Plantaciones de caucho en la provincia de León


Seguramente se habrán sorprendido al leer el título de esta entrada. Imagino que ustedes saben que hasta el descubrimiento del caucho sintético, éste se obtenía mayoritariamente del Hevea brasiliensis también llamado ‘shiringa’ o ‘seringueira’ en portugués. Mediante incisiones en el tronco del árbol del caucho se obtiene una emulsión lechosa llamada latex que posteriormente es transformada en caucho. 

Lo que seguramente desconocen es que hay otras plantas de las que se puede obtener caucho, como por ejemplo el diente de león (Taraxacum officinalis) también conocida como ‘achicoria amarga’ o ‘meacamas’ y que aparece en la foto que ilustra este post. De hecho, en la actualidad se está volviendo a experimentar con un pariente ruso de esta planta y como pueden ver en esta noticia, el fabricante de neumáticos Continental ha producido neumáticos con caucho obtenido del diente de león ruso.

Aunque el fabricante de neumáticos ha querido ‘venderlo’ como algo nuevo, esta historia ya es muy vieja y se remonta a mediados del siglo pasado.

Los primeros ensayos para producir caucho del ‘diente de león’ empezaron en la Unión Soviética en los años 30 del siglo XX utilizando el Taraxacum Kok-Saghyz, hierba nativa de las repúblicas asiáticas de Kazajistán, Uzbekistán y Kirguizistán y pariente cercano del ‘meacamas’ que todos conocemos. Con motivo de la II Guerra Mundial, diversos factores hicieron que países como los EEUU o la URSS impulsasen el uso del caucho sintético y también el cultivo de ‘diente de león’ a gran escala para obtener caucho; la alta demanda de neumáticos para vehículos de guerra y el desabastecimiento del mercado estaban entre ellos. Y es que el Sudeste asiático, principal abastecedor de caucho natural del mercado mundial, estaba controlado por las potencias del Eje, o mejor dicho por Japón. También en Alemania, Reino Unido, Suecia o España se empezó a cultivar el diente de león ruso con la misma finalidad: abastecer el mercado doméstico sin depender de las importaciones. Poca broma, porque en esos años, EEUU llegó a obtener 110 kg de caucho por hectárea y la URSS unos 200 kg.

Sin embargo, con el fin de la II Guerra Mundial se recuperó la producción de caucho del Hevea brasiliensis que ofrecía rendimientos por hectárea 8-10 veces más altos y por tanto una materia prima mucho más barata. Por este motivo, la mayoría de programas para producir caucho de Taraxacum kok-saghyz cesaron. Y digo la mayoría, porque en España que estaba en plena autarquía económica, se siguió produciendo caucho de esta planta. Y aquí es donde entra la provincia de León.

De esta manera, en el año 1949-50, con el apoyo del Instituto Nacional de Investigaciones Agronómicas se inició en la zona de La Bañeza el cultivo experimental del Taraxacun Kok-Sagz con el fin de obtener caucho de sus raíces. Parece ser que se aclimató bastante bien, y en muy pocos años se lograron índices de rendimiento técnico que aconsejaban plantaciones masivas que de gran importancia económica. El caso es que seis años más tarde, en 1956 eran cultivadas 12 Has. en el triángulo conformado por Astorga, Veguellina de Órbigo y La Bañeza.

En 1958 se fabricaron las primeras cubiertas con caucho de León lo que hacía soñar a algunos con una nueva y próspera industria del caucho en León. Así por ejemplo, en 1961, el ABC publicaba un amplio artículo de M. Cayón en el que se decía que «La plantación de caucho en la provincia leonesa y sus buenos resultados viene acaparando la atención actual de nuestros agricultores, ya que ello supone una nueva etapa de transformación en la economía agraria. Sin embargo, su mayor interés está centrado en la industria española, ya que esta gran materia prima, tan cotizable, es una de las palancas más poderosas y eficaces de los tiempos modernos, máxime en España, donde, hasta ahora, es de forzosa importación«.

