Reflexiones sobre la prohibición de la caza del lobo


Desde que la sociedad se ha ido transformando hacia modos de vida industriales o postindustriales, abandonando las formas típicas del rural, la caza del lobo siempre ha resultado un tema muy peliagudo, donde se anteponen dos puntos de vista muy polarizados y en los que resulta difícil construir puentes para buscar un punto de encuentro entre ambos.

Por un lado, tenemos a cazadores y ganaderos y, por el otro, a ecologistas y conservacionistas. Unos defienden que la caza es necesaria para evitar pérdidas en el sector agroalimentario —sector que desde los años noventa con la globalización de la economía atraviesa momentos difíciles por tener que adaptarse a una competencia global— y dinamizar económicamente los municipios rurales —por el dinero que dejan los cotos y cupos de caza—. En cambio, la otra postura, a grandes rasgos, apuesta por prohibir la caza pues los ecosistemas tienden a un equilibrio natural donde las poblaciones de lobo se irán adaptando al número de presas salvajes, y donde en esta ecuación los ganaderos tendrían que apostar por la utilización de medidas preventivas (cercados, mastines, burros…).

Si el debate ya estaba crispado, a raíz de la reciente prohibición de la caza del lobo que entrará en vigor en septiembre, como no podía ser de otra manera, se ha afrontado con mucha división y polarización.

Ante esta situación, con un afán de fomentar un debate sano sobre esta cuestión, me gustaría compartir algunas reflexiones aportando mi humilde visión. Además, con la cantidad de comentarios vertidos, entre los partidarios de la caza y sus detractores, tengo la sensación de que en este debate priman más las cuestiones sentimentales que una visión ecológica del asunto, cuando aquí lo importante, o así lo entiendo yo, es la buena gestión del territorio, porque de ello depende en buena medida el futuro de la “España Vaciada”.

Para empezar, me gustaría remarcar que no existen espacios naturales en Europa Occidental, entendiendo estos espacios aquellos en los que no se aprecia la intervención del hombre y se rigen por leyes naturales. Es decir, en mayor o menor grado, todos los paisajes europeos están afectados por las actividades humanas. El ser humano, como una especie más, lleva desde el Neolítico transformando el medio, proceso que se ha acelerado desde la Revolución Industrial, dejando muy palpable que, muchas veces con consecuencias negativas, vivimos en un mundo antropizado.

Con esta primera reflexión, lo que quiero decir es que por muy verdes y bonitos que veamos nuestros Picos de Europa —o cualquier otro espacio natural que nos venga a la mente de la Península Ibérica y nos parezca idílico— no son 100% naturales, puesto que sus paisajes son fruto de la transformación de las actividades humanas desde hace miles de años. Las verdes praderas de alta montaña son porque hay pastoreo, y si abandonáramos esa actividad muchas se convertirían en matorral. Y lo mismo que hay pastoreo, hay otras actividades tan antiguas y milenarias como es la caza. El hombre, nos guste o no, es un elemento más de los ecosistemas e influimos en sus equilibrios desde tiempos muy antiguos.

Ahora bien, con esto no quiero decir que se tenga que permitir una caza libre y sin límites, todo lo contrario. La caza hay que permitirla, aunque no nos guste, porque en muchos casos es necesaria, pero tiene que estar regulada e integrada en un adecuado plan de gestión ambiental: haciendo censos de especies cinegéticas, apoyando a los ganaderos con medidas para que puedan convivir con los depredadores y persiguiendo la caza furtiva.

El problema de esto es que requiere una apropiada intervención por parte de las comunidades autónomas a través de sus consejerías de medioambiente. Se precisa voluntad política e invertir en recursos. Y digo bien claro invertir porque cuidar nuestro medioambiente, base del sustento que nos proporciona los recursos necesarios para vivir, nunca es un gasto. Sobre todo, me parece muy importante el tema de tener censos actualizados de especies cinegéticas, porque precisamente por esta cuestión —al no haber censos de lobos actualizados— ya en el 2019 la justicia tumbo la ley de caza de Castilla y León. Lo que deja entrever que, más allá de las acaloradas discusiones alrededor de la caza, lo que hay es una gestión ambiental funesta por parte de las administraciones competentes.

