Reflexiones sobre la prohibición de la caza del lobo


Desde que la sociedad se ha ido transformando hacia modos de vida industriales o postindustriales, abandonando las formas típicas del rural, la caza del lobo siempre ha resultado un tema muy peliagudo, donde se anteponen dos puntos de vista muy polarizados y en los que resulta difícil construir puentes para buscar un punto de encuentro entre ambos.

Por un lado, tenemos a cazadores y ganaderos y, por el otro, a ecologistas y conservacionistas. Unos defienden que la caza es necesaria para evitar pérdidas en el sector agroalimentario —sector que desde los años noventa con la globalización de la economía atraviesa momentos difíciles por tener que adaptarse a una competencia global— y dinamizar económicamente los municipios rurales —por el dinero que dejan los cotos y cupos de caza—. En cambio, la otra postura, a grandes rasgos, apuesta por prohibir la caza pues los ecosistemas tienden a un equilibrio natural donde las poblaciones de lobo se irán adaptando al número de presas salvajes, y donde en esta ecuación los ganaderos tendrían que apostar por la utilización de medidas preventivas (cercados, mastines, burros…).

Si el debate ya estaba crispado, a raíz de la reciente prohibición de la caza del lobo que entrará en vigor en septiembre, como no podía ser de otra manera, se ha afrontado con mucha división y polarización.

Ante esta situación, con un afán de fomentar un debate sano sobre esta cuestión, me gustaría compartir algunas reflexiones aportando mi humilde visión. Además, con la cantidad de comentarios vertidos, entre los partidarios de la caza y sus detractores, tengo la sensación de que en este debate priman más las cuestiones sentimentales que una visión ecológica del asunto, cuando aquí lo importante, o así lo entiendo yo, es la buena gestión del territorio, porque de ello depende en buena medida el futuro de la “España Vaciada”.

Para empezar, me gustaría remarcar que no existen espacios naturales en Europa Occidental, entendiendo estos espacios aquellos en los que no se aprecia la intervención del hombre y se rigen por leyes naturales. Es decir, en mayor o menor grado, todos los paisajes europeos están afectados por las actividades humanas. El ser humano, como una especie más, lleva desde el Neolítico transformando el medio, proceso que se ha acelerado desde la Revolución Industrial, dejando muy palpable que, muchas veces con consecuencias negativas, vivimos en un mundo antropizado.

Con esta primera reflexión, lo que quiero decir es que por muy verdes y bonitos que veamos nuestros Picos de Europa —o cualquier otro espacio natural que nos venga a la mente de la Península Ibérica y nos parezca idílico— no son 100% naturales, puesto que sus paisajes son fruto de la transformación de las actividades humanas desde hace miles de años. Las verdes praderas de alta montaña son porque hay pastoreo, y si abandonáramos esa actividad muchas se convertirían en matorral. Y lo mismo que hay pastoreo, hay otras actividades tan antiguas y milenarias como es la caza. El hombre, nos guste o no, es un elemento más de los ecosistemas e influimos en sus equilibrios desde tiempos muy antiguos.

Ahora bien, con esto no quiero decir que se tenga que permitir una caza libre y sin límites, todo lo contrario. La caza hay que permitirla, aunque no nos guste, porque en muchos casos es necesaria, pero tiene que estar regulada e integrada en un adecuado plan de gestión ambiental: haciendo censos de especies cinegéticas, apoyando a los ganaderos con medidas para que puedan convivir con los depredadores y persiguiendo la caza furtiva.

El problema de esto es que requiere una apropiada intervención por parte de las comunidades autónomas a través de sus consejerías de medioambiente. Se precisa voluntad política e invertir en recursos. Y digo bien claro invertir porque cuidar nuestro medioambiente, base del sustento que nos proporciona los recursos necesarios para vivir, nunca es un gasto. Sobre todo, me parece muy importante el tema de tener censos actualizados de especies cinegéticas, porque precisamente por esta cuestión —al no haber censos de lobos actualizados— ya en el 2019 la justicia tumbo la ley de caza de Castilla y León. Lo que deja entrever que, más allá de las acaloradas discusiones alrededor de la caza, lo que hay es una gestión ambiental funesta por parte de las administraciones competentes.

En el caso de mi comunidad autónoma —Castilla y León—, tengo la sensación de que nuestros políticos, aquellos aposentados en grandes despachos en Valladolid, tienen un gran desconocimiento del territorio. Pues sólo se acuerdan de nuestro mundo rural cuando llegan las elecciones, sabiendo que este mundo en esta comunidad autónoma es un auténtico “granero de votos” para determinadas opciones políticas. Y es cuando vienen prometiendo medidas populistas de corto alcance pero que suenan muy bien para ciertos sectores.

Y me estoy refiriendo a lanzar eslóganes relativos a permitir la caza por el “gran daño” que hace al sector agroganadero, pues mientras los precios de muchos de nuestros productos se decidan en mercados en internacionales presas de la especulación y con unas condiciones desfavorables para los pequeños productores, difícilmente nuestro campo tenga un futuro asegurado.

Alentar la caza del lobo sin tener una cuantificación las poblaciones existentes es un mero acicate para contentar a ciertos sindicatos agrarios y sacar una rentabilidad económica a costa de uno de los pocos grandes depredadores que quedan en el continente europeo. ¿Cómo se puede permitir cazar una especie tan emblemática que ya estuvo al borde la extinción hace unas décadas sin ni siquiera estimar la presencia que tiene en un territorio? Una gestión ambiental así debería ser denunciable.

