Unas reflexiones sobre el trabajo y la autoexplotación…


Dice la Biblia que cuando Dios expulsó a Adán del paraiso le dijo «Ganarás el pan con el sudor de tu frente». A partir de ese momento, el pobre hombre tuvo que empezar a doblar el lomo para conseguir todo lo que antes tenía de balde. Tuvo que trabajar, vaya. También esa biblia moderna que es la Wikipedia dice que la palabra ‘trabajo’ proviene de ‘tripalium’ un instrumento de tortura utilizado por los romanos. Con esos antecedentes, cuesta creer a quienes dicen que el trabajo santifica, o que nos da la posibilidad de autorrealizarnos.

Sea como fuere, que el trabajo tiene algo de antinatural lo entendió mi hijo cuando tenía cinco años. Quería que mi mujer fuese a trabajar a la oficina y, una vez realizadas las tareas, regresase temprano a casa. Sin éxito, le explicamos que eso no era posible, que antes de las 5 de la tarde no podría salir. Él le pedía que hiciese el trabajo más rápido y que si no tenía trabajo para hacer, la dejarían irse a casa. Tuvimos que explicarle que había que trabajar 40 horas a la semana y seguía sin entenderlo. «Pero y ¿qué pasa si haces el trabajo en menos horas? ¿Por qué tienes que quedarte en la oficina?», insistía.

Su madre le explicó que a la puerta de la oficina había un reloj que registraba la hora de entrada y salida.

Mi hijo me miró a mi, miró a su madre y moviendo la cabeza de un lado a otro dice:

—¡Vaya tela!

Hasta hace unos dos años, el modelo de trabajo —encerrados en las oficinas, fábricas o espacios de trabajo— era reflejo del sistema fabril implantado en el siglo XIX con la Revolución Industrial para la producción de manufacturas. Anteriormente, durante la llamada Revolución Industriosa, predominaba la modalidad de trabajo conocida como putting-out system. Este tipo de producción normalmente se hacía por encargo; comerciantes urbanos suministraban a las familias / artesanos la materia prima y pagaban por pieza producida. Cuanto más se producía más se ganaba, lo que a su vez permitía mejorar el ingreso de la unidad familiar.

Ahora bien, en esta modalidad de trabajo los artesanos se tomaban su tiempo para hacer sus tareas, tenían sus días de descanso, respetaban las fiestas, etc. Con las fábricas todo esto cambió, porque además de sacar ventaja de las economías de escala y de las nuevas máquinas movidas por el vapor o por otro tipo de energías, permitían ‘disciplinar’ a la mano de obra. Ya no era trabajar en casa al ritmo que a uno le pareciese con pausas para comer, para atender el ganado o la huerta o para dormir la siesta. Con la fábrica, el reloj marcaba la hora de entrada y salida, los descansos eran mínimos o no existían y había que producir una cantidad mínima. Los obreros estaban físicamente ‘encerrados’ en galpones o edificios y había ‘capataces’ vigilando que nadie se distrajese.  Ya sabe el lector qué pasaba si alguien llegaba tarde reiteradamente o no cumplía.

Poco a poco, y gracias a que los obreros se fueron organizando,  las condiciones laborales y los salarios fueron mejorando. Podríamos decir que en los años 70 del siglo pasado, en general, ya se habían alcanzado condiciones más o menos ‘decentes’. A partir de ahí, se ha ido mejorando en temas de salud laboral, prevención de riesgos, permisos de maternidad / paternidad, pero se ha perdido en salarios y derechos laborales.

Hasta hace unos meses, no importaba que en las últimas décadas hubiese habido una revolución tecnológica con los ordenadores, internet, teléfonos móviles, etc., la forma de trabajar básicamente seguía organizada de la misma manera que en el siglo XIX. Había que cumplir horarios en la oficina, hubiese trabajo o no; si no había trabajo, pues a ‘calentar la silla’, pero la presencialidad era obligatoria. Además era obligatorio trabajar de lunes a viernes unas 40 horas, etc.

Pero, con la llegada del coronavirus todo eso cambió. Con la pandemia, la gente se tenía que quedar en casa y se demostró que buena parte del trabajo que se hacía en la oficina se podía hacer desde casa. No sólo se vio que era posible ‘teletrabajar’ sino que —en ocasiones— trabajar desde casa se demostraba más productivo, permitía una mayor conciliación familiar y aumentaba la disponibilidad de tiempo libre (al ahorrarte por ejemplo el tiempo de desplazamiento diario a la oficina).

Aunque no todo es color de rosa con el teletrabajo —las mujeres han salido claramente perdiendo, por ejemplo—, parece que esta modalidad ha venido para quedarse.  Lo que no tengo claro es si salimos ganando o perdiendo con el trato. Con el teletrabajo, salvo que seas funcionario, cada vez queda menos clara la frontera entre trabajo y ocio y, a pesar de la laxitud con los horarios, el trabajo parece invadirlo todo. Y ya no les cuento si uno trabaja como autónomo.

A ello se añade que en los últimos años, con el pensamiento mágico, el mindfulness, el coaching y demás chorradas, caminamos cada vez más hacia la autoexplotación. Dicen que Steve Jobs dijo: «Tu trabajo va a llenar gran parte de tu vida, la única manera de estar realmente satisfecho es hacer lo que creas que es un gran trabajo y la única manera de hacerlo es amar lo que haces«. El problema es que la gente se cree esas tonterías, y esa frase ‘haz lo que amas’ se ha convertido en un mantra. Pero, como señala Miya Tokumitsu, ver el trabajo bajo ese prisma no conduce a la salvación sino a devaluar aún más el trabajo.

