LNT te recomienda: Piedad Isla.


Puede pensar el lector del blog que últimamente estoy un poco vago. No. Básicamente no dedico tiempo al esto porque no tengo ni un minuto libre, a lo que se añade un cierto cansancio de las redes sociales que, desde hace un tiempo, se han convertido un pudriguero que fiede.

No obstante, también las RRSS tienen alguna cosa buena. De tanto en tanto, uno descubre ‘cosas’ que merecen la pena. Precisamente la recomendación de hoy es uno de esos hallazgos.

Se trata de la fotógrafa palentina Piedad Isla. Sus fotografías, como la que ilustra esta entrada, respiran autenticidad y cuentan interesantes historias.

Hoy con eso del Instagram todo el mundo piensa que puede hacer buena fotos y no. La fotografía es un lenguaje, una manera de contar, en este caso con luz y formas. Pero de la misma manera que un escritor decide lo que quiere contar, la fotografía también es una elección. El fotógrafo debe saber lo que quiere contar y debe tomar decisiones sobre el encuadre, la luz, el foco… Recuerdo haber leído en una entrevista a A. García-Alix quien decía algo así como que la relación con los retratados es tensa porque es el fotógrafo quien decide la mirada, la posición de las manos, etc… de eso, depende el resultado porque a veces la diferencia entre una buena y una mala foto es mínima.

Hacer buenas fotos de la gente rural es muy complicado y sin embargo P. Isla lo logra. Lo que suele fallar en muchas fotos es que quien hace la foto no tiene nada que contar. Así por ejemplo en Instagram hay una búsqueda de lo sublime pero ello no deja de ser, en la mayoría de los casos, otra cosa que una mirada falsa, vacía de contenido (además y en el caso de Instagram, con los diversos filtros que la aplicación ofrece para ‘mejorar la foto’ no se consigue otra cosa que acentuar la ‘impostura’ y la ‘artificialidad’). Sin embargo, las fotos de Piedad Isla son otra cosa porque ella tenía claro lo que quería contar y además su mirada es sincera, honesta. A ello se añade el delicado gusto de la autora por lo gráfico con composiciones muy cuidadas.

Por otro lado, uno de los aspectos más interesantes y a la vez complicados de la fotografía, es el ‘diálogo’ que se establece entre fotógrafo y fotografiados. Es muy difícil retratar el mundo rural entre otras razones porque, para la gente del campo, la cámara es un artefacto ‘extraño’ y en muchas ocasiones los fotografiados intuyen las intenciones del fotógrafo foráneo y desconfían. Además —y por decirlo de alguna manera— a la gente del campo le gusta que le hagan fotos por ejemplo los días de boda, que es cuando están arreglados y ‘bien vestidos’. No les gusta que los fotografíen cuando llegan de trabajar la tierra con la ropa sucia y llenos de sudor. Algo normal: a todos nos gusta cuidar la imagen que ofrecemos. Y tampoco les gusta que les hagan fotos como si fuesen animales exóticos de un zoológico o ‘atracciones’ de una barraca de feria o un circo.

Bien. Vuelvo al suco. Es complejo hacer buenas fotos de la gente del campo porque el diálogo que tiene que darse entre fotógrafo y fotografiados no fluye, y entonces es fácil caer en tópicos o ofrecer una mirada ‘distante’ o condescendiente que presenta a la gente del campo como bichos raros o —en el mejor de los casos— pintorescos. Sin embargo, Isla tiene una sensibilidad especial y ‘conecta’ con los fotografiados siendo su fotografía algo cercano, familiar. Alguien ha dicho que es una fotografía humanista. Para mí el mérito de P. Isla es colocarse a la altura de los retratados y que éstos la acepten como ‘uno de ellos’, no alguien forastero. Y eso, aunque parece sencillo, tiene mucho mérito y denota una sensibilidad fuera de lo común.