Por lo tanto, es importante elaborar censos regulares para conocer cuál es el estado de las poblaciones silvestres, porque sí amigos míos, la caza deja mucho dinero en la España Vaciada. Por eso es una actividad que no podemos desdeñar para dinamizar el mundo rural. Hay que permitirla, pero siempre y cuando se pueda ejercer con unas garantirías suficientes para el mantenimiento de las poblaciones cinegéticas. El mundo rural precisa de una buena gestión en este asunto, pues no se pueden rechazar los ingresos generados por esta actividad en regiones que están muy afectadas por la modernidad y necesitadas de asentar población.

No obstante, hay que tener en cuenta que la caza también puede suponer un beneficio para nuestros ganaderos y agricultores. Una población excesiva de lobos en un territorio provocará ataques al ganado doméstico, pero a mayores, dando una visión más holística sobre el asunto de la caza, otras especies como el jabalí también pueden provocar daños a los cultivos, donde no es la primera vez que arrasan parcelas recién sembradas provocando pérdidas económicas a los agricultores.

Hasta ahora se han comentado algunas reflexiones por las que permitir la caza es una actividad beneficiosa, pero para completar este análisis también habría que mencionar algunos aspectos positivos por los que habría que limitar esta práctica.

Uno de ellos sería el ecoturismo, una forma diferente de hacer turismo relacionado con la naturaleza y que cada vez está más en auge, gracias a que la Península Ibérica es la zona de Europa Occidental con más biodiversidad, albergando a más del 50% de las especies de animales de toda Europa. Una actividad que en ciertas comarcas ayuda a diversificar la economía, dinamizar el territorio y atraer mayores beneficios.

También, la existencia del lobo es beneficioso para ganaderos y agricultores, pues ayuda a controlar las poblaciones de jabalíes, ciervos y corzos. Esto es sumamente importante cuando estas especies son portadoras de la brucelosis. Esta bacteria, que provoca la conocida como “fiebre de Malta”, puede ser transmitida de las poblaciones silvestres al ganado doméstico, por lo que si aquella es elevada en la naturaleza podrían aumentarían los contactos en mitad del monte y la posibilidad de trasmisión. La brucelosis también es peligrosa porque se puede contagiar a humanos, por lo tanto, si a un ganadero se la contagia parte de su cabaña, las autoridades competentes en casos graves —donde se suceden varios positivos de diferentes individuos a lo largo del tiempo— pueden llegar a decretar el exterminio de todo el rebaño.

En conclusión, como sucede dentro de un ecosistema —en el que también está el hombre— hay que buscar los equilibrios de los diferentes elementos. Como ciudadanos, debemos tener una visión crítica y exigir a las administraciones una adecuada gestión medioambiental, tanto de las especies salvajes como de las personas que viven en el mundo rural. Por ello, más allá de afirmar taxativamente sobre el asunto de la caza, lo que pediría serían realizar estudios que nos ayuden a tomar decisiones con mayor claridad. Y, por último, con el conocimiento que manejo actualmente, diría que caza sí, pero que esté bien regulada.

Javier Miguélez, Geógrafo

Parques eólicos y solares: el gran pufo que se avecina…


Como pueden comprobar cada día en las noticias, casi en todas las comarcas montañosas y menos pobladas de nuestra geografía han surgido numerosos proyectos para la instalación de parques eólicos o fotovoltaicos. Basta con hacer una sencilla búsqueda en Google para comprobar que, en comunidades autónomas como Galicia, Cataluña, Aragón, Castilla y León o en Andalucía, se cuentan por cientos los proyectos que han sido aprobados o se están en tramitación. Más allá de la controversia que estos proyectos suscitan, se intuye que detrás de esta fiebre por las energías renovables se esconden otros intereses más espurios que la protección del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático.

Bien. A diferencia de todos esos opinadores que trabajan para defender los intereses de las empresas energéticas, la mía es una opinión independiente. Además, aunque desgraciadamente los historiadores no tenemos capacidad de predecir el futuro, sí que podemos barruntar por dónde puede ir los tiros considerando experiencias pasadas. Y ya les adelanto que lo que se intuye es un gran PUFO.

Lo que está pasando se parece mucho a lo ocurrido en alguna otra época histórica y son muchos los casos que se podrían traer aquí a colación. Uno de los mejores ejemplos es la llamada ‘crisis del ferrocarril’ de mediados del siglo XIX. Yo me limitaré a dar unas pinceladas, pero si ustedes tienen inquietudes sobre el tema hay una amplia bibliografía disponible; entre otros, Jordi Nadal o Gabriel Tortella, prestigiosos historiadores de la economía, lo han tratado.

Todo se remonta a 1855, año en el que fue aprobada la Ley de Bases de los Ferrocarriles. Ya se contaba con la Ley de Desamortización de los comunales y en 1856 fue creado el Banco de España y promulgada y la Ley de Sociedades Anónimas de Crédito. Es decir, se disponía de una ley que impulsaba la construcción de líneas de ferrocarril y de leyes que facilitaban a las empresas el acceso a los capitales necesarios.

Dicho y hecho. Mientras en 1857 se contaba con 672 kilómetros de vías férreas, 10 años más tarde ya había más de 5.000 kilómetros construidos. Por todos los sitios surgieron compañías y proyectos ferroviarios ¿Les suena o ven algún paralelismo con la actualidad?

Pues bien. Seguimos. Antes de 1864 habían sido constituidas más de 22 sociedades y más de 1.500 millones de las pesetas de la época fueron invertidas en el ferrocarril. En cierta manera, se consideraba que los caminos de hierro eran la ‘panacea’ para modernizar el país y resolver de golpe todos los problemas económicos de España. Pero ya veremos que no sólo no fue así, sino que fue una ‘oportunidad perdida’ para fomentar la industria nacional; por un lado, se quitaron los aranceles a las importaciones ferroviarias con lo que todo el material rodante (maquinaria y vagones) era extranjero; incluso se importó el hierro para las vías por ser más barato que el producido en España y se llegó a traer de fuera maderas para las traviesas. Por supuesto: los ingenieros también eran extranjeros. Por otro lado, al destinarse ‘todas’ las inversiones al ferrocarril fueron desatendidos otros sectores económicos como la industria o la agricultura también necesitados de capitales.