Destacaba el periodista los altos rendimientos por hectárea y con cierto optimismo y bastante desconocimiento del contexto, pronosticaba: «Estos éxitos iniciales abren, pues, un nuevo horizonte industrial para la vida leonesa y para España, significándose que un grupo financiero catalán mira con gran interés la producción masiva de caucho es nuestra tierra. Asimismo, de fuente oficiosa procede la noticia de que una importante Compañía, que tiene la central en Londres, ha comprado en exclusiva, la producción de caucho leonés. Los técnicos se encuentran esperanzados ante la gran perspectiva que ofrece esta nueva planta industrial de nuestra tierra, verdaderamente trascendente para la manufacturas nacionales. Cuando se acometa la selección de la planta y su cultivo masivo es fácil que la industria nacional se libere de su forzosa importación«.

A esas alturas, en los años 60, la producción de caucho sintético obtenido del petróleo superaba a la de caucho natural. Durante la II Guerra Mundial los EEUU habían lanzado un programa secreto para mejorar la producción de caucho sintético y en 1944 ya funcionaban en el país más de 50 fábricas. Empezaba entonces, la era del petróleo abundante y barato. Mientras tanto en España, y en León, se quería competir produciendo caucho con ‘diente de león’. En fin…

Con esta entrada dejamos el blog unas semanas de fuelga… En septiembre volvemos con nuevos contenidos. …mientras tanto pueden seguirnos redes sociales como Facebook o Twitter

Pérdidas, desapariciones y olvidos: camuesas y otras manzanas autóctonas…


Por estas fechas recuerdo siempre los manzanales de mi abuelo…

Como otros muchos paisanos del pueblo, mi abuelo materno tenía una huerta con árboles frutales. Nunca presté demasiada atención a los nombres de las variedades cultivadas, pero había cuatro o cinco clases de manzanales, varias de perales, y un cirolar. Verde doncella, Morro de liebre, Reineta, o Golden eran alguna de las variedades que había en aquella huerta. También el vecino de mi abuelo, en una finca contigua tenía varios otros manzanales, diversas clases de cerezales, perales y otros frutales.

Entre toda aquella variedad de manzanas las que a mi más me gustaban eran las de San Juan, las cuales se daban a finales de junio. Aquellas manzanas coloradas tenían un aroma delicioso, eran dulces con un pelín de acidez, eran… eran sabrosas, en definitiva. Además, eran las primeras manzanas del año. Lo único malo de aquella fruta es que se echaba a perder enseguida y no se conservaba durante mucho tiempo. Quizás por esta razón el vecino siempre nos regalaba una caja llena de esas manzanas, o nos dejaba ‘atropar’ las que caían del árbol.

Diría que por aquel entonces, hace unos treinta y pico años o cuarenta, en mi pueblo había por lo menos doce o quince variedades de manzanas, todas ellas fácilmente reconocibles.

Todo esto viene al caso porque hoy vas a cualquier supermercado, a cualquiera, y encuentras tres variedades de manzana: Golden, Fuji y Royal Gala. Con un poco de suerte puedes encontrar Granny Smith o Pink Lady. Antes de entrar en nuevas consideraciones deberían saber que la Royal Gala es originaria de Nueva Zelanda, la Granny Smith y la Pink Lady fueron creadas en Australia, la Fuji en Japón y la Golden Delicious (así se llama) en EE.UU. Todas ellas tienen en común que provienen de diversas hibridaciones encaminadas a obtener un fruto que se conserve bien en cámaras frigoríficas y que soporte los traslados a grandes distancias. Por decirlo de alguna manera, son variedades bien adaptadas a una producción industrializada.

