Caronte aguarda


Hechos hay que hacen bueno aquel aserto de que no hay dos sin tres y León, siempre fiel a su fatídico destino como santo y seña de su devenir histórico, no puede fallar cuando pintan bastos para sus intereses. Nos estamos refiriendo al triste final de nuestras tres malhadadas azucareras, León, Veguellina y, al parecer, ahora le tocará a la de la Bañeza.

Primero causó baja la azucarera de León. Su desaparición no fue en exceso problemática, excepción hecha de sus empleados, porque las dos restantes podían suplir su cometido. El crecimiento de la ciudad la dejaba con un emplazamiento complicado para acercar a ella la remolacha, su única materia prima, y en sus alrededores no era precisamente éste el cultivo más extendido.

Le tocó luego en suertes después echar el cierre a la azucarera de Veguellina, en este caso la repercusión fue mucho mayor. Su ubicación a tiro de dos de las zonas más remolacheras de León, como son el Orbigo y el Páramo, suponía la puntilla de una industria histórica que gozaba de una situación privilegiada, situación que compartía con la de la Bañeza y, por paradójico que pueda parecer, ambas eran viables, a pesar de estar separados por unos quince kilómetros.

El caso de Veguellina fue traumático, agricultores concienciados y buena parte de la ciudadanía del pueblo y localidades próximas, igualmente concienciadas, propiciaron encendidas protestas que infructuosamente se sucedieron, todo ello con el silencio cómplice de las autoridades locales, provinciales, autonómicas y nacionales, quienes, al dictado de la opción política imperante del momento, condenaron esta industria local a su desaparición.

Los empleados fueron permisivamente engañados con traslados, prejubilaciones e incentivos varios y el pueblo aún muestra señales de esta voladura empresarial arteramente programada. Más pisos a la venta, menos negocios, menos bares, escasos servicios ferroviarios, en otro tiempo pujantes y un declive económico generalizado que si resulta menos perceptible es porque la inercia de este núcleo de población lo ha convertido en un pueblo con demografía centrípeta, es decir, por aluvión de ciudadanos de pueblos aledaños que se avecindan en él.

¡Qué lejos quedan aquellos tiempos de lineras, azucarera, núcleo ferroviario, mercado ganadero y numerosas empresas, talleres, etc, que daban trabajo a un sinfín de trabajadores entre sus naturales y localidades próximas! Ahora, este Gólgota particular parece que se hará extensivo a la Bañeza que, como ciudad de tamaño medio que es, sufrirá, con mayor rigor si cabe, las tribulaciones por las que ha pasado y está pasando Veguellina, contribuyendo así a tener otra decadente ciudad en la ya de por sí depauperada geografía leonesa.

Curiosamente, el sector azucarero pervive entre los estériles cerros de yeso pucelano, pero no teman, León está dispuesto a hipotecar su futuro cediendo parte de sus recursos hídricos a mayor gloria de la nueva metrópoli y contribuirá a su grandeza aunque para ello tenga que dejar sus campos yermos, todo sea por la altruista solidaridad leonesa-

La Bañeza será una nueva muesca en el revolver de la Junta que ya habrá perdido la cuenta de las que ha tenido que grabar por los consentidos agravios que ha propinado a León. Y mientras, las egregias figuras de nuestro panorama provincial, seguirán pontificando sobre la inviabilidad de esta tierra. ¿Porque no contemplan el esqueleto en que se ha convertido la otrora pujante azucarera de Veguellina y hoy paradigma perenne del inquietante destino que nos acecha?

Urbicum Fluminem, abril de 2019

La foto que acompaña el texto es de Abel Aparicio.

Las campañas de saneamiento: más leña al fuego…


Parece que el artículo de principios de esta semana levantó ampollas entre el colectivo veterinario. Alguno de ellos dejaron comentarios en el blog tachándome de ignorante. Con este ‘argumento ad hominem’ intentaban desacreditar lo que se decía, pero sin ofrecer ningún argumento o dato que refute lo dicho. Pero ¡cuánto saben estos veterinarios!

Aún así, considero conveniente hacer algunas puntualizaciones respecto a lo ya dicho.

Una de las precisiones es respecto a las estadísticas ganaderas. El hecho cierto es que entre 1985 y 1992 la cabaña de vacuno en la provincia de León se redujo en un 40%. Lo que se deja caer en el anterior artículo es que podría haber una relación casual entre la disminución del número de ganados y la puesta en marcha de las campañas de saneamiento ganadero. Los indicios son fuertes, y una posible hipótesis de partida es que una de las causas de disminución del ganado fueron estas campañas.

