Los embalses en España, ejemplo de desposesión campesina


Según la Wikipedia, en España hay más de 500 pueblos sepultados por la construcción de embalses o ‘pantanos’. Hace años que le doy vueltas al tema y cada vez lo tengo más claro. Al igual que las desamortizaciones del siglo XIX, los embalses del siglo XX fueron en muchos casos un fenómeno de desposesión campesina.

Para situarnos quiero empezar con una pregunta que pueden contestar en los comentarios y que nos pueden ayudar a situarnos: ¿quiénes han sido los mayores beneficiados y perjudicados por la construcción de esos embalses? La respuesta es relativamente fácil y estarán de acuerdo conmigo que quienes no sacaron ningún provecho fueron los pueblos y las comarcas donde se construyeron estos embalses. Un buen ejemplo es el pantano de Riaño, donde se condenó a muerte a todo un valle para beneficiar a las empresas eléctricas y a unos pocos agricultores de Tierra de Campos. ¿Cómo es posible que los menos beneficiados por un embalse sean los ‘afectados’? Quizás esto ya nos da pistas de la lógica que hay detrás de estas infraestructuras.

Ya en una entrada de este blog del año 2013, se presentaba el embalse de Riaño como tragedia de los cerramientos. En esa ocasión, como especialista en comunales me preguntaba yo si los vecinos de los pueblos fueron indemnizados por los terrenos comunales que quedaron bajo las aguas; sugería yo que, al igual que en el siglo XIX, había habido un proceso de ‘despojo’ en tanto que los campesinos perdieron mucho más que sus tierras particulares.

Lo cierto es que España hay más de 350 grandes embalses, y aunque  se suele asociar la construcción de éstos al período franquista, casi una tercera parte de estas grandes presas fueron construidas con posterioridad a la muerte del Dictador. Habría que señalar también que la idea de los pantanos, como grandes infraestructuras, es anterior al franquismo. Los planes hidrológicos se remontan a las propuestas de los regeneracionistas, empezaron a despegar en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y continuaron con el gobierno de la Segunda República (1931-1939), si bien fue en la dictadura de Francisco Franco (1939-1975) alcanzaron su desarrollo pleno. Estos embalses formaban parte de estos planes hidrológicos que tenían como principal objetivo interconectar las cuencas hidrológicas, regular las cabeceras de las principales ríos españoles para a su vez, optimizar su uso productivo, incluyendo la generación de electricidad. Si bien se solía justificar la construcción de las presas para extender la superficie de regadío, en realidad la mayoría de los pantanos se construyeron para abastecer de agua a los grandes centros urbanos y la electricidad producida lucraba a grandes empresas.

Una vez se planificaba construir una presa, los funcionarios de la Confederación Hidrográfica correspondiente iniciaban el proceso de expropiación forzosa. Los vecinos eran ‘indemnizados’ por sus posesiones y reasentados en otras localidades. Lo que se argumenta en la entrada del blog de hoy es que en estas decisiones nunca fue tenida en cuenta a la población local y en muchísimos casos —en la mayoría, se podría decir— no se respetaron o fueron vulnerados los derechos de los habitantes de las zonas anegadas. Hay un autor llamado Rob Nixon que ha estudiado el tema para otros lugares y que detalla las cinco estrategias generalmente utilizadas para negar los derechos de las personas afectadas.

1. Uso de la violencia. Basta con echar un vistazo a la icónica foto de Mauricio Peña que ilustra esta entrada para ver lo que pasó por ejemplo en Riaño. La diferencia de Riaño con otros embalses construidos en la provincia de León es que la presa de Riaño se cerró en 1987, en plena democracia; durante el franquismo era impensable plantear una resistencia así a la construcción de una presa. ¿Cuántas veces han escuchado aquello de que con Franco no se movía nadie?. Pues eso. Pero no sólo hubo violencia física sino también presiones, amenazas y otro tipo de violencia más sutil. Así por ejemplo, el escritor Julio Llamazares en alguna entrevista / artículo reconoce haber sufrido amenazas por oponerse al embalse de Riaño.

2. Apelación al autosacrificio por “el bien común”. La justificación más usual para construir un embalse es el ‘bien común’ o el interés general. Se le exige a unos pocos habitantes que se sacrifiquen por el bienestar común o el bienestar de un grupo de población mayor; por ejemplo, anegamos unos pueblos pero así una capital de provincia está abastecida de agua.

Ahora bien, aunque el tema tiene muchos matices hay varios aspectos a considerar. Uno de ellos es que el sacrificio siempre se lo piden a los mismos —a los más pobres—; es decir, son los pobres los que hay que sacrificar por los ricos. Como dice Rob Nixon, la relación entre los espacios ‘sacrificados’ por el bien común y los ‘beneficiados’ no es equitativo y obedece a relaciones de poder que históricamente han ubicado a los centros urbanos como referentes de desarrollo, mientras lo rural ha sido relegado a ser un espacio de sacrificio.

Ahora bien, detrás de todo este andamiaje del bien común, etc., lo que hay es un reparto desigual de beneficios. Los afectados por las presas asumen las pérdidas y los regantes y las empresas hidroeléctricas se quedan con los beneficios. Lo del bien común suena a treta a engaño para despojar a la gente de sus tierras, porque sólo hay que ver como las empresas eléctricas cuidan el bien común, aumentando cada día la factura de la luz, vaciando embalses u ocupando montes y terrenos comunales con parques solares y eólicos, in tener la mínima consideración por los impactos ambientales, sociales y económicos que se derivan.

