La sementera en la rozada

En el mes de octubre los asociados comenzaban la sementera contribuyendo a partes iguales con el grano. Todos los asociados, incluidos los jueces y las viudas participaban por igual con su trabajo y animales. Una vez sembrado, el grano sobrante se vendía y el dinero recaudado se invertía en vino que se bebía en común los días de la siembra, como el día de la inauguración de los trabajos.

Para evitar invasiones del ganado y daños de personas, el campo de la rozada quedaba sometido a la vigilancia contínua de los asociados en funciones de guarda uno cada día y en un lugar donde se domine el campo a custodiar, se construye una caseta de piedra que ponga a resguardo de las inclemencias del tiempo al guarda.

Todas las labores del campo se hacían con vacas pequeñas, que a la vez criaban; por consiguiente, las aradas no pueden ser profundas y los carros para «acarriar» pequeños.

Reglamento de la rozada: «el cambio del cayato»

En la caseta del guarda de turno se deposita uno de los cayatos, que consiste en un palo corto, del grueso de un bastón ordinario curvo en un extremo y marcado uno con una cruz uno, el otro con una estrella, grabados a navaja.

Los jueces de la rozada a quien el alcalde entrega al ser nombrados los cayatos, envían el de la cruz al vecino que le toca el primer turno de guarda. Dicho vecino ha de pasar el día en el campo común cuidando que no reciba ningún daño; al irse para el pueblo por la noche, deja en la caseta el cayato. Al día siguiente el que le sigue en turno lleva consigo el otro cayato, el de la estrella, que terminada su guarda lo deposita en la caseta y se lleva el de la cruz para hacer entrega al siguiente en entrar de guarda. Repite este la misma operación, y así sucesivamente todos los días hasta la siega.

Los turnos de guardería se hacen «a la roda» en el mismo orden que están las casas empezando por la más exterior, de modo que cada familia sabe cuando le toca la roda y cual de los distintos cayatos habrá de llevar al monte. También con este sencillo sistema saben los jueces quien ha faltado a su deber y por consiguiente a quien ha de descontarse el medio cuartal o alquer por cada falta el día de la trilla y del reparto.

La parva de la rozada

Se llamaba así al conjunto de mieses comunes «arramadas» (esparcidas) en la era que una vez maduradas, segadas y “acarriadas» (transportadas a la era con el carro) quedaban dispuestas para su trilla.

Una vez que el centeno o trigo estaban a punto para la recolección, los jueces de la rozada convocaban a todos los asociados , como era costumbre, a toque de campana para comenzar la siega.

La norma a seguir era que fuese una persona de cada casa y contribuyesen todas por igual con un carro y sus vacas para el acarreo de los «panes» (miés); el que no tuviese carro se lo prestaba un convecino, por supuesto, sin ningún pago a cambio. Se dedicaba un día a la trilla por parte de cada asociado y su pareja de vacas. Una vez trillado se colocaba la parva amontonada en un cerro con forma de pez, esperando a un día con buen aire para «limpiar» (aventar) todos juntos.

Reparto de la cosecha

Una vez separados grano y paja, se pone el grano limpio en medio de la era para medir y separar la parte necesaria para pagar el vino consumido el día que se formó y comenzaron los primeros trabajos de la rozada junto con el que se consumirá en la fiesta de clausura de la roza «farandula»; a cuyo efecto, el tabernero que adelantó el vino acude a la era provisto de fardelas para recibir la cobranza en grano. Seguidamente se mide «el muelo» (montón redondo de grano ya limpio) haciendo un cálculo aproximado del número de fanegas que puede contener el montón, midiendo su circunferencia de la base por pasos y su altura con «biendos» o bieldos – generalmente cincuenta fanegas de sembradura daban trescientas de cosecha -. La cifra resultante del total del cálculo (siempre aproximado) se divide por el número de participantes en la rozada, el cociente resultante se mide y se entrega a cada partícipe.

Una vez terminada la repartición de forma más o menos ecuánime (se procuraba echar en los sacos algo menos de lo medido en previsión de algún pequeño error de cálculo) si quedaba aún grano en el montón, se distribuía también a partes iguales con una medida más pequeña.

No olvidemos que de la cifra resultante del cálculo había que descontar al que tenía alguna ausencia al trabajo, a la guarda de la rozada o no concurrió con su pareja de vacas al acarréo (medio cuartal o alquer por cada ausencia, equivalente en dinero de setenta céntimos a una peseta según los precios), siendo estas penalizaciones impuestas por los jueces en presencia del cabildo (totalidad de los vecinos inscritos en la rozada) acatadas, ejecutadas en el acto, sin protestas,  por aquellos a quienes afecten.

Con la paja resultante se procedía a la misma distribución que con el grano, aunque sin tanta exactitud debido al excedente que había de ella, que era llevada a los pajares de cada uno con sus respectivos carros y vacas.

Fiesta final de la rozada

Se hacía de la misma forma que la de inauguración. Después del reparto se procede a la comida que cada uno llevaba de su casa y se bebe el vino comprado a cuenta de la cosecha común, servidos en los mismos vasos de cuerno de vaca, que era la medida estipulada. Entre vaso y vaso se echaban las tradicionales «relaciones» o brindis pidiendo conservar la salud, la pronta inauguración de una nueva rozada juntos con el tradicional… ¡Que d’ hoy n’un añu!

Ese mismo día cesan en el cargo y funciones los dos jueces acordados por el alcade y el cabildo sin opción de prórroga para las venideras rozadas.

Cuando se dio por finalizada esta costumbre comunal de las rozadas, se trocearon los terrenos comunales usados para ellas , llamados «quiñonadas» y se distribuyeron entre los vecinos para su uso particular.

FIN

Javier Blanco

Un comentario en “Costumbres comunales en Aliste: las rozadas (3/3)

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