Ahora bien, cualquier hipótesis ha de ser validada, y para ello sería preciso conocer: (i) número total de animales sacrificados; (ii) porcentaje de animales sanos sacrificados en relación a animales enfermos. Con estos datos en la mano, se podría ver en qué medida las campañas de saneamiento han sido responsables de la mentada reducción. De lo momento lo que hay son fundadas sospechas.

Lo que sí es una certeza es que las campañas de saneamiento han sido un éxito, y así por ejemplo, en Castilla y León en brucelosis bovina no se ha detectado ninguna explotación positiva en 2018, por lo que la Comunidad contará este año con cinco provincias ya declaradas libres de esta enfermedad por la Unión Europea, tal y como se puede leer en esta noticia.

Ahora bien, acá viene una segunda reflexión / puntualización y es si el fin justifica los medios. Volviendo al ejemplo de Fidel, el ganadero de Cabuérniga, considerando que le obligaron a sacrificar 53 animales sanos por un positivo, ¿son necesarias medidas tan drásticas y tan lesivas para un ganadero? Visto lo que hubo, uno podría pensar (de nuevo) que detrás de estas campañas hay otros intereses espurios. A bote pronto, la pregunta es: ¿no debería ser la Administración también garante de los derechos de los ganaderos, no sólo de los consumidores? Y ya ni hablamos de los derechos de los animales.

Es obvio que el artículo anterior buscaba la polémica, pero teniendo en cuenta el caso de Fidel un tema serio para la reflexión es hasta dónde se puede llegar en la búsqueda del bien común. Se han hecho barbaridades en aras del bien común, y un buen ejemplo es Riaño que, para favorecer a unos pocos regantes y a las empresas eléctricas, se condenó a muerte a todo un valle, como ya explicamos acá. No siempre cabe pensar en el bien común, sino también en que no se lesionen derechos fundamentales de los afectados.

Una tercera reflexión surge en relación a la diferencia entre valor y precio. Cuando a un ganadero lo obligan a sacrificar a toda su ganadería, el valor del ganado no es igual al precio fijado por la Administración. Durante años el ganadero ha venido seleccionando ese ganado y lo ha ido enseñando y además conoce las características de cada animal (p.e., si tiene partos complicados, si cría bien, etc). Todos esos conocimientos se pierden y nadie se los paga… lo obligan a empezar de nuevo; otro ejemplo, una vaca puede ser vieja pero puede ser valiosa porque guía a las otras o está enseñada para el yugo o el carro. Eso tampoco te lo compensan… Y los veterinarios deberían saber que no es lo mismo valor que precio.

No me extiendo más. Aún así sigo manteniendo que: (i) la entrada de España en la CEE y las políticas puestas en marcha para adaptarse al mercado único fueron un desastre para las provincias del Norte y Noroeste de España; a ello se añade que la entrada en el Euro y el sistema perverso de subvenciones puesto en marcha fueron la puntilla a la agricultura y ganadería tradicional; (ii) las campañas de saneamiento ganadero se han realizado de forma opaca, sin facilitar información y estadísticas de los resultados en relación a reses sacrificadas; y (iii) el fin no justifica los medios y la Administración debe proteger los intereses de las minorías y los menos pudientes, como los pequeños productores.

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Las campañas de saneamiento ganadero: peores que lobos…


Hace unas semanas preparando un pequeño artículo de opinión sobre el declive de la provincia de León buscaba datos sobre la evolución de la cabaña ganadera cuando me encontré con un dato sorprendente.

Revisando las estadísticas ganaderas resulta que en 1985, justo un año antes de entrar en la Comunidad Económica Europea, había en la provincia de León 173.278 cabezas de ganado bovino. Unos pocos años más tarde el número de animales se había reducido en casi un 40%; concretamente en 1992 la cabaña de bovino estaba en 110.754 cabezas; haciendo números, resulta que en apenas 7 años se contabilizaban 65.524 animales menos.

Me acordé que en aquellos años la Junta de Castilla y León puso en marcha diversas campañas de saneamiento ganadero. Como recordarán muchos lectores de este blog, los veterinarios de la Junta visitaban las explotaciones y todos los animales que daban positivo a la brucelosis o a la tuberculosis debían ser sacrificados en el plazo de un mes. Al ganadero lo indemnizaban con las cantidades que establecía la ley, aunque lo pagado estaba muy por debajo del precio de mercado. Además, lo curioso es que estas reses ‘enfermas’ se podían destinar al consumo humano.