El tren era la moda y todo el mundo quería invertir ahí. Como es lógico, las compañías ferroviarias veían cómo su cotización en la Bolsa subía, subía y subía…

Pero como ustedes saben, todo lo que sube, baja.

Y así fue en este caso. Enseguida se vio que los ingresos de las compañías ferroviarias no crecían o incluso caían. Se disponía de una red radial de ferrocarriles fabulosa, de las mejores de Europa, pero los trenes iban vacíos o casi vacíos. No había demanda para tanto tren. Poco a poco, se vio que el tren no era tan rentable y los inversores empezaron a retirarse, con lo que las acciones empezaron a bajar. Las compañías ferroviarias no podían pagar sus deudas y, junto con las sociedades de crédito, empezaron a quebrar. El Estado salió al rescate endeudándose, pero la bola era imparable. El malestar social era generalizado: los pequeños inversores habían perdido sus ahorros, los obreros no cobraban o habían perdido su trabajo y la desamortización había empeorado las condiciones de una gran mayoría de campesinos; además las malas cosechas de esos años provocaron diversas ‘crisis de subsistencias’. En 1868, un grupo de militares bajo el mando del almirante Topete y el general Prim se pronunciaron contra el Gobierno, culpando a la reina Isabel II de la situación. Unos días más tarde, la reina huyó a Francia —ya ven que lo de huir cuando la cosa se pone mal, no es nuevo— y se puso en marcha un intento de establecer un régimen político democrático.

¿Se preguntarán qué tiene que ver el ejemplo de los ferrocarriles con las renovables? Pues bien, vayamos por partes. En el caso del ferrocarril parece haber habido un exceso de inversión o al menos la incapacidad del Estado para gestionar de forma eficiente las inversiones realizadas. En el caso de las renovables se corre el riesgo que de la capacidad instalada supere la demanda de energía y que estos proyectos sean inversiones fallidas.

Respecto a la demanda de energía eléctrica es interesante la opinión de expertos como Antonio Turiel, responsable del blog The Oil Crash, autor del libro «Petrocalipsis» y que hace unos días compareció en el Senado delante de la Comisión para la Transición Ecológica. A. Turiel —que además es leonés—, en diversas entrevistas lo ha dejado bien claro; por ejemplo aquí, al ser preguntado si vistas las necesidades energéticas, era necesario construir más parques eólicos o huertos solares, contesta:

«La pregunta es para qué. En España tenemos ahora mismo 110 GW de potencia eléctrica instalada, mucha más de la que usamos. El máximo de consumo de electricidad fue de 45 GW, en julio del 2008, y desde entonces ha ido disminuyendo. Si instalamos más parques eólicos y solares, aumentaremos la capacidad de producir energía eléctrica; pero si no consumimos más electricidad, ¿para qué sirve? Este es el punto central del debate: se está haciendo creer que la cuestión gira entorno a la instalación de más sistemas de energías renovables, pero el hecho es que nosotros necesitamos fuentes de energía que no son eléctricas. La electricidad representa algo más del 20% de la energía final que consumimos, pero el resto [de energía que consumimos] no es eléctrica, y es muy difícil o imposible de electrificar. ¿Para qué queremos más electricidad?»

Más claro, agua. Como el propio Turiel explica en algún otro lugar, tampoco se prevé un fuerte incremento de la demanda de electricidad. Se habla del coche eléctrico, pero no se espera que, a corto plazo, éste sustituya al coche con motor de combustión: a pesar de todas las ayudas e incentivos, en 2019 fueron matriculados en España 5.452 coches eléctricos, un 0,8% del total de vehículos matriculados. Por otro lado, hay sectores como el transporte de mercancías por carretera o mar, o la aviación, en los que no se puede utilizar la energía eléctrica de forma eficiente. Y ese es otro tema: la eficiencia.

En relación a la eficiencia no me refiero a la captura de energía que, todo sea dicho, no está exenta de problemas (variabilidad por ejemplo, con periodos en los que no se puede producir energía), sino a la eficiencia económica, o ‘rentabilidad’ por llamarlo de alguna manera. Por una parte, parece que ambas —la eólica y la fotovoltaica— son energías ‘económicamente’ competitivas; en buena medida lo son porque se trata de un mercado oligopólico con una factura eléctrica abusiva. Por otro lado cabe notar que en los costes de producción de la energía eléctrica no se incluyen los costes ‘sociales’ o ‘ambientales’. Pues sí, aunque generalmente estos costos no se computan —ya que no los pagan las empresas ni los usuarios finales— habría que contabilizarlos y entonces el resultado sería otro y quizás estos proyectos no fuesen tan ‘rentables’. Y se podría poner como ejemplo Riaño —en la montaña leonesa— donde, para beneficio de una empresa y unos pocos regantes, se destruyó la vida económica de un valle entero.