No es que sea un problema no poder encontrar manzanas reinetas en los supermercados, que lo es. Lo que es una desgracia es la terrible pérdida de biodiversidad que se ha producido en España en los últimos decenios y las manzanas son un buen ejemplo de ello. De muchos lugares han desaparecido los árboles frutales y casi todas las variedades autóctonas. Casi nada, pero a principios del siglo pasado en Asturias se cultivaban más de cien variedades de manzanas. En el caso de León, en el Madoz aparecen reseñado el cultivo de frutales y variedades hoy desaparecidas en muchos pueblos de la provincia. García de la Foz señalaba en 1867: “Los árboles frutales escasean en la parte oriental y sur de la provincia (…) cuya fruta es de excelente calidad. Pero donde mejor y más abundante se coge es en el Bierzo, y gozan de merecida fama sus camuesas y repinaldos, de exquisito sabor y aroma, por lo que sirven para regalos: sus guindas garrafales y sus melocotones ó pavias, nombre conocido en el país, y sus castaños y cerezas son tan buenas como las de Asturias”.  Creo que hoy ya no quedan ni camuesas ni repinaldos y en el Bierzo únicamente se cultivaban la Reineta parda (que, eso sí, tiene Denominación de Origen propia), la Golden y la Fuji.

Es posible que haya gente que sigue cultivando variedades tradicionales pero yo me preguntó por qué en los supermercados no se encuentran. Intuyo los motivos aunque no los voy a detallar. Lo que parece claro es que nos estamos perdiendo algo… y la reciente epidemia de Covid-19 ha dejado al desnudo algunas carencias de la agricultura industrializada.

En este sentido no estaría de más, volver la vista a la agricultura tradicional, ya que por ejemplo disponer de gran variedad de frutales respondía a un lógica ‘sabia’ por decirlo de alguna manera. Por ejemplo, optar por la diversificación en vez del monocultivo, reducían los riesgos frente a las adversidades climáticas; podía darse que las heladas acabasen con alguna fruta pero en los huertos había cerezales, manzanales, perales, nogales o cirolares. Muy difícil que fallase todo el mismo año.

En el caso de las manzanas, cultivar diversas variedades ‘autóctonas’ también tenía sus ‘ventajas’:

(i) Por lo general, las variedades autóctonas estaban bien adaptadas a las condiciones agroclimáticas ‘del país’ (comarca) especialmente en lo referido a precipitaciones, horas de sol, etc.

(ii) Había variedades más tempranas y más seruendas, lo que tenía una doble virtud. Por una parte la floración era escalonada y si venía alguna helada tardía es posible que ‘sólo’ dañase a alguna de las variedades, no a todas. Por otra parte, mientras que algunas variedades, como la ‘manzana de San Juan’ eran cosechadas a principios del verano otras eran recogidas ya bien entrado el otoño; es decir, durante unos cuantos meses la provisión de fruta estaba asegurada.

(iii) Si el año venía abundante en fruta, el agricultor podía vender parte del excedente en los mercados locales, podía hacer conservas (compota) o las podía utilizar para alimentar a los animales. Recuerdo que por ejemplo, las manzanas o peras que caían del árbol eran utilizadas para alimentar a los gochos.

(iv) Había variedades autóctonas de manzana que se conservan durante varios meses sin necesidad de cámaras ni frigoríficos. Es más, a diferencia de algunas variedades ‘industriales’ que se pudren o se ponen negras conforme maduran, las variedades autóctonas van ganando en dulzor conforme pasa el tiempo. Hay variedades como la calostra que todavía se cultiva en La Cabreira o en Sanabria que aguantan hasta abril o marzo bien almacenadas. Recuerdo como mi abuelo, en un cuarto oscuro y fresco colocaba un lecho de paja y depositaba allí las manzanas después de la cosecha. Teníamos manzanas hasta febrero o más adelante.