Así por ejemplo, al mantenernos enfocados en nosotros mismos y en nuestra felicidad individual, eso de ‘haz lo amas’ nos distrae de las condiciones de trabajo de los demás mientras valida nuestras propias elecciones y nos libera de las obligaciones con todos los que trabajan, les guste su trabajo o no.  De acuerdo con esta forma de pensar, el trabajo no es algo que uno hace por compensación, sino un acto de amor hacia uno mismo, y si no se obtienen beneficios, es porque la pasión y la determinación del trabajador fueron insuficientes. Sin embargo, el verdadero logro de este enfoque es hacer creer al trabajador que su trabajo sirve a uno mismo y no al mercado.

Con este enfoque se devalúan los trabajos que nadie quiere hacer, pero que alguien tiene que hacer. Irónicamente, se refuerza la explotación en los trabajos ‘guays’ o ‘cool’ donde el trabajo fuera de horario, mal pagado o no pagado es la nueva norma: así por ejemplo se exige a los reporteros que hagan el trabajo de sus fotógrafos despedidos, se espera que los publicistas trabajen y tuiteen en los fines de semana. Lo cierto es que —indica el autor—, el 46 por ciento de los/as trabajadores/as revisa el correo electrónico laboral en días de enfermedad.  Por tanto no hay como convencer a los trabajadores de que están haciendo lo que aman, para que no se den cuenta de que están siendo explotados.

Al enmascarar los mismos mecanismos de explotación del trabajo, subraya Tokumitsu, el enfoque de ‘haz lo que amas’ es, de hecho, la herramienta ideológica más perfecta del capitalismo. Deja de lado el trabajo de los demás y nos encubre la naturaleza de nuestro propio trabajo. Oculta el hecho de que si reconociéramos todo nuestro trabajo como trabajo, podríamos establecer límites apropiados para él, exigiendo una compensación justa y horarios humanos que permitan la conciliación familiar y el tiempo libre.

En fin… ¡Vaya tela!

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La solidaridad, esa virtud ‘cotidiana’ olvidada


Hace un tiempo leí una frase de David Graeber que me hizo pensar. Decía algo así como que la mayor virtud burguesa es el ahorro y la mayor virtud de la clase trabajadora es la solidaridad. Sin embargo —decía también— hoy en día, ‘preocuparse por los demás’ es visto como una lacra.

Y sí, Graeber tenía razón. Me acordé de cómo funcionaba mi pueblo cuando yo era niño. Más allá de ciertas obligaciones solidarias sobre las que ya tratamos en este blog, la vida en los pueblos se sostenía en esas solidaridades cotidianas. Recuerdo, por ejemplo, que mi madre me mandaba a la tienda y allí iban apuntando en una libreta las compras. También el panadero dejaba el pan en casa cada 2-3 días y lo anotaba. Nadie, o casi nadie, solía pagar al contado. Las deudas con el tendero o el panadero se liquidaban una vez al año, generalmente cuando se vendían las patatas, los corderos, el lúpulo o lo que fuese. Y así con todo. No había dinero, no había liquidez, no había cash.

Creo que detrás de ese funcionamiento hay una idea de solidaridad. No es como decía Adam Smith que lo que movían al carnicero o al panadero era su propio interés y no la benevolencia. Pues bien, en este caso diría que lo que movía a Pedro, el panadero de Riofrío, no era la lógica del enriquecimiento a costa de lo que fuese, sino que en su trabajo había una vocación de servicio a la comunidad. Obviamente, ser panadero le permitía obtener un ingreso pero no especulaba con el precio del pan ni te dejaba sin pan porque te retrasases en el pago. En este caso además, Pedro se movía con un Land Rover —un coche mítico, aquel Land Rover— y siempre estaba dispuesto a ‘dar viaje’ a quien lo necesitase. Diría que Pedro, además de panadero, era una buena persona.

En esas sociedades tradicionales, lo usual era vivir endeudado y gracias a ese funcionamiento solidario no faltaba —por ejemplo— el pan en la mesa. Pero la gente no sólo vivía endeudada con el tendero o el panadero, sino que no había problema en pedir prestado a un vecino para poder afrontar gastos extraordinarios. Y aunque también había prestamistas usureros que dejaban el dinero a intereses crecidos, en lo cotidiano se acudía a pedirle al vecino o al pariente. Ni siquiera era necesario firmar nada. Eran deudas que a veces se pagaban en metálico y otras veces se cancelaban por algún producto o servicio. Era algo que se daba con naturalidad.

También era normal que cuando llegaban épocas de mucho trabajo las familias y los vecinos se ayudasen en las trabajos agrícolas. Gracias a esas ‘solidaridades’ las familias podía trillar las mieses, o llevar a cabo trabajos que exigían la concurrencia de mucha gente. ‘Hoy te ayudo yo, mañana me ayudas tú’. Ayudar, se trataba de ayudar. También de preocuparse por los demás, no hacía falta que el vecino o el pariente te avisase de cuando precisaba un apoyo, ya las familias estaban pendientes para ofrecer ayuda.

Bien. Como decía, lo normal era vivir endeudado y eso no era un comportamiento reprobable, salvo que las deudas estuviesen originadas por el juego o el vino. Es decir, no se estigmatizaba a quien pedía dinero ni a quien debía.

