La desconocida historia del Camino Hospitalario de La Cepeda


La seguridad que aportaba el camino y la hospitalidad caritativa que en sus propias casas ofrecían los lugareños, fue la clave para que un sinfín de peregrinos a Compostela eligieran la ruta septentrional cepedana en la Baja Edad Media.

Desde tiempo inmemorial, soportando el paso de los siglos, ha permanecido «casi intacto» un camino de comunicación de gentes y culturas que, acercándose a la línea recta, ha unido la ciudad de León con la tan preciada Comarca del Bierzo.

Su origen, se remonta a 2000 años coincidiendo con una imperiosa fiebre aurífera romana que ha dejado su inconfundible huella a lo largo del camino acompañada de un conjunto de nombres toponímicos que han perdurado como testigos de aquel primigenio trazado. Tenía este su inicio, en la misma salida del puente de San Marcos de León, tomando rumbo a Monte-Jovs por la denominada Vía de Las Janas en el paraje que aún subsiste con el nombre de La Calzada. Una vez pasado el pueblo de Montejos, transcurría en perfecta línea recta por campos de El Rengalengo, adelantándose a cruzar el río Órbego por el Ponte Juliano cuyas pétreas pilastras permanecen sumergidas en el paraje de Puente Vía. Ya a salvo de las indomables aguas del río Órbigo, atravesaba el poblado de Carrezino para continuar en línea recta hacia Vilar de Olas; renombrado fue en este lugar El Requies de La Jadina cuyo generoso manantial daría fuerzas a infinidad de viandantes para continuar rumbo a Riuvo Frígido y al pueblo cuyas ferrerías romanas le dieron el nombre de Ferreiras.

Siguiendo dirección siempre a poniente, una vez pasado Monrriondo y Las Coronas de la Veguellina, avanzaba cruzando castros, quintas y villas (Castro, Quintana, Villamiecca, Coluedros, Cruz y Villa Requexo). Todavía en tierras cepedanas, después de bordear La Griega, se adentraba en la Villa de Gatón por la Vía Jouja (vereda empedrada), la cual seguía hacia Las Brannas y El Morueco para entrar serpenteante y victorioso en El Bierzo por Cerexal de Tormor continuando rumbo hacia Benevívere por el Alto de la Vela.

Ciertamente, los topónimos junto con las tradicionales orales son el alma del pasado, pero mejor son los documentos escritos que, como un espejo, reflejan el mayor auge y esplendor de este primitivo camino desde finales del siglo XII al XVII como: vía de muchos romeros e peregrinos que por servir a Dios van a Santiago de romería.

Los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén fueron los promotores de esta ruta cepedana; por ella, se adentraron en el año 1192 en tierras que por entonces pertenecían al Obispado de Astorga. Con todo y con ello, construyeron su residencia en las inmediaciones del pueblo de Villameca, en el denominado Cueto de San Bartolo, llamado así, por asentarse en él la primitiva iglesia de San Bartolomé, la cual, después de ser pasto de las llamas, fue reedificada junto con el soberbio Monasterio denominado de San Bartolomé de Peña Cueto. Disponía este de cementerio propio, huerta, pozo y fortificación, pero de manera especial, un chocante y misterioso «por entonces» molino de viento que ya desde la lejanía dejaba extasiadas a las gentes y caminantes que se acercaban a contemplar tan imponente como extraño artilugio.

Gozó el Monasterio además de privilegios otorgados por el pontífice Inocencio III y reyes desde Fernando II hasta Alfonso X, así como de celebraciones y una romería de gran renombre, concediendo gracias y perdones a los romeros que pasaran por el lugar el día señalado de San Bartolomé.

Una vez instalados, valiéndose de acuerdos y a veces enfrentamientos y litigios con el Obispo de Astorga Don Lope Andrés, se fueron haciendo con el patronato de una buena parte de iglesias y ermitas que acompañaban este antiguo camino, incluso con poblaciones enteras como era el caso de Riofrío, el cual, debía contribuir a la Orden (cada año y por cada fumazgo) con un carro de leña seca y una gallina viva y sana.

La Orden de San Juan era total defensora de los caminos de peregrinación y su interés por estas tierras no tenía otro objetivo ni finalidad que no fuera practicar la hospitalidad para lo cual había sido fundada. Para ello, pusieron a funcionar esta ruta de peregrinos encargándose de aderezar y reconstruir el camino y sus puentes, promocionando a la vez la construcción de iglesias, ermitas y pequeños hospitales (Villameca y Cerezal) coincidiendo estos, con el cisterciense de Carrizo, con la misma advocación de San Blas y con el mismo poder de perdonanza en favor de los romeros que por sí o por otros pasaran a visitarlos.