Bien, como decía, hoy los manzanales, no sólo los autóctonos, han desaparecido de muchos paisajes tradicionales y la pérdida es grande. Pero con la pérdida de las variedades autóctonas o tradicionales no sólo se pierden sabores, sino que también se pierden saberes. Detrás de cada variedad autóctona de manzana hay una historia, hay un conocimiento de siglos que se ha ido acumulando que se pierde para siempre y no se podrá recuperar… Como cuando se extingue un animal, para que me entiendan.

En fin…

Si quieres, en los comentarios puedes contarnos de las variedades de manzana que se cultivan o cultivaban en tu pueblo…

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Cencerradas en León ¿disciplinamiento social o folclore?


Hace tiempo que llevo dándole vueltas a un tema que son las formas públicas de reprobación social en sociedades tradicionales; es decir, cómo se escarnecía públicamente a quienes contravenían las ‘buenas’ costumbres. En el caso de la provincia de León más allá de las transgresiones típicas del Carnaval o las cencerradas no he podido encontrar gran cosa.

Indica Caro Baroja que las cencerradas era algo común en diversas comarcas del antiguo Reino de León en las bodas de viudos. Indica que los que participaban en ellas «se disfrazaban como en Carnaval y llevaban bajo palio unas figuras grotescas ante las que agitaban incensarios ridículos compuestos por pucheros en los que quemaban pimienta picante y sustancias malolientes«. En otros casos, como en Sayago (Zamora) indica que «durante las vísperas de las amonestaciones de viudos, los mozos recorrían el pueblo tocando cencerros y cuernos y a la salida de la misa de boda, esperaban a los cónyuges vestidos de modo grotesco, les montaban en un carro tirado por asnos cubiertos de andrajos y llenos de esquilas y les llevaban a su casa, si bien no les dejaban en paz hasta que no soltaban dos o tres pesetas para vino».

Parece ser que en diversas localidades leonesas estas cencerradas se mantuvieron hasta bien entrado el siglo XX tal y como se detalla en este artículo de Alonso Ponga.

Es posible que en la Edad Moderna, estos alborotos conocidos en otras partes de Europa como ‘charivari’ pudiesen servir de escarnio a quienes contravenían la moral tradicional. No sólo los matrimonios grotescos eran sometidos al escarnio público sino que en ocasiones las cencerradas servían para ‘vituperar’ a personas que estaban amancebadas, cometían adulterio o maltrataban a miembros de su familia.

Todo este interés mío por el tema viene de la lectura del historiador británico E.P. Thompson quien en su libro ‘Costumbres en común’ analiza este tipo de ‘alborotos’ (rough music, lo llama) que tenían como finalidad ‘reprobar’ la conducta de quienes contravenían la moral establecida.

Ahora bien, en el siglo XIX y en el XX, en León las cencerradas parecen haber perdido ya ese sentido de disciplinamiento moral y quedaban en foclore como un poso, un residuo de otros tiempos…

 

Nota final

Lo interesante y uno de los aportes de E.P. Thompson es mostrar que ese tipo de protestas (‘rough music’ / charivari) surgieron de la cultura popular como una forma de justicia. Haciendo sonar lo que tenía a mano, la plebe expresaba su rechazo o ‘condenaba’ ciertas actitudes o comportamientos. Es por ello que ciertas formas o maneras de protestar más actuales como las caceroladas remiten a formas de protesta más antiguas y populares como son las cencerradas.

Unas notas sobre la historia del lúpulo en León (3/3)


La entrada en 1986 en la Comunidad Económica Europea supuso una debacle para la provincia de León y los productores de lúpulo, al ser una producción excedentaria, fueron otro de los colectivos damnificados. Se dieron ayudas para el arranque de plantas, el barbecho temporal y la reconversión varietal. El resultado de todas esas medidas fue que de 1.950 hectáreas cultivadas en 1985 se pasó a menos de 500 en 2010. No vale la pena entrar en detalles. Se dice bien: la superficie cultivada de lúpulo en León se redujo en más de un 75%. Precisamente, en 2010 cuando la superficie alcanzaba mínimos, la Unión Europea comenzó de nuevo a subvencionar nuevas plantaciones de lúpulo. 