Ahora bien, en un momento dado todo eso cambió. La gente empezó a pagar al contado. Quizás porque mucha gente empezó a tener un trabajo asalariado, porque llegaron las pensiones del Estado o por lo que fuese… pero el caso es que empezó a estar mal visto estar endeudado porque además la gente ya no se endeudaba con el vecino sino con el Banco o la Caja de Ahorros. Si necesitabas un tractor y no tenías para pagar al contado, pues lo más ‘cómodo’ era la financiación del Banco y así ya ‘no debías nada a nadie’. La gente empezó a dejar de depender de sus vecinos para pasar a depender del ‘mercado’ y ahí ya empezaron a aparecer otras dinámicas. Se pasó a depender de las entidades de crédito y sus condiciones. El tener dinero pasó de ser un medio a un fin; se trata de juntar dinero en la cartilla… Lo peor de todo es que estar endeudado o pedir dinero a alguien está muy mal visto. El corolario de todo esto es «quien necesite algo que vaya al Banco o a Cáritas, pero a mi que no me pida nada».

En fin… No sólo está mal visto ayudar, sino también pedir ayuda. Nos hemos vuelto muy individualistas y será muy difícil desandar algunos caminos.

Hacía mucho que no aparecía por el blog y hoy me apetecía compartir estas reflexiones. Si te apetece puedes dejar tu comentario.

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Las Ordenanzas de San Feliz de las Lavanderas: un documento fundamental para conocer la economía del pasado


A mediados del siglo XIX, en 1857, el Secretario de la Diputación Provincial mandó una circular a los distintos pueblos de la provincia para que enviasen una copia de las Ordenanzas con el fin de ‘examinarlas’. Quería saber el Secretario si esta normativa que regía en la vida de los pueblos atentaba contra el “sagrado derecho de propiedad” y el individualismo consagrado por la doctrina política y económica que se estaba imponiendo en ese momento en España: el liberalismo. En su avance el liberalismo chocaba el ordenamiento comunitario y con el modelo de propiedad del Antiguo Régimen donde la propiedad estaba sometida a una serie de servidumbres, colectivización de prácticas agrarias, etc., las cuales solían aparecer recogidas en las Ordenanzas concejiles.

El caso es que esta recopilación de las ordenanzas se conserva en el Archivo de la Diputación Provincial y entre ellas están las de San Feliz de las Lavanderas. Estas ordenanzas son un documento sumamente interesante que, como veremos en los párrafos que siguen, ofrecen datos muy interesantes sobre la vida económica y social de esta localidad leonesa a mediados del siglo XIX.

1. Una nota sobre la fecha de las ordenanzas

Antes de entrar en nuevas consideraciones, conviene detenerse en la fecha en la que las ordenanzas fueron redactadas. De acuerdo al encabezamiento, fueron redactadas hacia 1821 y prestando atención a la redacción nos damos cuenta de que se trata de una ‘recopilación’ ya que como se indica en el primer párrafo del texto, las antiguas ordenanzas se ‘extraviaron’ “en el año que estuvieron los franceses en dicho pueblo”. Se refieren a la Guerra de la Independencia (1808-1814) contra las tropas de Napoleón. Sabemos que en la zona de Astorga hubo numerosas escaramuzas entre el ejército hispano-británico contra las tropas francesas; de hecho, una de las batallas más famosas ocurridas en el Noroeste de España se dio en junio de 1811 en Cogorderos, a unos 20 kilómetros de distancia de San Feliz. Gracias a diversos testimonios fragmentarios, sabemos también que San Feliz llegó a estar ocupado por las tropas francesas y que allí hubo escaramuzas entre el ejercito francés y los Húsares de Galicia que protegían a las tropas españolas en su retirada hacia Astorga.

El caso es que, bien porque los franceses las destruyeron o por algún otro motivo, las Ordenanzas desaparecieron. El que, unos años más tarde, los vecinos decidiesen redactar unas nuevas —o quizás mejor, recopilar las normas más importantes recogidas en las antiguas ordenanzas— ilustra sobre la importancia y la utilidad que esta normativa tenía. Y es que, para aquellos vecinos, las ordenanzas eran fundamentales para la organización de la vida económica.

Ahora bien, es posible que las antiguas ordenanzas fuesen mucho más extensas y detalladas. Precisamente, uno de los aspectos que llaman la atención de estas ordenanzas es que son muy pocos capítulos, redactados de forma un tanto desordenada. Tenga el lector en cuenta que las ordenanzas de Abano tienen casi un centenar de capítulos, o las de Villarmeriel —localidad vecina— también son más extensas. Se intuye, por tanto, que quienes ‘redactaron’ las ordenanzas quisieron recoger lo fundamental, lo más importante y seguramente obviaron muchas otras cosas que consideraron menos importantes

Aún así, las Ordenanzas de San Feliz son muy interesantes para conocer aspectos de la vida económica y política de los siglos pasados, como veremos a continuación.

2. Las ordenanzas y la economía de San Feliz

Dicen los vecinos de San Feliz al reunirse para redactar las Ordenanzas:

“estando el Concejo Junto, en el sitio de costumbre, como lo tenemos de costumbre, para tratar de las cosas del buen gobierno”

Aunque pueda llamar la atención, no es raro que aparezca varias veces la palabra ‘costumbre’. Y es que, en esta época, la ‘costumbre’ tenía fuerza de Ley y por eso se habla de Derecho Consuetudinario —basado en la costumbre— siendo las Ordenanzas donde se fijaba por escrito la ‘costumbre’ y usos del país. También hay que tener en cuenta que la ‘costumbre’ no era algo inamovible, al igual que las ordenanzas las cuales eran modificadas cada cierto tiempo: bien por hallarse rotas las anteriores, bien porque algún artículo fuese inaplicable debido a los cambios que se iban produciendo. Como sucede en San Feliz, eran los vecinos más antiguos los encargados de esta misión de redactar las nuevas ordenanzas:

«El Señor Juez, mandó por ante mí, el Fiel de Fechos, dijo que nombraba y nombró, para ver y rever las Ordenanzas a Ambrosio Aguado, Serbando Pérez, Vicente Rojo, y Fernando García, como mayores en días, todos hombres de buena conducta y forma y vecinos de dicho lugar».