Cabe recordar que con la entrada en la CEE en 1986, las provincias del Norte y Noroeste de España tuvieron la mala suerte de que el vacuno y los lácteos fuesen producciones excedentarias. Además era complicado competir con países como Holanda, Alemania o Francia. Por estos motivos, como solución se pensó en reducir el número de explotaciones ganaderas (y de cabezas de ganado) y se dieron ayudas a los ganaderos para que abandonaran la actividad.

Es posible que las ayudas contribuyesen a disminuir el número de animales, pero reducir la cabaña de bovino en una tercera parte en tan pocos años, es sospechoso… Humm, diría que algo huele mal en toda esta historia. Tengo la intuición de que estas campañas ganaderas fueron la ‘excusa’ para reducir los ‘excedentes ganaderos», aunque no tengo pruebas. En relación a ello, me hubiese gustado saber cuántas reses fueron sacrificadas, por ejemplo, en la provincia de León en el marco de estas campañas de ‘mejora de la cabaña ganadera’, pero no encontré estadísticas. Intuyo que esta estadística de animales sacrificados nunca se hizo pública. Ni se hará.

Mi teoría es que las campañas de saneamiento fueron armadas por los tecnócratas de la Junta de Castilla y León para obligar por la fuerza a los ganaderos a ‘deshacerse’ de los animales. «No queréis cerrar la explotación por las buenas, pues por las malas. Ahí os mandamos a los veterinarios…«. Yo recuerdo cómo fue la historia en mi pueblo, y resulta sumamente curioso que al principio únicamente saliesen ‘malas’ las vacas de los jubilados, después a los del bar, después ya le podían salir malas a cualquiera. El caso es que en tres o cuatro campañas, más de la mitad de las vacas desfilaron camino al matadero. Además en muchos casos, sorprendentemente, las que salían brucelosas o tuberculosas eran las mejores novillas de la cuadra.

Imagino que en Galicia, Asturias o Cantabria, pasó lo mismo, o algo parecido…

Todo muy sospechoso… pero el caso es que los veterinarios iban a full (a saco), como lobos en el rebaño. Parecía que todo se hacía con alevosía y maldad. Se cometieron muchas injusticias y, al escribir esta palabra, me viene a la cabeza la historia de Fidel González, de Cabuérniga (Cantabria), a quien en 2017 le obligaron a sacrificar 53 vacas sanas, porque uno de los animales había dado positivo por brucelosis. Con todos los medios que hay ¿era necesaria esa medida? ¿dónde están los derechos de Fidel? ¿acaso este ganadero no tiene derecho al trabajo, a la propiedad, a la seguridad jurídica, a una vida digna, etc? Porque no sólo le quitan al ganadero los medios de vida, sino que le roban el trabajo de años. Años de seleccionar los mejores animales, de enseñarlos, de cuidarlos, de saber cómo es cada vaca… Ese esfuerzo realizado y esa pérdida no te lo compensa nada ni nadie.

En fin… No me extiendo más. Lo malo es que nunca sabremos la verdad y qué fines esconden estas campañas de exterminio de la cabaña ganadera… perdón, de saneamiento de la cabaña ganadera, quise decir.

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La foto que acompaña el texto es Germán García Adrasti . Que sepan también que el jato de la foto se llama Lalo, es un campeón argentino y vale unos 4.500 euros.

Las vacas


– Son cosas de Europa y no hay vuelta atrás – decía Miguel mientras apuraba una copa de orujo.
– Esto no es Europa. A mí quien me examinó las vacas fue el veterinario de la Junta. Un grandísimo hijo de puta… ¿qué le molestarían las mis vacas, si estaban sanas como castañas? – dijo Anselmo.
– Pero si te lo cubre la subvención… – decía Tomás.
– La ‘subención’ que se la metan por el culo. Yo lo que quiero es que no me quiten las vacas. A mi lo que me jode -razonaba Anselmo-, es que te dicen que esas vacas están tuberculosas pero van al matadero y después la carne es para consumo de la gente. Alguien se debe estar lucrando con eso.
– Eso sí que no hay quien lo entienda. Si sale mala, sale mala. Que la lleven al crematorio… – asentía Jacinto
– Ansiosos, que sois unos ansiosos. Así que os jubiláis, os entran las ganas de trabajar. Os quedan cuatro días para moriros. ¿Qué pensáis que lo vais a llevar todo para el otro lado? – interrumpió Lorenzo sentado al lado de la estufa y aparentemente ajeno a la conversación.