Con todos esos avatares el lúpulo dejó de ser el cultivo seguro de antaño. El broche llegó en 2015 cuando la multinacional Hopsteiner adquirió el 80 por ciento del capital de la SAE de Fomento del Lúpulo abriéndose una nueva etapa para el sector…

Hasta aquí llega la historia del lúpulo en León, aunque hay detrás hay otras historias más personales que también merecerían ser contadas. Podríamos escribir la historia de miles de familias, como la mía, que éramos cultivadores. Seguramente que cada una de estas historias tienen su amargor, como el propio sabor del lúpulo, pero también su dulzura como el aroma de las flores de esta planta.

Les podría contar de cuando en primavera salíamos de la escuela y al llegar a casa, encima de la mesa de la cocina, encontrábamos una nota de mi madre que decía “Estamos en el lúpulo”. Ya sabíamos lo que había que hacer: salir raudos hacia la tierra a ararlo, cavarlo, abonarlo, repelarlo, ponerlo a trepar… Les podría detallar los mil y un cuidados que requería. Prácticamente cada día requería una labor nueva. Les podría contar de la dureza de aquellos trabajos, especialmente el riego, pero también de aquellas hermosas y estrelladas noches de verano durmiendo al lado de la tierra vigilando para que las balsas no reventasen.

Recuerdo también con nostalgia los días de la ‘pela el’uplo’ (recolección del lúpulo), a primeros de septiembre. Niños y mujeres pasaban el día en la tierra depositando los conos (flores maduras), en cestos y ‘sacas’ que, al final de la jornada, eran pesadas y anotadas en una libreta. Eran días alegres. No puedo evitar emocionarme recordando a muchas personas que ya no están y que se volcaban a ayudarnos en los momentos críticos, y particularmente en esos días intensos de la cosecha.

Me vienen a la cabeza aquellas noches frías cuidando del secadero, durmiendo al lado de la caldera vigilando que se mantuviese la temperatura. Uno no se olvida nunca del dulce aroma de aquellas noches.

¿Cómo no acordarse también de la celebración del ramo? ¿Qué les podría contar? Ese día se pagaba a los peladores y se hacía una cena con todos los que, de alguna manera, habían ayudado. Por supuesto que también recuerdo el día en el que se entregaba el lúpulo en la factoría. El pesaje, la medición de la humedad, los montones de lúpulo, las tolvas… Y me reconozco en mi hijo, observando todo con unos ojos abiertos como platos y tratando de entender cómo funcionaba aquello.

Y, ¿cómo, no? También me identifico con mi padre y con mi madre. Les podría contar la historia de mi padre, pionero en el cultivo del lúpulo, que lo entendía mejor que nadie y que, año tras año, podía presumir de tener la mejor cosecha. O la historia de mi madre que en la época de la recogida se multiplicaba por diez y además de ir a la tierra se encargaba de prepararlo todo: la comida, la ropa, atender los animales…

Y es que detrás de los números y estadísticas, en toda HISTORIA hay personas detrás…
La foto que acompaña el texto es de Susana Cámara, creo…

Unas notas sobre la historia del lúpulo en León (2/3)


En una anterior entrada detallábamos que, a partir de 1937, a pesar de los intentos del primer franquismo por limitar las compras al exterior y obligar a las fábricas cerveceras a comprar lúpulo nacional, se siguió importando lúpulo de Alemania. Ahora bien, en 1945, a causa de la II Guerra Mundial el mercado nacional quedó desabastecido. Las principales cerveceras se encontraron sin una importante materia prima como era el lúpulo.