Una vez terminada la infraestructura que ofrecía protección y asistencia a los peregrinos, con la sabiduría y experiencia en el tema que los caracterizaba, trataron de implicar a los propios lugareños para que formaran parte activa en tan singular empresa; para ello, fundaron La Cofradía de Santa María Magdalena; su sede principal dotada de mesa de pan y vino estaba en Villameca donde se administraba y recaudaban las rentas de su gran patrimonio, sin embargo era en el pueblo de Castro donde además de tomar decisiones importantes, se admitía a los nuevos cofrades inculcándoles el compromiso de: atender a los peregrinos que pasaran por las puertas de sus moradas.

Como satisfactorio resultado, cabe resaltar, que cualquier peregrino que se adentrara por este camino, tenía asegurado el recibimiento de algún cofrade dispuesto a prestarle ayuda, factor primordial que hizo posible el éxito de esta ruta durante más de cinco siglos, por la cual, según recalca D. Augusto Quintana: pasaban auténticas riadas de peregrinos.

Felizmente continuaron las cosas aún después del día 20 de julio de 1425 en que, reunidos los representantes de la Cofradía en el pueblo de Castro, decidieron traspasar todo el patrimonio a Juan de Oviedo, un noble y acaudalado peregrino, nada menos que el mayordomo del Rey Juan II de Navarra, el cual pasó haciendo este camino y decidió quedarse en estas tierras; en ellas, puso toda su fortuna incluidas sus rentas de 7000 maravedís que le correspondían por el portazgo de Medina del Campo, lo cual, unido a la gran donación cedida por la Cofradía, le sirvió para refundar el complejo con el nombre de Convento y Hospital Franciscano de Cerezal, en el cual, ceñido al hábito franciscano, continuaría la labor caritativa hospitalaria dedicada expresamente a los caminantes y peregrinos.

Fray Juan de Oviedo, fue un gran defensor y benefactor de muchas gentes cepedanas y de esta ruta, ganando pleitos y obteniendo privilegios y beneficios de pontífices y reyes, en favor de los muchos peregrinos que seguían pasando por el nuevo complejo hospitalario de cerezal. Por tal motivo, floreció un movimiento franciscano en diversos pueblos de este camino, el cual, siguió funcionando hasta que una injusta y nefasta desamortización de Mendizábal desvió a los desamparados peregrinos por otros caminos.

De igual forma, los hospitalarios permanecieron en el Cueto de San Bartolo hasta el año 1873, en que, el Papa Pío IX, suprimió todas las jurisdicciones exentas y tuvieron que abandonar La Cepeda; en ella, forjaron una real y ejemplar historia que ahora duerme en la oscuridad y va tocando despertar y sacarla a luz para darla a conocer y que de ningún modo acabe en el oscuro cajón del olvido.

Desempolvando la historia se puede asegurar como lección bien aprendida, que no hubiera sido posible el éxito de esta ruta sin la participación de las buenas gentes cepedanas, pero a la vez, sin la habilidad de aquellos monjes hospitalarios, que con gran estrategia y para que todo funcionara a la perfección, habían puesto representantes en diversos pueblos del camino denominados como donados y donadas de San Juan según reza en fidedignos testamentos de gentes de Ferreras, Castro y Culebros pero de manera especial de Riofrío. El pueblo de Riofrío (Riuvo Frígido), es la llave que en esta ruta hospitalaria abre las puertas de La Cepeda y en él se refleja la documentación más antigua. Así, en el año 1199, dos altos mandatarios de la Orden Hospitalaria: Frater Alfonso Pelagii que había sido preceptor en España y Frater Garsias de Lisa comendador de la Orden en ultramar, donan a un matrimonio una casa en Riofrío con todas sus pertenencias, para que sirviendo a la Orden y cumpliendo con ciertos compromisos hospitalarios, la disfruten todos los días de su paz, pasando de nuevo a la Orden a su fallecimiento.

De igual forma, sigue fluyendo la información, reflejada en descriptivos apeos de propiedades eclesiásticas que dejan claro testimonio del compromiso de hospitalidad caritativa que tenían los colonos y cofrades de Santa María Magdalena; a dicha cofradía pertenecía la primitiva ermita, adosada al primitivo cementerio y asentados a la misma entrada de Riofrío, donde un clérigo, ayudado de un donado de San Juan, se ocupaba de atender las necesidades espirituales de los cofrades y peregrinos, ofreciendo a la vez una misa diaria, en sufragio por las almas de los fallecidos asegurando así su salvación eterna.