En el caso de mi comunidad autónoma —Castilla y León—, tengo la sensación de que nuestros políticos, aquellos aposentados en grandes despachos en Valladolid, tienen un gran desconocimiento del territorio. Pues sólo se acuerdan de nuestro mundo rural cuando llegan las elecciones, sabiendo que este mundo en esta comunidad autónoma es un auténtico “granero de votos” para determinadas opciones políticas. Y es cuando vienen prometiendo medidas populistas de corto alcance pero que suenan muy bien para ciertos sectores.

Y me estoy refiriendo a lanzar eslóganes relativos a permitir la caza por el “gran daño” que hace al sector agroganadero, pues mientras los precios de muchos de nuestros productos se decidan en mercados en internacionales presas de la especulación y con unas condiciones desfavorables para los pequeños productores, difícilmente nuestro campo tenga un futuro asegurado.

Alentar la caza del lobo sin tener una cuantificación las poblaciones existentes es un mero acicate para contentar a ciertos sindicatos agrarios y sacar una rentabilidad económica a costa de uno de los pocos grandes depredadores que quedan en el continente europeo. ¿Cómo se puede permitir cazar una especie tan emblemática que ya estuvo al borde la extinción hace unas décadas sin ni siquiera estimar la presencia que tiene en un territorio? Una gestión ambiental así debería ser denunciable.

Por lo tanto, es importante elaborar censos regulares para conocer cuál es el estado de las poblaciones silvestres, porque sí amigos míos, la caza deja mucho dinero en la España Vaciada. Por eso es una actividad que no podemos desdeñar para dinamizar el mundo rural. Hay que permitirla, pero siempre y cuando se pueda ejercer con unas garantirías suficientes para el mantenimiento de las poblaciones cinegéticas. El mundo rural precisa de una buena gestión en este asunto, pues no se pueden rechazar los ingresos generados por esta actividad en regiones que están muy afectadas por la modernidad y necesitadas de asentar población.

No obstante, hay que tener en cuenta que la caza también puede suponer un beneficio para nuestros ganaderos y agricultores. Una población excesiva de lobos en un territorio provocará ataques al ganado doméstico, pero a mayores, dando una visión más holística sobre el asunto de la caza, otras especies como el jabalí también pueden provocar daños a los cultivos, donde no es la primera vez que arrasan parcelas recién sembradas provocando pérdidas económicas a los agricultores.

Hasta ahora se han comentado algunas reflexiones por las que permitir la caza es una actividad beneficiosa, pero para completar este análisis también habría que mencionar algunos aspectos positivos por los que habría que limitar esta práctica.

Uno de ellos sería el ecoturismo, una forma diferente de hacer turismo relacionado con la naturaleza y que cada vez está más en auge, gracias a que la Península Ibérica es la zona de Europa Occidental con más biodiversidad, albergando a más del 50% de las especies de animales de toda Europa. Una actividad que en ciertas comarcas ayuda a diversificar la economía, dinamizar el territorio y atraer mayores beneficios.

También, la existencia del lobo es beneficioso para ganaderos y agricultores, pues ayuda a controlar las poblaciones de jabalíes, ciervos y corzos. Esto es sumamente importante cuando estas especies son portadoras de la brucelosis. Esta bacteria, que provoca la conocida como “fiebre de Malta”, puede ser transmitida de las poblaciones silvestres al ganado doméstico, por lo que si aquella es elevada en la naturaleza podrían aumentarían los contactos en mitad del monte y la posibilidad de trasmisión. La brucelosis también es peligrosa porque se puede contagiar a humanos, por lo tanto, si a un ganadero se la contagia parte de su cabaña, las autoridades competentes en casos graves —donde se suceden varios positivos de diferentes individuos a lo largo del tiempo— pueden llegar a decretar el exterminio de todo el rebaño.

En conclusión, como sucede dentro de un ecosistema —en el que también está el hombre— hay que buscar los equilibrios de los diferentes elementos. Como ciudadanos, debemos tener una visión crítica y exigir a las administraciones una adecuada gestión medioambiental, tanto de las especies salvajes como de las personas que viven en el mundo rural. Por ello, más allá de afirmar taxativamente sobre el asunto de la caza, lo que pediría serían realizar estudios que nos ayuden a tomar decisiones con mayor claridad. Y, por último, con el conocimiento que manejo actualmente, diría que caza sí, pero que esté bien regulada.