Lo que parece claro es que el criterio del bien común es variable y únicamente se aplica en una dirección; así, se pueden expropiar las tierras de los vecinos de los pueblos para producir electricidad, pero no se puede expropiar empresas eléctricas que están empobreciendo a millones de ciudadanos y pequeños negocios con el precio abusivo de la electricidad.

3. Utilizar eufemismos para referirse a los afectados. Dice Rob Nixon que el Banco Mundial para referirse a las personas desplazadas por estos macro-proyectos utilizada el término «Project-Affected People” o PAPs (Personas Afectadas por el Proyecto). Esa también es una manera de ocultar y negar que estas personas han sido desposeídas de sus tierras, que han sido desplazados de su comunidad, que han perdido sus hogares, que se les ha arrancado una parte de su memoria.

En el caso de España, y las noticias del NO-DO son un buen ejemplo, el discurso oficial habla de la promesa de una ‘nueva vida’ y de un ‘futuro’ para los reasentados en los poblados de colonización. Que le pregunten a los ‘reasentados’ por el pantano del Porma que fueron enviados a un secarral de Palencia y alojados en barracones como si fuesen ganado; o a los vecinos y vecinas de Oliegos ‘reasentados’ en una antigua laguna palúdica en Valladolid. Se utilizan eufemismos como ‘nueva vida’, ‘un futuro’ o ‘reasentados’, pero vistas las condiciones cómo estos procesos se llevaron a cabo quizás sería más adecuado hablar de ‘destierro’, como dice acá Julio Llamazares.

Al fin y al cabo, los eufemismos sirven para ocultar las tragedias de quienes, en realidad, fueron despojados de sus tierras y desterrados lejos de sus hogares.

4. Las personas afectadas son consideradas culturalmente inferiores. No hay mucho que ahondar en esta idea. Frente a la visión desarrollista de los ingenieros, los habitantes de los pueblos han sido vistos como atrasados, incultos, etc., y el conocimiento y la cultura campesina ha sido despreciada. Esa pretendida inferioridad no deja de ser un argumento y una justificación más para despojarlos de sus tierras y sus hogares y la negación de sus derechos como personas.

5. No se les reconocen derechos de propiedad. En el siglo XIX, con el liberalismo se atacó a la propiedad comunal por considerarla ‘imperfecta’. Ya en el siglo XX, con los pantanos también se arrasaron espacios de propiedad comunal. Además yo me pregunto si los vecinos de los pueblos fueron indemnizados por el ‘lucro cesante’ que suponía perder esos espacios. Lo dudo, porque siempre se piensa que esos espacios son públicos, y no, no lo son. Recuerdo que hace años, cuando el gobierno catalán prohibió los espectáculos taurinos, los dueños de la plaza de toros Monumental de Barcelona exigían a la Administración Pública catalana 10 millones de euros por ‘lucro cesante’. Ahora bien, ¿no tendrían también derecho los pueblos que perdieron sus comunales a ese tipo de indemnización?

En fin. Lo que parece bastante claro es que, como les decía al principio de la entrada, lo ocurrido con los pantanos y embalses es un proceso de despojo y desposesión campesina ya que queda bastante claro que no se respetaron —o directamente fueron vulnerados— los derechos de los habitantes de las zonas anegadas.

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Como ya indiqué, la foto que acompaña el texto es de Mauricio Peña

Lecturas recomendadas: Super Flumina


Meses atrás leí una entrevista a un poeta leonés que me llamó mucho la atención. Ángel Fierro, el entrevistado, decía entre otras cosas: «(…) mis referencias son la inteligencia y la sensibilidad, la cultura y la ética, en todas sus manifestaciones. La sociedad no va ahora por este camino, sino que triunfa la vulgaridad más banal«.

Esas palabras me animaron a comprar el libro que, en aquella fecha, el poeta presentaba y hoy les recomiendo: «Super flumina. Las cabeceras de los ríos. Memorial de pérdidas«. Ya el propio título indica por dónde van los tiros. Super flumina son las palabras latinas con las que comienza uno de los salmos del Antiguo Testamento referido al destierro de los judíos en Babilonia. Como título, es una excelente metáfora de los tiempos presentes: vivimos cada vez más alejados de la tierra que nos vio nacer, prisioneros en una Babilonia rica, donde reina la confusión. Es el mismo autor quien, en la introducción del libro, indica que el desarraigo es el núcleo sobre el que pivotan estos relatos, con la despoblación y pérdida del acervo cultural como ejes.

Es un placer leer a Ángel Fierro porque utiliza un lenguaje cuidado, lleno de referencias a otras obras y autores; precisamente, esas citas las utiliza como refuerzo a sus argumentos y no como un alarde vacío de erudición. Muestra el autor que lo culto no está reñido con lo sencillo; es un libro de fácil lectura. Es una obviedad, pero lo que se revela es que lo culto está reñido con lo vulgar, con lo superficial. En este sentido, otro de los aspectos a destacar esta obra es la invitación que hace a la reflexión. Es el propio lector quien debe encontrar las conclusiones.