Ciertamente, la salvación del alma era algo de suma importancia por entonces pero también lo era la seguridad del cuerpo. Para ello, disponía la Orden del derecho de horca y cuchillo, pudiendo prender, ajusticiar y dar muerte a los malhechores exponiendo sus cabezas en picota para escarnio y escarmiento de otros posibles delincuentes. Esta brutal práctica queda también reflejada a lo largo de esta ruta tanto en Quintana y Palaciosmil como en Requejo y Corús, pueblos que al igual que Riofrío, disponían de justicia propia, compartida por entonces con la Orden de San Juan, según rezaba en una cartela del anejo lugar de Corús, representada con dos espadas cruzadas en alto sobre el estandarte de San Juan y con el nombre latino de Crux que según don Augusto Quintana habría dado nombre al pueblo hospitalario de Corús denominado por entonces como Cruz.

Por tal motivo, sigue el testimonio señalando severas obligaciones del merino, justicia y regimiento de Riofrío de mantener en pie horca y picota, así como la encarecida advertencia hacia los muy buenos cofrades de Santa María Magdalena para que: de ningún modo ni bajo ningún pretexto dieran hospedaje a ciertos suplantadores (farsantes) que, con gran picaresca, atrevimiento y descaro, viven de la caridad ajena ameciéndose (mezclándose) en el Monte del Convento con los muchos romeros e peregrinos que por servir a Dios van a Santiago de romería.

A día de hoy, permanece el testimonio de tan memorable pasado. La iglesia de Riofrío, cargada de símbolos y mensajes hospitalarios, recibe al visitante mostrando la inconfundible cruz emblema hospitalario; acompañada de dos corazones como símbolo de caridad, recuerda que a los hombres y mujeres se les mide por el corazón y su grandeza se observa en la manera de tratar al prójimo. Como esperanzadora recompensa, se presenta como símbolo solar, una roseta de múltiples radios curvos que simulando el perpetuo movimiento del sol representa la tan deseada eternidad.

Presidiendo el retablo del templo y recordando su cofradía, permanece la antigua imagen de Santa María Magdalena en la cual parece haberse detenido el tiempo; con un complejo peinado de trenzas unidas en un broche frontal y engalanada de llamativas vestiduras, muestra el tarro de ungüentos, como gesto de hospitalidad, a todos los visitantes y moradores de este antiguo poblado hospitalario, el cual agradecido, la sigue honrando y venerando cada año dedicándole la titularidad de la iglesia y la calle principal de más de un kilómetro de larga.

Siguiendo ruta por ella, en un corto y agradable paseo, se llega al pueblo de Ferreras. Su iglesia, alberga la imagen de San Juan Bautista; patrono del pueblo y del templo, preside el retablo desde el año 1863 en que, recién salidos de una terrible epidemia, fue trasladado de la primitiva iglesia, erguida vigilante en un altozano, denominado actualmente La Torre y anteriormente Vago de la iglesia. Figuraba esta, con el nombre de San Juan Baptista de Ferreras y Monriondo y los terrenos anejos a dicha iglesia, figuraban como propiedad de San Juan de Malta intitulado como de San Bartolomé del Cueto lo cual deja claro testimonio de que fueron los hospitalarios sus promotores bajo la advocación de su patrono San Juan; festividad a la que estaba incondicionalmente obligado a asistir (por entero, en romería y portando su propio pendón) el vecino pueblo hospitalario de Riofrío.

De gran sencillez, pero con ciertas referencias jacobeas, permanece en el templo la antigua imagen de San Mamed. Con su instructor gesto, parece querer recordar a las gentes su cofradía y santuario, asentado según reza en apeos de la cofradía en el lugar que ocupa la actual iglesia, cruce importante por entonces de caminos: de León a La Galicia y de Astorga a Las Asturias.

Era conocido dicho santo por los cofrades como el amansador de las fieras y lo consideraban como protector de caminantes y peregrinos. Disponía dicha cofradía de muchas propiedades, algunas, donadas por una muy agradecida vecina de Castro: Elvira Cabeza, la cual, autodenominándose como fraila de San Juan, dejaba reflejado en las mandas piadosas de su testamento, el compromiso de hospitalidad caritativa que tenía adquirido con La Cofradía de San Mamed. Aquellas propiedades, se arrendaban todos los años y con el beneficio, se sufragaban la misa y romería con procesión hacia la «ya olvidada» Praderina de San Mamed donde, los cofrades, repartían pan y vino entre todos los viandantes y peregrinos, pobres o menesterosos de cualquiera clase o razón que pasaran por el pueblo.