En fin. Volviendo al tema. Al igual que sucedió con el ferrocarril, por un lado, se dispone de una ley que ‘incentivará’ estas inversiones —está en tramitación el proyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética que impulsa la transición hacia una economía más eficiente y basada en tecnologías renovables en todos los sectores de la economía— y por otro se cuenta con abundantes fondos europeos, llámese Plan de Recuperación para Europa (Next Generation EU) o Pacto Verde Europeo (European Green Deal). El peligro es evidente…

Sería un burro si yo dudase de las bondades de las energías renovables. Pero esta proliferación de parques solares y eólicos no va de energías renovables sino de especulación. Si todo sigue así, muchas de estas instalaciones acabarán infrautilizadas en el mejor de los casos, como el ferrocarril en el siglo XIX; o abandonadas y la inversión perdida, como ocurrió en su momento en la provincia de León con la ferrería de San Blas en Sabero o la Azucarera Vasco-Leonesa de Boñar, de las que les hablaré en otro momento.

Es mucho dinero el que hay por el medio. Por eso no es extraño que las grandes eléctricas nos traten de vender las bondades de estos proyectos eólicos o fotovoltáicos. Sin embargo, el manejo de estos asuntos es muy turbio y ha habido una sospechosa connivencia entre políticos y empresas eléctricas con fraudes y delitos incluidos —acá una muestra— lo que añade aún más motivos para desconfiar.

Visto lo visto —y atendiendo a las experiencias del pasado— se intuye que lo de los parques eólicos y los huertos solares acabará siendo un gran pufo. No les voy a insistir, pero ya saben ustedes quien acaba pagando los platos rotos y los rescates si estos grandes proyectos quiebran… y ejemplos sobran: autopistas radiales, proyecto Castor, etc.

En fin. Avisados están…

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La foto que acompaña esta entrada es de Zé.Valdi on Foter.com

Algunos argumentos a favor del turismo responsable…


En un artículo publicado hace tiempo en este blog destapábamos las ‘mentiras’ del turismo rural y básicamente veníamos a decir que el turismo no es la panacea ni la solución a todos los males de las zonas rurales. Hubo quien se lo tomó a mal…

Pero ¡qué le vamos a hacer si el turismo es una actividad de bajo valor añadido! Eso es así, lo diga quien lo diga. «Lo diga Agamenón o su porquero» que dicen los instruidos. Además, con la epidemia de coronavirus ya vimos lo que pasó con las zonas que dependían del turismo y con el modelo de desarrollo seguido por España en los últimos años…

Aún así, podría reconocer que el anterior artículo no fui del todo ecuánime, porque sí, podría haber un tipo de turismo que sí tiene efectos positivos sobre las economías locales: el turismo ‘responsable’. Teniendo en cuenta que el turismo se basa en el consumo —y todo lo que implica— eso de ‘responsable’ suena a ‘oxímoron’ que como ustedes saben es una figura retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado contradictorio u opuesto.

Aún así, por intentarlo que no quede. De forma esquemática, este tipo de turismo rural ‘responsable’ sería aquel que cumple los siguientes requisitos:

1. Es compatible con las actividades tradicionales (ganadería, agricultura, etc) que se realizan en el medio rural. 

No sólo ha de ser compatible con… sino que hay que respetar. ¿Qué quiere decir? Pues muchas cosas y se pueden poner varios ejemplos para que los más ‘cortos’ lo entiendan. Por mucha prisa que tengas hay que respetar cuando el ganadero cambia las vacas de prado y van por la carretera… No se puede dejar el coche en cualquier sitio dificultando el paso de maquinaria o obstruyendo el paso a las fincas… No se puede entrar en las tierras sembradas ni en los praos. Tampoco se puede molestar al ganado, y mucho menos para hacer esa foto espectacular para el Instagram… Las fincas de frutales y los huertos tienen dueño, no son un autoservicio ‘gratuito’ de frutas o verduras…  Etc… etc… Creo que no es necesario seguir con la lista de prohibiciones, con aplicar el sentido común es suficiente.

Y sí, también hay que respetar las ‘costumbres y usos’ del país. Y sí, puede que estéticamente te parezca horrible, pero en el campo se reciclan bañeras y somieres, las primeras como abrevaderos del ganado y los segundos como cancillas o cierres de los praos. Eso, aunque no lo creas es reciclaje y una forma de resistencia… y también hay que respetarlo.

2. Es respetuoso con el medio ambiente

A diferencia de lo que mucha gente piensa, el medio ambiente no es sólo la naturaleza. El medio ambiente también incluye paisajes creados por el hombre. Sí, hijos míos. Esos prados y esos bosques espectaculares de los que disfrutáis extasiados especialmente en otoño, pues también son creaciones humanas. En muchos casos, conseguir unos paisajes así ha llevado siglos. Por tanto, hay que respetarlos. Eso de pasar ‘berrando’ con los quads o los 4×4 por los caminos rurales, pues como que no.

Otro punto importante a tener presente es que el monte no es de todos, por tanto eso de recoger setas, leñas o maderas, pues no. Lo que sí hay que recoger es la basura, porque esos restos pueden dañar a los animales, provocar incendios o qué se yo. Además, hasta el monte no llega el servicio de recogida de basuras… Y eso de hacer fogatas o lavar el coche en el río pues tampoco…

3. Consume productos locales.

Un aspecto positivo que puede tener el turismo rural es que puede ‘favorecer’ las economías locales. Pero hay que recordar que para eso no hay traerse el pan del Mercadona sino que hay que comprarlo al panadero del pueblo. Y así con todo…

Claro que las tiendas de los pueblos más caras que los supermercados de la ciudad, pero es que el tendero no puede vender ‘a pérdida’ como las grandes superficies ni puede realizar grandes compras que le suponen ahorros, ni los distribuidores le sirven los productos en casa, etc.

Hay que consumir productos locales —que en muchos casos están hechos de forma artesanal— y no me vengan con que son caros. Lo bueno, se paga, tanto en el campo como en la ciudad.