Otro motivo más para recomendar este libro es que compartimos una misma sensibilidad y preocupaciones. Desde aquí hemos venido alertando de la desaparición de los pueblos, recordando costumbres e historias, criticando el poco aprecio por la cultura y también el abandono por parte de los gobernantes. Alegra leer ciertas cosas escritas, porque uno siente que no esta solo. Así por ejemplo, hace años en una de las entradas de este mismo blog criticábamos que «la construcción de la presa [de Riaño], para satisfacer intereses de unos pocos, dejó tocado de muerte todo el valle«. Leemos acá:

«Faraónicas presas de la Dictadura anegaron vida y memoria, con el señuelo de un progreso que no alcanzamos a vislumbrar. La erradicación de los vecinos de de sus solares ancestrales se pretendió justificar por el superior argumento del bien común. Este endeble criterio nos llevaría a aceptar que el fin justifica los medios, pero hay que preguntarse si un supuesto beneficio económico es el único elemento para la toma de decisiones. ¿No ha de tener el bien común respeto alguno por los derechos de los individuos, aunque sean escasos, a seguir habitando el espacio elegido por ellos y sus familias desde generaciones? La respuesta de economistas y políticos es bien conocida. La ética exige exactamente lo contrario«.

Es sólo un detalle. Si leen el libro, que espero que así sea, verán que hay muchas cosas en común con este blog, lo cual nos hace sentir bien.

Acabada la lectura del libro, hay una cuestión no abordada abiertamente aunque intuida, y es la propia condición de emigrado. Creo que no es casual que al inicio del libro se cite aquella frase de Pessoa que decía que: ‘El lugar al que se vuelve es otro… ya no está la misma gente ni la misma luz‘. Para quienes somos emigrantes, y el autor lo es, no se oculta que esta condición modifica profundamente no sólo la mirada sino también el sentimiento hacia la tierra materna. Muchas veces hay dolor es esa relación. Tomás González, cuyos versos son reproducidos por el autor, lo explica perfectamente:

Por tus calles, tus ríos, tus montañas,
por todas partes hallo gente extraña
que acaso cuando niño conocí.

Nunca sufrí un dolor más verdadero
que el de sentirme solo y extranjero 
en este viejo pueblo en el que nací

Es por eso que intuyo que esa ‘Coda airada’ final además de un manifiesto contra la estupidez de los tiempos también es reflejo del dolor y la rabia de sentirse ‘exiliado’ en la propia tierra. En fin…

En este enlace pueden acceder a la entrevista a la que aludíamos al inicio.

El fracaso de las primeras ordenaciones de montes en la provincia de León


 

La intervención de los forestales en la provincia de León en la segunda mitad del siglo XIX y primer tercio del siglo XX fue una calamidad, un desastre sin paliativos… acá un poco de historia del tema.

Aunque con anterioridad se habían dado algunas instrucciones para la ‘ordenación’ de los montes públicos[86], no sería hasta 1890 con la creación del Servicio de Ordenaciones, dependiente directamente de la Junta Consultiva, cuando comenzarían de verdad la ordenación de los montes públicos, dejando de figurar los montes ordenados en los PAFs. Cuando un monte era sometido a ordenación se establecía también un «Plan de Aprovechamientos y Mejoras»[87], en el cual se detallaba el tipo de aprovechamientos de productos primarios, esto es las maderas y el plan de cortas; en segundo lugar aparecían los productos secundarios como las leñas, los pastos, el ramón, la caza o incluso los cultivos agrícolas; y finalmente el plan se concluía con el Plan de Mejoras, esto es las siembras, cerramientos, los aclareos, etc.; el fin último no era otro que someter los montes a las leyes económicas[88].

De acuerdo a los datos presentados en el Cuadro 4.1, lo primero y más llamativo es que las ordenaciones comenzaron en aquellos montes que se encontraban en mejor estado; es decir, los trabajos se iniciaron en los montes de la zona de Riaño donde estaban los mejores montes. En segundo lugar, la superficie de montes sometida a ordenación fue muy pequeña, comparada con otras provincias de Castilla y León como Segovia o Soria, pero las producciones maderables no eran nada despreciables comparadas con el resto de montes maderables; por ejemplo en el Plan de aprovechamiento forestal de 1901 a 1902 se consignaba la extracción “únicamente” de 2.125 metros cúbicos de madera de la totalidad de los montes leoneses, mucho menos de lo consignado para los 5 montes incluidos en el 1er Grupo de Riaño. Algo similar ocurría unos años más tarde, en 1904, ya que de algo más de 900 montes del Catálogo de Utilidad Pública se extraían anualmente 1.400 m3 de madera, mientras que 13 montes sometidos a ordenación producían 13.452 m3.

De los datos se infiere que en cuanto a orientaciones productivas se pretendía dar un salto cuantitativo y cualitativo grande; cuantitativo, porque se incrementó notablemente la producción maderable de algunos montes y, cualitativo porque este cambio en la orientación productiva de los montes tuvo unas consecuencias negativas y en parte no previstas. Respecto a la orientación cuantitativa, como las cifras indican, a partir de este momento y con la puesta en marcha de las ordenaciones se pretendió hacer un doble uso del monte. Por un lado estaban aquellos montes destinados a la producción maderera, situados en la parte más septentrional de la provincia; y por otro lado aquellos montes que, “abandonados” por la Administración forestal, se dedicaban al pastoreo, y en los cuales ésta se había de conformar con cobrar el 10% de los aprovechamientos. Con el pretexto de aumentar la producción de los montes, la idea era ir sometiendo al resto de los montes progresivamente a ordenación, ya que el destino de éstos iba quedando claro que era el producir madera. En cuanto a la orientación cualitativa, a pesar de la retórica forestal, y de haber sido creado el concepto de utilidad pública y de todo el discurso conservacionista, detrás de las ordenaciones había un claro criterio economicista, como ya señalé. Como se verá en los párrafos siguientes el resultado fue que estas ordenaciones contribuyeron más a la destrucción de los montes que a su restauración.