Todas estas valiosas noticias, davidoso legado de nuestros antepasados, dejan tan claro testimonio de lo que fue este camino que animan a una profunda meditación. Para ello, se hace necesario hacer un descanso y alzar la mirada hacia su faro y guía el Cueto de San Bartolo (El Teso los Flayres). Las ruinas de aquel monasterio descansan entre peñascos y parecen querer cada tarde hospedar al hermano sol, el mismo que en otro tiempo iluminó a hospitalarios y peregrinos y el mismo que al ocultarse se lleva con él las últimas luces de cada día. Afortunadamente, vendrán nuevos amaneceres en que seguirá iluminando este camino, para que nuevas gentes, conociendo bien el pasado, puedan recorrer el presente y planear mejor el futuro alentados como aquellos caminantes de antaño con la oración peregrina de San Mamed que decía así:

¡Oh, glorioso San Mamed!
que estáis en esa zaguía
velando a los peregrinos
en la noche y por el día.
Librainos por el camino
de toda fiera dañina
lograinos feliz destino
al final de nuestra vida.

Fran Martínez Álvarez

* Artículo publicado originalmente en ileon.com . Reproducido con permiso del autor

 

La misa del Gallo y los versos de los pastores a San Antonio


Ayer, día de Nochebuena, imagino que en muchos pueblos todavía se celebró la misa del Gallo. Antiguamente, además del ramo, era el día que los pastores y pastoras solían ofrecer unos velones a San Antonio.

A cambio de esa oferta, le pedían amparo al Santo recitando unos versos y contándole de cómo les estaba yendo. Era una especie de rendición de cuentas: le detallaban si el año había sido seco, si había habido pestes en el ganado o si había sido bueno. También le explicaban al santo del maltrato de los ‘amos’, de las desventuras de ser pastor y de los peligros a los que se enfrentaban, como el lobo o el mal tiempo.

También en ocasiones, se incluían versos más o menos jocosos aludiendo a situaciones que habían pasado los propios pastores o se deslizaba alguna ‘crítica social’; como es lógico, no se solían exceder ya que todo ello se desarrollaba dentro de la iglesia bajo la mirada del cura y todos los convecinos.

Más allá de la celebración religiosa, como ya contamos en alguna otra entrada del blog, estos pasajes rituales servían para reforzar los lazos comunitarios. Era un momento de celebración, en el que los pastores y pastoras —generalmente muchachos y muchachas jóvenes— eran protagonistas. Y también, hay que recordar que San Antonio era patrón de los animales y nunca estaba de más ‘solicitar’ la protección del santo.

A continuación tenéis los versos de los pastores de un pueblo de La Cepeda a San Antonio. Está sacado de «Cuentos en Dialecto Leonés» de Caitano A. Bardón, y como puede verse está en llionés:

¡Oh S. Antonio benditu!
Santo bienaventurado.
Eiqui venimus las pastoras
que ñus guardéis el ganado,
de lus rucios d’Abril,
y lus torvones de Marzo,
del mercader zangarrián,
aquel del hábito pardo,
que por vallinitas fondas
suele venir rastreando.
Prumeru mira si hay perros,
que le arrumienden el sayo.
Desque vei que nu lus hay,
acumete pal ganado.
Ñus escoge las mujores
y nunca ñus paga un cuarto;
Le mandamus lus menistrus,
y pónse muy enfadado,
y ñus anseña unus dientes,
que se ye corta a una el cuajo.
Desde el teso de las eras
llegamus al Cuesta Barro,
dende allí damus la güelta,
alrudor cun el ganado,
y turnamus pa casina,
onde reñen nuestrus amos,
y on nos repuchan y dicen,
que bouna vida vivamus.
Mujor se la llevan eillus,
junta la llumbre sentados,
cumiendu buenus turreñus,
y eichandu buenus tragos.
Y nusoutras las pastoras
pur el monte trumpicandu,
eiqui cayu de custiellas,
a ende, la banción de un lado,
eiqui, escachu la cabeza,
eilli, discumpongó’n brazu.
¡Oh San Antonio benditu
estos si que son trabayos.

Por último, hay que indicar que, tal y como indica el profesor Joaquín Serrano, es posible que este ‘cantar’ al igual que otros muchos que se cantaban en pueblos de La Cepeda o la ribera del Órbigo hayan salido de la pluma del sacerdote de Antoñan del Valle, Antonino García Álvarez. En su libro «El manuscrito de Antonino García Álvarez (1783-1858). Poeta de la ribera del Órbigo (León)», el profesor Serrano proporciona convincentes detalles de que, efectivamente, este párroco escribía estos versos a demanda de los pueblos de la contorna. Y estos versos de Caitano A. Bardón son una muestra de que los versos se iban incorporando al ‘acervo cultural’ de cada pueblo, manteniéndose durante muchos años.

En fin…

¡Qué pasen unas Felices Navidades y que el 2021 venga cargado de prosperidad!

Lecturas recomendadas: ¿Dónde está nuestro pan?