4. Se interesa por la cultura y por lo ‘rural’.

El turista ‘responsable’ se interesa por las artesanías locales, monumentos, etc. En los pueblos siempre hay cosas para descubrir: a veces hay ruinas, en otros casos molinos, hornos, museos, casas… También está la naturaleza, lagunas, ríos, bosques… Y, cada vez más, en los pueblos hay actividades culturales de diversa índole. Pues hay que apoyar…

Si se cumplen esos requisitos pues no cabe duda de que este tipo de turismo proporciona ingresos a las economías locales, contribuye a la creación de empleos en el medio rural y podría fomentar la creación de otros emprendimientos relacionados con el turismo.  Aunque me consta que en muchos casos ya lo hacen, estaría bien que los hoteles y casas rurales sean los primeros en promover un turismo respetuoso y que consuma productos locales.

En fin… Por si no les quedó claro, les dejamos con un decálogo que se publicó hace un tiempo:

 

Reasilvestramiento: más allá del delirante retorno al Paleolítico…


Dice un refrán asturiano que «Cuando’l diañu nun tien que facer, garra la gocha pel rau y ponla a pacer«. Digo esto pensando en la votación habida la semana pasada en la que se aprobó prohibir la caza del lobo gracias al voto del Gobierno y de varias comunidades autónomas como Canarias, Baleares o Melilla donde no hay lobos; de hecho el 95% de los ejemplares están en Castilla y León, Galicia, Asturias y Cantabria que, obviamente, votaron en contra. Como es lógico, la medida fue ampliamente aplaudida por un público, pretendidamente conservacionista, que no tiene ni idea de lo que supone una medida así.

Salvando las distancias, también me viene a la cabeza el video de una turista que en el zoco de Tánger trataba de liberar unas gallinas. La señora pensó en las gallinas, pero no en el pobre hombre que trataba de llevar unos dírhams a casa vendiendo unas aves en el mercado.  A veces tengo la sensación  de que esta gente —los ecologistas de pacotilla— no son más que unos pobres diablos aburridos que no piensan —ni les importan— las consecuencias de sus acciones.

Todo esto del lobo parece responder a esa nueva moda que se ha venido a llamar ‘rewilding’, reasilvestramiento o reasalvajamiento en terminología más castiza. Por resumirlo mucho, básicamente lo que propone esta gente es un delirante retorno al Paleolítico, con animales salvajes —como los lobos— campando a sus anchas en plena naturaleza. Voy a tratar de explicar un poco mejor de qué va la cosa.

Esta corriente «conservacionista» se inspira en buena medida en una publicación de un autor americano, David Foreman que, en el  libro Rewilding North America,  argumenta que la mayor amenaza ecológica de nuestro tiempo es la extinción masiva de numerosas especies animales. Lo explica de forma creíble y además para evitarla propone un solución práctica y realizable. Propone una estrategia para reconectar, restaurar y ‘reasilvestrar»  el subcontinente norteamericano como solución al problema de la extinción.  Básicamente —y resumiendo mucho— habría dos enfoques: el resilvestramiento pasivo donde —poco a poco— las especies salvajes van ocupando el lugar que deja el hombre; y otro basado en la reintroducción de animales salvajes ya desaparecidos.

Sostienen los defensores del reasilvestramiento que el abandono de tierras, aunque es percibido negativamente, es una oportunidad única, y reasilvestrar grandes extensiones de tierra favorecería la biodiversidad y ayudaría a ‘conservar’ la naturaleza. Además, la presencia de fauna podría atraer turismo y otras actividades. Sin embargo, esta opción de manejo de la naturaleza plantea importantes desafíos, básicamente porque choca con la caza y con actividades tradicionales como la agricultura o la ganadería extensiva. Además son bien conocidas las consecuencias de la proliferación de especies salvajes como corzos, jabalíes y no digamos ya el oso o el lobo.

Bien. Como decía, el abandono de tierras ha sido visto como una oportunidad para el ‘reasilvestramiento’. En noviembre de 2010 fue lanzada oficialmente en Bruselas la iniciativa europea «Rewilding Europe» que tenía entre sus objetivos convertir el problema del abandono de tierras en una oportunidad y crear un nuevo modelo de ‘desarrollo rural’ basado en la naturaleza. Dicen —y lo pretenden demostrar— que introducir especies salvajes en un territorio podría ser más rentable económicamente que actividades tradicionales como la agricultura o la ganadería.

Ojito, porque ¡ahí es nada! Rewilding Europe tenía la meta inicial de reasilvestrar 1 millón de hectáreas en Europa para 2020, creando 10 áreas que sirviesen de ejemplo e inspiración. De hecho, a finales 2011 se empezó a trabajar con las cinco primeras áreas seleccionadas, entre ellas una denominada «Oeste ibérico» y que incluía zonas limítrofes entre España y Portugal.

Para alcanzar sus objetivos de crear las condiciones propicias y reactivar el funcionamiento natural de los ecosistemas en toda Europa, consideran que hay especies vitales como los grandes herbívoros y los superdepredadores (top predators, en inglés) ya que estas especies impulsarían los procesos ecológicos. En este sentido, el reasalvajamiento aceleraría su recuperación y ayudaría a restaurar en cascada las cadenas tróficas. Ahora bien, un problema que se encuentran los partidarios del «reasilvestramiento» es que en Europa muchos animales salvajes ‘originarios’ ya están extinguidos o extintos. Como indica uno de estos partidarios del ‘rewilding’ en su página web, son conscientes de que la realidad no es tan simple «No podemos ser tan ingenuos. Pero si reflexionas desapasionadamente sobre estas ideas yo diría que hay verdad en ellas (…) No se trata de regresar a las cavernas. Pero sí se trata de aprender de las actitudes de aquellos humanos del Paleolítico en su relación con la Naturaleza. Eso sí podemos hacerlo. Reflexionar sobre aquella época nos puede proporcionar las claves para cambiar todo lo que es necesario cambiar en nuestro comportamiento. Es decir, apoyar el rewilding, en realidad, es re-naturalizarnos a nosotros mismos. Es asomarnos al atardecer a la puerta de nuestra casa y contemplar tranquilas hordas de bisontes pastando en un paisaje de suaves colinas«.