Precisamente y en relación a la costumbre las ordenanzas sirven para conocer el ordenamiento tradicional encargado de ‘regular’ los aprovechamientos colectivos llevados a cabo por los vecinos; en este sentido, las Ordenanzas de San Feliz —tal y como veremos a continuación— son un documento histórico muy valioso para conocer la organización de la economía de San Feliz de las Lavanderas de principios del siglo XIX.

2.1. Las veceras y la importancia de la ganadería

Uno de los muchos aspectos que llaman la atención es que de los 21 capítulos que componen las Ordenanzas, 17 estén dedicados a la ganadería. Ello es indicativo de que la ganadería era fundamental en la organización agraria de la época y dentro de los ganados, los más importantes eran los bueyes, ganado de trabajo y transporte.

Puesto que la ganadería era sostenida la mayor parte del año en los comunales, lo primero que se manda es que todos los días del año —“en todo tiempo cada día”— salga la vecera de bueyes, vacas, jatos, castrones, yeguas (Cap. 4). En las ordenanzas se detalla el orden, el lugar de salida y por donde ha de transitar cada una de ellas: la primera de todas es la bueyes y jatos que salen en Las Eras; después la vecera de vacas —se manda que vaya dos días para la sierra y una para la peña—; después la de yeguas junto a La Ermita; y después la de ganado menudo.

La organización del pastoreo en veceras es de suma importancia por varias razones. Una de ellas porque permite una aprovechamiento integral de los espacios de pasto. Los mejores pastos —el Couto— se reservaban para la vecera de los bueyes, y los jatos, los cuales la víspera de Nuestra Señora de Septiembre venían para los prados (Cap. 16); al día siguiente ya podía entrar el ganado menudo, el cual hasta ese día tenia cañada por detrás de las tierras del Campo y no debía bajar de la Mata de la Bouza abajo, debiendo ir derecho á las peñas de Perdigones (Cap. 15). Cada tipo de ganado aprovechaba una parte de los pastos o del monte. En este sentido, las Ordenanzas establecen fuertes castigos para quien contraviniese esta normativa; así por ejemplo en el Cap. 14 se indica:

“que cualquiera cabeza de ganado mayor que se cogiese de noche en el coto, o entre panes, pague de pena para el concejo, cuatro reales por cada cabeza”

A ello se añade que el uso de los pastos comunales era gratuito, y con las «veceras» o sistemas de pastoreo colectivo por turnos —por vez, de ahí lo de vecera— se producía un importante ahorro en trabajo; de esta manera, una unidad familiar propietaria de un par de bueyes o una veintena de ovejas únicamente debía ocuparse del pastoreo unos pocos días al mes, pudiendo participar en estas tareas, los rapaces mayores de 14 años e incluso las mujeres. Precisamente en las Ordenanzas de San Feliz se detalla la edad mínima de los pastores y las responsabilidades de pastores y ‘amos’ respecto a las reses perdidas, dañadas o muertas por el lobo o alguna otra circunstancia (Caps. 5 al 12).

Por último hay que indicar la ganadería no sólo era importante por los ‘productos’ que de ella se podía obtener: trabajo, carne, leche, lana o cualquier otro esquilmo, sino que ésta era fundamental en el aporte de nutrientes a las fincas de cultivo. El abono de los animales era imprescindible para mantener los rendimientos en las tierras de cultivo anual sembradas de trigo, nabos, patatas u hortalizas.

2.2. La organización en hojas.

El capítulo 15 de las Ordenanzas manda que

el ganado menudo pueda bajar el día 15 de Agosto, el año de aradas del camino de Morriondo abajo, y el año de panes, el día de Nuestra Señora de Septiembre y el mesmo día se echan para la Reguerina y Valcabado, y la Velilla y el mismo día el año que corresponde, si esto no cumplen, paguen de pena por cada res y cada pastor cuatro reales”.

También el cap. 21 reza así:

“Yten mandamos que el ganado debe quitarse de entre panes de la hoja, de la Velilla y las barreras el día primero de Febrero y de Corrillos y la Vallea, el día primero de Marzo, y de la Reguerina y Valdecabado se deben quitar el día primero de Febrero”.

Estos dos artículos hacen referencia a la ‘organización en hojas’ de las tierras y quiñones de secano sometidas a rotaciones o de siembra bianual (cada dos años), y no incluye las huertas cercanas al pueblo. La división en hojas eran fundamental y, en algunos pueblos de la provincia pervivió hasta finales del siglo XX; es posible que incluso hoy en día los quiñones se sigan echando por hojas y que las personas de más edad de San Feliz recuerden las prohibiciones de meter los ganados en la hoja sembrada.

La organización en hojas era fundamental por un tema básico: la recuperación de la fertilidad de las tierras. Hasta la llegada de los abonos químicos —ya bien entrado el siglo XX— para fertilizar los huertos y los cultivos más intensivos —trigo, patatas— se utilizaba el abono de las cuadras. Sin embargo, para que los quiñones y las tierras centenales recuperasen la fertilidad había que dejarlos en ‘barbecho’; es decir, se dejaban descansar un tiempo y mientras tanto eran pastoreados por los ganados. Con ello se lograba un doble propósito, a finales del verano una vez que el monte estaba ‘agostado’ los ganados aprovechaban las espigas y paja que quedaban en los rastrojos una vez levantado el fruto y, más adelante —en el otoño— las yerbas surgidas con las primeras lluvias. Al mismo tiempo, el ganado que pastoreaba las rastrojeras y barbechos con sus deposiciones aportaban materia fertilizante.