Imagino que la mayoría de lectores de este blog ya han oído hablar del libro que hoy les recomendamos. Se trata de «¿Dónde está nuestro pan?» del escritor Abel Aparicio.

«¿Dónde está nuestro pan» es una novela tejida en torno a tres historias. La primera de ellas va sobre un grupo de mujeres de Torre del Bierzo que allá por 1941, en plena postguerra, acudieron al Ayuntamiento de dicha localidad a reclamar el pan que les correspondía según la cartilla de racionamiento. La segunda tiene como eje central el asalto en octubre de 1939 al tren 485 entre las estaciones de Brañuelas y La Granja de San Vicente por parte de un grupo de guerrilleros. Y la tercera —para mí, la mejor de las tres— son dos historias paralelas entrelazadas que se van desvelando en un viaje de Bilbao a Almagarinos de una abuela y su nieta. Les puedo adelantar que hay una trama de corrupción y una dolorosa —y la vez emocionante— historia de una familia de represaliados por el régimen franquista.

Un aspecto a destacar de esta obra, es que los tres relatos están basados en ‘hechos históricos’ o ‘hechos reales’, como prefieran llamarlo. Precisamente, una de las muchas razones para recomendar este libro aquí es que comparte temáticas con el blog. Lo de las mujeres de Torre que se enfrentan al alcalde —y un día, cuando ande mejor de tiempo, le pediré a Abel que me deje consultar los expedientes judiciales— es una historia que tiene que ver con las ‘resistencias cotidianas’ y con una idea de la justicia basada en que las personas están por encima de las leyes (‘economía moral’).

No, no voy a aburrirlos con un análisis de la obra, pero debo insistirles que es una obra ‘necesaria’ porque las protagonistas son mujeres, durante mucho tiempo ignoradas por la historiografía académica y raramente reconocidas como protagonistas en las narraciones históricas de ficción. Tal vez porque el suyo ha sido un protagonismo callado, anónimo, ignorado, pero no por eso menos importante. Dice el autor en una de las muchas entrevistas que le han hecho que «quería transmitir la imprescindible labor de las mujeres en cualquier  cuenca minera. Ellas eran uno de los pilares fundamentales que las sostenían. Trabajaban en la mina —hasta que las dejaban, ya que, al  casarse, las despedían—, en el campo y en casa; una labor silenciosa y  silenciada. Es justo muy necesario reconocer su trabajo«.

No puedo estar más de acuerdo con la afirmación anterior y en alguna otra entrada de este blog hemos dicho que en en las zonas rurales de León la ‘viga maestra’ que sujetaba cada uno de los hogares era una mujer. Y con este libro Abel muestra que en las comarcas mineras no era distinto.

Otro aspecto a reseñar es que los ‘paisajes’ de la novela de Abel nos son familiares. Torre, Brañuelas, La Garandilla, son nombres ‘nuestros’ de toda la vida… Y Abel conoce esos lugares como la ‘palma de la mano’. Además en la novela hay numerosos ‘guiños’ a personajes, lugares, canciones, historias que de alguna manera u otra nos son conocidas…

Por último hay que destacar que la edición a cargo de Marciano Sonoro Ediciones es una maravilla. Se nota que los editores aman su trabajo. En fin…

La foto que acompaña el texto es de Alex Zapico

Notas para una historia de la infamia (iii): Oliegos de Cepeda


Se ha escrito mucho sobre Oliegos y poco nuevo se puede añadir. Sin embargo, Oliegos merece un lugar en este blog.

Oliegos es un pueblo que quedó anegado por las aguas del pantano de Villameca. Oliegos es la historia de una pérdida, pero también de una infamia.

Contrariamente a lo que se suele creer, el embalse de Villameca fue planificado durante la Segunda República. Eso sí, lo inauguró el General Franco el 3 de octubre de 1946 y tal como en su día documentó el NO-DO, la gente de los pueblos acudió a aclamar al dictador que fue agasajado por las autoridades locales con una muestra de frutos de la tierra.

A la mayoría de las familias de Oliegos las metieron con los animales y enseres en un tren y los mandaron para Foncastín en Valladolid para que ‘colonizasen’ una hondonada palúdica que el Instituto Nacional de Colonización había comprado al Marqués de la Conquista.

Lo que vino después ya es conocido. Lo más destacable fue que al llegar al nuevo destino, no había ni pueblo ni nada y además los vecinos de Oliegos tuvieron que pagar durante 20 años las casas y las tierras que les habían entregado.

Sin embargo hay dos temas que al hablar de Oliegos nunca se abordan. Uno es los comunales y yo me pregunto si los vecinos fueron indemnizados por el monte que dejaban de utilizar. Ya hemos visto en otras entradas que los comunales eran fundamentales para todas las familias pero especialmente para los más pobres.