Las fotos de P. Isla tienen un doble valor. Son fotos de gran valor estético, pero también tienen valor documental, en tanto que son testimonio de un mundo rural y una cultura ya desaparecida. Ejemplo de ello es la foto que ilustra la entrada titulada «A Huebra limpiando el monte», lo que en León vendría a ser una hacendera / facendera —un trabajo comunitario de los vecinos— o quizás el reparto del llamado ‘quiñón de leña’.  En la foto se aprecia que estos espacios de trabajo vecinal eran también espacios de socialización y servían para reforzar los vínculos comunitarios.

En fin. Coincidirán conmigo que Piedad Isla es un gran descubrimiento. Que sepan además que Piedad Isla cuenta con un museo en Cervera de Pisuerga donde se exponen sus fotografías. Así que si pasan por la localidad o cerca, ya saben que esa es una parada obligada.

 

LNT te recomienda: el folclore argentino


Imagino que el lector que frecuenta este blog conoce a Mercedes Sosa o a Atahualpa Yupanqui. Sin embargo tengo mis dudas que conozca a Jorge Cafrune, Los Chalchaleros, Argentino Luna, Ariel Ramírez, Ramón Ayala, Horacio Guarany o José Larralde…

Pues, lo lamento mucho por quienes no los conozcan… se pierden algo grande. Todos ellos son argentinos y grandísimos cantantes de folclore.

Ahora bien, por lo general el folclore argentino es otra cosa a lo que estamos acostumbrados en España. Poco que ver con esa construcción romántica e idealizada del pasado, aunque también en Argentina el folclore responde al proceso de creación nacional. En cierta manera, a mediados de los años 50 del siglo pasado Argentina era una nación en construcción —y lo sigue siendo—. Fue en esa época cuando ya plenamente instalados en el país los emigrantes llegados de todos los rincones de Europa u Oriente Medio se produjo el llamado «boom del folclore» en el que la música de raíz folklórica se convirtió en un fenómeno popular.

A ello ayudaron fenómenos como la expansión de medios de comunicación como la radio y la televisión, la aparición de una ‘amplia’ clase media —ya saben que en Argentina todo el mundo es clase media o aspira a ser clase media— resultado de la mejora de las condiciones de vida y unos niveles mayores de consumo.

Una de las características del folclore argentino es que se trata de canciones con un fuerte contenido social con una ácida crítica de las desigualdades o con la denuncia de la dureza de la vida en el campo. La peculiaridad es que utilizan ritmos tradicionales como zambas, chacareras, chamamés, bagualas, milongas, chamarritas e incluso carnavalitos o tinkus. Para que me entiendan, es un poco al revés de lo que hacen Tarna, los Hermanos Cubero o Rodrigo Cuevas que —aún siendo todos ellos unos artistas extraordinarios— siguen con las letras de canciones de hace siglos con ritmos más o menos actualizados. Todo muy idílico, pero otra cosa es el interés que puedan despertar. Además, pareciese como si en España la música folk estuviese reñida con la crítica social, aunque ese es otro tema que daría para muchas discusiones…

Bueno, volviendo al suco, remarcar que de alguna manera en el folclore argentino se mezcla el interés por las formas de vida, costumbres y tradiciones de las diversas regiones del país, con el compromiso social de los folcloristas. Paradójicamente este compromiso social que nace del amor a la tierra (patria) llevó a la mayoría de estos cantantes folclóricos a significarse contra la Dictadura, por lo que sus canciones fueron prohibidas y ellos perseguidos. Jorge Cafrune desafió la censura cantando la canción prohibida “Zamba de mi esperanza” en el festival de Cosquín de 1978 y días más tarde fue atropellado por una camioneta que se dio a la fuga. Hay quien señala que fue un asesinato ordenado por la Junta Militar, aunque no hay pruebas concluyentes. Otros como Mercedes Sosa, Horacio Guarany o el propio Atahualpa Yupanqui tuvieron que exiliarse.