Ahora bien, para que el aprovechamiento fuese óptimo, el terreno estaba organizado en hojas y en rotaciones. Como indican las Ordenanzas de San Feliz había un “año de panes” y un “año de aradas”; es decir es un ‘sistema de año y vez’ con un año de siembra y otro de barbecho. En el “año de panes” esa hoja estaba acotada y no podían entrar los ganados desde el primero de febrero o 1º de marzo dependiendo del pago (Cap. 15) hasta que no se levantase la cosecha; es decir, desde hasta que no se segase el pan y se llevase a las eras, los ganados no podían andar ‘entrepanes’ bajo pena de una dura multa. En el caso de San Feliz, las ordenanzas lo dejan bien claro hasta el 15 de agosto o Nuestra Señora de Septiembre —esto es el 8 de septiembre— no se puede meter el ganado menudo en la hoja que ese año estuviese sembrada (Cap. 21).

En algunos casos —para facilitar el aprovechamiento colectivo por los ganados— se acordaban las rotaciones a realizar en la hoja en las tierra que no se sembraba de centeno: un año todas las tierras eran sembradas de trigo, al siguiente de patatas, etc. Generalmente estos acuerdos se realizaban en el concejo de vecinos, aunque lo más importante era la obligación de realizar las rotaciones o las siembras de acuerdo a la organización en hojas.

Un aspecto curioso es que, tal y como aparece redactado el Cap. 21 de las Ordenanzas se se deduce que en San Feliz había tres hojas: la de La Velilla y Las Barreras; la de Corrillos y La Vallea; y la de La Reguerina y Valdecabado. Es posible que ello sea un vestigio del pasado en el que la población era mucho menor y se cultivaba ‘al tercio’, con un año de siembra y dos de descanso (barbecho) y entonces eran necesarias tres hojas.

2.3. El carboneo

En el capítulo 17 de las ordenanzas se prohíbe ‘quemar carbón’ en Valcabao y en Valeo y se impone una severa multa por cada carro de carbón que se queme en estos pagos. Incluir esta prohibición en las Ordenanzas nos da varias ‘pistas’ en relación a la economía del siglo XIX. Por una parte, puesto que el carboneo exigía una gran cantidad de madera, es posible que esta prohibición obedezca a la necesidad de ‘acotar’ partes del monte para que los robledales se fuesen recuperando. Aunque no es este el caso, a veces en las Ordenanzas aparece detallado el número de carros de carbón que cada vecino podía obtener en los montes del pueblo; es posible también que el reparto fuese similar al llamado “quiñón de leña”.

En relación al carboneo cabe destacar que, hasta finales del siglo XIX, una actividad de suma importancia para la economía de los vecinos de San Feliz fue la elaboración y venta de carbón con destino a centros urbanos como Astorga o Benavides de Órbigo. De ello da testimonio el Diccionario de Madoz (1845-1850) en el que se indica respecto de San Feliz:

“sus moradores se dedican, además de la agricultura, á la fabricación de carbón y corte de maderas que venden en el mercado de Astorga”.

Aunque hoy en San Feliz, quizás ya no quede nadie que sepa cómo se elaboraba el carbón, ésta fue una actividad fundamental para muchas familias. Gracias a la venta del carbón vegetal que obtenían ‘gratis’ en el monte podían obtener un pequeño ingreso con el que complementar las economías familiares. Además era compatible con las actividades agrícolas. ‘Quemar carbón’ no era muy complicado pero sí muy exigente en tiempo y trabajo; primero había que cortar las maderas y apilarlas en círculos dejando una chimenea en el centro. Después se cubría con ramas, paja y tierra y se le ‘achismaba’ para que la madera se convirtiese en carbón. Durante días las maderas se iban carbonizando y había que vigilar que no se prendiesen fuego y acabasen ardiendo; también había que vigilar que no se paralizase la carbonización y que ésta fuese uniforme.

A finales del siglo XIX, el carboneo paulatinamente fue desapareciendo sustituido por el carbón mineral que —como es sabido— también abundaba en la provincia de León, incluso en localidades relativamente cercanas como Brañuelas o Torre del Bierzo. También, a su desaparición contribuyeron los forestales que, desde mediados del XIX, supervisaban los montes de la provincia. Prohibieron el carboneo ya que lo consideraban una actividad ‘esquilmante’.

3. El concepto de ‘vecino’ y el ‘concejo de vecinos’

Como vimos unos apartados más atrás, el «concejo de vecinos» era el encargado de tratar de las cosas de “buen gobierno” relativas a los asuntos del pueblo como la redacción de estas Ordenanzas. En este sentido, cabe destacar que todos los vecinos podían participar en la toma de decisiones y, aunque cada uno tuviese sus propios intereses, las decisiones se tomaban por consenso: «juntos a una voz, y cada uno de por sí«, que dicen las Ordenanzas de San Feliz.

El concejo funcionaba como la asamblea de todos los vecinos —en la que además un hombre era un voto— lo cual implicaba anteponer el interés del grupo frente al individuo. En segundo lugar, la actuación del concejo tenía una dimensión moral de primer orden; así por ejemplo lo primero que se manda en las Ordenanzas de San Feliz (Capítulo 1) es asistir a los entierros y acompañar a la familia del muerto:

“que si Dios Nuestro Señor fuese servido de llevar de esta presente vida en este dicho lugar alguna persona que todos los vecinos acudan luego así se echa la campana en alto, a sacar el cuerpo de casa para llevarlo a enterrar”

También en las Ordenanzas se exige respeto hacia los demás y mantener las formas en concejo (Cap. 2b):

“Ytem mandamos que estando en concejo, ninguno hable mal, y si, habla mal pague de pena un rreal, y se porfía pague dos; y se el Regidor lo manda Callar y no obedece, pague lo que el conzejo, le echase”.