Otro tema del que se ha escrito poco es el paludismo y, como señalaba unas líneas más atrás, los vecinos fueron asentados en una zona endémica de paludismo (malaria).  Como indica un informe de la época: «Las aguas circundantes eran sucias, de curso lento y vegetación acuática que fácilmente albergaba larvas de Anopheles sp. Además contigua al pueblo existía una charca artificial que servía de abrevadero y que siempre contenía larvas de mosquitos transmisores del paludismo«.

Precisamente Foncastín fue elegido para llevar a cabo pruebas de lucha antipalúdica utilizando un nuevo producto para eliminar los mosquitos y sus larvas, el 666 de Industrias Cóndor. La desinsectación experimental fue dirigida por el Jefe Provincial de Sanidad de León y se llevó a cabo de febrero a septiembre de 1946. Son interesantes alguna de las observaciones que aparecen en el informe de dichas operaciones ya que dan idea por ejemplo de las duras condiciones de vida de los recién llegados a Foncastín y cómo soportaban toda adversidad. Se indica por ejemplo que en las viviendas vivían hacinados «seres humanos y animales, en gran promiscuidad a causa del poco espacio disponible, almacenando los productos alimenticios en las mismas habitaciones en que duermen las familias”.

Respecto a las operaciones dice el autor del informe que los habitantes del pueblo “toleraban perfectamente el olor a humedad que daba el producto, y que, muchos de ellos lo encontraban agradable por realizarlo con “olor a desinfectante”. A pesar de mis preguntas insistentes acerca de este extremo, no hubo ninguna queja por ello, mientras que mis familiares se quejaban de, ligero olor que llevaban nuestros trajes al volver de fiscalizar la marcha de la operación”. Incluso toleraban de buen grado que el desinsectante fuese aplicado sobre los alimentos ya que, tal y como relatan, no pudo “evitarse que en algunos locales se empleara el producto sobre las provisiones de boca de los habitantes (Jamones, tocino, etc (…) sin embargo no se tuvieron quejas tampoco de que hubieran quedado con mal sabor”.

El producto utilizado fue el HCH, esto es hexacloruro de benceno, conocido también con el nombre de lindano[1], que quizás les suene más. Es cierto que en esa época quizás no se conocían los efectos del HCH y desde los años 50 del siglo XX fue ampliamente utilizado en todo el mundo como insecticida de amplio espectro para fines agrícolas y no agrícolas. El caso es que, parece ser que la impregnación demostró ser eficaz y el pueblo se mantuvo libre de mosquitos, pero no conviene perder de vista que los vecinos de Oliegos fueron utilizados como ‘conejillos de indias’ para probar un producto que muchos años más tarde se demostró altamente contaminante.

[1] Desde 2008 todos los usos del lindano están prohibidos en la Unión Europea ya que el lindano y otros isómeros del HCH son persistentes en el medio ambiente, se bioacumulan en organismos vivos y son tóxicos para la salud humana y el medio ambiente.

Para saber más:

PRADA, J. de. “Ensayo de lucha antipalúdica por medio del –666- en Foncastín”. Revista de Sanidad e Higiene Pública. 1947. Tomo XXI. Pág.261-266.

El Camino de Santiago por La Cepeda


Leo atónito que se quiere recuperar una ruta del Camino de Santiago descrita a finales del siglo XV por el monje alemán Herman Küning haciéndolo pasar por Benavides y Santa Marina del Rey. Un delirio. Hoy cualquiera, hasta el más burro, puede ‘inventar’ cualquier cosa que habrá un alcalde (o alcaldesa) dispuesto a comprarle la idea, por muy descabellada que sea…

No hace falta ser muy listo para darse cuenta que trazar el camino de Santiago por Benavides y Santa Marina es un desvarío porque además el susodicho monje alemán escribió 4 versos que vienen a decir que justo antes de llegar a Astorga se puede enfilar a la derecha, por el camino de Santa Marina que subía bordeando el río Tuerto por distintas localidades cepedanas en dirección al puerto de Manzanal. Ya en su momento, Augusto Quintana Prieto lo explicó claramente, así que no voy a dedicar una línea más a rebatir esas tonterías. De lo que no cabe ninguna duda es que La Cepeda está profundamente ligada al camino de Santiago, y que, a pesar de que no hay demasiadas fuentes documentales, hay sólidas evidencias de que varios ramales de la ruta jacobea pasaban por esta céntrica comarca leonesa.

Antes de entrar en nuevas consideraciones el lector debe tener en cuenta que: (i) los historiadores, a diferencia de los aficionados a la Historia, cuando no disponen de fuentes documentales o arqueológicas, basándose en indicios racionales proponen hipótesis razonables; y (ii) los historiadores consideran el contexto.