Es curioso el origen de estos cantantes. Atahulpa Yupanqui —nombre artístico de Héctor Roberto Chavero— tenía origen quechua y vasco; Mercedes Sosa era de ascendencia diaguita, española y francesa; Jorge Cafrune era de origen árabe (Siria y Líbano); Larralde desciende de la localidad navarra de Aranaz; Horacio Guarany —de nombre Eraclio Catalín Rodríguez Cereijo— era hijo de un indígena correntino y una leonesa…

De entre todos ellos me quedo con Mercedes Sosa y con José Larralde, que —curiosamente— algunos descubrieron hace unos pocos años a través de la serie de televisión Breaking Bad, donde de fondo suena cadenciosamente a ritmo de lonkomeo mapuche una versión de su tema «Quimey Neuquén» de los hermanos Berbel.

José Larralde fue trabajador rural, mecánico y soldador y sus canciones nos cuentan de las personas que viven y trabajan en zonas rurales. Lo suyo es folclore, pero a la vez hay compromiso social, como ya dijimos.

Larralde canta sobre los peones rurales y sus cuitas, sobre el maltrato de los patrones, sobre los gauchos, sobre la vida cotidiana y los oficios varios de la gente del campo… Como leí en este artículo, Larralde ofrece una mirada sin concesiones sobre un país olvidado. Su canto sube desde la boca del estómago y sus canciones son paridas desde las vísceras aunque nunca adoptó una postura demagógica. «Yo en realidad no le canto a nadie. Canto lo que viví y lo que veo vivir. Canto para mí. No soy personero [portavoz] de nadie, ni represento a nadie. No se vaya a confundir«, dijo alguna vez al ser entrevistado.

Hay quien tilda a Larralde y a otros cantantes de nacionalistas y él responde así en una entrevista: «La culpa de ese prejuicio la tuvieron en este país los militares, porque lo peor que hicieron, además del tema de los muertos y los desaparecidos, fue hacerle creer a la gente que la Patria era de ellos. Se asumieron como la reserva moral de la Patria, y se la apropiaron. Ellos lograron que nadie que no fuera milico pudiese después llevar una escarapela con orgullo«. Mucha tela que cortar en esta reflexión…

En fin. Aquí les dejo una conocida canción del folclore argentino, compuesta por el uruguayo Aníbal Sampayo. Disfrútenla…

Tiempos de trilla


Dos constantes vitales presidieron durante siglos la sedentaria vida de los habitantes de la España «cerealera»: el polvo y la paja. Las antiguas casonas construidas de tapial o adobe, son prueba irrefutable de lo dicho. En ellas se nacía y se moría. Buena parte de su arquitectura estaba reservada para albergar la cosecha de cereal. Imborrable es la imagen del boquerón y los labradores haciéndole engullir paja desde el carro. Reservas para todo un año.

Los que conocimos los estertores de esta modalidad de vida agraria no podemos por menos que recordar con nostalgia aquellos tiempos de sudor, de cansancio, de liturgias mil veces repetidas como un inexorable tributo a los ritmos de la naturaleza. Sí, la trilla era un peaje inexcusable, la contribución de la madre Tierra hecha grano que aseguraba el porvenir de unos pagos abrasados por el verano. Caprichos de Ceres.

Para los adultos era un tiempo de apreturas. La siega y la trilla habían de conciliarse con los riegos nocturnos y aquellos hombres enlutados en pana negra, de chalecos de color azabache venidos a un parduzco desvaído y boinas igualmente descoloridas. Lucían rostros cetrinos, apergaminados por un sol inmisericorde que esculpía surcos sobre una piel resecada por agotadoras jornadas de tediosa rutina y escasez de horizontes.