Entre los requisitos que había para formar parte del concejo estaban ser mayor de edad y ser vecino del pueblo. Precisamente, el concepto de ‘vecino’ es fundamental, ya que dicha condición comportaba derechos (utilización de los recursos) y obligaciones (participación en el gobierno y los oficios concejiles). Para poder utilizar los recursos del pueblo era necesario ser vecino del pueblo. En San Feliz, como en otros pueblos de la provincia, se accedía por edad (si se era nacido en el pueblo) o por casamiento en el pueblo, si bien se acostumbraba a exigir un pequeño pago, siendo doble en el caso de los forasteros, como se indica en el capítulo 19 de las Ordenanzas:

“Ytem ordenaron que cualquiera persona que entre por vecino, en dicho lugar, el día que entre pague para el concejo de derechos cántara y media de vino y ocho libras de pan siendo hijo de vecino y si es forastero el pan y el vino doble y si esto no cumple pague la pena que le eche el concejo”

4. Otros datos interesantes de las ordenanzas

Más allá de la organización de la vida económica y política, las Ordenanzas son un documento histórico y hay otros aspectos de la realidad de la época que se ven reflejados en ellas como por ejemplo la toponimia, el idioma leonés o la situación de las mujeres.

En relación a la toponimia, en las Ordenanzas aparecen numerosos nombres citados en las Ordenanzas como por ejemplo Las Eras, Junto a la Ermita, Fuente de la Llamera, La Peña, La Peña de la Cruz, Corrillos, La Vallea, Las Barreras, Valeo, la Cruz, Bouzas, Perdigones, Valdetrilla, Las Fuentes de Valeo, Valdecabado, La Velilla o la Reguerina. Como curiosidad, cabe añadir también que en las Ordenanzas el nombre del pueblo aparece escrito como San Feliz de las Labanderas, con ‘b’, y no es descartable que el “apellido” del pueblo provenga del término ‘llábanas’ —piedras grandes lisas y aplanadas— y que originariamente haya sido ‘Llabanderas’.

En cuanto al lenguaje, en las Ordenanzas aparecen palabras en leonés: ‘yiegua’, ‘intierro’ o giros propios del país como por ejemplo ‘no se le hallando’ y también alguna palabra en desuso, como por ejemplo ‘pielgar’ las reses ‘golosas’ (Cap. 11); para quienes lo desconozcan, el término está referido a atarle una pielga —una madera— en la pata a una res para que no se escape o atarle una pata a otra para que no ‘mosque’ o corra.

Por último —y no es un aspecto menor— hay que hacer referencia a las mujeres, pues se observa que aquella época quienes decidían eran los hombres y el goce de algunos ‘derechos’ estaba reservado únicamente a éstos. Los que somos de algún pueblo de La Cepeda sabemos que las vigas que sostenían todas y cada una de las casas era una mujer, pero ello no es óbice para reconocer que las mujeres estaban silenciadas en el ámbito público y tenían menos derechos ‘sociales’ y ‘políticos’ que los hombres, y las Ordenanzas son un buen ejemplo de ello: en aquella época las mujeres no estaban autorizadas a participar en el concejo o a desempeñar cargos públicos.

5. Conclusiones

A mediados del siglo XIX, de acuerdo al Diccionario de Madoz, en San Feliz de las Lavanderas había 64 vecinos, 314 habitantes. Una barbaridad, si tenemos en cuenta que en esa misma época otros pueblos vecinos pertenecientes al mismo ayuntamiento, Sueros de Cepeda, tenían mucha menos población: así por ejemplo Ferreras tenía 18 vecinos, 80 habitantes; Riofrío tenía 30 vecinos y 103 habitantes; Escuredo, 17 vecinos, 62 habitantes; incluso Quintana tenía menor población: 44 vecinos, 268 habitantes. Son varias las claves que explican que San Feliz pudiese sostener una mayor cantidad de habitantes que los pueblos vecinos, y una de ellas fueron las Ordenanzas que acá hemos analizado.

Las Ordenanzas concejiles estaban adaptadas y encajaban en las condiciones locales de cada comarca y en este caso favorecían una organización eficiente de las actividades ganaderas y permitieron una gestión ‘sostenible’ de los recursos colectivos. A pesar de que el liberalismo trató de acabar con este ordenamiento comunitario e imponer un modelo más individualista, no lo logró. Los pueblos buscaron y encontraron la manera de obviar esas limitaciones que les imponía el ordenamiento liberal y —aunque las Ordenanzas fueron perdiendo vigencia— durante muchos años en San Feliz se mantuvo la división en hojas y las servidumbres que ésta imponía, y también se mantuvieron prácticas agrarias colectivas y comunitarias como las veceras, el quiñón de leña o las hacenderas para limpiar regueros, arreglar caminos o cualquier otro trabajo en beneficio de la comunidad. Y también, aunque no hubiese una norma escrita que lo mandase, los vecinos de San Feliz nunca dejaron de faltar a los entierros de sus convecinos y nunca dejaron de ser solidarios entre ellos y con los vecinos de otros pueblos. Y eso es algo que se mantiene hasta el día de hoy.

Texto de José Serrano, publicado en el libro San Feliz de las Lavanderas. Atalaya de La Cepeda. Reproducido con permiso del autor

Contra la simplicidad del discurso económico: Albert O. Hirschman


Hace unos días vi que en 2020 fue reeditado en España el libro de Albert O. Hirschman «La retórica reaccionaria». Parece que ha tenido éxito y la gente empieza a leer a este economista, lo cual no deja de ser una buena noticia. Hirschman es un economista de los buenos, no como Mises, Hayek y otros cantamañanas de la escuela austríaca. Hirschman es un economista que propone una visión “alternativa” y crítica de la economía.