En relación a lo segundo, el contexto, conviene recordar que el Camino de Santiago se remonta a la noche de los tiempos y en la Edad Media no había un único camino sino miles de caminos y rutas que conducían a Santiago; el ‘Camino Francés’ era una ruta más. En sus orígenes, los peregrinos que hacían el camino seguían las orientaciones que les daban otros peregrinos, monjes o habitantes de la zona. No había GPS, ni mapas, ni siquiera libros. Porque, entre otras razones, la imprenta se inventó en 1440 y se popularizó unos siglos más tarde, y casi nadie sabía leer. Tampoco había señalización. Como mucho la ruta jacobea se indicaba con postes, y en el mejor de los casos con cruceros de madera o piedra.

Otro aspecto en relación al contexto es que no era lo mismo el camino en el siglo XII que en el siglo XVI o que en el siglo XXI. En algunas épocas el camino estuvo ligado a la religiosidad, el ascetismo, o la búsqueda interior… con una motivación espiritual; sin embargo, en otros períodos estaba era más una moda o una cuestión de prestigio (recuerden lo del Passo Honroso, por ejemplo).  Imagínense ahora que, en el siglo XIII, un peregrino llegaba a León haciendo el camino. Tenía varias opciones, una era dirigirse hacia La Virgen del Camino y de ahí por Villadangos y Hospital de Órbigo hacia Astorga; otra era salir hacia el Ferral y pasando por Montejos llegar hasta Carrizo o Llamas de la Ribera y de ahí cruzar a La Cepeda Alta para enfilar hacia el Puerto de Manzanal. Es más, si alguien buscaba recogimiento, esta segunda ruta es ideal. Téngase en cuenta además que cuando Herman Künig von Vach hizo el Camino de Santiago, ya hacía más de 300 años que los Hospitalarios estaban establecidos en diversas localidades cepedanas y una cofradía en Cerezal (y varias otras instituciones) atendían a los peregrinos que transitaban por la comarca.

No sólo era razonable ‘desviarse’ hacia La Cepeda, sino que además existen muchos indicios / pruebas / señales de que por esta comarca transitaban un buen número de caminantes hacia Santiago. Una prueba es, por ejemplo, la existencia en San Feliz de las Labanderas [note el lector que es intencionado escribir el topónimo con ‘b’] de una iglesia de los Hospitalarios, esto es la Orden de San Juan de Jerusalén, encargada de proteger a los peregrinos. Cualquiera que conozca la comarca puede intuir que por ahí bajaban gente de comarcas más septentrionales como Omaña y ¿por qué, no? también de Asturias, Palencia, Cantabria o incluso el norte de Burgos.

De San Feliz podían dirigirse hacia Astorga o Manzanal. Si optaban por Manzanal, cosa lógica, tenían que bordear la sierra, lo cual era peligroso. Ahora bien, unos kilómetros más adelante estaba el monasterio del Cueto San Bartolo, también de la Orden de San Juan de Jerusalén, otra muestra más del paso de caminantes por la comarca. Ya al lado de Manzanal, en Cerezal, los Hospitalarios construyeron un puente para cruzar el río Tremor, y a su lado un pequeño hospital para acoger a los peregrinos; además fundaron la cofradía de Santa María Magdalena para mantener todo aquel tinglado, cuyos miembros eran de La Cepeda (de pueblos como Castro, Quintana, la Veguellina, Villameca, Donillas, etc). Si quieren más detalles, en el libro de A. Quintana Prieto sobre la Cepeda los encontrarán.

A todo ello se añade que a escasos kilómetros en línea recta de Cerezal, estaba el Hospital de San Martín de Montes (luego San Juan de Montealegre), del cual se hicieron cargo los Hospitalarios en el año 1203 para controlar el acceso de los peregrinos al Bierzo por el puerto de Manzanal. Conviene, no obstante, volver a recordar que estamos hablando de finales del siglo XII y principios del XIII y que los tiempos cambian.

Lo que parece quedar claro es que la Orden de San Juan de Jerusalén, con el fin de auxiliar y proteger a los peregrinos entre otras razones, se instalaba en los lugares transitados por los caminantes en peregrinación a Santiago. En el caso de La Cepeda, los numerosos establecimientos hospitalarios evidencian una gran afluencia de peregrinos jacobeos por la comarca.

Dice Augusto Quintana Prieto que «Cosa es tanto más de admirar cuanto que la Cepeda es una de las comarcas -casi la única entre todas- que puede ufanarse legítimamente y hasta presumir un poco de contar con dos itinerarios, bien distintos del Camino de Santiago discurriendo por dentro de sus límites naturales. Porque el territorio de la Cepeda se vio cruzado por dos rutas diferentes y bien documentadas (…) ¿Cómo es posible -se pregunta uno- que, habiendo sido esto así, los cepedanos apenas tengan conciencia de ello, y aparezca una y otra publicación  sin la menor referencia a esto, que debiera ser un punto a celebrar y exaltar sin cansancio y con legítimo orgullo?»