Las ordenaciones de montes concluyeron con un rotundo fracaso y paralizadas a petición de las Juntas Administrativas de los pueblos propietarios o por iniciativa de los Ingenieros encargados de ejecutarlas, que se dieron cuenta de la imposibilidad de realizar cortas tan intensas. Así, por ejemplo, en julio de 1929, un vecino de Riaño realizó una denuncia ante el Gobernador Civil, formulando cargos por abusos contra el personal de guardería y contra los encargados de la dirección de los aprovechamientos en los montes ordenados 1er Grupo de Riaño, lo que obligó al Ingeniero Jefe a abrir un expediente y a paralizar los aprovechamientos en los referidos montes[89]. Ésta fue una de las muchas irregularidades cometidas por la Administración forestal, sobre las cuales tendremos ocasión de entrar en detalle. Incluso, años más tarde de comenzadas las ordenaciones, la propia Administración forestal reconoció que la historia de éstas fue “bien lamentable y anormal” y que la mayoría de los montes no debieron ordenarse, o de haberlo hecho, se debería haber hecho con más conocimiento y criterio[90]. Como reconocía el ingeniero Jefe del Distrito en 1940, a excepción del monte nº 584 perteneciente a Almanza, el resultado de las ordenaciones “no ha sido otro que empobrecer su capital maderable hasta llegar á su agotamiento en alguno de ellos, sin conseguir ninguna ó casi ninguna repoblación natural”, aunque en algunos, como reconoce este informe, se habían conseguido repoblaciones artificiales de pinos[91].

Repasando un poco esta historia de los montes ordenados destacan varios aspectos, entre ellos la inutilidad de unos cálculos que, aunque avalados por la experiencia científica, llevados a la práctica se demostraron erróneos. A pesar de que uno de los objetivos teóricos de las ordenaciones era aumentar las producciones maderables, en la práctica se comprobó cómo la posibilidad maderera de los montes se fue reduciendo progresivamente:

1) El 1er Grupo de montes de Riaño. A estos montes, cuyo estudio de ordenación se terminó en 1900, se les asignó una posibilidad inicial de 5.500 metros cúbicos en su conjunto (4.387 metros cúbicos de roble y 1.113 de haya). Por diversas incidencias ocurridas con la sociedad rematante –La Unión Resinera Española– sólo se realizaron dos aprovechamientos anuales, revisándose de nuevo este plan en 1915. En ella, la posibilidad se estimaba en 3.669 metros cúbicos de roble y 972 de haya, sumando un total de 4.641 m3 el total; de acuerdo con esta nueva posibilidad se ejecutaron los aprovechamientos de 1915-16 a 1918-19, pero al llegar a este último año, y en vista de la escasez de existencias se produjo un conteo y se decidió una nueva reducción de la posibilidad. Con arreglo a ésta se ejecutaron los planes correspondientes a los años forestales comprendidos entre 1919-20 y 1922-23, efectuándose una nueva revisión, la 3ª, cuyo resultado fue la reducción de la posibilidad a 793 metros cúbicos (443 de roble y 350 de haya). Finalmente, por Real orden de 25 de enero de 1924 se suspendieron las cortas de roble.

En 1925, se levantó dicha suspensión, y con la posibilidad establecida en la 3ª Revisión se continuó la explotación de estos montes, dejándolos “materialmente destrozados”, como reconocía el Distrito Forestal de León que en enero de 1936 acordó suspender la ordenación[92]. A partir de esta fecha, ya no se realizaron más revisiones, y se ordenó un estudio razonado de la regeneración de la masa forestal.

2) El 2º Grupo de Montes de Riaño. El proyecto de ordenación de estos montes se aprobó en 1903, asignándoles una posibilidad de 6.868 metros cúbicos de roble maderable (2.900 m3) y leñoso (3.414 m3), y de haya maderable (484 m3) y leñosa (71 m3). Al igual que sucedió con el resto de los montes sometidos a ordenación, a medida que se producían revisiones se iba rebajando la posibilidad calculada. Así, en 1923 se produjo la 1ª revisión de esta ordenación pasando a establecerse la posibilidad más ó menos en una quinta parte de las previsiones iniciales; esto es en 1.120 metros cúbicos, de los que más de la mitad era roble maderable (615 m3). En 1935, se realizó una nueva revisión –la tercera–, aumentando ligeramente el total de metros cúbicos, 1.399, aunque se hizo a costa del incremento de las cantidades de roble leñoso, ya que el roble maderable descendió a 515 m3. Desconozco lo ocurrido más adelante, ya que hubo una cruenta Guerra civil por medio, pero en 1939 se cortaron 65 m3 de roble, y se terminó por suspender la ejecución de esta ordenación[93].

3) Montes de Villacorta (nos 544 y 547) y Valle de las Casas (nos 591 y 595). Estos montes comenzaron su ordenación en 1903 y siguieron una evolución muy similar a los anteriores. A los dos primeros se les asignó una posibilidad de 412 metros cúbicos, pasando ésta a 357 metros cúbicos en 1917 por la 1ª Revisión realizada, para finalmente en 1936 desaprobarse la 2ª revisión, quedando paralizada la ordenación de estos montes. Estos proyectos de Revisión fueron devueltos por el Consejo Forestal, el cual indicó al Ingeniero que “más que ordenar es necesario aplicar á las masas existentes, cortas, mojones y demás reglas selvícolas conducentes a su regeneración[94]. En los otros dos montes (nos 591 y 595) comenzó la ordenación con una posibilidad de 486 metros cúbicos, reduciéndose a 258 en la 1ª Revisión, aunque aumentó ligeramente –304 m3– en la 2ª, a costa del incremento de las producciones leñosas, ya que las producciones maderables descendieron. El aumento de las producciones respondía también a que en esa última revisión del año 1935 se acordó abandonar el Proyecto de Ordenación, y la aplicación de un régimen especial destinado a sustituir la masa leñosa por pino, elevándose la cantidad de los productos destinados a mejoras.