Javier Miguélez, Geógrafo

Algunos argumentos a favor del turismo responsable…


En un artículo publicado hace tiempo en este blog destapábamos las ‘mentiras’ del turismo rural y básicamente veníamos a decir que el turismo no es la panacea ni la solución a todos los males de las zonas rurales. Hubo quien se lo tomó a mal…

Pero ¡qué le vamos a hacer si el turismo es una actividad de bajo valor añadido! Eso es así, lo diga quien lo diga. «Lo diga Agamenón o su porquero» que dicen los instruidos. Además, con la epidemia de coronavirus ya vimos lo que pasó con las zonas que dependían del turismo y con el modelo de desarrollo seguido por España en los últimos años…

Aún así, podría reconocer que el anterior artículo no fui del todo ecuánime, porque sí, podría haber un tipo de turismo que sí tiene efectos positivos sobre las economías locales: el turismo ‘responsable’. Teniendo en cuenta que el turismo se basa en el consumo —y todo lo que implica— eso de ‘responsable’ suena a ‘oxímoron’ que como ustedes saben es una figura retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado contradictorio u opuesto.

Aún así, por intentarlo que no quede. De forma esquemática, este tipo de turismo rural ‘responsable’ sería aquel que cumple los siguientes requisitos:

1. Es compatible con las actividades tradicionales (ganadería, agricultura, etc) que se realizan en el medio rural. 

No sólo ha de ser compatible con… sino que hay que respetar. ¿Qué quiere decir? Pues muchas cosas y se pueden poner varios ejemplos para que los más ‘cortos’ lo entiendan. Por mucha prisa que tengas hay que respetar cuando el ganadero cambia las vacas de prado y van por la carretera… No se puede dejar el coche en cualquier sitio dificultando el paso de maquinaria o obstruyendo el paso a las fincas… No se puede entrar en las tierras sembradas ni en los praos. Tampoco se puede molestar al ganado, y mucho menos para hacer esa foto espectacular para el Instagram… Las fincas de frutales y los huertos tienen dueño, no son un autoservicio ‘gratuito’ de frutas o verduras…  Etc… etc… Creo que no es necesario seguir con la lista de prohibiciones, con aplicar el sentido común es suficiente.

Y sí, también hay que respetar las ‘costumbres y usos’ del país. Y sí, puede que estéticamente te parezca horrible, pero en el campo se reciclan bañeras y somieres, las primeras como abrevaderos del ganado y los segundos como cancillas o cierres de los praos. Eso, aunque no lo creas es reciclaje y una forma de resistencia… y también hay que respetarlo.

2. Es respetuoso con el medio ambiente

A diferencia de lo que mucha gente piensa, el medio ambiente no es sólo la naturaleza. El medio ambiente también incluye paisajes creados por el hombre. Sí, hijos míos. Esos prados y esos bosques espectaculares de los que disfrutáis extasiados especialmente en otoño, pues también son creaciones humanas. En muchos casos, conseguir unos paisajes así ha llevado siglos. Por tanto, hay que respetarlos. Eso de pasar ‘berrando’ con los quads o los 4×4 por los caminos rurales, pues como que no.

Otro punto importante a tener presente es que el monte no es de todos, por tanto eso de recoger setas, leñas o maderas, pues no. Lo que sí hay que recoger es la basura, porque esos restos pueden dañar a los animales, provocar incendios o qué se yo. Además, hasta el monte no llega el servicio de recogida de basuras… Y eso de hacer fogatas o lavar el coche en el río pues tampoco…

3. Consume productos locales.

Un aspecto positivo que puede tener el turismo rural es que puede ‘favorecer’ las economías locales. Pero hay que recordar que para eso no hay traerse el pan del Mercadona sino que hay que comprarlo al panadero del pueblo. Y así con todo…

Claro que las tiendas de los pueblos más caras que los supermercados de la ciudad, pero es que el tendero no puede vender ‘a pérdida’ como las grandes superficies ni puede realizar grandes compras que le suponen ahorros, ni los distribuidores le sirven los productos en casa, etc.

Hay que consumir productos locales —que en muchos casos están hechos de forma artesanal— y no me vengan con que son caros. Lo bueno, se paga, tanto en el campo como en la ciudad.