Para los rapaces era un tiempo de disfrutar a pleno rendimiento. Así que te ibas haciendo mayor las obligaciones restringían el goce, pero si no habías llegado a la adolescencia, en que ya eras declarado útil, aquello era todo un no parar. Las praderas comunales con sus eras hervían de gente laboriosa. Había un continuo tráfago de carros —tarea exclusiva de hombres— que rebosantes de gavillas llegaban sorteando medas y morenas de paja. Todo era bullicio.

Bajo un hiriente sol que derretía la sesera, ni las siestas caniculares conocían el reposo. Las casas se vaciaban. Bajo los aleros sonaba el piar penetrante y sordo de los «pardales». Mujeres bajo sus amplias pamelas, cubiertas las cabezas por blancos pañuelos, dobladas sobre el taburete del trillo, solio de eterno girar, eran estampa común. Generosamente cedían su puesto a la patulea de rapaces que, voluntarios nos brindábamos a guiar machos y bueyes, ocupáramos su lugar.

Manejar una pareja de bueyes era onerosa carga para aquellos chicos hiperactivos exonerados de tareas pesadas. Su paso lento descomponía nuestros anhelos en la doméstica aventura de jugar a ser mayores. Los machos —mulos para los no versados— eran otra cosa. Su trote vertiginoso era pura adrenalina aunque a veces, el conductor neófito de aquel artilugio de madera con dientes podía acabar fuera de la era y entonces la bronca estaba servida.

Había forcas, rastrillos, botijos, polvillo, sudor y picores. Las cosas más sencillas componían la escena. Pero si había algo que fuera pura ambrosía era dejarse caer a popa del trillo cuando la parva era alta. Caer sobre aquel mullido lecho de bálago con espigas era una experiencia que dura de por vida. No había juego equiparable que pudiera desplazar a la trilla. Todo eran singularidades, incluso el juego macabro de embutir moscas en una paja con otra.

Nada había en aquellos pueblos que los unificara más, nada socializaba tanto a aquellas comunidades de gusto arcaico, ni un día de fiesta enlazaba más cuerpos y mentes. Después llegaron los ingenios motorizados que aliviaban las tareas y ya nada volvió a ser igual. En un principio, los otrora obreros, se congregaban para contemplar el ahorro de tiempo y esfuerzo que traían aquellas máquinas pero, con su llegada, desapareció una época y unos usos que permanecían invariables desde la noche de los tiempos. Cosas del progreso.

Urbicum Flumen, octubre de 2020

Por si alguien no lo sabe, la foto que acompaña al texto es de Cristina García Rodero y fue tomada en Escober de Tábara (Zamora)

LNT te recomienda: La Fueya Cabreiresa


Esta recomendación, lo reconozco, llega tarde. Varios años tarde…

Y es que ya llovió mucho desde que se puso en marcha este periódico digital llamado ‘La Fueya Cabreiresa‘. Se trata de una iniciativa que pretende ofrecer noticias e información de utilidad a la gente de esta comarca. Sin embargo, muchas de las informaciones que ofrecen trascienden propiamente el ámbito comarcal y son de interés para el mundo rural en general.

Detrás de este ‘proyecto’ está el ‘Instituto de Estudios Cabreireses‘ (IEC), una asociación cultural que nace con el propósito de fomentar la promoción y el desarrollo de la comarca, así como la investigación y preservación de sus costumbres y patrimonio, en busca del beneficio de todos los cabreireses. El objetivo no es otro que la Asociación se convierta en un «punto de encuentro y centro de referencia para intercambiar y compartir conocimientos y experiencias«.  Y se puede constatar que lo están consiguiendo, y para muestra un botón como es la programación online de actividades culturales para acompañar a la desescalada del coronavirus y al que puedes acceder en este enlace:

Queda añadir que detrás del IEC están personas trabajadoras y comprometidas con la tierra y la cultura como Iván M. Lobo, Xepe Valle, Remedios Arias o J. Arias. Y es que, parafraseando la frase más conocida de los cómics de Astérix y Obelix: ¡Son muy bravos estos cabreireses!