Para paliar esa escasez, el Ministro de Agricultura, Miguel Primo de Rivera, el 23 de mayo de 1945 promulgó un decreto en el que se dictaban normas para el fomento del cultivo del lúpulo. En este decreto se autorizaba «al Ministerio de Agricultura para concertar, por zonas y con arreglo a las normas que se establecen en el presente Decreto, las funciones de fomento de cultivo del lúpulo con las Entidades que con tal finalidad expresa se constituyan por industriales cerveceros encuadrados en el Sindicato Nacional de la Vid, cerveza y Bebidas Alcohólicas«.

Fueron creadas tres zonas: Galicia con sede en Betanzos (La Coruña), León con sede en Villanueva de Carrizo, y Asturias con sede en Nava.

En ese mismo decreto se establecían las obligaciones de las Entidades concesionarias, entre las que se incluían:

  • Fomentar el cultivo del lúpulo en la zona concedida, con las características y modalidades técnicas y con el ritmo anual de producción que por el Ministerio de Agricultura se señale.
  • Organizar la recogida y distribución de renuevos o esquejes de lúpulo.
  • Construir las instalaciones adecuadas, tanto agrícolas como industriales, sobre la base de disponer de secaderos colectivos para recoger la cosecha en verde al objeto de someterla a preparación ulterior racional y uniforme.
  • Adquirir la cosecha de lúpulo al precio mínimo que fijado por el Ministerio de Agricultura, sin perjuicio de estimular a los cultivadores con la concesión de primas por calidad o por rendimiento en aquellas zonas que se estimen interesantes.
  • Conceder anticipos y créditos en metálico, con el fin de facilitar las nuevas instalaciones y cultivos
  • Contribuir económicamente a los gastos que origine el fomento de cultivo de esta planta, con la aportación de una cuota anual en proporción con los beneficios de la Entidad.

A cambio el Estado se comprometía a ayudar a las empresas concesionarias en aspectos como preferencias en la distribución de fertilizantes, y la importación de elementos de trabajo que no se encontrasen en España. Se establecía también que «las importaciones de lúpulo serían entregadas, con carácter preferente, a las Entidades concesionarias para su distribución y consumo«, y se facilitaba «a las Entidades concesionarias los asesoramientos agronómicos indispensables para el cumplimiento de su misión«.

De igual manera, como resultado de ese Decreto, en noviembre de 1945 se constituyó la Sociedad Anónima Española (S.A.E.) de Fomento del Lúpulo, con domicilio en Avd. José Antonio de Madrid siendo fundamentales Alfredo Mahou de la Fuente, Francisco Gervás y Cabrero y Angel Suardíaz Martínez. Esta sociedad se constituyó por 15 años prorrogables, y entre el objeto de la sociedad aparecen:

  • Fomentar el cultivo del lúpulo en la zonas concedidas con las modalidades, características y ritmo que se determine por el Ministerio de Agricultura.
  • Construir las instalaciones agrícolas e industriales para el mejor desarrollo del cultivo.
  • Adquirir la cosecha nacional al precio mínimo fijado por el Ministerio de Agricultura.
  • Conceder a los cultivadores primas por calidad y rendimiento, y crédito en metálico para facilitar y ampliar los cultivos, organizando la recogida y distribución de renuevos.
  • Pagar una cuota anual de los beneficios al Ministerio de Agricultura.
  • Distribuir el lúpulo entre los asociados.

Aparecían diversos otros artículos en los que por ejemplo se mandaba «integrar en la sociedad a todas las entidades y particulares propietarios en España de Fábricas de Cerveza, en proporción a los cupos de fabricación con un fin de cooperación y mutua ayuda» (art. 3), se establecía el capital social (art. 4) o el accionariado el cual estaba compuesto por las fábricas de cerveza del momento, entre ellas El Aguila, Damm, La Cruz del Campo, Cervezas de Santander, Hijos de Celestino Mahou, La Huertana, Moritz, La Cruz Azul, Juan y Teodoro Ruiz, o La Salud.