4. Se interesa por la cultura y por lo ‘rural’.

El turista ‘responsable’ se interesa por las artesanías locales, monumentos, etc. En los pueblos siempre hay cosas para descubrir: a veces hay ruinas, en otros casos molinos, hornos, museos, casas… También está la naturaleza, lagunas, ríos, bosques… Y, cada vez más, en los pueblos hay actividades culturales de diversa índole. Pues hay que apoyar…

Si se cumplen esos requisitos pues no cabe duda de que este tipo de turismo proporciona ingresos a las economías locales, contribuye a la creación de empleos en el medio rural y podría fomentar la creación de otros emprendimientos relacionados con el turismo.  Aunque me consta que en muchos casos ya lo hacen, estaría bien que los hoteles y casas rurales sean los primeros en promover un turismo respetuoso y que consuma productos locales.

En fin… Por si no les quedó claro, les dejamos con un decálogo que se publicó hace un tiempo:

 

Gestión tradicional del comunal en León (i): aprovechamientos ganaderos


En León, al igual que en otros lugares del Noroeste de España, durante siglos los comunales fueron la urdimbre del tejido productivo. En la serie del blog que hoy se inicia, veremos cuáles eran los principales aprovechamientos y cómo eran regulados por las comunidades rurales. Empezamos por los aprovechamientos ganaderos, los más importantes.

3.1. Pastos comunales.

Alrededor de 1850, en León, los pastos comunes eran indispensables para la economía agraria. Respaldados por grandes áreas de pastos comunes, los campesinos podían sostener el ganado y especialmente el ganado de labor sin costo alguno, sin necesidad de destinar la tierra cultivable a alimento y forraje de éstos; en segundo lugar, dada la naturaleza orgánica de esta agricultura, el estiércol de los animales era esencial para proporcionar nutrientes a los cultivos; tercero, el ganado generaba subproductos que a su vez facilitó que las economías familiares fuesen más autosuficientes.

Obviando las “mancomunidades de pastos” entre pueblos vecinos y las servidumbres colectivas de pasturaje sobre los barbechos y prados de secano, la tipología de uso y la amplitud de los espacios de pasto comunal era variada, derivada del aprovechamiento integral y escalonado del territorio, y de las distintas utilidades y exigencias alimenticias de la cabaña ganadera. Un rasgo común a todas las comarcas es la estricta regulación de los usos ganaderos. La importancia económica del comunal y su función indispensable en el sostenimiento de los ganados exigía cuidar que nadie se apropiase y adquiriese algún derecho que incidiese de forma negativa en la comunidad.

Los mejores pastizales comunales se destinaban para los animales más productivos y de mayor rentabilidad, siendo común a toda la provincia que en las zonas bajas próximas a las poblaciones (márgenes de los ríos y zonas relativamente húmedas) se estableciesen «cotos boyales» (también llamados «coutos», «dehesas boyales» o boyerizas) en donde pastaba el ganado de labor de los pueblos durante el verano, época durante la cual la exigencia de trabajo era mayor. Por esta razón, allí donde el pasto escaseaba, los «cotos boyales» eran indispensables para los pequeños labradores carentes de pastos propios. En las Ordenanzas se establecía el período de aprovechamiento de los «coutos», el cual solía ir de mayo hasta septiembre[1], y el tipo y número de ganado que podía realizar los aprovechamientos. Las ordenanzas prohibían y castigaban la introducción de ovejas y cabras en los espacios comunes[2] y restringían el número de bueyes o vacas de labranza, siendo lo usual que cada vecino pudiese introducir una pareja en los pastos comunales[3] y que estuviese prohibido que el ganado bovino de engorde destinado al mercado utilizase los cotos boyales[5]. No obstante, en el siglo XIX con el aumento de la población —y el consiguiente incremento del número de yuntas de labor— las ordenanzas comienzan a tolerar la introducción de un número mayor de animales[4]; en algunos casos, pagando las cantidades acordadas por el concejo.

Al norte de la provincia, en la montaña cantábrica, la ganadería era el principal medio de vida y los pastos comunales ocupaban la mayor parte del espacio productivo. Allí, encontramos tipologías específicas de comunales  como los «puertos de montaña», que aprovechados durante el verano por los rebaños trashumantes mesteños, aunque también por el ganado vacuno y equino de recría de los vecinos, solían ser una importante fuente de ingresos para los concejos locales. Otras tipologías de pastos de altura de aprovechamiento colectivo eran llamados «prados de concejo» del municipio de Burón[7], o las «brañas»,características de la comarca de Laciana. Las «brañas» eran el nombre de los espacios de propiedad comunal situados en la parte más resguardada de la montaña donde al inicio del verano era conducido el ganado vacuno para que aprovechase colectivamente los abundantes pastos; allí, cada vecino disponía de una cabaña donde recoger los ganados, ordeñarlos y elaborar queso o manteca de vaca.