Anselmo al oír eso se agachó, descalzó la madreña y con el brazo en alto, madreña en mano, salió disparado hacia Lorenzo gritando: «Me cagüen la puta madre que te parió. ¡Faltoso! Pero, ¿a quién le molestan las mis vacas? ¿A quien hago daño yo con tener dos vacas en casa?»

En las últimas semanas ese era el pan nuestro de cada día. A la hora del orujo en el bar la conversación giraba sobre las vacas y la campaña de saneamiento ganadero puesta en marcha por la Junta de Castilla y León siguiendo una directiva europea. Aquella campaña había caldeado mucho los ánimos de los paisanos de Valdeomaña. No era para menos. Más de la mitad de las vacas del pueblo habían salido con tuberculosis o brucelosis y, aunque aquello olía a chamusquina, no había vuelta atrás: las vacas marcadas tenían que ir al matadero.

A Anselmo que tenía dos vacas, la Gallarda y la Bonita, le habían salido malas las dos. Si desde la pérdida de su mujer estaba con el ánimo bajo, aquello acabó de hundirlo del todo. Aquellas reses eran su familia y con ellas pasaba los días. Viudo y sin hijos vivos, su único motivo de vivir eran las dos vacas que tenía en la cuadra.

Sabedor de que en quince días vendrían a buscarlas, la pena lo ahogaba y los días y noches se le hacían eternos. De esos días, la mitad los pasó en la cama aquejado de debilidad y la otra mitad haciendo trámites. Fue a León al catastro y puso todas sus propiedades a nombre de la hermana, pasó por el notario en Astorga y redactó un testamento. Bajó a Benavides y pasó por la Caja de Ahorros. Allí, le ordenó al director ingresar un millón de pesetas en la cuenta de cada sobrino y que el remanente de la cuenta lo pusiese en un sobre. También pasó por la armería y pidió al empleado unos cartuchos de escopeta del grosor suficiente como para matar a un lobo o a un animal grande.

Para calmar la ansiedad iba tachando días en el calendario de la cocina hasta que, finalmente, le tocó marcar la fecha señalada. Ese día se levantó con dolor de huesos y siguiendo la rutina de cada día pasó por la cuadra y llenó los pesebres de las vacas de yerba seca y después se dirigió al bar ‘al orujo’. Era día de mercado en Benavides y en la cantina únicamente estaba Ulpiano el tabernero que le preguntó:

– ¿Qué tal Anselmo? ¿Cómo andas? Vienen hoy por las vacas tuyas, ¿no?

– Ummm -dijo Anselmo encogiéndose de hombros- Vienen por ellas. Otra cosa muy diferente es que puedan llevarlas. Ya veremos…

De dos tragos tomó dos copas de aguardiente y antes de pagar le pidió al cantinero que cogiese una botella de refresco y la llenase con tres ‘copinas’ de orujo.

Ya de vuelta en casa, preparó unas sopas de ajo mientras escuchaba la radio. Las probó pero fue incapaz de comer nada. Tenía el estómago cerrado. Fue a la habitación, sacó del armario el único traje que tenía y lo colocó cuidadosamente encima de la cama. Justo al lado dejó el sobre que le habían entregado en el banco en el que había escrito el nombre de su hermana. Se dirigió a la despensa y agarró la escopeta que hacía años que no utilizaba. La desarmó la limpió bien e introdujo un cartucho en cada cañón.

Bajó al corral, y se dirigió de nuevo la cuadra. Agarró un cepillo que colgaba de una de las vigas y lo pasó cariñosamente por el lomo de la Gallarda y la Bonita.

Después de un buen rato afalagando los animales, cogió el taburete de ordeñar las vacas y se dirigió al portal. Con una llave grande de hierro cerró el portón que daba a la calle y atrancó la entrada con un tablero del carro y unos maderos. Justo enfrente de la puerta, en el medio del portal, colocó el taburete, la escopeta y la botella de orujo. Se sentó y del bolsillo de la camisa sacó una petaca de cuero con tabaco picado, agarró unas hebras y con calma lió un cigarro. Le venían a la cabeza recuerdos de todas las vacas que habían pasado por aquellas cuadras: la Gallarda, la Bardina, la Rubia, la Corza, la Gabacha…

Ensimismado en esos pensamientos fue interrumpido por varios golpes en el portón.

