Leo por ahí titulares de prensa de medios, pretendidamente serios, diciendo que Bruselas pondrá un impuesto a los pedos de las vacas; en este enlace de La Voz de Asturias o en este otro de La Voz de Galicia lo pueden comprobar.

Aunque son titulares sensacionalistas, de Bruselas se puede esperar cualquier cosa porque además este impuesto ya se intentó en países como Nueva Zelanda (acá la noticia), Irlanda o Dinamarca. Todo ello viene porque, según datos de la FAO, la ganadería sería uno de los principales responsables del cambio climático y el calentamiento global. En particular, se acusa a las vacas (y a otros rumiantes) de ‘expulsar’ metano en sus flatulencias. Sepan los lectores que el metano es considerado un peligroso ‘gas de efecto invernadero’ y principal culpable del calentamiento global; se dice que tiene un potencial de calentamiento superior al dióxido de carbono, el famoso CO2.

Antes de seguir, conviene precisar que realidad no son las ventosidades de las vacas las que expulsan metano sino sus eructos; es decir, el metano se origina en el proceso de fermentación entérica (en el rumiado de los alimentos, vaya) y es expulsado a través de la boca y nariz. Por lo visto (y digo por lo visto, porque estos cálculos son estimaciones) cada vaca expulsa al día entre 3 y 4 litros de metano. Si multiplicamos el número de vacas en el mundo por el número de litros, salen un montón de litros. Millones.

Bien, hasta ahí todo correcto, más o menos, porque hay muchas cosas que no cierran del todo. Com punto de partida, alguien debería explicar cómo llevan a cabo esos cálculos y mediciones. Una vaca no es como un deportista que le pones una máscara y mides el aire que consume y expulsa. No, no estoy cuestionando a los científicos; estoy considerando que una vaca en verano, al aire libre, puede pastar durante 8-12 horas al día, y ponerle una máscara es medio complicado. Lo cierto es que las mediciones de metano son difíciles de realizar sin cámaras respiratorias y las alternativas son estimaciones a través de cálculos, y ahí ya podemos entrar en algo parecido a la ciencia ficción.

Por otra parte, las emisiones de metano dependen de la dieta. Parece ser que una dieta rica en grasas y carbohidratos (esto es, piensos compuestos) produce más metano; en cambio con una dieta con forraje de calidad utilizando por ejemplo leguminosas forrajeras, como la alfalfa o el trébol, la producción de metano se reduce sensiblemente. ¿Qué quiere decir esto? Que una vaca alimentada en pastizales naturales produce mucho menos metano que una estabulada en una granja, tratada con antibióticos, y alimentada con piensos que contienen, por ejemplo, grasas y proteínas de origen animal y procedencia incierta (¿se acuerdan ya de las vacas locas y de cómo se originó este problema?).

En tercer lugar, y relacionado con lo anterior, tenemos las ‘trampas’ de la estadística. La estadística dice que si hay veinte ganaderos en un pueblo y hay 200 vacas, cada ganadero por término medio tiene 10 vacas; pero la realidad lo que muestra es que hay ganaderos que tienen 120 vacas, y otros ninguna (porque, por ejemplo, tienen cabras u ovejas). Con las vacas y el metano, pasa lo mismo; no son comparables las vacas estabuladas y las que pastan todo el año al aire libre. Y respecto al cambio climático no es lo mismo la empresa que pretende instalar en Noviercas (Soria) una granja con 24.000 vacas de leche que un ganadero del Norte o Noroeste de España que tiene 15 ó 20 vacas y las sostiene todo el año en los prados y el monte.

Y no es únicamente una cuestión de escala o número de animales. En el caso de los pequeños ganaderos se está ignorando que los pastizales naturales además de contribuir a la diversidad ecológica, mitigan el cambio climático a través del ‘secuestro de carbono’; es decir, millones de toneladas de CO2 que hay en la atmósfera son anualmente transformadas en biomasa por prados, praderas y pastizales naturales. Por tanto, eso debería ser descontado de lo que contamina el ganado. Ya les digo yo, que si se hiciesen estudios serios, en el caso de la ganadería extensiva quedaría ‘lo comido por lo servido’. Otra cosa son las granjas industriales.

Precisamente toda esta historia de las vacas y su contribución al cambio climático viene de un estudio publicado por la FAO en 2006 titulado “La larga sombra del ganado: problemas ambientales y opciones” y que pueden descargar en este enlace. En este estudio se hace un análisis del impacto de las actividades ganaderas (contaminación, destrucción de bosques nativos y selvas para siembra de forrajes como la soja, etc, etc). Las conclusiones de este estudio parecen ser ciertas en el caso de la ganadería industrial / intensiva, dañina para el medio ambiente no sólo por las ‘controvertidas’ emisiones de metano. Pero eso ya es otra historia, sobre la que quizás volvamos en otro momento.

Para ir terminando habría que preguntarse por qué se opta por este modelo de producción intensiva / industrial. Pues, la respuesta es relativamente sencilla: porque se quiere producir mucho y barato. Y en este punto aparece una cuestión espinosa: el consumo de carne. Conforme aumenta la población mundial y los niveles de vida, aumenta el consumo de carne, por lo que se necesario más ganado para cubrir la demanda con lo cual se entra en un círculo vicioso de difícil salida que nos conduce al desastre. Volvemos a lo mismo: las culpables no son las vacas sino los modelos de consumo insostenibles.

Respecto a la posibilidad de que la Unión Europea ponga un impuesto a las emisiones de metano del ganado rumiante, pues miedo me dan esos burócratas de Bruselas… Ya sabemos que son capaces de cualquier cosa. Lo que más bien parece es son ellos, y algunos periodistas y ecologistas, los que tienen pedos en la cabeza, en vez de cerebro. Porque, dejémonos de historias, el calentamiento global no es culpa de las vacas, sino del hombre y las actividades industriales. El resto, son trolas para confundir y engañar a la gente.

Un comentario en “Vacas, pedos y cambio climático

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