Si han llegado hasta aquí leyendo ya me explicarán qué sentido tiene ‘inventar’ una ruta del Camino de Santiago por Benavides y Santa Marina del Rey. Nada extraña, ya que son tiempos en los que la falsificación de la Historia está a la orden del día. Mientras tanto la Cepeda ahí sigue, con una rica historia, pero cada vez más olvidada. Nada nuevo. Eso sí, esto de la ruta jacobea por La Cepeda es la perfecta metáfora de lo que ocurre con León. Antaño capital de un reino y durante siglos cruce de caminos y centro logístico del noroeste español hoy nos quieren hacer creer que nunca fuimos reino, ni capital ni centro de nada.

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Reminiscencias cepedanas


La edad acaba por hacerse pesada pero permite tener una perspectiva histórica sobre la peripecia vital de un país, una provincia, una región, etc. Una de las comarcas que casi siempre pasa desapercibida cuando se habla de las numerosas comarcas leonesas es la de la Cepeda, quizá por su reducida extensión y por hallarse un tanto apartada de las grandes vías de comunicación de la provincia.

Pero a pesar de su escasa extensión tiene sus encantos, algunos de los cuales van desapareciendo por esa fatua manía de ir uniformizándolo todo, hoy imperante en nuestra sociedad. La Cepeda aún mantiene un genuino sabor leonés en su paisaje y en su paisanaje que la hace singular frente a sus vecinos.

Como tierras colindantes al Órbigo siempre fue una comarca que nos resultó próxima pero con su propia personalidad, con su río Tuerto, con sus valles y sus montes y montañas, mostrando similitudes con el Bierzo, la Omaña y la Maragatería, pero diferente al resto dentro de su diversidad, lo que se manifiesta variando gradualmente de pueblo a pueblo, siempre con su nexo de unión, siempre con su hilo conductor.

Como no recordar aquellos cerezos singulares flanqueando las calles en algunas de sus localidades, con su porte enorme y cargados de sabrosas cerezas. Ese recuerdo se hace algo inolvidable. ¡Lástima que hoy sean mucho más escasos! Los regueros discurriendo por delante de sus humildes casas, cada una con su puentecito particular salvando los mismos, les confería un toque de distinción cuasi aristocrático. Por si fuera poco, el carácter apacible de sus moradores creaba una sensación de paz muy de agradecer.

En cuanto a la actividad social también es digno de reseñar el Instituto Cepedano de Cultura y sus diversas manifestaciones, lo que sumado a una decidida apuesta por alardear de su condición leonesa que se deja sentir en cada rincón, a veces incluso con personajes con nombre propio en este campo, hace que mantenga su esencia propia a pesar de sumar pocos efectivos entre todo el vecindario comarcal.

¿Y qué decir de la desgarradora historia de Oliegos? La historia del éxodo de un pueblo que al desaparecer bajo las aguas del embalse de Villameca, convirtió sus vecinos en colonos, nada menos que en Valladolid, en la propiedad de un noble que cedió sus campos a mayor gloria del Régimen. Aquel hecho supuso una cicatriz más en la áspera geografía leonesa, – y ya hemos perdido la cuenta – esa geografía que sacrifica sus tierras y las ilusiones de sus moradores en provecho de otros que precisan agua de riego.

Pero esta historia tiene un pequeño premio de consolación, un toque lírico: “Versos a Oliegos”. Una conmemoración poética, un homenaje en recuerdo de aquellos que un día se fueron para no volver viéndose huérfanos de alternativa alguna. Actividad insólita si no única en toda la nación española. Y así año tras año, rememorando la pérdida de unos vecinos dolorosamente desplazados. ¡Sublime tierra la que no olvida a sus hijos después de setenta años, la que aún añora los miembros arrancados ignominiosamente de su cuerpo!

En algún sitio figura escrito, quizá de forma apócrifa, que la denominación de Cepeda proviene de la costumbre de descuajar cepos de urz para hacer carbón vegetal, lo que daría una pincelada de la dureza de la vida en esta tierra que ha sabido reconvertirse y seguir siendo fiel a sus principios. El meritorio hecho de contar con la Asociación Cultural Rey Ordoño I, homenaje al monarca que repobló la Cepeda, es otro hito en el haber de este genuino terruño leonés. Un lujo y un ejemplo a seguir para toda nuestra provincia.

Urbicum Fluminem, mayo de 2019

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