Estas visiones críticas nos remiten a preguntas básicas: ¿cuál es la relación entre la historia del pensamiento económico y la economía actual? ¿En un momento como el actual, son útiles estas teorías?. Hay quien dice que la historia del pensamiento económico es irrelevante respecto a la teoría y el análisis contemporáneo; que el contexto y la forma cómo se construyeron las grandes teorías económicas es muy diferente del actual y por tanto para comprender la realidad económica actual, no hay mucho que aprender de la historia del pensamiento económico.

En lo que a Hirschman se refiere, además de los intereses, en lo cual los economistas tienen a fijar su atención, él añadió el amor, la generosidad, la lealtad o la ética como elementos a considerar en el análisis económico.

Albert Hirschman, nacido en Berlin en 1915, en los últimos años de vida fue Profesor Emérito del Institute for Advanced Study en Princeton (EE.UU.). Graduado en 1937 en Trieste, comenzó a trabajar sobre la demografía y la estadística de la economía italiana. En su primer libro, National Power and the Structure of Foreign Trade (1945), se ocupó de los aspectos históricos y teóricos de la relación entre el poder nacional y la estructura del comercio exterior, con referencia explícita a las políticas de la Alemania nazi. Ya en esta obra Hirschman adoptaba una posición crítica con respecto a varios de los fundamentos teóricos de la doctrina económica dominante. También en The Strategy of Economic Development (1958), uno de sus libros más importantes, y en Journey toward Progress (1963), Hirschman propone un análisis muy heterodoxo para afrontar los problemas de los países en desarrollo. El primero de ellos estaba centrado en la “búsqueda del primum movens” o las condiciones históricas, psicológicas y antropológicas del desarrollo económico. La conclusión a la que llega es que el desarrollo es posible, incluso con escasos recursos naturales; que, en condiciones adecuadas, las capacidades productivas pueden cultivarse por toda la población; y que no es cierto que el ahorro puede ser crónicamente insuficiente al igual que la capacidad empresarial. Para él, es más importante el hecho de que el desarrollo depende de la capacidad de movilizar los recursos y capacidades ocultas, dispersas y mal utilizadas. El análisis de Hirschman sobre el desarrollo se centra en la observación de los aspectos sociales y políticos del crecimiento económico, una línea de investigación que encontró su plena expresión en la notable colección de artículos A Bias for Hope: Essays in Development and Latin America (1971).

En 1977 Hirschman publicó Las pasiones y los intereses, un importante libro sobre la historia de las ideas en la que reconstruye la larga secuencia de pensamiento que, iniciada por Maquiavelo, llevó a la doctrina del siglo XVII al predominio de los intereses sobre las pasiones. En la Teoría de los sentimientos morales, A. Smith había colocado los impulsos no económicos al servicio de los económicos, haciéndoles perder la autonomía específica que habían disfrutado con anterioridad. Posteriormente, en La riqueza de las naciones, su análisis se basa en la idea de que los hombres básicamente estaban motivados por el deseo de mejorar sus condiciones económicas. Basados en ello, los seguidores utilitaristas desarrollaron la idea de que incluso la «simpatía» y otros sentimientos morales se podrían definir en sí mismos en relación con el interés propio. Este fue el comienzo de la economía política moderna: una gran conquista intelectual que, sin embargo, trajo consigo una reducción significativa de la esfera de investigación, así como un empobrecimiento de la concepción de la naturaleza humana.

Esta es la primera tesis importante del pensamiento de Hirschman: es necesario gradualmente complejizar la disciplina económica, la cual hasta el momento, ha estado basada en supuestos muy reduccionistas. Esta crítica se dirige principalmente hacia la teoría neoclásica, aunque en sus críticas incluye otros muchos enfoques alternativos, desde los keynesianos a los institucionalistas, o de los marxistas a los neo-institucionalistas. Una característica constante del trabajo de Hirschman es su negativa a respetar los límites tradicionales de la disciplina. Este es el mensaje central de Essays in Trespassing: Economics to Politics and Beyond (1981), un libro que contiene una enérgica invitación, dirigida específicamente a los economistas, a considerar las acciones humanas y todos aquellos comportamientos que no puede encajan en la noción tradicional de «intereses». Aunque no llega a elaborar una teoría al respecto, deja claro que el amor, la benevolencia y el espíritu cívico juegan un papel importante en la economía.

En Shifting Involvements (1982), Hirschman se centró en el problema de las oscilaciones del compromiso humano entre lo privado y lo público. También en “Contra la simplicidad: Tres maneras fáciles de complicar algunas categorías del discurso económico” (1984) retoma el tema de las dificultades y la complejidad del discurso económico (Podéis descargar el artículo en este enlace).  Esta complicación, según Hirschman ocurre cuando se introducen en el ámbito de la disciplina de la economía, dos peculiaridades fundamentales y dos tensiones inherentes a la condición humana. La primera de ellas sería la «auto-reflexión», la «voz», la protesta, en la cual que también se había interesado su obra Exit, Voice and Loyalty: Responses to decline in firms, organizations and states (1970). Y la otra que haría referencia a la distinción entre conducta “instrumental” y “no-instrumental” y entre interés personal y moralidad pública. De esta manera, el problema económico pasaría de una reducción ortodoxa simplista a un principio de maximización restringida.

En fin…

Lecturas recomendadas: Las uvas de la ira


Uno de los mejores álbumes del rockero Bruce Springsteen es “El fantasma de Tom Joad”. Pero, no estoy seguro que una mayoría de lectores del blog sepa quién era Tom Joad.