El vacuno de recría y el ganado menudo como cabras y ovejas, encontraba el sustento en el llamado «monte bajo», o aquellas partes del monte menos productivas situadas en las zonas periféricas del espacio concejil y pobladas por matorrales e hierbas de “producción espontánea”. En el aprovechamiento del monte bajo, el cual duraba todo el año, no solía haber un límite respecto al tipo y número de ganado a introducir, aunque en Ordenanzas de la Edad Moderna sí aparecen prohibiciones y limitaciones[6].

Además de pastos, el comunal proporcionaba otros esquilmos como los «fuyacos» o la montanera de bellotas de robles y encinas aprovechada directamente por los ganados menores, o utilizada para alimentar a los cerdos junto con cardos o gamones también obtenidos en el monte. Los «fuyacos» eran ramas de roble y otros árboles que a finales del verano los ganaderos acopiaban  para alimentar el ganado en el invierno, práctica que en algunos casos aparece reglamentada en las ordenanzas[8]. Su importancia era tal que, aunque la Administración forestal la consideró sumamente dañina para el arbolado, tuvo que aceptarla e incluirla en los Planes de Aprovechamiento Forestal anuales.

La normativa concejil también establecía medidas de policía sanitaria del ganado[9], cuidaba que en los rebaños fuesen seleccionados para sementales los mejores ejemplares de la cabaña ganadera, y obligaba a los vecinos a pastorear el ganado de forma colectiva a través de las «veceras» estableciendo normas sobre cómo llevar a cabo el pastoreo y las responsabilidades de los pastores en el caso de daños por el lobo o por negligencias en la guarda del ganado. Con este tipo de organización colectiva a la vez que se producía un “ahorro” de trabajo se aprovechaban más eficientemente los pastos al separar a cada tipo de ganado por edad, y/o destino. Aunque el pastoreo en común ha sido propio de áreas ganaderas con grandes extensiones de pastos comunales, esta forma de organización puede ser vista como una estrategia tendente a mantener unida a la comunidad de aldea cuya pervivencia se sustentaba en la ayuda mutua.

[1] Mandan las Ordenanzas de Ferreras de Cepeda (1859) “(…) qe desde el día de Sn Jorje en adelante haya vecera de Bueyes aparte de con las Bacas hasta el día de Sn Bartolomé de cada un año. (…)” [AHDPL, Fondo Histórico, Libro 4/9]

[2] En las Ordenanzas de Soto de Valderrueda (1857) se manda: “Que desde el primer Domingo de Marzo hasta el día 30 de Noviembre no pueda entrar ningún ganado lanar, y cabrío, en el coto bueyal bajo la pena que marca la ley” [AHDPL Fondo Histórico. Libro 4/27].

[3] Mandan las Ordenanzas de Mirantes (1843): “(…) que cada vecino pueda meter dos bueyes o vacas duendas, a falta de bueyes, en la boeriza y si algun vecino necesitase más de los dos, por tener labranza para ello, sea visto por el pueblo, y si alguno se excediese pague de pena 10 reales de vellón” [AHPL, Fondo Archivo Municipal de Barrios de Luna, Legajo 11.496”]; también las Ordenanzas de Vegas del Condado (1829) mandan: “que en los citados cotos sólo se ha de entrar a pastar los bueyes de labranza y las vacas que con ellas trabajaren tres días a la semana y las que estuvieren paridas (…)” [AHDPL, Fondo Histórico, Libro 3 ]

[4] Las Ordenanzas de Burón (1869) permitían que cada vecino introdujese en las dehesas boyales una pareja de bueyes o vacas, precisando que labrase quince fanegas podía introducir tres reses y quien labrase veintidós, cuatro [AHDPL Fondo Histórico. Libro 6].

[5] Dicen las Ordenanzas de Burón de 1821 y 1869 que “como suele suceder que algunos vecinos compran vacas para cecina o cobran deudas en vacas asturianas (…)” no pueden ser consideradas como «vacas de cabaña» e introducidas a pastar en los puertos [AHDPL Fondo Histórico. Libro 6”]

[6] Las ordenanzas de Villoria mandaban que: “ningún vezino del dicho lugar pueda traer más de ochenta cavezas de obexas” (Fernández del Pozo 1988).