«Conforme la renaturalización vaya ganando los corazones y los humanos abandonen actitudes de rapiña y de caza hacia la naturaleza, entonces esas grandes manadas de herbívoros podrán pastar ya en completa libertad» —continúa explicando— «Pero no sólo ellos (…) tras los grandes herbívoros, deben recuperarse los grandes carnívoros que se alimentaban de esos herbívoros para que el paisaje esté en «biodiversidad total» y equilibrio: tras los caballos y los bovinos salvajes deben seguir los lobos, los osos, los linces y… allá donde sea necesario, los leopardos (…) Llegará un futuro en que los lobos y los linces perseguirán caballos, toros y bisontes. Y los humanos observaremos respetuosamente sus interacciones. Entonces la re-naturalización habrá cumplido el sueño del Paleolítico»

¡Qué Dios nos coja confesados! El sueño del Paleolítico… Quien escribió esto no tiene ni idea de lo que era en realidad el Paleolítico. «Los humanos observaremos respetuosamente sus interacciones«, dice y aquí se está delatando. La naturaleza le interesa como espectáculo, como consumo para gente ociosa. Como si fuese un parque temático donde contemplar grandes carnívoros persiguiendo y despedazando a bisontes y otras presas… Yo, sinceramente, prefiero espectáculos más divertidos y con menos vísceras y sangre. Nunca me gustaron los documentales de animales salvajes de La 2…

Bien. Volviendo al hilo, en Europa ya se han ido haciendo algunos experimentos en países como Holanda —ya saben, ese país tan adelantado que no es otra cosa que un insolidario sumidero fiscal—. Allí, en uno de sus parques naturales introdujeron, entre otras especies, 32 vacunos de Heck —una raza bovina ‘creada’ por los nazis con el objetivo de recrear la forma salvaje de la cual se originaron las actuales razas de ganado bovino doméstico de Europa—, 18 caballos de Konik de Polonia, y 52 ciervos rojos de Escocia y Europa Central. Entre lo que pudieron encontrar, eligieron aquellas especies más cercanas a los herbívoros prehistóricos, esperando que el experimento sirviese de inspiración al resto de países europeos. La idea era ver que sucedía dejando los herbívoros a su aire sin ningún tipo de intervención humana. Ya les adelanto que, como pueden ver en esta noticia, en 2018, después un invierno duro, casi la mitad de los animales tuvieron que ser sacrificados para evitar que muriesen de hambre.

Lo de Holanda no es una excepción y hay proyectos todavía más delirantes como el Proyecto Taurus, en el que hay participación española. Este proyecto —como ya hicieron los nazis— pretende revivir al uro, de cuya descendencia surgieron las razas vacunas actuales. Consideran los defensores del rewilding que «los uros juegan un papel esencial dentro de los ecosistemas» y una vez ‘recuperados’ es necesario reintroducirlos en la naturaleza.

Sin embargo, lo peor de todo es que detrás de todos estos proyectos suele haber intereses más materiales, como ocurre por ejemplo en el parque Esteros del Iberá en Corrientes (Argentina) y denuncian en este artículo de la revista «Soberanía Alimentaria».  Impulsado por la Fundación Rewilding Argentina, en este parque natural han sido introducidas especies que hacía siglos que habían desaparecido de la zona, como el yaguareté, el guacamayo rojo, el venado de las Pampas, el pecarí de collar, el oso hormiguero, la chuña de patas rojas o la nutria gigante.

Aparentemente —desde el punto de vista de la recuperación de especies— la experiencia es exitosa, y en este caso el ‘reasilvestramiento’ ha contribuido a traer de vuelta la naturaleza y, además, la llegada de turistas se ha multiplicado. Pero ¿y la gente que vivía allí?. Los partidarios del rewilding le dirán que los que antes eran cazadores ahora son guías turísticos, bla, bla… Sin embargo, la realidad es más cruda y vulgar. En los últimos años más de 200 familias han sido expulsadas de sus tierras y han desaparecido pueblos enteros. Entre otras razones porque esas tierras han sido compradas por inversores privados como Douglas Tompkins dueño de las marcas de ropa ESPRIT y North Face, o George Soros que posee unas 80.000 hectáreas. Es decir, a través de la Fundación Conservation Land Trust (CLT) se pretende controlar un espacio que supera el 1,3 millones de hectáreas —casi la extensión de la provincia de León—.

Estamos en lo de siempre. Detrás del proyecto hay intereses que van más allá de la conservación, y como denuncian los pobladores del Iberá, aquí se oculta un fenómeno de desposesión y la promoción de un tipo de turismo incompatible con las actividades tradicionales de la zona.

Está muy bien lo de la conservación y la vuelta a la naturaleza, pero quizás para eso habría que fomentar modelos de consumo y turismo más sostenibles y modelos de conservación que no excluyan a nadie, y mucho menos a los que viven en el territorio. El «reasilvestramiento» no parece, por tanto, la mejor opción. Ya lo señaló certeramente Jaime Izquierdo:

«Reasalvajamiento… Algunos quieren repoblar nuestros montes de maleza y volvernos a la prehistoria, mientras ellos viven cómodamente instalados en las urbes hasta el fin de semana«.