Tom Joad es un símbolo y a la vez protagonista de la lectura que hoy recomendamos acá: «Las uvas de la ira» de John Steinbeck.

Este libro está ambientado en la Gran Depresión de los años 30. En esos años, las grandes llanuras del centro de EEUU se vieron asoladas por una severa sequía y terribles tormentas de polvo. Años y años de cultivo intensivo, combinado con los efectos de la sequía hicieron desaparecer la cubierta vegetal de los suelos lo que, a su vez, causó la destrucción de las cosechas. A consecuencia de ello, cientos de miles de granjeros se encontraron en la ruina. La situación fue especialmente grave para propietarios de pequeñas granjas que, al fallar las cosechas, no pudieron hacer frente a las deudas contraídas y terminaron perdiendo sus propiedades a manos de los bancos y acreedores. Sin trabajo y sin posesiones, esos cientos de miles de granjeros (más de 375.000, según algunas fuentes) «Oakis» y «Arkis» como eran llamados despectivamente los habitantes de los Estados de Oklahoma y Arkansas, comenzaron a desplazarse hacia el Este, hacia California (de donde llegaban rumores que había la posibilidad de encontrar un trabajo temporal en la agricultura).

Precisamente, el libro describe la dureza del desplazamiento y de la desesperación de una familia que, desahuciada por el banco, se ve obligada a emigrar.  Es una situación dolorosa e injusta que desata la ira del escritor. pero la ira de Steinbeck no está dirigida contra el clima, sino contra los que abusaban del poder: los bancos que se quedaban con los propiedades de los granjeros, o los hombres de negocios que explotaban a los migrantes y prohibían los sindicatos.

Hay sobrados motivos para leer este libro.

Uno, porque es bueno y su lectura no te deja indiferente.

Dos, porque es una obra actual: al igual que en los años 30, miles de familias han perdido sin trabajo y son casa están condenados a emigrar; en sentido, y al igual que en la Gran Depresión, la crisis ha golpeado con mayor violencia a los más pobres. La desesperación de los protagonistas es la misma, como lo es el comportamiento abusivo de bancos y empresas.

Tres, la obra de Steinbeck es ‘subversiva’ aunque de ella se desprende que la violencia es la única manera de exigir justicia. Eran otros tiempos. No obstante, el mensaje de Tom Joad es de rebeldía, que hay que luchar para cambiar la situación. Así se recoge en uno de los párrafos finales del libro y reproducido en el estribillo de la canción de Bruce Springsteen y Tom Morello:  “I’ll be all around in the dark – I’ll be everywhere. Wherever you can look – wherever there’s a fight, so hungry people can eat, I’ll be there. Wherever there’s a cop beatin’ up a guy, I’ll be there. I’ll be in the way guys yell when they’re mad. I’ll be in the way kids laugh when they’re hungry and they know supper’s ready, and when the people are eatin’ the stuff they raise and livin’ in the houses they build – I’ll be there, too”.

Un último aspecto a tener en cuenta es que se trata de una obra que ha inspirado a otros creadores como John Ford que en 1940 dirigió la película homónima protagonizada por Henry Fonda; o Bruce Springsteen y el album ya citado «The Ghost of Tom Joad»; o la multipremiada película ‘Nomadland’ que se estrenó este año, y que hay gente que dice que no es otra cosa que una versión moderna de «Las uvas de la ira».

En fin. En este enlace podéis descargar el libro.

Os dejo también con el video de Bruce Springsteen y Tom Morello. Hay que verlo entero y especialmente a partir del minuto 7:20…

Gestión tradicional de los comunales en León (iv): arriendos y subastas de aprovechamientos


Y por fin… la última parte de la serie sobre gestión de los comunales:

3.4. Una nota sobre comunales y haciendas locales.

Además de los aprovechamientos directos, de mayor significación para las economías rurales, los comunales también proporcionaban ingresos a las haciendas locales con los cuales afrontar gastos (pago de impuestos, por ejemplo), realizar mejoras que beneficiasen a la comunidad (como el sostenimiento de la escuela).

Esta explotación indirecta del comunal eximía a los vecinos de hacer aportaciones para pagar impuestos o gastos comunitarios y permitía a los concejos contar con recursos financieros. Por ejemplo, hasta bien entrado el siglo XX, el arriendo de los puertos de montaña –y en ocasiones del estiércol– proporcionaban un numerario tan importante que algunos concejos de montaña mantenían maestro, cirujano, o guardas de campo remunerados[21].

En aquellas comarcas de la provincia donde la superficie de comunales era menor, los principales ingresos procedían de los «propios» y de los arriendos de rentas que gravaban el comercio y el consumo, aunque también los bienes comunales eran utilizados para hacer frente a los gastos de las haciendas locales. En este caso la vía fue la enajenación temporal –arriendos– o enajenación perpetua –venta– de los patrimonios concejiles; un ejemplo de ello es la «Dehesa de Trasconejo» en Valderas cuyo aprovechamiento de pastos era subastado anualmente por el ayuntamiento.

En otros lugares, los comunales o bien eran gravados con un pequeño canon por su utilización —por ejemplo por cabeza de ganado o por cada quiñón de tierra— o bien su aprovechamiento era sacado a subasta.

[20] El pueblo de Lario (Burón) a mediados del siglo XIX tenía por cuenta del concejo: castrador, herrador, cirujano, o guarda de campo, gracias al ingreso obtenido por el arrendamiento de los pastos [ACLario, Legajos varios]

Texto extraído de Serrano Alvarez, J. A. (2014): «When the enemy is the state: common lands management in northwest Spain (1850–1936)«. International Journal of the Commons8 (1), 107–133. En este enlace podéis descargar el artículo original en inglés.

 

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