[7] Allí, la extensa pradería del valle de Riosol era dividida en suertes o quiñones permanentes y numerados los cuales eran sorteados entre los concejos que componían el municipio; posteriormente cada concejo repartía entre los vecinos el quiñón, para que cada uno de ellos recogiese la yerba a título individual (Costa 1898, 125-6).

[8] Mandan las Ordenanzas de Vegas del Condado “(…) que se guarde como hasta aquí la madera de encina que tiene el monte de esta villa (…) que en el invierno sirve de mucha utilidad para el alimento de nuestros ganados (…) siendo los inviernos rigurosos y que el ganado por causa de la nieve no pueda pastar, puedan los pastores ramonear no cortando de pie y si algún vecino para alguna res cansada o los cabritos lechazos (…)” [AHDPL, Fondo Histórico, Libro 3]

[9] Así en ocasiones se mandan “registrar” (revisar por varios hombres del concejo) el ganado que se hubiese de incorporar a las veceras (AHPL, Fondo Archivo Municipal de Barrios de Luna, Legajo 11.496); en otros casos se establece la obligación de los dueños de apartar las reses enfermas de los rebaños [AHDPL, Fondo histórico, Libro 4; Doc. 13 “Ordenanzas de Lomba”].

Este texto está extraido de Serrano Alvarez, J. A. (2014): «When the enemy is the state: common lands management in northwest Spain (1850–1936)«. International Journal of the Commons8(1), 107–133. En este enlace podéis descargar el artículo original en inglés.

La foto que acompaña el texto es de Juan Ramón Lueje y está hecha en Lario.

Con respecto a la caza, el lobo y la ganadería


Estas interesantes reflexiones no son mías sino de Amparo B. que, en los comentarios a la entrada sobre las mentiras del turismo rural escribe:

Si desde el sector de la caza se diezma la fuente de alimento de los lobos, es lógico que los lobos ataquen el ganado. Y esto se lo dice la nieta de un pastor y transcribo casi literalmente lo que en su día decía mi ‘güelo’: «Los señoritos vienen de Madrid a cazar, luego se van y nos dejan a nosotros lidiar con los lobos que no tienen que comer«.

Es la pescadilla que se muerde la cola: lo cazadores “diezman” (pues no cazan), los ganaderos pierden y los cazadores se retroalimentan de la desesperación de los ganaderos para justificar poder seguir cazando…

Explico mi postura.

Muchas veces hablamos, teorizamos, reflexionamos y lo que se nos olvida es que la naturaleza es tan sabia que por sí misma se autorregula: es un círculo cerrado en el que el único intruso es el hombre que caza “por deporte”, no por necesidad, diezmando las fuentes de alimento y los recursos de los depredadores naturales. Estos depredadores, como todos los animales, necesitan comer y tiran de lo que tienen a mano: las reses de la ganadería extensiva. Y ahora la sucesión de acontecimientos:

—> El cazador “diezma” —> El lobo no tiene que comer y ataca al ganado —> La Administración indemniza muy por debajo del valor del daño —> El ganadero pierde, se enfada y se manifiesta diciendo que hay muchos lobos y hay que matarlos.

El paso siguiente es que la Administración (muchos de sus miembros cazadores), permite batidas para acabar con el lobo alegando ‘sobrepoblación’.

Y ahí se ve el doble beneficio de los cazadores: pueden seguir “diezmando” corzos, ciervos, etc… y además se cargan con la connivencia de la Administración (de la cual, vuelvo a repetir, muchos forman parte) los lobos que pillan por delante…

Porque no vean ustedes lo bien que viste en el salón de los palacetes burgueses de Madrid tener un lobo disecado…

Photo by mmariomm on Foter.com / CC BY-NC-SA

Vacas, pedos y cambio climático


Leo por ahí titulares de prensa de medios, pretendidamente serios, diciendo que Bruselas pondrá un impuesto a los pedos de las vacas; en este enlace de La Voz de Asturias o en este otro de La Voz de Galicia lo pueden comprobar.

Aunque son titulares sensacionalistas, de Bruselas se puede esperar cualquier cosa porque además este impuesto ya se intentó en países como Nueva Zelanda (acá la noticia), Irlanda o Dinamarca. Todo ello viene porque, según datos de la FAO, la ganadería sería uno de los principales responsables del cambio climático y el calentamiento global. En particular, se acusa a las vacas (y a otros rumiantes) de ‘expulsar’ metano en sus flatulencias. Sepan los lectores que el metano es considerado un peligroso ‘gas de efecto invernadero’ y principal culpable del calentamiento global; se dice que tiene un potencial de calentamiento superior al dióxido de carbono, el famoso CO2.