Posteriormente se fueron otorgando poderes para comprar fincas y diversas personas en Betanzos, León, Oviedo y San Sebastián fueron autorizadas para que en nombre de la sociedad procediesen a abrir cuentas corrientes. En León el encargado fue Valeriano Campesino Puertas y ahí empezó una interesante historia para la provincia de León.

Cabe recordar que ya a raíz de la creación de la Sociedad de Fomento del Lúpulo se habían iniciado experimentos con el fin de aclimatar las variedades lupulares norteeuropeas a las características geográficas españolas. En la provincia de León, habían sido elegidas las riberas del Órbigo, Bernesga y Torío puesto que se conocía de la existencia de variedades autóctonas de crecimiento espontáneo al lado de los ríos. En 1946 en el Boletín Divulgador de la Cámara Oficial Agraria de la provincia y en 1948 en Economía Leonesa aparecieron los primeros artículos animando a los agricultores leoneses a introducir este cultivo.

No fueron fáciles los inicios, aunque hubo varias personas clave en la difusión del cultivo, como A. Mantero, Fco. J. Arcenegui y Valeriano Campesino, especialmente este último. De origen zamorano y representante de unos laboratorios de farmacia en esa provincia, V. Campesino 1935 se trasladó a vivir a León al considerar la flora de esta provincia como una de las más ricas del país. Conocía el lúpulo silvestre y en 1950 se puso en contacto con la S.A.E. de Fomento del Lúpulo, exhortándolos al cultivo del lúpulo en la provincia de León.

Como ya señalamos, la S.A.E. de Fomento del Lúpulo nombró apoderado al mentado V. Campesino quien llevó a cabo una importante labor divulgadora entre los agricultores leoneses. Iniciadas las primeras pruebas, en las comarcas del Torío y Bernesga apenas se le prestó importancia, ya que a diferencia por ejemplo del trigo o las patatas era un cultivo de dudosa utilidad y exigía una instalación que era muy costosa. Sin embargo, el lúpulo tuvo muy buena acogida en la ribera del Órbigo; ya en 1949 se firmaron 34 contratos y año a año aumentó exponencialmente la superficie cultivada, A ello ayudó la labor de Valeriano, trabajador incansable, y con un carácter muy afable que trataba directamente con los agricultores y a quienes trasmitía confianza y entusiasmo hacia el ‘nuevo’ cultivo’; también ayudó el hecho que la S.A.E. de Fomento del Lúpulo empezase a conceder primas por planta cultivada, y facilitase utillaje, fertilizantes, químicos y otros elementos necesarios para el cultivo. En 1952, considerando el tirón que estaba teniendo el cultivo en la comarca del Órbigo, fue construida la factoría de Villanueva de Carrizo.

En el mapa pueden ver cómo se fue expandiendo el cultivo del lúpulo y cómo en muy pocos años ocupó las principales vegas de la provincia. No obstante, en el mapa no aparecen todas las áreas de cultivo, ya que por ejemplo en localidades como Ferreras de Cepeda, en la ribera del Barbadiel / Valeo llegó a haber 8-10 familias productoras de lúpulo.

El caso es que en muy pocos años, León pasó a dominar el mercado nacional; de 7 Has. cultivadas en 1950, se pasó a 1.1950 Has. en 1983 ,copando la provincia de León prácticamente el 100% de la producción nacional de lúpulo. No en vano se le llamó el ‘oro verde’.  Era un cultivo que, a pesar de la alta inversión inicial exigida y que era muy intensivo en mano de obra, era enormemente rentable. Los precios de cada año eran publicados en el BOE y la compra de las producciones estaba garantizada por contrato; para que se hagan una idea, en 1983 una hectárea de lúpulo ofrecía un rendimiento de 654.642 pesetas frente a las 197.274 ptas. de una de remolacha azucarera o de 223.770 ptas. de una sembrada de patatas.