Tanto si estás de acuerdo, como en desacuerdo, anímate a dejar tus comentarios…

Cinco motivos por los que (de momento) no pienso regresar a vivir al pueblo…


Con esto del Covid-19 parece que un montón de gente se está planteando volver al pueblo. Fíjate que yo detesto la ciudad, pero no he necesitado pensar mucho para darme cuenta que, hoy por hoy, tengo claro que no voy a volverme al pueblo a vivir. Yo tengo mis motivos y acá se los cuento:

#1. La escuela del pueblo está cerrada

Hasta hace no mucho, en mi pueblo había una escuela donde iban todos los críos que allí vivían. Yo estudié en esa escuela. Lo habitual era levantarse un rato antes de las 9 y —una vez desayunado— salir corriendo hacia la escuela. Allí permanecíamos hasta la hora de comer cuando regresábamos de nuevo a casa. Y a la tarde, pues lo mismo. Hoy, los pocos críos que quedan en el pueblo, y no importa lo pequeños que sean, tienen que levantarse a las 7 de la mañana para ir al autobús que, después de 40-45 minutos de recorrido, los deja en un centro escolar que está a poco de más de 10 minutos en coche.

Bien, aunque esos pequeños —y pequeñas— tienen servicio de transporte y comedor gratis, el esfuerzo que tienen que hacer es grande. Además, esa es la única opción para las familias que viven en el pueblo. Y está situación es algo generalizado ya que en los últimos 20 años se han ido cerrando escuelas en casi todos los pueblos de la provincia. No me vengan con la despoblación y con que no hay alumnos…

¡Vaya cómo nos vendieron la moto! Ya hace muchos, muchos años que empezó la historia. Hace más de 40 años en algunos pueblos de La Cepeda cerraron la escuela y mandaron a los rapaces a estudiar ‘internos’ a Astorga y a otros lugares. En ese momento tenían que haber prendido fuego a la Delegación de Educación. Porque, poco a poco, utilizando criterios de racionalidad económica —imagino— se fueron cerrando las escuelas de los pueblos. Otro tanto ocurrió con los CRA (Centros Rurales Agrupados). En vez de dotar de medios a las escuelas rurales, fueron concentrando a los rapaces en los CRA. Con todo eso, hubo un momento en que la gente, aunque tuviese el trabajo en un pueblo, prefería irse a vivir a la capital o a un centro urbano. Era por el bien de los hijos. Con ello, más escuelas y más escuelas se fueron cerrando, y… de aquellos polvos, estos lodos. A mediados de los años 70 del siglo pasado, cada una de las 1.200 localidades de la provincia de León tenía su escuela. Hoy el 60-70% de los pueblos de la provincia, o más, tienen la escuela cerrada.

No tengo ni idea cómo se puede solucionar este problema. Lo que sí se, es que acá donde vivo, tengo el colegio a 5 minutos de casa. Mis hijos van y vienen caminando a la escuela. Obviamente, si viviese en un pueblo, querría lo mismo para mis hijos: una escuela de calidad a la que puedan ir y volver caminando.

#2. En mi pueblo NO es posible teletrabajar

Hoy nos venden el teletrabajo como la nueva realidad y nos dicen además que puedes ‘teletrabajar’ en el medio rural. ¡Qué poco conocen la realidad! Con lo del teletrabajo nos toman por tontos. Y a las pruebas me remito…

Este verano, en algunos pueblos de La Cepeda, durante el mes de agosto el 80% de los días no había manera de conectarse a internet —¡ni siquiera se descargaban los mensajes del Whatsapp!— y varios días tampoco hubo conexión telefónica. ¿Así quieren que hagamos teletrabajo? Estamos arreglados. Y es que el quid de la cuestión del teletrabajo es tener una conexión ‘decente’ a internet. No importa que en los últimos diez años hayamos escuchando eso de que el medio rural necesita banda ancha, que patatín, que patatán… Nos presentan la banda ancha como la panacea y la solución a todos los problemas del mundo rural, pero uno: la banda ancha no es la solución; y dos, la realidad es que la mayoría de pueblos pequeños de la provincia, y especialmente en algunas comarcas, las conexiones a internet o no existen o son de muy baja calidad.

#3. No hay transporte público en condiciones

Cuando yo era pequeño funcionaba un autobús o ‘coche de línea’ que permitía desplazarse a los mercados y a otras localidades. No es que fuera maravilloso, pero quien no tenía coche podía desplazarse a Astorga, a León o a cualquier otro sitio. Ahora creo que funciona ‘a demanda’. Llamas por teléfono y ese día pasa el coche de línea.

Bien. Yo no tengo problema y me podría comprar un coche, pero mi mujer —como otra mucha gente— no tiene carnet de conducir. No cabe duda, pues, que la falta de transporte es una limitación.

Y en el caso del transporte, pasó más o menos lo mismo que con las escuelas. Primero desmantelaron líneas de tren —la Ruta de la Plata, por ejemplo— argumentando que eran deficitarias. Después cerraron líneas de autobús. Y así todo…

#4. Los servicios sanitarios son escasos

Quien tiene hijos pequeños sabe que es fundamental tener el médico cerca. No es que los servicios sanitarios sean malos y debo decir que cada vez que, en vacaciones, hemos visitado las Urgencias Pediátricas del Hospital de León, la atención ha sido más que excelente. Pero, justamente, hemos tenido que acudir a León porque en los Centros de Salud no hay atención pediátrica. A todo ello se añade que la Junta de Castilla y León ha ido cerrando consultorios rurales, como se puede ver en esta noticia.

Como es lógico, uno se puede adaptar a todo, pero lo deseable sería que en el lugar donde uno vive, sea un pueblo o una ciudad, disponga de servicios públicos de calidad. O al menos disponga de unos servicios mínimos.