Antes de seguir, conviene precisar que realidad no son las ventosidades de las vacas las que expulsan metano sino sus eructos; es decir, el metano se origina en el proceso de fermentación entérica (en el rumiado de los alimentos, vaya) y es expulsado a través de la boca y nariz. Por lo visto (y digo por lo visto, porque estos cálculos son estimaciones) cada vaca expulsa al día entre 3 y 4 litros de metano. Si multiplicamos el número de vacas en el mundo por el número de litros, salen un montón de litros. Millones.

Bien, hasta ahí todo correcto, más o menos, porque hay muchas cosas que no cierran del todo. Com punto de partida, alguien debería explicar cómo llevan a cabo esos cálculos y mediciones. Una vaca no es como un deportista que le pones una máscara y mides el aire que consume y expulsa. No, no estoy cuestionando a los científicos; estoy considerando que una vaca en verano, al aire libre, puede pastar durante 8-12 horas al día, y ponerle una máscara es medio complicado. Lo cierto es que las mediciones de metano son difíciles de realizar sin cámaras respiratorias y las alternativas son estimaciones a través de cálculos, y ahí ya podemos entrar en algo parecido a la ciencia ficción.

Por otra parte, las emisiones de metano dependen de la dieta. Parece ser que una dieta rica en grasas y carbohidratos (esto es, piensos compuestos) produce más metano; en cambio con una dieta con forraje de calidad utilizando por ejemplo leguminosas forrajeras, como la alfalfa o el trébol, la producción de metano se reduce sensiblemente. ¿Qué quiere decir esto? Que una vaca alimentada en pastizales naturales produce mucho menos metano que una estabulada en una granja, tratada con antibióticos, y alimentada con piensos que contienen, por ejemplo, grasas y proteínas de origen animal y procedencia incierta (¿se acuerdan ya de las vacas locas y de cómo se originó este problema?).

En tercer lugar, y relacionado con lo anterior, tenemos las ‘trampas’ de la estadística. La estadística dice que si hay veinte ganaderos en un pueblo y hay 200 vacas, cada ganadero por término medio tiene 10 vacas; pero la realidad lo que muestra es que hay ganaderos que tienen 120 vacas, y otros ninguna (porque, por ejemplo, tienen cabras u ovejas). Con las vacas y el metano, pasa lo mismo; no son comparables las vacas estabuladas y las que pastan todo el año al aire libre. Y respecto al cambio climático no es lo mismo la empresa que pretende instalar en Noviercas (Soria) una granja con 24.000 vacas de leche que un ganadero del Norte o Noroeste de España que tiene 15 ó 20 vacas y las sostiene todo el año en los prados y el monte.

Y no es únicamente una cuestión de escala o número de animales. En el caso de los pequeños ganaderos se está ignorando que los pastizales naturales además de contribuir a la diversidad ecológica, mitigan el cambio climático a través del ‘secuestro de carbono’; es decir, millones de toneladas de CO2 que hay en la atmósfera son anualmente transformadas en biomasa por prados, praderas y pastizales naturales. Por tanto, eso debería ser descontado de lo que contamina el ganado. Ya les digo yo, que si se hiciesen estudios serios, en el caso de la ganadería extensiva quedaría ‘lo comido por lo servido’. Otra cosa son las granjas industriales.

Precisamente toda esta historia de las vacas y su contribución al cambio climático viene de un estudio publicado por la FAO en 2006 titulado “La larga sombra del ganado: problemas ambientales y opciones” y que pueden descargar en este enlace. En este estudio se hace un análisis del impacto de las actividades ganaderas (contaminación, destrucción de bosques nativos y selvas para siembra de forrajes como la soja, etc, etc). Las conclusiones de este estudio parecen ser ciertas en el caso de la ganadería industrial / intensiva, dañina para el medio ambiente no sólo por las ‘controvertidas’ emisiones de metano. Pero eso ya es otra historia, sobre la que quizás volvamos en otro momento.