Con todo esto llegamos a 1986, año de entrada en la Comunidad Económica Europea…

Para saber más:

  • Breuer, T. (1985): «El cultivo del lúpulo en España: desarrollo espontáneo y regulación orientada hacia la demanda». Paralelo 37, Nº 8-9, págs. 117-136 (lo pueden descargar acá)
  • Río Lozano, V.A. del (1972): «Contribución al estudio del Humulus lupulus (L.) I. El cultivo del lúpulo en España». Anales de la Facultad de Veterinaria de León, vol. 18, 1; págs. 353-375.

Labores del pasado: la siega


«Ni por sembrar ralo, ni por segar verde, ningún labrador se pierde» (Refrán alistano).

Doblan los trigos ya secos con el peso de las espigas bien granadas, es el momento propicio para el comienzo de la siega. Esta era la manera tradicional de hacer las duras faenas del verano cuando se sufrían con esfuerzo sin la existencia de la moderna maquinaria que hacen ahora más dulces y llevaderos los trabajos del verano.

Los preparativos

No puede faltar la hoz bien afilada en la piedra rústica o la famosa piedra de afilar «portuguesa» que se compraba en las ferias y romerías de la comarca o del otro lado de la Raya, como la Riberiña, la Luz o la Salud y que se llevaba consigo siempre que se salía a la senara (pequeña finca que se iba a segar; no es palabra alistana).

Atados al mango de la hoz, los «dediles» (fundas de material o cuero), para que no se olvidaran en casa y así evitar cortes en los dedos de la mano que coge «la manada de pan».

Otra protección, esta vez del inmisericorde sol alistano que cae a plomo sobre las cabezas de los segadores, era el sombrero de pajas que sustituye a la boina negra asentada en la «morra» (cabeza) del alistano, que parece que nació con ella; algunos no se la quitaban ni para segar o la sustituían por el típico «muqueru» (pañuelo de cuadros azules usado para sonarse) anudado en cada esquina y puesto a modo de boina o esta sobre el muquero extendido sobre la cabeza. Las mujeres solo con el pañuelo a la cabeza o el sombrero de paja encima.

Un preparativo indispensable que había que hacer la víspera era «el encaño», que consistía en un manojo de pajas de centeno que se sacaban «desbagándolos» sobre las piedras del trillo para que soltasen el grano de las espigas, durante la trilla del año anterior y que se guardaban en el pajar durante todo el año para, el día antes de ir a segar, ponerlo en el río a que se ablandara. La misma mañana que se salía a la siega se sacaba del agua escurriéndolo, envuelto de un saco y terciado sobre el lomo del burro, se llevaba hasta la tierra para hacer las «ataderas» que servían para atar bien prietos los manojos.

En algunos pueblos de Aliste, el encaño era sustituido por las «garañuelas» o «purretas» de centeno que se sembraban a tal efecto con el trigo para, en seco, atarlo.

Como ya decimos, se llevaba el burro aparejado con las alforjas donde de transportaba la comida para todo el día, que iba en recipientes como: la cazuela de barro dentro de una cesta de mimbre y tapada con un «rudillo» (trapo o paño de cocina) ya que no tenían tapa; más adelante las cazuelas eran de porcelana (la recordaréis de color rojo oscuro, con dos asas y tapa), «la fambrera» (fiambrera) roja a juego con la cazuela, o blanca y con un cierre metálico.

Imprescindible para subsistir a «la calor», el cántaro, por supuesto lleno de agua la noche anterior, puesto al sereno para que refresque bien, tapado con tapón de corcho atado con una cuerda al asa para que no se extravíe; también se llevaba un vaso de porcelana blanco para beber (en realidad es una taza con un asa).

El vino en el barril de pajas que lo mantenía fresco o en la calabaza, pocas veces la bota.

También en los preparativos tenemos que destacar el impagable trabajo de la mujer alistana que aparte de salir para la «segada» a la par de los demás, ya había madrugado mucho antes para poner el pote, teniendo la comida lista a la hora de partir…

Copiado del muro de Riofrío de Aliste (reproducido con permiso del autor)

 

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