4) Montes de Almanza (nº 584), Santa Olaja de la Acción (nº 590) y de Cebanico y La Riba (nº 598). El proyecto de ordenación de estos montes fue aprobado en 1907, asignándoles una posibilidad anual de 339 m3 para el primero, y de 152 y 36 m3 para el segundo y tercero respectivamente. Mientras que en los montes nos 590 y 598 sucedió lo mismo que en los anteriores, es decir que después de varias revisiones, se terminó suspendiendo las ordenaciones, en el monte nº 584, la ordenación parece haber sido “exitosa” a los ojos de la Administración forestal; es decir, se consiguió la regeneración de una buena parte del monte, aunque las posibilidades calculadas fueron disminuyendo en cada una de las revisiones realizadas. Un aspecto llamativo de la ordenación de este monte es la poca cantidad de madera consignada en el proyecto si bien era el esquilmo dominante buscado; independientemente del estado de dichos montes, el nº 584 ocupaba 1.730 hectáreas calculándosele 339 metros cúbicos (algo menos de 0,2 m3/ha.), mientras que por ejemplo al monte nº 521, perteneciente a Escaro, de 686 has. e incluido en los del 1er Grupo de Riaño se le asignaban 1.243 m3 (1,8 m3/ha); o al nº 524 de Riaño de 1.599 hectáreas de cabida se le calculaban 2.471 m3 (1,5 m3/ha.); ello muestra que los montes de Riaño fueron sometidos a una mayor presión, tal vez porque tenían una productividad más alta.

5) El Pinar de Lillo ( nº 485). Como ya indicamos, este monte, al estar poblado de pino silvestre, fue de un gran interés para los forestales, y sobre él se centró una buena parte las actuaciones de los ingenieros. Su ordenación comenzó en 1903, y se le calculó una posibilidad de 186 m3 de madera, que se mantuvo durante una serie de años; así en la 1ª Revisión de 1929, comenzada a ejecutarse en 1935, se estableció una posibilidad un poco menor de 170 m3.

6) Monte nº 191. Este monte, perteneciente a Palacios del Sil y otros pueblos de municipio del mismo nombre, y de una gran extensión –10.751 hectáreas– comenzó a ordenarse en 1917, aunque terminado el 1er quinquenio se suspendió la ordenación.

7) Pinar de Tabuyo (nº 24) y Torneros (nº 81). A diferencia de los montes anteriores, estos montes fueron los únicos montes de la provincia dedicados a la producción resinera. Sometidos a ordenación, su posibilidad maderera anual era muy baja, 38 m3 para el primero y 8 m3 para el segundo. Excepto que hubiese algún incendio la cantidad de pinos que se extraían era mínima, aunque en la Memoria de Ejecución del Plan de Aprovechamientos y Mejoras del monte “El Pinar” de Tabuyo de 1918 a 1919 figura la extracción de 13.713 pinos debido a unos incendios que hubo en julio de 1917 y julio de 1918, y que fueron destinados a la entibación de galerías mineras.

8) Finalmente, la ordenación del monte nº 545 de Caminayo (Valderrueda), fue paralizada a petición de la Junta Administrativa del pueblo propietario, por ir en contra de la conservación del monte. Habría que señalar también que, en 1928 aunque no se pusieron en marcha las ordenaciones, sí se realizaron los proyectos de ordenación del monte nº 441 –perteneciente a Casasuertes (Burón)–, y del monte nº 345 de Caminayo (Valderrueda)[95].

En resumidas cuentas y conforme a lo visto en los párrafos anteriores, se podría afirmar que las ordenaciones en la provincia de León se saldaron con un claro fracaso. En las memorias de los planes de aprovechamiento, la Administración culpó a los ganaderos del fracaso de las ordenaciones y repoblaciones de montes, ya que según ésta los ganados comían los brotes del arbolado joven. Sin embargo, parece que hubo un cúmulo de causas entre las que habría que incluir la mala gestión realizada por los forestales, y la intensa explotación a la que fueron sometidos los montes; baste recordar que detrás de algunas de estas ordenaciones, como la de los montes del 1er Grupo de Riaño, estaba la empresa privada LURE (La Unión Resinera Española)[96], tal vez más interesada en el beneficio empresarial que en la conservación y “restauración” de los montes que estaba ordenando.

Según diversos autores, las ordenaciones de montes de finales del siglo XIX y principios del XX permitieron un incremento notable de la productividad de los montes públicos, y fueron el principal instrumento de penetración en el monte de los intereses ajenos a la comunidad local; es decir, éstas afectaron a unos espacios muy limitados pero altamente productivos, dadas las cotizaciones que alcanzaban en el mercado los principales esquilmos. En la provincia de León no parece que esto sea así; no sólo porque las ordenaciones fuesen una calamidad, sino porque a grandes rasgos se mantuvo la utilización tradicional del monte. A diferencia de lo ocurrido en otras provincias de Castilla y León, en León únicamente unos pocos montes fueron sometidos a ordenación siendo la producción monetaria de éstos mínima respecto al total.

Según diversos autores, las ordenaciones de montes de finales del siglo XIX y principios del XX permitieron un incremento notable de la productividad de los montes públicos, y fueron el principal instrumento de penetración en el monte de los intereses ajenos a la comunidad local; es decir, éstas afectaron a unos espacios muy limitados pero altamente productivos, dadas las cotizaciones que alcanzaban en el mercado los principales esquilmos[97]. En la provincia de León no parece que esto sea así; no sólo porque las ordenaciones fuesen una calamidad, sino porque a grandes rasgos se mantuvo la utilización tradicional del monte. A diferencia de lo ocurrido en otras provincias de Castilla y León, en León únicamente unos pocos montes fueron sometidos a ordenación siendo la producción monetaria de éstos mínima respecto al total.

[87] Por ejemplo el 17 de mayo de 1865 fue promulgada la “Instrucción para la ejecución de las ordenaciones” y la “Instrucción para llevar á efecto la ordenación definitiva de los montes públicos” [Colección (1866), pp. 220-229].
[88] Los planes de ordenación requerían un estudio detallado de cada monte (estado legal, natural y forestal) fijándose los aprovechamientos que se iban a realizar en los años siguientes; es decir, se enajenaba el derecho de usufructo durante un tiempo, y se concedía a los particulares su explotación [Jiménez Blanco (1991a), p. 271 y (2002), p. 156; también en Gómez Mendoza y Manuel Valdés (1999) se describe la evolución de las instituciones forestales y los “instrumentos” utilizados por éstas en la España contemporánea].
[89] Véase Jiménez Blanco (2002), pp. 156-158.
[90] AHPL, Fondo ICONA (Denuncias). Libro 85, fol. 303, nº 26, 27/07/1929.
[91] AHPL, Fondo ICONA, Legajo 9. “Memoria de ejecución correspondiente al año 1940”.
[92] AHPL, Fondo ICONA, Legajo 9. “Memoria de ejecución correspondiente al año 1940”. En esta memoria se hace un estudio detallado de las ordenaciones puestas en marcha en la provincia de León por la Administración forestal.
[7] AHPL, Fondo ICONA, Legajo 9. “Memoria de ejecución correspondiente al año 1940”; AGA. Agricultura. Legajo 12.821. “Expediente pidiendo que se deje en suspenso la Ordenación del 1er Grupo de Montes de Ordenación en Riaño, 7/04/1936”; según este expediente, debido a las lamentables condiciones en que se encuentra el vuelo de roble se pide que quede en suspenso esta ordenación.
[93] AHPL, Fondo ICONA, Legajo 9. “Memoria de ejecución correspondiente al año 1940”.
[94] AGA, Agricultura, Legajo 12.807. “Aprobación por la Dirección General del Proyecto de Revisión de los montes nos 591 y 595, 1935”
[95] AGA, Agricultura, Legajo 12.709. “Expedientes varios sobre Ordenaciones de Montes”.
[96] Una visión de conjunto de la historia y evolución de esta empresa puede verse en Uriarte Ayo (1996) y (1998).
[97] Jiménez Blanco (1991a), p. 271; Gallego Martínez (1998), p. 20.

Reproducido con permiso del autor. Haciendo click en este enlace encontrarán el resto del capítulo.

Notas para una historia de la infamia (i): Ribadelago


Hoy, 9 de enero, se cumplirán 58 años de la tragedia de Ribadelago, pueblo situado en la comarca leonesa de Sanabria (Zamora).

La historia es más o menos la siguiente. En la madrugada de ese fatídico día, cuando todo el mundo dormía, la presa de la Vega de Tera, con graves deficiencias estructurales, reventó y el agua arrasó el pueblo y todo lo que encontró a su paso. Perdieron la vida más de 140 personas y los que se salvaron perdieron casas, ganados, enseres y medios de vida.

En el juicio celebrado en la Audiencia Provincial de Zamora se culpó en exclusiva a un encargado de obra. También fueron condenados a penas de cárcel directivos de Hidroeléctrica Moncabril, la titular de la explotación, aunque nunca ingresaron en prisión y que posteriormente fueron indultados por el Gobierno franquista de la época. Es decir, el régimen franquista nunca depuró a los responsables e intentó minimizar el alcance de la noticia, indemnizando exiguamente por las pérdidas ocurridas. 

Como en otros casos similares (y me vienen a la cabeza Riaño u Oliegos) para realojar a los vecinos que habían perdido sus casas, el Ministerio de la Vivienda construyó un nuevo pueblo que recibió el nombre de Ribadelago de Franco; también, como en el caso de Oliegos o Riaño, el emplazamiento del nuevo pueblo era pésimo y los materiales de construcción de ínfima calidad.

La idea era pasar página lo antes posible y que el tema se olvidase pronto.

Sin embargo, a día de hoy Ribadelago sigue en la memoria…

 

Lo que siempre quisiste saber del antruejo y nadie se atrevió a explicarte…


 

Imagino que el lector sabe lo que significa ‘meterse en camisa de once varas’. Pues precisamente es lo que voy a hacer en esta entrada: escribir a riesgo de que la cosa salga mal o ganarme unos pocos enemigos especialmente entre etnólogos, antropólogos o afines. Ya veremos…

Este fin de semana se celebran en numerosas localidades de la provincia de León el antruejo, y como historiador uno trata de entender de qué va la cosa. Antropólogos y etnólogos nos han explicado el simbolismo de estas festividades, y autores como Caro Baroja en su obra El carnaval: análisis histórico-cultural detallan su significado y posibles orígenes. Sin embargo, la tarea del historiador es situar las tradiciones en su contexto histórico y en este caso responder con un cierto criterio a tres preguntas: 1) por qué estas prácticas tradicionales, de posible origen prerromano, pervivieron hasta el siglo XX en muchos pueblos del antiguo Reino de León; 2) por qué desaparecieron en otros; y 3) por que están emergiendo con fuerza en la actualidad. Como puede entender el lector avispado, las explicaciones etnológicas del carnaval como culto cósmico a la tierra, como rito propiciador de la fertilidad, o como simbolismo de la lucha de la luz contra la oscuridad no sirven demasiado como respuesta a estas preguntas…

¿Por qué pervivió el antruejo? Responder a esto es muy, muy complicado. Los antruejos eran celebraciones que se transmitían de generación en generación de forma oral; es decir, apenas hay documentos que aludan a estas ‘costumbres’. Los historiadores trabajamos con ‘fuentes’ y si no las hay, entramos en un terreno muy resbaladizo: una cosa es interpretar y otra es inventar, y a veces la línea de separación entre ambos conceptos es muy fina.

Que nadie se ofenda, pero en eso de inventar, antropólogos y etnólogos tienen licencia… ¡Ah! me olvidaba de los sociólogos. Los historiadores somos más serios. De todas maneras, como esto es un blog y no una revista científica, uno puede elucubrar y teorizar sin timidez. Eso sí, aconsejo al lector que no se lo tome todo al pie de la letra y entienda este post como una aproximación al tema. Son ideas sueltas que han de ser desarrolladas y contrastadas. Porque además, otro de los atenuantes de esta entrada es que fue escrita en unos mínimos ratos libres, y no ha sido rumiada tanto como para hacerla aprovechable.

Mi teoría es que el antruejo sobrevivió por la «tozudez» (entiéndase en sentido cariñoso) y el orgullo de la gente del campo. El antruejo formaba parte de las tradiciones y las costumbres, y de la misma manera que los campesinos defendieron sus medios de vida, también defendieron sus costumbres y tradiciones. Creo que ya dijimos en alguna otra parte del blog que las festividades populares coincidían con el calendario agrario, reflejándose en ellas la vida de los pueblos y los ciclos ‘económicos’ ligados a la naturaleza y a las estaciones.

La vida social de los pueblos giraba en torno a estas fiestas y, al igual que hacenderas o la fiesta del patrón, contribuían a mantener unida a la comunidad. El antruejo, como otras muchas celebraciones, estaba abierto a todo el mundo y servía para la socialización, fomentando la unión del grupo; incluso se hacían comidas o bailes que reforzaban estos aspectos. Además por un día, en el marco de la fiesta, había espacio para la burla, el escarnio o la mofa, siendo toleradas expresiones soeces o irrespetuosas o ciertas transgresiones, reprobadas durante el resto del año; es decir, el antruejo era también una ‘válvula de escape’ de las tensiones sociales.

En cierta manera, el antruejo -tal y como se comprueba en las ordenanzas concejiles- marcaba el inicio del año. Se renovaban los cargos concejiles, se organizaban las veceras y todo quedaba dispuesto para iniciar un nuevo ciclo. Para la gente del campo estas tradiciones eran sumamente importantes porque además tenían un sentido identitario. Por eso se mantuvieron, porque hubo una época que la gente estaba orgullosa de trabajar la tierra y sentía las tradiciones como parte suya. Y por eso también era fundamental mantenerlas y que no se perdiesen.

No obstante en numerosas localidades leonesas estas celebraciones fueron desapareciendo a lo largo del siglo XX. Y aquí viene la segunda pregunta: ¿por qué se perdió la celebración del antruejo? En este caso, creo que la respuesta es más o menos fácil: porque para la gente medianamente culta o de ciudad eran un símbolo de atraso. Aquí no tuvo nada que ver la emigración ni los cambios económicos, ni las prohibiciones, que las hubo. Eran costumbres -como el hablar la lengua del país-, vistas como motivo de vergüenza. El antruejo estaba asociado a la incultura, motivo por el que dejó de tener interés para mucha gente: eso de vestirse con pieles y cencerras, ‘enzafurriarse‘ la cara con unto de carro o ‘entruidarse‘ con ceniza o barro ‘era cosa de pobres, atrasados e ignorantes‘. Igual que hablar leonés. De hecho, en localidades, como Riaño o Riello que ahora han recuperado estas tradiciones, hace unas cuantas décadas que habían desaparecido. Como desapareció la lengua del país en la mayor parte de la provincia. Hoy estas tradiciones o el habla son motivo de orgullo, pero hace décadas eran motivo de vergüenza. Así de claro.

¿Por qué ha vuelto de nuevo el interés por celebraciones tradicionales? Buena pregunta que no voy a contestar, aunque animo al lector a que deje sus comentarios sobre el tema. No obstante me permito hacer una pequeña reflexión al respecto. Por un lado, cuando el carnaval de Alija del Infantado, Llamas de la Ribera, Riello o Velilla de la Reina han sido declaradas fiestas de interés turístico es porque dejaron de ser una tradición rural y, como dije, no voy a explicar aquí las connotaciones que ello tiene. Por otro, no conviene olvidar que el antruejo actual es una reinvención de la tradición; es más, en muchos casos la tradición se había perdido y se recuperó, siendo en ocasiones modificada. ¿Es malo inventar tradiciones o modificarlas? No, es lo que siempre se ha hecho. La cultura y la costumbre siempre han estado en continuo cambio. Ahora bien, cuidadín con las tradiciones y el significado que se les otorga. Sirva como ejemplo lo ocurrido en Alija del Infantado; allí antes celebraba todo el pueblo el antruejo, ahora es una representación teatral. Es otra cosa; por tanto, el sentido de la fiesta y de la tradición es otro muy diferente.