Para ir terminando habría que preguntarse por qué se opta por este modelo de producción intensiva / industrial. Pues, la respuesta es relativamente sencilla: porque se quiere producir mucho y barato. Y en este punto aparece una cuestión espinosa: el consumo de carne. Conforme aumenta la población mundial y los niveles de vida, aumenta el consumo de carne, por lo que se necesario más ganado para cubrir la demanda con lo cual se entra en un círculo vicioso de difícil salida que nos conduce al desastre. Volvemos a lo mismo: las culpables no son las vacas sino los modelos de consumo insostenibles.

Respecto a la posibilidad de que la Unión Europea ponga un impuesto a las emisiones de metano del ganado rumiante, pues miedo me dan esos burócratas de Bruselas… Ya sabemos que son capaces de cualquier cosa. Lo que más bien parece es son ellos, y algunos periodistas y ecologistas, los que tienen pedos en la cabeza, en vez de cerebro. Porque, dejémonos de historias, el calentamiento global no es culpa de las vacas, sino del hombre y las actividades industriales. El resto, son trolas para confundir y engañar a la gente.

Ese charlatán que se hace llamar Lobo Marley


La semana pasada en Zamora se juzgaba a unos activistas de la Asociación Lobo Marley por destruir unas casetas de caza. Y la entrada de hoy va sobre el personaje que hay detrás de todo este tinglado, el cual me parece un caradura…

Vaya por adelantado que no tengo ninguna simpatía por los cazadores, pero estos de Lobo Marley me da que tienen un morro que se lo pisan.

Aunque en teoría es una asociación, el ‘alma mater’ de todo esto es Luis Miguel Domínguez Mencía que se autodefine como ‘naturalista’. Ya les digo que cuando alguien se etiqueta así es que, por lo general, no acabó el bachillerato y mucho menos la Universidad. No tiene nada de malo no acabar los estudios básicos, pero alguien que va por el mundo dando lecciones pues tiene que ponerse un título altisonante para presentarse. Ya lo saben: dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.

Ya se lo digo yo bien claro. A ese tipo le falta un hervor, y cualquiera que vea sus videos, enseguida piensa que es más un charlatán que otra cosa (para que ustedes mismos juzguen les dejo un video que sale en pelotas en una especie de performance que no se entiende nada).

A este hombre le gusta figurar, hablar solemnemente a la cámara, dándoselas de tipo serio en posesión de una verdad universal. Pues no, lo que vende este tipo es humo. Sus opiniones son muy demagógicas y muy sesgadas. Además, para reforzar sus opiniones, cita a menudo al gran Félix Rodríguez de la Fuente, aunque su hija, Odile Rodríguez de la Fuente, ha aclarado en diversas ocasiones que su padre jamás se hubiese identificado con la postura de Lobo Marley (acá tienen el enlace).

Visto que le están lloviendo palos por todos los lados, en los últimos años ha ‘suavizado’ su discurso diciendo que no tiene nada contra los ganaderos. Pero no es verdad. Es un urbanita que ve soluciones fáciles y desconoce hasta lo más elemental del mundo rural. No sólo es incapaz de ver la dura realidad de la ganadería, sino que así que tiene ocasión se dedica a soltar infundios contra los ganaderos; para muestra un botón:

Como ven en la foto, en una ‘piulada’ de twitter muestra a una res que está siendo comida, y dice que se trata de una explotación ganadera que atribuye los daños al lobo. Toda una acusación sin fundamento, ya que no indica ni dónde ni cuándo fue hecha la foto ni de qué explotación ganadera se trata. Simplemente esa foto es una excusa más para acusar a los ganaderos de cometer ‘fraudes’ al denunciar los daños del lobo.

Simplemente decirles al Lobo Marley y a toda su caterva de seguidores que no es el lobo el que mantiene vivo al mundo rural. Son los ganaderos y agricultores los que mantienen a los pueblos y al campo con un poco de vida.

Lobo Marley y secuaces deberían saber que la ganadería extensiva contribuye a fijar población y mantener el tejido social en zonas, como por ejemplo la montaña, que no tienen otras alternativas económicas.

No me voy a extender mucho más. Los beneficios de la ganadería extensiva son muchísimos, tal y como se explica acá, en este blog de ecología. Sí, de ecología, pero éstos son serios no como el naturalista de pacotilla del que hemos tratado en esta entrada.

Pobres lobos, lo tienen jodido con defensores como el Lobo Marley…  con amigos así, como este personaje, el lobo no necesita enemigos…

Photo by Dani L.G. on Foter.com / CC BY

 

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