Ojalá en otras comarcas leonesas hubiese iniciativas similares…

Para saber más:

Lecturas recomendadas: Fantasmas de piedra


Tengo un amigo que lee mucho y además sabe mucho de libros (y de otras cosas). Llevaba meses diciéndome que leyese este libro y, aunque sus recomendaciones siempre han sido acertadas, nunca le hice demasiado caso. Ante su insistencia compré el libro y lo leí. Pues bien, cuando crees que nada te puede sorprender, descubres que no es así. Que siempre hay un libro que te puede emocionar. Y este es el caso de la recomendación de hoy: «Fantasmas de piedra. Cuando una aldea era el mundo» del italiano Mauro Corona.

Ya el título lo dice todo o casi todo: ‘cuando una aldea era el mundo…’ Todos fuimos pequeños y nuestro mundo era el pueblín y este libro nos devuelve a la infancia en la aldea. Además Mauro Corona escribe bien y narra con maestría esas historias, leyendas y vivencias en los pueblos. Es por ello que, además de emocionar, es entretenido de leer. Sin embargo, este libro es pura literatura, es la historia de un mundo que se extingue. Ese mundo al que uno pertenece y que, de alguna manera, se te quedó ahí dentro; en este párrafo lo expresa de manera soberbia:

«Después del Vajont se fueron a vivir a la ciudad y han creado allí una familia. Entre tanto sus padres se han muerto o son ya muy viejos. Ninguno ha vuelto a abrir aquellas puertas, ni a airear las habitaciones, ni a encender el fuego. Ha sido, sin embargo, una traición forzosa. Por ese motivo el recuerdo de la casa donde ha transcurrido su infancia se les ha quedado metido a algunos de ellos como un clavo en un tronco. Año tras año, el árbol crece, envuelve al clavo, lo acepta haciéndolo parte de sí mismo, casi como una rama que le hubiera crecido dentro. Pero el acero no es madera, es un cuerpo extraño, un huésped que no es admitido de buen grado. Cada tanto su punta hace daño. Y entonces es cuando alguno de estos amigos, furtivamente, como si se avergonzase, aparece por el pueblo y va a ver a escondidas su casa abandonada. Vuelve al nido donde ha crecido, donde ha visto sucederse las estaciones y donde se ha curtido la piel. He sorprendido a alguno de estos ‘peregrinos por afecto’, solitarios viandantes de la memoria. Miran al pasado con los ojos melancólicos de quien tiene la certeza de que aquellos tiempos no volverán y se contenta con ver de nuevo los lugares. Aquel pasado, materialmente barrido por los años y la ruina, se ha petrificado para siempre en el recuerdo«.

Resumiéndolo en pocas líneas, te recomendamos este libro porque «es un libro esencial para entender la vida en los pueblos» y porque «hay libros que tienen ese poder de despertar en uno lo que está dormido dentro, lo que habías olvidado, libros que te transforman y te mejoran», como dice su traductora al castellano —la leonesa Álida Ares—. 

LNT te recomienda: Amparo Ochoa


 

Ya es viernes. Convengamos que las redes sociales son una buena manera de perder el tiempo. No obstante, a veces uno encuentra cosas interesantes. Hoy desde LNT te queremos recomendar a la cantante mejicana que aparece en este video:

Imagino que no la conocen. Yo tampoco sabía de ella y ha sido todo un descubrimiento gracias, precisamente, a las redes sociales. Se llama Amparo Ochoa. Era una maestra mejicana, con una historia muy peculiar. Busquen, busquen en Google… Busquen también sus canciones…

Acá una parte de la letra de la canción que canta en el video:

Se nos quedo el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fe nuestra cultura
nuestro pan nuestro dinero...

Hoy en pleno siglo 20
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos 

Pero si llega cansado
un indio de andar la sierra
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra 

Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo
A %d blogueros les gusta esto: