando se encontró con Tomasón durmiendo con la escopeta al lado.

Pedro, con doce años recién cumplidos, tenía miedo de quedar solo en medio de la noche, aunque no se atrevía a decírselo a su padre. Antes de partir hacia la sierra su padre lo abrazó.

– No tengas miedo, hijo. Agarra a Kennedy que no venga conmigo.

Una vez que la figura de su padre padre desapareció engullida por las sombras, el desasosiego se apoderó de él. Sintió un ruido entre las ramas de los árboles y se sobresaltó. Detrás de cada sombra imaginó una alimaña y parecía que lobos, raposas, tejones, culebras, estaban al acecho esperando a que se durmiese.

Kennedy, el perro, estaba tranquilo. Tumbado al lado de la manta, de vez en cuanto levantaba una oreja y alzaba la cabeza. Olfateaba el aire y volvía a descansar.

Pedro se tumbó en la manta boca arriba al lado del perro. Miró las estrellas. Eran miles y dibujaban las formas más diversas. Aquel abismo lo intrigaba. Parecía como si alguien las hubiese colocado así. De repente el cielo empezó a dar vueltas sobre su cabeza y tuvo la sensación de caer en el vacío. Mareado, cerró los ojos. Empezó a sentir toda una sinfonía. Un grillo acá, un sapo allá… de fondo las hojas de los árboles movidas por el viento. Abrió los ojos de nuevo y contempló de nuevo el cielo. El paso de alguna estrella fugaz aumentaba aún más su fascinación por aquella inmensidad.

Tratando de encontrar una explicación a toda aquella armonía, Pedro se durmió profundamente. Soñó una vida mejor. Una vida sin aquellas escaseces. Cuando despertó allí estaba su padre, liando un cigarro. El paisaje se iba desprendiendo de su ropaje oscuro y a ras de suelo una bruma, una neblina surgida de la hierba se extendía como una manta por el campo.

– Ya está. A media mañana llegará el agua. Hay que tenerlo todo preparado para regar – le dijo Aurelio.

Pasó el verano, y ese mismo otoño Pedro fue a estudiar a un internado de frailes. Muchos años más tarde, ya en la ciudad, en esas calurosas noches de agosto se asomaba a la ventana, encendía un cigarro, miraba al cielo y maldecía aquel bochorno.


Este relato forma parte del libro «Tierra de lobos, urces y hambre» que acaba de ser publicado por Marciano Sonoro Ediciones. En este enlace puedes encontrar más detalles.

Photo by slworking2 on Foter.com / CC BY-NC-SA

El trámite


Con dificultad Arsenio se levantó de la cama y se colocó la prótesis en su pierna derecha.

Una vez que tomó el café que había preparado en una ennegrecida cafetera de aluminio, se dirigió al cuarto de baño y con la solemnidad con la que se prepara un novio para el día de la boda se duchó, se afeitó, y se puso una camisa blanca. Antes de ponerse la chaqueta del traje hizo el nudo a la corbata y la ajustó al cuello de la camisa. Estaba impecable.

Agarró su bastón y el sombrero y se dirigió a la parada del coche de línea. Después de más de una hora doscientas catorce curvas y diecisiete paradas en otros tantos pueblos, aquella tartana llegó a León.

Ya en las cocheras, Arsenio renqueando se bajó de aquel autobús destartalado y con toda la ligereza que le permitía su cojera caminó durante tres o cuatro manzanas hasta un edificio con un portón grande custodiado por dos guardias civiles.

Saludó con familiaridad a los uniformados de la entrada y se dirigió al primer piso. Allí agarró un número y se sentó a esperar en un banco de madera.

Detrás de un manoseado mostrador de mármol blanco con vetas grises un joven con corbata atendía las consultas. Se notaba que era nuevo porque de tanto en tanto un señor ya entrado en años se acercaba a darle instrucciones.

La presencia de aquel muchacho incomodó a Arsenio que, inquieto, tintineaba con el bastón en el suelo, creando un ruido molesto para el resto de personas que esperaban en la sala.

Llegó su turno y se dirigió al mostrador.

—Hola, buenos días. ¿Hoy no está Sofía? —preguntó quitándose el sombrero.
—No, no. Está semana pasó destinada a la oficina del Gobernador Civil. Mi nombre es Paco y la sustituiré hasta que se cubra la plaza definitivamente.
—Muy bien. Mire, quería saber si ha salido el visado de mi mujer. Se llama Evangelina dos Santos.
—¿Tiene usted el resguardo de la solicitud?
—No, no lo tengo.
—¿Conoce el número de expediente?
—No, no —balbuceaba Arsenio agitando con nerviosismo los brazos—, ni Sofía ni don Raúl me pidieron nunca resguardos ni el número de la solicitud. Mire bien por favor. Ya hace unos cuantos meses que inicié el trámite, y ya debería haber salido.

Paco, el joven que lo atendía, trataba de explicarle que sin un número de expediente o un resguardo la gestión no daría resultado alguno.

—Mire —le dijo— aquí no me figura ninguna solicitud a nombre de ninguna Evangelina ni de nadie que apellide Dos Santos…
—Dos Santos, es separado. Dooos Saantos… —interrumpía la explicación Arsenio, cada vez más alterado y elevando el tono de voz.
—Mire señor, no grite. Lo siento mucho, no puedo ayudarle. Hágase a un lado, por favor. ¡Siguieeente! —dijo Paco poniendo fin a aquella conversación.

Sintió Arsenio como si alguien hubiese sacado el tapón de un desagüe y él era el agua que se escurría por el agujero. Le faltaba el aire y lo invadió un sudor frío. Tenía dificultades para hablar y notaba que se le entumecía el brazo con el que se apoyaba en el bastón.

Arsenio sintiendo como las fuerzas lo abandonaban se desplomó al suelo.

En torno a él se formó un gran revuelo. Los que allí estaban lo estiraron en el suelo, le aflojaron el nudo de la corbata y con una carpeta le daban aire. Uno de los primeros en salir a socorrerlo fue Raul el director de la oficina, que le daba pequeñas bofetadas en la cara tratando de que volviese en sí.

Todo en vano. Cuando media hora más tarde llegó la ambulancia y el personal sanitario se lo llevó en una camilla, seguía inconsciente aunque respiraba.

Una vez regresó la calma a la oficina y cada uno volvió a su lugar, don Raúl se acercó a Paco y le pidió que lo acompañase a su despacho.

Ya más tranquilo, le explicó:

– Ese señor que se acaban de llevar, se llama Arsenio y lleva meses pasando por esta oficina. Su razón de vivir es venir acá cada viernes, esperar pacientemente su turno y preguntar por un trámite que no existe. Ni siquiera existe su mujer.

Hizo una pausa y mandó a su secretaria a buscar café y agua. Encendió un cigarrillo y siguió con los detalles de la historia:

—Arsenio hace tres años tuvo un accidente en el que murió su familia. Poco a poco va recordando algunas cosas. Un día se presentó aquí, en el Gobierno Civil, preguntando por su mujer y su hijo. Se le metió en la cabeza que habían vuelto a Brasil y que necesitaban un visado para volver a España. No sé… se le metió eso en la mollera como se le podía haber metido otra cosa —decía Raúl señalando con el índice su sien.

—Así que, ya lo sabes, cuando el próximo viernes venga a informarse del trámite, limítate a decirle que no, que todavía no se ha resuelto nada.

—Pero algún día deberá saber la verdad ¿no es mejor decírsela? —preguntaba Paco.

—Sí, sí. Claro que debería saber la verdad. Pero, ¿quiénes somos nosotros? No se mete con nadie ni hace daño a nadie. No sé tu, yo soy un simple funcionario… —se justificaba Raúl.

—Lo que usted mande, don Raúl. Quizás tenga usted razón —dijo Paco asintiendo con la cabeza.

—No sé si tengo razón o no… a veces vivir exige una buena dosis de mentira para poder soportar el dolor.

Cabizbajo, Paco volvió de nuevo a su escritorio.

Arsenio nunca regresó.

 

Gregorio Urz, mayo de 2018

La foto que acompaña la entrada es de Hugo Gamelas on Foter.com / CC BY-ND

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