– ¡Anselmo, Anselmo! Están aquí los de la Junta de Castilla y León preguntando por tí-, se escuchaba al otro lado de la puerta.

– ¿Los de la Junta? ¡Qué se vayan a tomar pol culo esas sanguijuelas! Ya los veré en el infierno-, musitó entre dientes Anselmo. Justo en ese momento una bandada de grajos sobrevoló el corral graznando y alborotando, tal vez presagiando alguna mala noticia.

Gregorio Urz, enero de 2018

La foto que acompaña esta entrada es de Miquel Fabré on Foter.com / CC BY-NC-ND

Ni Texas ni Arizona, el Oeste está en León…


Hubo una época en la que en las radios y discotecas de León sonaban grupos de música leoneses: Los Cardiacos, Fundición Odessa, La Coartada, Los Flechazos… o Deicidas. Pero eso fue hace muchos, muchos, muchísimos años… de hecho esto sucedió en el siglo pasado. Era el año 1987, aproximadamente…

En aquella época León era una provincia ganadera. Con la entrada en la Comunidad Europea, la Junta de Castilla y León, utilizando como excusa el saneamiento ganadero, ‘masacró’ a ganaderos y ganados en la provincia de León. En 1982 había 25.633 explotaciones de bovino y 167.221 bovinos; en 2009 quedaban 2.243 explotaciones y 117.533 cabezas de bovino[1]. ¡Ahí es nada! Si sigue la progresión, hagan sus cálculos…

Era tanta la importancia del ganado que incluso Deicidas dedicó una canción a los ‘tratantes’ de ganado. Bueno, el video del encabezamiento da una idea lejana de lo que era la canción… Esto había que verlo en directo… con Felipe Zapico al mando.

Hay mafia en la feria de ganado, 
el precio de las vacas disparado;
un hábil forajido vende caro, 
lo que a otros tratantes ha robado.
Cuatreros de ganado en el tren de Matallana...

Quizás sin saberlo, Deicidas estaban haciendo folklore…  

Digo que hacían folklore, porque según la Wikipedia: «La música tradicional, música folclórica, música típica o folk, es la música que se transmite de generación en generación como una parte más de los valores y de la cultura de un pueblo«. Y la cultura tradicional leonesa siempre fue una cultura ganadera. Aquí otro ejemplo:

 


[1] Por si alguien tiene curiosidad, los datos son oficiales y están sacados del INE, concretamente del Censo Agrario de 1982 y del de 2009.

Los comunales, un dulce muy goloso…


 

Mucho se habla de los comunales en la provincia de León, pero ¿realmente alguno sabe cuál es la superficie de comunales a nivel provincial? La respuesta es no.  Aunque por lo general cada pueblo conoce sus propiedades, a nivel provincial no se dispone de datos.

Básicamente la razón de esta ausencia de información es porque, hasta hoy en día, los pueblos han gestionado de forma autónoma estos bienes. No ha habido ninguna instancia u organismo provincial, autonómico o nacional que haya centralizado esta gestión y que por tanto pueda ofrecer cifras concretas y fiables. Se supone que la Junta de Castilla y León conoce la superficie de montes públicos «tutelados» por la Consejería de Medio Ambiente; se supone igualmente que la Consejería de Agricultura conoce la superficie de comunales afectadas por la PAC. Sin embargo, son datos parciales ya que, como señalamos en un post anterior, la categoría de comunales puede incluir bienes valiosos como solares urbanos, molinos, casas, o escuelas por ejemplo, que no entran en estos inventarios.

Como punto de partida, podrían servirnos las cifras de José Serrano quien en uno de los apéndices de su tesis doctoral hace un cálculo de la superficie de montes públicos a mediados del XIX. En este enlace podéis acceder a la consulta y descarga del documento (en las páginas finales aparece desglosada la superficie por municipios). En base a la superficie que aparece en los distintos catálogos de montes, calcula el autor que a mediados del siglo XIX había unas 903.257 hectáreas de comunales, de las cuales 843.322 serían montes de los pueblos.

Mucho ha llovido desde entonces, pero considerando que los procesos privatizadores del siglo XIX no tuvieron demasiada importancia, creemos bastante posible que la cifra se mantenga en torno a las 900 mil hectáreas. ¡Ahí es nada! ¡2/3 de la superficie provincial están en manos de los pueblos! ¿Están de acuerdo con nosotros que esto es un dulce muy goloso para unos gobernantes necesitados de dinero?

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