Ya dijimos que está bien que se haya recuperado el ramo de Navidad, el pendón, o el antruejo, ojalá se recupere el orgullo por lo rural y el amor por la tierra.

¿No están de acuerdo con lo que se dice aquí?. No pasa nada: toda discrepancia serena es buena. Además, todo comentario sobre el tema es bienvenido.

La foto que acompaña el texto es de @tharasia. En este enlace podéis encontrar más fotos suyas.

La desamortización olvidada. León (1810-1840)


 

Hace unas semanas en una entrada de este blog, comentábamos que en 1855 el ministro de Hacienda Madoz intentó vender las propiedades de los pueblos para hacer frente a las necesidades presupuestarias del Estado.

Aunque en León los pueblos conservaron la mayor parte de las propiedades comunales, en muchos lugares antes de la desamortización de Madoz ya habían ‘desaparecido’ una parte importante de los patrimonios comunales.

La venta de propiedades de los pueblos fue especialmente importante en la primera mitad del siglo XIX, en el período que transcurre entre 1810 y 1840, a causa de la Guerra de la Independencia y las guerras carlistas. Debido a estos conflictos bélicos, ayuntamientos y juntas vecinales acabaron muy endeudadas, por lo que fue frecuente recurrir, entre otras medidas, a la venta de bienes para paliar esta escasez presupuestaria.

Basta con mirar los protocolos notariales de las primeras décadas del siglo XIX de cualquier partido judicial de la provincia para constatar la venta de numerosas fincas comunales en distintas localidades de la provincia, motivo por el que este proceso es considerado como una ‘desamortización olvidada».

En lo que se refiere a las guerras napoleónicas, con el vacío de poder surgido se dio una coyuntura muy favorable para la venta de tierras concejiles. Aunque las ventas parecen haber sido más intensas en las zonas de ribera y en aquellos municipios urbanos que padecieron la ocupación francesa de facto, como por ejemplo Valencia de Don Juan, el fenómeno se dio a lo largo y ancho de toda la provincia.  

Precisamente en la antigua villa de Coyanza, ocupada por distintos ejércitos entre 1808 y 1813, las actas municipales dan testimonio de las ventas producidas durante este periodo. Así por ejemplo en febrero de 1810, el Ayuntamiento agobiado por las cargas de la guerra vendió varios predios (la Chopera, Molino Caído, Soto de Abajo, Fuentes de Aja y Marialba); en julio se aumentaron los impuestos; y en septiembre fueron marcadas nuevas fincas que fueron vendidas en febrero del año siguiente. También en febrero de 1811 se arrendaron los molinos de la villa; en abril se vendieron los predios de Pontecillos y Cañamales; y en noviembre (con un nuevo impuesto de guerra) se enajenaron las eras y otras fincas del común. Y así en los años sucesivos…

El caso es que en Valencia de Don Juan la situación desastrosa de la Hacienda municipal (quizás originada en estos años) se mantuvo a lo largo del siglo XIX. Ello obligó a nuevas ventas de comunales, como el “Monte pequeño” vendido en 1851. El remate de todos estos procesos fue la desamortización de propios que acabó liquidando el amplio patrimonio comunal de Valencia de Don Juan.

También en pueblos de la montaña leonesa, como Riaño, Burón, Acebedo, Maraña, o Boca de Huérgano hubo enajenaciones de bienes concejiles con motivo de la ocupación napoleónica. En Acebedo, entre 1809 y 1819, el concejo autorizó la venta en pública subasta de más de un centenar de fincas; según figura en la documentación notarial la razón de estas ventas fue el “remediar las necesidades que padece la citada villa por falta de medios para atender el socorro de nuestras tropas españolas en defensa de los enemigos que ymbaden la patria”.

El otro hito fueron las guerras carlistas, ya que en 1835 y 1838 se autorizó la venta de Realengos o baldíos y la venta de leña de los montes para indemnizar a los perjudicados por las incursiones carlistas en la provincia. Acogiéndose a este decreto, fueron vendidas fincas concejiles en numerosas localidades leonesas.

Lo más destacable es que la privatización de comunales de la mitad del siglo XIX estuvo plagada de irregularidades. Las oligarquías locales y los más ricos, aprovechando el vacío de poder y a la inseguridad jurídica, controlaron el proceso y lo aprovecharon para  aumentar sus patrimonios rústicos. La premura con la que se hicieron las subastas a causa de las exigencias y amenazas del ejército francés facilitó todavía más los manejos ya que se ignoró toda legalidad.

Estos ‘chanchullos’ provocaron que vecinos y concejos de unos cuantos pueblos acudieron a denunciar las irregularidades a la Diputación Provincial. Por ejemplo el concejo de Santas Martas alegaba que “cuatro ricos manipulantes fraguaron el enredo para ganar como vendedores, y después como compradores»; también los vecinos de Bustos señalaban que los ‘cuatro ricos’ para pagar las contribuciones habían dividido en quiñones varios terrenos concejiles poniéndoles un precio que no era asumible por los más pobres; de esta manera la mayoría de vecinos tuvieron que ceder su parte a los ricos que se hicieron con las tierras por ‘cuatro reales’.

En fin. Interesante, ¿no?. Ya lo saben…  “Quien reparte, y bien reparte se queda con la mejor parte”.

Si te interesa el tema, en el Capítulo 2 de la Tesis doctoral de José A. Serrano Álvarez, entre las págs. 191 y 208, tienes más información del tema. Aquí tienes el enlace.

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