#5. En los pueblos no hay trabajo

Unos párrafos más atrás les comenté que yo podría trabajar desde cualquier lugar que disponga de conexión a internet. Pero, la realidad es que el trabajo lo tienes que llevar tú, porque no hay trabajo en algunos sectores. Es algo lógico que el trabajo en las zonas rurales esté ligado al sector primario, pero de nuevo se pone de manifiesto que la falta de empleos también es consecuencia de los procesos de abandono institucional. No tiene que ver únicamente con la despoblación.

¿Cómo va a haber trabajo en los pueblos si cerraron las escuelas, los centros médicos, las oficinas bancarias, las farmacias, los cuarteles de la Guardia Civil, las líneas de tren y la mayoría de servicios? Es de cajón… Antes, la gente que atendía esos servicios quedaba a vivir en los pueblos… Fue un verdadero proceso de desmantelamiento.

En fin… no les doy más la tabarra. Seguramente que, a pesar de todo, sigue habiendo muchos más motivos para irse a vivir al pueblo, pero en mi caso tendré que esperar a la jubilación para volver. La buena noticia es que cada vez me queda menos…

Campesino, un oficio peligroso…


Hace unos días leía que un campesino tucumano, Juan González había sido asesinado. Acá tienen la noticia, pero se la resumo.

Un martes a la mañana, este señor llamado ‘Cheta’ González se subió a su caballo y guió a sus vacas a una finca de su propiedad en la que su familia había trabajado toda la vida. Al llegar al predio se encontró con Carlos Flórez, un policía retirado que le franqueaba el paso. Le decía que no podía acceder más a esas tierras porque no le pertenecían. Se produjo una discusión, y el ex-policia sacó un arma y lo acribilló a tiros. El asesino, que ya tenía antecedentes penales por robos e intentos de homicidio, era un matón que trabajaba a sueldo para productores sojeros usurpando terrenos.

Esto que acabamos de ver es el pan nuestro de cada día en América Latina. En países como Colombia, Honduras, Guatemala, Brasil, Paraguay o incluso Nicaragua y Argentina, es bastante común que las ‘fuerzas del orden’ —militares y policía— trabajen como sicarios haciendo el trabajo sucio de las multinacionales o de los grandes propietarios de tierras. Recordará el lector el caso de Berta Cáceres, asesinada por defender el territorio y oponerse a un megaproyecto hidroeléctrico en Honduras. En este caso, el asesino fue un ex-militar pagado por la empresa involucrada en la construcción, pero la policía falsificó pruebas para tratar de presentarlo como un crimen pasional.

Hace ya un tiempo, a mediados de 2018, una ONG llamada Global Witness publicó un informe donde revelaba que durante 2017 al menos 207 personas, en su mayoría campesinos, fueron asesinados por defender sus hogares y comunidades de la minería, la agroindustria y otros negocios destructivos.

Como indicaba el documento, entre las muertes se incluían el asesinato de campesinos en Colombia por manifestarse contra plantaciones de palma aceitera y de banano en tierras robadas a su comunidad, la masacre por parte del ejercito filipino de ocho aldeanos que se oponían a una plantación de café en sus tierras, o ataques violentos por parte de finqueros brasileños, que usando machetes y rifles dejaron gravemente heridos a 22 integrantes del pueblo indígena de Gamela, algunos con las manos cortadas. Pero no sólo hay asesinatos en estos países, también Guatemala, El Salvador, Honduras o Argentina forman parte de este elenco.

Estas cifras se han quedado muy muy cortas ya que casi cada día siguen siendo asesinados campesinos en América Latina por defender la tierra frente a los grandes propietarios o empresas. Así por ejemplo, se comprueba que en lo que va de 2020 en Colombia han sido asesinados 251 líderes sociales, siendo las principales víctimas de este tipo de homicidios líderes comunales o campesinos que se han visto involucrados en reclamaciones de tierras y la implementación de la sustitución de cultivos. Acá tienen la noticia. Otro ejemplo podría ser Paraguay donde desde 1989 —año de caída de la dictadura— han sido asesinados 125 campesinos.

En la mayoría de los casos, detrás de estos crímenes no sólo están los intentos de silenciar a las personas defensoras de la tierra o el medio en el que viven. Muchos de estos campesinos han sido asesinados para arrebatarles sus tierras y producir soja, banano, palma africana o cualquier otro cultivo industrial. Esto, que recientemente se ha venido llamando ‘acaparamiento de tierras’ viene de muy lejos en el tiempo, aunque es un proceso histórico que tiende a acentuarse en los períodos de globalización económica. Es decir, no tiene tanto que ver con la producción de alimentos sino con otros fenómenos como los flujos internacionales de capitales, mercados internacionales, fondos de inversión, etc.

No los aburriré ahora con esos temas, simplemente destacar que lo peor de todo es la impunidad de quienes están detrás de estos delitos, generalmente empresas multinacionales que cuentan con el apoyo tácito o explícito de los gobiernos de estos países. Digo impunidad, ya que casi nunca se castiga a los autores de los crímenes. Y cuando lo hacen es debido a fuertes presiones internacionales. En este sentido, se debería ir un poco más allá y las empresas —y los consumidores deberían exigirlo— han de ser responsables y asegurar que no apoyan proyectos que desalojan a la gente de sus hogares ni devastan sus ecosistemas.

Y sí, también el lector debe saber que hay multinacionales españolas implicadas en esos procesos de desposesión… pero esa es otra historia sobre la que volveremos.  

La fotografía que acompaña el texto es de Mikael Wiström, un fotógrafo sueco y director de cine documental. 

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